ALGUIEN ME QUIERE MATAR


No publicado en el libro. 
Con esas historias del comisario, se me olvidaba que alguien me quiere matar.
-Ud. no me cree. ¿Verdad?
Eso era lo que estaba diciendo. ¿Cómo le puede creer a un paranoico?
-Es difícil. ¡ah!
Anoche me pasó. 24 de diciembre. Un día especial para muchos. Para mí no. La familia festejaba. Y como yo no tengo nada que celebrar, decidí que la pasaría en el terminal de transporte de Bello Horizonte. Unas pocas cervezas. Allí podría ver ese mundo de los viajeros que llegan desde diferentes partes del país, apresurados por llegar a tiempo a reunirse con sus familias; y cuando uno se congracia con ellos, éstos nos cuentan sus historias sin siquiera preguntárselas. Vienen y van desde diferentes puntos del país. Y claro que uno se conforma con ver cómo van de lado a lado tratando de llegar a sus destinos. Pero como tengo varillas de metal en la columna vertebral, y a veces permanezco sentado muchas horas trabajando debido a mi oficio de artesano, mis micciones urinarias muchas veces me perjudican. Claro que eso se lo debo a “Ríos Revueltos” que no solo me ayudó a confundir, sino a enloquecer. Algún día lo contaré. Tortura sicológica de “Lesa humanidad”. Un delito que nunca deja de ser a pesar que haya pasado el tiempo que la ley considera como tal. Legalmente no expira. Complot. ¿Verdad que no me cree? Crea que los conejillos de indias existen en la vida real, y a veces nos equivocamos porque creemos que están locos. Y no. El país del Sagrado Corazón de Jesús da para todo. Noté que en el terminal de transporte de Bello Horizonte me vigilaban. Son colaboradores con la ley, y claro que prestan un gran servicio.
Yo cometí el error. Salía y entraba del terminal a hacer mis micciones, porque con qué se va a pagar el préstamo del sanitario ya que su servicio es costoso, y el bolsillo no aguanta más que para una sola entrada. Lo entendí. Traté de hacerlo muy cerca de una de las paredes laterales  a un lado de la avenida, y aunque quedan detrás de unos árboles, ya uno de estos guardianes lo tenía intuido. Me estaban vigilando desde que llegué. Es su oficio, no hay que recriminarles, pues están cumpliendo con su deber.
-¡Hey! Me gritó. ¿Qué pasa?
Estaba como a casi media cuadra de la primera entrada.
Yo pensé: “Me tocó irme”.
Si me devolvía, seguramente me amonestaría por haber cometido dicha imprudencia, o incluso en circunstancias así, cuando se es perseguido uno puede ser víctima de algún montaje, y entonces se termina mal. Eso creo, aunque pueda que no.
Ni modo.No quería este tipo de problemas.
Así que decidí irme para la casa. A pie, lógico. Casi a las dos de la mañana, porque en el ambiente se veía que todos estaba festejando. Sin embargo, sospeché lo de la llamada de atención, ya que pudo ser a propósito. Cosas parecidas me han sucedido muchas veces. Es muy extraño que uno sea tan popular en ciertos medios. O de pronto no. Ya en Bellazmin, un condominio cerrado que queda por la misma avenida, llegando a una plaza de mercado, en septiembre, recién llegado a esta ciudad, una vigilante privada me había salido al paso cuando traté de vender en una de las misceláneas que allí existen, mis cachivaches. Mejor dicho, mis mercancías. Me insinuó que fuera a la primera que hay a la entrada, y que dijera que ella me mandaba; es más, llamó desde su intercomunicador telefónico, y aunque no logré contactarme con la dueña personalmente, una empleada o familiar me señaló los productos que quería. Que regresara al otro día muy temprano, y que así era su manera de comprar. No los compraba de una vez, sino sobre pedido. Al otro día regresé muy temprano, y la misma vigilante me dijo:
-Ya la dueña, salió. Vaya al fondo de la urbanización que allá hay otra.
Sin embargo, me creó la duda. Pensé para mis adentros, que tenía que pasar por la que antes me dijo que le llevara lo que había pedido. La vigilante desde la entrada se dio cuenta desde su quiosco de vigilancia, y corriendo casi impide que lograra mi propósito. Yo quería saber sí de verdad era cierto. Ahí estaba la dueña. Falacias. Me trató entonces como si fuera un ladrón, y energúmeno salí del lugar. Lo mismo me pasó en Bogotá durante muchos años, incluso en el Abastos de Patio Bonito adonde fui varias veces a vender libros. Me quitaron la mercancía porque estaba prohibido. Traté de que me los devolvieran varias veces, pero no se pudo. El encargado de la vigilancia privada no hizo acato a lo que solicité. Ya me lo había manifestado en una anterior ocasión. Pero su rostro se parecía, aunque éste era más joven, a uno que nos recepcionó e indagó cuando nos retuvieron con un amigo y fuimos llevados detenidos a un organismo de seguridad con el cuento entre otros, que yo era un subversivo. Vaya casualidad. Era un sitio a donde un familiar también tenía sus negocios. Aunque me lo dijeron después, no lo sé. Siempre se juega con nuestras ignorancias.
-¡Ah! Y claro…
Ya bajando por toda la quinta antes de llegar al primer puente que está al frente de los seguros sociales, un tipo que venía en contra vía estaba esperándome. Lo sabía. Se me abalanzó dejando la bicicleta botada a un lado del andén. Yo me asusté, y me ubiqué hacia la mitad de la avenida:
-¿Sapo! Me gritaba. Deme éso.
Yo estaba a punto de entregarle la maleta con la poca mercancía que llevaba, y sin embargo siguió gritándome:
-¡Sapo!
Mientras como un hábil lanzador de puños, los lanzó contra mi cara repetidamente.
- ¡Ahora si, reviente que estoy empepado!
Drogado, creo yo.
Alcancé a regresar nuevamente al andén, mientras éste se devolvió a recoger la bicicleta que había dejado más atrás. Entonces traté de coger un taxi que pasaba, pero no paró. Enseguida otro que venía, fue parado por una muchacha que no había visto antes, como para impedir que lo tomara. Eso creo. Y enseguida llegó otro y lo abordé luego que el chófer intuyera de lo que me estaba pasando, al ver por el retrovisor como el agresor golpeaba las llantas de su bicicleta contra el piso en medio de un grupo de personajes que aparecieron de entre las sombras a donde habitualmente es un paradero de buses.
Una botella de vino debí tomarme cuando llegué a la casa para controlar los nervios. Y claro que esto es solo una parte de lo que me ha sucedido. Qué haría si Ud. se despertara en un hospital todo ido de la cabeza, con la columna vertebral fracturada, los nervios crispados y entre dopaje y dopaje por los galenos, Ud. alcanza a escuchar voces, y es como si estuviera bajo el dominio de otro que solo se consuela si lo lleva al manicomio?
-¿Qué haría?
Ud. se va despertando y comienza a pensar que durante toda su vida ha sido así, y que existe una mano siniestra que lo ha querido enloquecer, o matar; y sin embargo nadie de los que andan con Ud. se han dado cuenta. Y en ese despertar en que se la ha ido la vida, mientras le juran y re juran que se es un sinvergüenza, los más cercanos le dicen que desaprovechó todas las oportunidades de la vida, y que todavía sigue con el mismo cuento, a pesar de que por culpa de estos hay muchas cosas que le han pasado gracias a esos lenguaraces que sin ton ni son hacen lo mismo que los delincuentes para justificar sus delitos. Ud. comienza creer otra historia basado en lo que le ha sucedido, y lo que le han contado en medio de las locuras y las canalladas, ya que parecen tener algún asidero real.
Ud. es otro. Existe otra historia y no lo sabe pero la vislumbra. Lo demás, son puras distracciones. Distracciones en las que se le ha ido la vida, mientras le hicieron creer que era un perseguido. Todos detrás de su botín. Un legado que todos conocen, pero que uno no lo sabe. Solo lo presume cuando comienza a atar cabos entre las historias de amigos y familiares, y lo va comprobando con otras historias que desconocidos le han contado, y  además que reiteradamente lo han intentado sacar de este mundo. Entre amenazas y amenazas Ud. se va formando otra historia.
Y sin embargo, Ud. es un loco. Eso dicen.
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