CONCIENCIA


– ¡Hey! Siga tomando. Se lo dijo, mientras iba en una bicicleta. En el barrio Motorista, al lado del terminal de transporte intermunicipal del sur de Bogotá.

 

“Conciencia” que estaba leyendo sus relatos, sabía que los escritores podían cambiarlos a su antojo. Qué por unos cuentos leídos por unos pocos, e incluso no publicados, serían perseguidos por autoridades. Muy contrario a lo que todo mundo dice: “El que nada debe, nada teme”. Es como si por el hecho de pensar, se castigara. Estigmas de familia y de gendarmería que siempre se dieron en estos países atrasados y subdesarrollados cuando las dictaduras florecieron, y los Estados se manejaban como si fueran las grandes haciendas de unos pocos. En épocas remotas, claro está. Sí, era por eso. Pretender que porque se tomaba una cerveza y no poder crear sus mercancías en la casa para salir a venderlas en las misceláneas, y por la zozobra en que vivía, y que era orquestada por los mismos vecinos que a toda costa lo querían muerto, lo obligaron a caminar por las calles sin tener un destino fijo. Los clientes ya no le compraban, como si alguien se los estuviera sonsacando. Si. Y así como en el ajedrez, el cuento lo podía cambiar. Podían ser infinitas historias como en "Las Mil y una Noches” en la que Sherezada va contando las suyas al rey para evitar su muerte. Y además, cómo se puede escribir y publicar algo por Internet, cuando hasta ahora es un folletín en el que faltan las argucias literarias para hacerlas creíbles, y que de publicarse la gente la pudiera leer y recibir alguna enseñanza.

 

Era como si le estuvieran leyendo su pensamiento. Quién puede creer eso. No tenía un peso en el bolsillo, y ahora si se tomaba una cerveza, o porque le habían dado alguna dádiva que no había pedido, lo amenazaban.

 

Desde niño le sucedió lo mismo. Cuántos empleos le habían dañado. Le querían hacer creer que era por eso. Sherezada había contado historias hermosas. Y a cambio solo podía escribir sobre amenazas y persecuciones, mientras trataban de crear el pánico dentro de su misma casa. “Conciencia” sabía que al comenzar el cuento, se lo habían querido finalizar en la vida real. Enredos sutiles, mediante los cuales le informaban que era un perseguido. Embrollos de familias en las que estaba como en el libro que 30 años antes le hizo leer un Piedrahita -exdetective expulsado del Departamento Administrativo de Seguridad (D.A.S) - “El Extranjero” de Albert Camus, y en el que vaticinó que desde niño estaba en esa maraña de hostigamientos porque no conocía su historia. Los demás sí. Y como para mantenerlo en esa situación, ahora no tenía derecho a vivir en la casa.

 

En fin, algo parecido a lo de Maquiavelo: “Créale un enemigo a tú enemigo”.

 

Demasiado sutiles como para enredar a cualquiera. Ni podía dormir ni podía cocinar ni hacer nada en su casa. Para reforzar el cuento, por las calles lo amedrentaban. Eran secretos antiguos.  Y “Conciencia” lo único que quería saber era cómo estaba pensando “El Embrujado”. Lo mismo que hacían sus perseguidores. Así, de sencillo.

 

Y leyendo estos relatos, supo lo que el comisario Rincón le contó. A pesar de todo “El Embrujado” no lo entendió, luego de haber escrito a su manera, las aventuras que le quiso contar, para que así pudiera descifrar el por qué había llegado a otro país. Ni siquiera entendió que el complot iba mucho más allá de donde había nacido, y que cuando llegaron los de la Guardia Nacional a burlarse en componenda con los propietarios de “los Corsarios” en las playas del mar Caribe en Catia La Mar, no era más que el estigma urdido durante años en su propia patria. Estaba escrito que todo lo que le pasaba no era más que un extraño complot de policía gestado posiblemente desde su nacimiento. Sus relaciones de familia, así lo indicaban. Parecían que salieron de esos mundos en que el ser humano no es más que la volátil llama de un pasado, y donde la leyenda toma forma mediante sus acuciosos perseguidores que van detrás de lo que se puedan conseguir, luego que sus propios familiares incitaban con sus historias a imaginarios malsanos, que con “Ríos Revueltos” y “Pandilla Salvaje” en esos oscuros mundos de barbarie, incitados por el posible dinero de por medio, lo quisieron perjudicar hasta llevarlo a la desgracia. Incitaron a todos aquellos del bajo mundo, sin este saberlo. Orquestaron todo un festín macabro de persecuciones y de amenazas en la que todos los que lo rodeaban también estaban secuestrados mentalmente por estos personajes que “Conciencia” muy bien conocía. No eran los perfectos representantes de ley. Se les parecían a los antiguos feligreses que con el ánimo de salvar sus deudas de religión y de fe, hacían lo que sus orientadores decían en un país demasiado alienado, en aquel mercado de las banalidades donde todo se compraba con dinero, pues los encargados de hacer que la ley fuera ley, ensimismados en sus sueños, creían que los bienes ajenos también podrían ser suyos. Eran los Dioses que inspiraban los sueños de un mundo mejor, pero en medio de esos marasmos de violencias, terminaban dueños de los legados de los que murieron sin saber por qué, en unas ciudades a donde se decía que la ley florecía todos los días. Mediante subterfugios se compraban conciencias, y hacían lo que no tenían qué hacer por derecho y por ley. Todos querían participar de aquel festín, y no hubo día ni sitio adonde “El Embrujado” fuera perseguido como a cualquiera de los maleantes que según la prensa eran los verdaderos responsables del caos reinante. Defenestrado y humillado, mientras la muerte se reía a carcajadas. Cuando estuvo casi muerto, en medio de aquellos aquelarres de los supuestos brujos que lo perseguían, recordó lo que el comisario Rincón le contó en ese otro país. Sólo así “Conciencia”, comprendió la inmoralidad de aquel país señalado por los Dioses como el más perfecto en sus leyes y en sus sueños. Era tarde. Tendrían que pasar muchos años, para que otros imaginarios reemplazaran a esos mundos donde la realidad estaba al revés.

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