MUERTE EN CAPITOLIO


En la estación de Capitolio del metro de Caracas, murió Bill el 12 de febrero de 1.993 a las 3 P.M., atropellado y destrozado por el conjunto de vagones que a esas hora se movilizaba rumbo a Propatria, en medio del estupor de los presentes que lo vieron arrojarse a los rieles en el momento que se movilizaba vertiginosamente a recoger pasajeros. "Suicidio en Capitolio", "Perturbado mental muerto en el Metro", y otros más lemas periodísticos de los medios de comunicación que cubrieron el suceso, pretendieron sugestionar a la opinión pública con el lamentable suicidio. La verdad era otra. En esta ocasión Bill acababa de ser dado de alta de una clínica de reposo adonde estuvo internado por varias horas desintoxicándose del exceso de drogas y alcohol, que fueron las causas por las que lo llevaron unos agentes que lo encontraron postrado en una de las calles del centro, en la que a esas horas la ciudad se engalanaba con todos los que llegaban a departir el espíritu nocturno y agitado en ese sector de la ciudad. Según lo que comentó el comisario Rincón al Embrujado, a este le había sucedido un bochornoso espectáculo muchas horas antes de entrar a uno de los vagones del metro.


Bill, que tenía como costumbre, celebrar sus famosos viernes culturales en la taberna del "Acuario", en aquella ocasión se le fue la mano en los tragos, y al sentirse mareado se retiró del recinto sin despedirse de sus amigos, masticando despaciosamente unas papas fritas que le había pedido a la tendera junto a una lata de cerveza que llevaba en la otra mano, como si quisiera prolongar la vida eternamente. La cercanía a la estación, la prisa que llevaban los peatones después de un largo día de trabajo, la congestión que a esas horas se formaba en las autopistas y las carreteras que iban hacia la playa porque en los fines de semana siempre había fiestas; el reencuentro de los enamorados que querían disfrutar de los despejados atardeceres con un clima acogedor, la felicidad con que salió del establecimiento le permitieron apearse sin tener en cuenta la prohibición de no entrar en esas condiciones a la escalera eléctrica que comunica la calle con el estacionamiento subterráneo, tarareando una vieja canción de amor que siempre tenía por costumbre entonar cuando llegaba a casa.

Uno de los vigilantes del Metro descubrió desde lejos su infracción."Ni más faltaba que un ebrio tomando caña y comiendo papas en ese estado lamentable, irrespetara a los pasajeros con ese espectáculo", pensó este.

Desorden y alboroto provocaron la llamada de atención. Bill protestó. Hizo lo imposible por no dejarse llevar del brazo del vigilante que a empellones lo devolvió de nuevo a la calle. Ya era de noche y la noche podría convertirse en un infierno aunque hasta ahora todo afuera estaba bien. A pesar de todo no hubo reclamos groseros de su parte ni los desmanes exabruptos del guardián, fueron lo suficientes como para indilgarle otra cosa. Algo normal en estos casos. Aquí no terminó todo. Este arrojó la lata vacía con rabia a la mitad de la calle sin que los guardias militares que custodiaban el Capitolio en este sector se dieran cuenta de ello. Sintió desazón por lo que le acababa de suceder. "Bueno, devolvámosno, ahora si creo que podre llegar a mi casa, pensó".

Dio la vuelta y se regresó hasta la entrada del Metro. Abordó nuevamente las escaleras llevando consigo el cosquilleo nervioso de lo ocurrido anteriormente, y se acercó a una de las ventanillas a comprar su boleto. Alcanzó a traspasar la maquina registradora dispuesto a esperar el Metro pues ya sabía de los trancones que a esa hora se formaban en los carritos que lo llevarían hasta Catia la Mar. Estaba un poco fatigado ya que no estaba acostumbrado a estos percances. La suerte no estaba con él.

Desde hacía muchos años le estaban sucediendo tantas cosas malas, que a veces creía que alguien le estaba haciendo un trabajo de brujería para perjudicarlo. En "El Silencio", hacía unos pocos días, lo habían atracado.

Acababa de llegar de la playa, y cuando se disponía a dirigirse hacia Chacao, un desconocido le salió y por la espalda le dijo:

- Quieto, mama huevo. Muestre haber que es lo que lleva.

No llevaba mucho, pero aún así, logró reunir el dinero para regresarse.

Nunca le había pasado esto. En el trabajo, uno de sus compañeros lo había acusado injustamente de estarse sacando a las escondidas los utensilios para desempeñarse en su labor.

Para acabar de completar le parecía que ahora la ciudad adonde había vivido la mayor parte de su vida lo desconocía. Frecuentemente se vio asediado por agentes del orden para ver si llevaba los papeles en regla. Es cierto que últimamente se presentaban trifulcas en el Centro de Caracas, y que los desatinos de anteriores de sus lideres lo habían colocado como marioneta en medio de una ciudad llena de extranjeros. Y él ahora se creía que era uno de ellos dentro de su mismo país. Muchos años antes de morir su padre.., (Cuento hecho de otra manera en el libro).

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