COSAS DE MAMARRACHO*

- ¿Qué encontraron? Les preguntó Julio.

- Esto, respondió Orlando, colocando sobre el escritorio lo que parecía ser un muñeco de trapo.

Era un manojo chapurreado e informe hecho de pedazos de tela y algodón, que todavía conservaba algo de su forma, y que puesto sobre el mueble que servía de escritorio, dejó la huella del fango.

El comisario lo abordó con la punta de su lapicero, como si quisiera descifrar de una vez por todas lo que representaba en el caso.

- Mire esas dos cortadas, dijo Orlando.

- Sí, ya las vi. Contestó, el comisario. Parecen hechas a propósito.

- Y de verdad que fue así. Respondió Orlando. El cadáver tenía también dos marcas parecidas.

- Este mamarracho me salpicó completamente de tinta, dijo Julián.

- De tinta y muerte, terció Orlando.

Hacía pocas horas que sus hombres acababan de hacer el levantamiento de un cadáver de contextura joven en un lugar aledaño a uno de los desagües del alcantarillado principal que circula en el oeste de Caracas, y que se caracteriza por ser una de las partes más desoladas, debido a que allí los ingenieros han considerado que el sitio no es el apropiado para construir urbanizaciones por lo costoso que podría resultar desecar todo el pantano que lo abarca. Desde el cielo si Ud. lo quiere ver, en algunas partes se confunde con la tierra fangosa que lo abarca, y en la que mucho tiempo antes era el río Guaire. El hombre fue muerto después que sus agresores utilizaron un somnífero en medio de los aquelarres satánicos de la noche anterior. Las huellas de la sangre en los arbustos, y las del matorral de tierra firme que está al final del último recodo del vertedor de aguas negras, los restos de la leña quemada y sus cenizas, el cuerpo muerto de un gato negro, cruces invertidas colocadas en los mojones de la tierra firme que la separa del fango, diferentes utensilios como cadenas, sirios, escapularios diferentes a los utilizados por el común de los creyentes cristianos, así lo indicaban. No sobra decir que el mamarracho arrojado a unos cuantos metros del cuerpo era la pieza clave del caso.

Las manchas de sangre del muñeco, y la tinta roja que salpicó a Julián cuando escarbaba con un palo unas hojas revueltas y secas que sobresalían de unas piedras cubiertas de lodo, y que este reventó inconscientemente la bomba de caucho que daba forma a la cabeza, hacían suponer que sus autores además de enfermos mentales, eran unos fanáticos que sucumbieron ante unos embaucadores, que con ese pretexto se estaban enseñoreando en la ciudad.

Aquella misma tarde, por esas extrañas coincidencias que suceden una sola vez en su vida, de regreso a su oficina, encontró a Rosa -la muchacha encargada de hacer los oficios- zurciendo un muñeco de trapo en el cesto de la basura.

- ¿Qué es eso, Rosa? Le preguntó el comisario.

- Un muñeco, le contestó nerviosa.

- ¿Y esa mancha?

- Es sangre, le contestó, tartamudeando.

Efectivamente, sin sospechar que sería la prueba reina en este caso, sutilmente tomó las experticias de los rastros de la sangre que quedaron en el piso, mientras esta continuaba en sus labores aseverando que se había pinchado con los alfileres que punzaban al muñeco.

- Son cosas de este mamarracho, le dijo a una de sus compañeras de trabajo. Cosas, cosas.

Sabía que lo que estaba haciendo en aquel organismo secreto, era lo último. Estaba mentalmente poseída por sus secuestradores.

- Claro que es ella, sentenció el comisario.

La sangre era la misma que la del otro muñeco.

- ¡Eureka! Gritó mentalmente.

No importaba que el difunto encontrado no tuviera el mismo tipo de sangre ni nada parecido. Ahí estaba la prueba de lo que descubriría más tarde.

- Pero sargento, le dijo Orlando, Ud. es un ingenuo. ¿No será más bien una celada para confundirnos?

Esa misma tarde, mejor dicho, aquella misma noche, en la celebración de otro rito satánico, una nueva víctima cedió en sus deseos de entregar su alma al diablo. Rosa había sellado el pacto con el más allá, luego que sus poseedores mentales querían disfrutar de todo lo conseguido por ella. El comisario, hábilmente se hizo conseguir una orden de pesquisa y penetró en la casa de uno de sus subalternos. Toda una romería de muñecos del horror, sería lo que encontraría.

Esperó pacientemente, porque sabía que regresaría. Julián era su hombre. Los demás fueron cayendo uno a uno. Esa mañana, la ciudad se despertó con una secta satánica menos.

*Este cuento fue escrito en Catía La Mar, municipio Vargas, de Venezuela en 1.994 y hace parte de un libro llamado originalmente “Crónicas Policíacas". Los que no tienen asterisco fueron escritos online por el autor en sus fechas respectivas en Blogger en Colombia.

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