1.
Estas son historias antiguas que “El Embrujado” recordó, cuando le quisieron hacer creer que no tenía derecho a vivir. Mediante argucias se las fueron contando, y así terminó convencido que era cierto. Se lo decían y se lo repetían de muchas formas, que incluso fue objeto de extraños sortilegios que se utilizan para que la persona no sea dueña de sí misma, si no de lo que quisieran aquellos brujos. Hasta hubo una amiga que desde muy joven, le persuadió que las historias que contaban todos aquellos amigos eran tan ciertas, que dejó otros sueños, porque en verdad creía que allí también podían estar los suyos. Existen maneras fantásticas que hacen que los hombres se vuelvan más niños y terminen convencidos que los ideales que les crean destinos son los mejores que existen. Creyó que el mundo podría ser perfecto y que aquellos dioses eran los mejores que este le podría deparar. Su verbo convencedor, las amistades que le fueron surgiendo, los supuestos ideales que otros perseguían, podrían ser los artífices del universo que soñaba. Vivir una vida así, mientras la realidad lo iba amilanando ante los vientos de perseguidores que desconocía, y sin saber por qué, era una forma de soportar lo que soñaba. Ni siquiera “Lengüitas” o mejor dicho la misma "Lenguilarga", ni “Orejitas” ni “Ríos Revueltos” existían en su mente, pero los que lo rodearon le estaban desbrozando el camino para que los conociera.
En esas calles nauseabundas para muchos, disfrutaba de la cotidianidad pasajera, porque en cierta medida lo vivía. Al llegar a aquella casa que trastornó sus sentidos, nunca pensó que estos personajes eran de carnes y de huesos. Podrían vender hasta a la mamá, si lo pudieran. Eran dobles. Sus secretos se quedaban entre aquellos imaginarios que a veces se parecían a los paladines de la libertad que soñaba, y otras veces no eran más que unos ventrílocuos que tenían unos discursos que conmovían a cualquiera y los usaban entre las multitudes para atraer y crear sueños, luego que se disfrazaban muy al estilo de lo que hizo “El lobo feroz” en la historia de “Caperucita Roja”.
Tal vez por esos sueños y porque lo conocían bien, mientras trataba de sobrevivir en aquel mundo inhóspito con sus recursos de sobrevivencias, era juzgado como si fuera un peligro o un desadaptado social. Tan convincentes, que nunca comprendió, que cuando llegaron a aquella casa iban muy dispuestos a sus conquistas en las que también estaba incluido su muerte. No era casual que de antemano le enviaran mensajes, que se los fueron dando a entender. Era un mundo donde todos estaban felices porque tenían a su mano todo el poder que les daban sus historias de guerreros. Unos hablaban de guerras en defensa de la patria, y otros querían ser los subversivos porque esas libertades ni siquiera existían dentro de ellos. Y sin embargo todos eran felices realizando lo que querían. Ya este no tenía ambiciones tan ambivalentes porque en su realidad soportaba una persecución de carácter personal mediante las obsesiones sicológicas de los guerreros en las calles, que le convencieron que estaba bajo el poder omnímodo de estos. Si hubiera comprendido que lo suyo no era más que la consecuencia de una familia de personajes que aparentando ser de ley, querían disfrutar en esos bajos mundos adonde el honor y la familia no les importaban, sino los bienes ajenos, y a favor de las cofradías de sus familias y de los imaginarios que venían a ejercer el poder, que se confundía con los que lisonjeaban sobre el derecho y la ley. Solo con los años lo pudo entender. No era de política ni de religión ni de ley. Eran voraces conquistadores que a su paso fueron construyendo negocios y casas con aquellos sueños que anhelaban en lo personal, mientras en medio de esas confusiones en que le hicieron creer que era por otra cosa, fueron los aquelarres de esos mundos sumergidos en la memoria de los antiguos que lucharon contra la voracidad de los cristianos en las guerras santas. “Todo era satánico”. Todos aquellos que no hicieran parte de sus cofradías serían desterrados o muertos mediante las formas sutiles de enloquecer y amedrentar. Hablaban de brujerías y de mundos desquiciados de la droga, pero en verdad querían apoderarse de todo lo que pudieran. Así fue, como en los tiempos de la inquisición española, estos imaginarios se posesionaron de bienes materiales e intelectuales ajenos, con el pretexto de que venían a imponer la ley. No era casual que todos los mendigos, los impostores, y todos aquellos que estaban dentro de sus vicios y manías maquiavelistas, terminaron bajo sus designios, luego que fueron usados contra este. Sus amistades y mentores después de rasgarse las vestiduras no eran más que unas arpías que usando los sueños ajenos que ellos mismos creaban, en sus hogueras como en esos viejos tiempos de la ignorancia, destruían todo lo bueno que hubieran forjado. Así fue como este comenzó a conocer de otras historias nefastas, que estaban ocultas para el común de las gentes. Sus oficios eran de guerreros pudibundos en los que alguna vez creyó. Eran de ley, y todo lo querían para sí. Eran fantasmas de mundos ajenos.
2.
En estas historias “El Embrujado” comprendió muchas otras. En Chacaíto en el Gran Café, en Caracas, mientras deleitaban un sabroso café y eran atendidos por Henri Charriére, el autor de “Papillon”, el comisario Rincón le quiso hacer comprender que su llegada a esa ciudad, no era más que la consecuencia de un intrincado trabajo de persecución por cuenta de un estigma de familia y un extraño complot de policía en la que para fortuna suya todavía estaba vivo, y lo único que quedaba era abrirse camino muy lejos de su patria. Sus perseguidores eran del alto curubito, aunque no lo creyera. Estaba marcado por esos dioses. Para romper esa cadena de misterios y acorralamientos, tenía que aventurarse en otros mundos casi imposibles de forjar, porque aunque no lo quisiera, ese era su destino.
En “Los Corsarios”, en aquel trabajo que le consiguieron tan pronto llegó a Venezuela en uno de los edificios de la urbanización Playa Grande de Catia La Mar del municipio Vargas, la Guardia Nacional llegó presurosa, y sin tomar todavía posesión del cargo ante aquellas cofradías de familias, donde retozaban viajeros del mundo que iban desde pilotos de aviación hasta comerciantes, y navegantes marinos de otros países que frente al mar Caribe explayaban sus sueños, mientras se bañaban en aquellas costas con mujeres hermosas, y donde los hombres que creían que aquel espejismo era lo mejor que podían tener. Familias que creyeron que estaba verdaderamente ido de sí mismo; y quienes lo quisieron tener constreñido sicológicamente, muy al estilo de aquellas novelas famosas de detectives, le hicieron un teatro furtivo. Y fue tan fastuoso, que aquellos emperifollados con linajes de guerreros, aparentaron un allanamiento por cuenta de la ley de ese país, luego que estos acuciosos y modernos guerreros llegaron pisando duro, abriéndose camino desde la entrada de aquel condominio con un césped bien cuidado, entre el cemento bien erigido de la entrada que iba hasta la edificación que en un amplio trayecto, a un lado tenía una bella piscina privada, que sirvió para que algunos de los habitantes e invitados casuales a este sainete, pudieran vivir el espectáculo cuando llegaron con todos sus trastos personales, a un apartamento prestado por uno de sus dueños; y así aquel edificio se convertiría en una extraña ordalía donde el agua terminó anegando los pasillos desde el séptimo piso hasta el primero, porque según el teniente coronel de aquel pequeño regimiento encargado de hacer su labor anti drogas en el aeropuerto de Maiquetía, la tubería del agua estaba dañada, y como consecuencia terminaron vertiendola en la edificación por todos los resquicios de los pasillos y las escaleras, luego que los aventajados soldados iban y venían por aquellos ascensores con sus botas y sus uniformes mojados, burlándose de este.
Ya para ese momento en Chacaíto, el comisario Rincón se lo había advertido. Se trataba de hacerle creer que era un allanamiento, mientras los emperifollados dueños de aquel condominio se burlaron entre sí, con sus apariencias teatrales. Aunque no entendió el por qué, y por cuenta de quién, semejante sanedrín, supuso que lo querían enloquecer. ¿Cómo lo podría comprender? Llevaba poco tiempo en aquel hermano país. ¿De qué se trataba? Recordó su llegada muchos años antes a la “Casa Embrujada”, cuando unos vecinos de la gendarmería y de otros grupos oficiales, llegaron haciendo lo mismo a construir sus sueños en los que estaba incluido. ¿O era una persecución de familia, o de ley? ¿De qué se le acusaba, sin él saberlo? En esos extraños trabajos que le fueron haciendo, alcanzó a recordar las historias que le contó el comisario Julio Rincón en el “Gran Café”, y que finalizó escribiéndolos, y que se convirtieron en pesadillas mortales, a pesar de que fueron dictadas por otro. Así comprendió que su mundo estaba incluido en el de estos guerreros falaces, que como dioses todo lo querían para sí. Recién agredido por Damián en aquel callejón, mientras trataba de salvar a una mascota suya de sus colmillos donde fue mordido de manera rabiosa por este, y solo al sentarse en el baño para hacer sus necesidades personales, pudo ver cómo su sangre manó a un lado de la ingle. Estaba herido. Algún tiempo después, “Primorov” le dijo, que el pobre animal era un gozque que no pudo ser entrenado para estos menesteres. Según el médico que lo atendió en el instituto de medicina legal y ciencias forenses en Bogotá, le dijo que pudo morir en aquel trance. Y claro que el accidente casual, muchos años después en Catia La Mar de Venezuela, al escribir aquellas historias, fue captando que existía una marca silenciosa, y que por esta le querían quitar la vida subrepticiamente haciéndolo aparecer como un loco, o un rufián de mala muerte. Al final comprendió que durante todo el tiempo que vivió en aquel callejón y durante toda su vida, fue perseguido por los mismos guerreros que en otro país le aparecieron. Ya nada le era ajeno. En medio de las supersticiones y creencias del Caribe, recordó cuando fue a protestar ante el dueño de Damián -como se llamaba aquel animal- y que se parecía mucho al que Clavijo ocultaba cuando iban con otros amigos a trabajar en aquella casona vieja, adonde funcionó muchos años antes una fotografía famosa en el barrio de “Santa Bárbara” en pleno centro de Bogotá, y que además era como informándole de lo que le sucedería en la “Casa Embrujada”, cuando entre risas y charlas con unos jóvenes lozanos y ajedrecistas, le insinuaron que se leyera a “El lobo Estepario”. Libro que terminó leyendo.
Así comprendió la historia de “Mil Muertos” en el local de Henri Charriére. Una extraña y curiosa leyenda en la que todos estos personajes para llegar hasta esos recónditos mundos tenían que ser los sobrevivientes de miles de aventuras, que debían saber las muchas formas para sacudir a una persona de su entorno sicológico, y en las que los “Lengüitas”, “Los Orejitas”, y “Los Ríos Revueltos”, no eran nada en comparación con estos. No eran de política ni de religión alguna. Eran solamente una forma de vivir. Existían en la vida real, muy al estilo de los samuráis en el Asia, pero carentes de una ideología particular que los sustentara. Eran guerreros y nada más, o más bien eran mercaderes de la muerte.
En Aquella casa entendió, que para conocerlos mejor, no podía seguir viviendo allí porque terminaría muerto. “Los Mil Muertos” estaban en todos los lados, persiguiéndolo. Siempre habían estado ahí, pendientes. Y esos eran sus secretos. Tendría que invocarlos, para poder exorcizarlos. Lo que no supo en su momento en aquel país hermano, era que esa pesadilla lo continuaría persiguiendo durante toda su vida, por cuenta de estos personajes misteriosos y siniestros, muy a pesar que el comisario Rincón abrió la senda para publicar estos escritos.
3.
Si bien es cierto, en una escuela de Picaleña en Bello Horizonte, el director Reyes en medio de la algarabía y el susto de los estudiantes en la práctica de deportes que allí se hacía en las horas de la mañana, sobre una explanada y casi montaraz al final de ella, muy cerca de donde existen unas canchas de fútbol, le gritó:
- ¡Hey! ¡Profe…! ¡Arrójese al piso!
Este ni siquiera sabía que estaba siendo víctima de un extraño complot, porque no estaba advertido. Sintió cuando las balas rozaron su cabeza, mientras todos los estudiantes asustados ya estaban sobre la tierra, y de los dos profesores solo uno logró guarecerse al arrojarse sobre el césped pisoteado por las prácticas deportivas de los jóvenes. Este que ni siquiera comprendió que su vida estuvo en peligro, lo único que hizo para evadir lo dicho por el compañero de trabajo, fue acercarse más a la carretera Panamericana. Al cruzar la vía junto con los alumnos y el profesor Alberto, comprendió en ese breve instante que algo grave había pasado desde bien adentro de aquel potrero que al final terminaba en una arboleda que impedía saber quién o quiénes hicieron los disparos. Y aunque existían otros hechos acaecidos, nunca entendió que posiblemente semejante situación pudo ser preparada. Ambos fueron al sitio de donde salieron las ráfagas, y se encontraron con un gendarme que había colocado su polígono para practicar tiro al blanco justo al frente de donde practicaban la educación física con los estudiantes de la institución, sin saber o sabiendo que estaban en dicha clase.
Así son estas historias de guerreros. Muchas veces sus prácticas pueden ser mortales. Se informó que en este mundo todo podía suceder. Sus alumnos, unos niños todavía, habían estado también a merced de un accidente casual, muy cerca de donde funciona el club Campestre de Bello Horizonte, y adonde los empleados de esos años tenían estudiando a sus hijos en aquella escuela.
En “La Casa Embrujada”, recién llegado, supo que en estos menesteres los guerreros estaban por todos los lados. No eran enemigos de nadie. Ese era su oficio. Y en esos oficios, también se podían crear suspicacias. Eran los imaginarios que venían desde antaño, y que le informaban que “de tal palo tal astilla”. No era nadie para censurarlos. Pero estaban ahí, sumergidos en su mundo. Y aunque eran de los mejores, sin embargo, le tocó la peor de estos. Es como si fuera su enemigo. Con el tiempo se convirtió en una obsesión sicológica, como si de verdad fuera alguien importante para ellos. Tal vez, podría ser la consecuencia de una escritura de un legado de familia que podría existir, que tenía influencia en algunos miembros de estos estamentos policiales. Y así fue como entre pesadillas y desvaríos comenzó a oír voces fantasmagóricas que le informaban de sus desgracias como en aquellas noches saturnales que nos describe “Hermann Hesse” en “El Lobo Estepario”.
Eran sombras que iban y venían, y reptaban entre sus pensamientos, advirtiéndole de lo que le deparaba el destino. Aunque sus voces eran amenazantes, el tiempo las fue depurando entre el sueño obnubilado por el cansancio y el hastío del temor a que estuvo sometido, y pudo escuchar cómo charlaban entre sí. Los fue conociendo mejor. Eran tan condescendientes en su forma de tratar, que nadie creería que de los mundos que venían desde la antigüedad de los tiempos, eran tan mortales que cualquiera podía equivocarse con sus aquelarres que se confundían con los brujos y sus pócimas, que lo podrían llevar al universo de donde salieron. Eran espejos de ultratumbas adonde tras las sombras el destino de cualquier persona podría estar en su designio. Cuando los escuchó hablar sonrientes, comenzó a correr por esas calles de cemento, y quiso morirse. Su corazón agitado casi que no aguantaba el pánico, y solo le quedaron como recuerdos las varillas incrustadas en la columna vertebral en una operación hecha por unos buenos cirujanos en el Hospital de la Hortúa, para que no quedara parapléjico, o muerto a consecuencia de la fractura que se hizo tras saltar desde un segundo piso en “El Bienestar Social del Distrito” en la calle once con octava en La Alcaldía de Bogotá, oyendo sus voces amenazantes, luego que en las calles tuvo que sobre vivir a toda una serie de persecuciones a cuenta de estos personajes siniestros.
Hablaban en medio de sus ociosidades. Y parecían tan tranquilos que nadie podría asegurar lo contrario. “El Embrujado” había perdido su memoria. Su razón de ser ya no estaba en este mundo. Hablaba entre los dientes presionados y la lengua recogida, que nadie entendía lo que decía. Se quiso morir, pero el recuerdo de estos, le permitieron gritar cuando lo quisieron llevar a un manicomio:
- ¡Mendaces! Todavía estoy vivo.
- ¡Uf…! Decía uno de “Los Mil Muertos”. Se sentía cansado, y solo se dio cuenta que “Orejitas” lo miró despiadado ante su fracaso.
“El Embrujado” los veía tan tranquilos, que creyó que “El Orejitas” y “Lenguilarga” estaban descansando.
- ¿Cansado?
- Un poco, contestó “Mil Muertos”.
- Es duro este trabajo.
- Mucho, dijo.
Ya para este momento, el pánico no dejaba tranquilo a “El Embrujado”.
- “Ríos Revueltos”, lo drogó. Dijo “Orejitas”.
“El Embrujado” que había estado por las tierras de La Fragua en Bogotá, había sido víctima otra vez de este personaje. Por la veinticuatro, cerca de la avenida primera, Don Ramiro, quería que siguiera siendo su cliente.
- Es una lástima, dijo “Mil Muertos”. Ramiro se va a morir primero. “El Embrujado”, también es un guerrero. Ha aprendido con nosotros.
- Hay que presionarlo, dijo “Lengüitas”.
- “Ríos Revueltos” dice, que no hay día que no ordene para que sus agentes lo instiguen. Ya le echó todas las pestes de las calles. Es imposible que se salve.
- Ya se salvó. Tiene varillas en la columna vertebral, dijo otro.
Todavía “El Embrujado” recordaba cómo se había puesto a romper los vidrios en la casa que vivió en el barrio San Antonio, convencido que iban a llegar los luciferinos a matarlo.
Todas las cajas de cartón que tenía con sus corotos, las dispuso como si se estuviera preparando para un combate, y cualquiera que lo hubiera visto comprendería que estaba dispuesto a hacerse matar. Se consiguió un cuchillo, y andaba dispuesto a defender lo suyo, luego que en una radio patrulla de la policía llegaron unos gendarmes a ver qué pasaba.
Decía que lo iban a matar.
- Está drogado, le dijo uno de estos a su mujer.
Y así lo llevaron en la patrulla veintidós hasta San Victorino, y lo dejaron libre.
- Ve, dijo “Mil Muertos”, aunque lo matemos es noble. No va a herir a nadie. Solo se matará.
- ¡No! Dijo “Orejitas”. Ya pasó por eso. Hay que ayudarle a bien morir.
"Mil Muertos” para llegar a ese rango, tenía que sostenerse y no dejar que lo confundieran. Al fin y al cabo era un intelectual de la muerte, y ya había sido descubierto por “El Embrujado”, a pesar de su locura.
- Sí, lo tenemos drogado, hay que matarlo en la casa, y hacerlo aparecer como producto de una discusión de familia.
Aquellos personajes se lo recordarían más tarde. Después de salir del hospital, uno de los vecinos en “La Casa Embrujada” se le parecía mucho a uno de los patrulleros que lo sacaron del apartamento en el barrio San Antonio cuando pretendía defenderse de los que creía lo iban a matar; y así se dio cuenta que era amigo de un vecino gendarme y que presumiblemente actuaba a favor de familiares.
A veces estos en sus potros de acero lo esperaban desde el Cafam del Centenario, y tan pronto lo veían, aparentaban ir por él, mientras se burlaban y hablaban duro para que los escuchara:
- Allá va “El Embrujado”, decían.
“Lengüitas” decía, que había que hacerlo pasar como loco. Y así “Orejitas”, cada que podía mediante las ondas hertzianas le enviaba mensajes amenazantes con sus transmisores.
- Es que cuando se le da una sustancia sicótica, así puede escuchar las voces o ruidos distantes que una persona normal no escucharía, y sabiendo esto le podrían hacer perder la razón.
- No, dijo otra voz. Ya lo vivió. En medio de su locura nos está analizando, y ya sabe que lo queremos llevar hasta el otro mundo.
- No hay que dejarlo pensar. Que lo provoquen en las calles, y dentro de la misma casa.
- Ya tiene su infierno en la cabeza.
Cuando iba a comprar algo adonde unos buenongos paisanos, a veces lo engañaban. Le daban lo que no pedía, o le decían que no había pagado. En todos los negocios del sector se corrió la voz, que le tenían que hacer creer que no era de fiar. Discutía y protestaba. En San Victorino, los más audaces hasta piropos le echaban, pues habían regado el cuento de que era marica. Otros se burlaban. Sus vecinos le golpeaban vociferantes. Un chófer de una buseta en la “Casa Embrujada”, en un diciembre se hizo pasar como curita, y allí en ese callejón hizo un fastuoso teatro dantesco donde todos confesaron sus crímenes, como para que los escuchara. Un tiempo después, supo que a un tío paisa y toda su familia, un cura falso los puso a rezar y orar aparentando celebrar una misa católica en una mansión que tenían, y luego que les sonsacó un montón de dinero, desapareció. Al averiguar en la diócesis, supieron que los habían estafado.
- Perdónanos señor, que vamos a matar a “El Embrujado”, decían.
Era dantesco. Se vio obligado a tomar unas pastillas formuladas por los médicos del Hospital de la Hortúa para que se sintiera bien. Su lengua se agarrotaba, y su pensamiento se trastornaba, porque la pesadez de sus ojos hacía que los mantuviera cerrados, luego que la modorra en su pensamiento lo tenía durante horas ensimismado.
Así fue como en ese breve respiro en el que todos comenzaron a hablar sobre este, captó cómo su vida había estado en peligro, y decidió que ya no se mataría. Había llorado a solas muchas veces. Había sido aporreado por desconocidos. Había visto muchos animales conocidos muertos, que sus perseguidores le arrojaban por las calles. En el parque de San Antonio, una vez vio desplomarse a un desconocido por un disparo, luego que su asesino huyó en una moto, mientras los vecinos gritaban denuestos por lo acaecido a la víctima. Antes de abandonar a Bellavista, cuando tres viles muchachos con sus disfraces de desarrapados lo esperaron muy temprano de la noche antes de llegar a su casa, y en la que un gendarme muy mayor le confesara después que los que lo quisieron matar, eran dos jóvenes y una muchacha disfrazada de hombre como si los distinguiera. En una de esas mañanas que salió sin ningún sentido de sí mismo, y con mucho miedo por la avenida sexta con Caracas, vio a otro muerto al frente de la estación Cien de Policía, que había caído de un volquete de esos que vemos frecuentemente llevando escombros y piedras, y al descargar su contenido sobre el pavimento, lo primero que cayó fue el cadáver de un hombre. El sector fue acordonado por los gendarmes que no entendían cómo las piedras que transportaba para arreglar aquellas calles circunvecinas cargaban un cadáver.
Al oírlos hablar, aunque con miedo, entendió que estaba en las manos de “Mil Muertos”.
- El ya sabe de nuestros oficios.
Escuchó en medio de su pesadilla, lo que decía otro:
- Hay que seguirlo hostigando. Tenemos que ayudarlo a que se mate, o mate.
- ¿Mucho cansancio? Preguntó alguien desconocido para este.
“Mil Muertos” se sentía indispuesto ante la actitud de sus colegas que pretendían apoderarse de sus actividades.
- ¿Y si todos los que inducimos a estas locuras se mueren, por qué a este no?
“El Embrujado”, nuevamente se sintió acorralado. Llevaban años en esto.
Ahora comenzaba a oír voces y voces diferentes que lo acusaban y lo querían matar. En el Hospital de la Hortúa, según los galenos que lo operaron, creían que podría arrojarse por una de las ventanas. Por eso, según dijo uno de los cirujanos que realizaron con éxito la operación quirúrgica, la tuvieron que demorar más tiempo para hacer, por el peligro que representaba su condición esquizofrénica.
“Mil Muertos” lo sabía. ¿Cómo había podido soportar semejante locura?
- ¡Uf…!
Aquel guerrero estaba cansado. Pero su voz era coherente y hablaba con otros “Mil Muertos”. Los escuchaba claramente. Eran fríos. Sus rostros reflejaban en el que los viera, pavor. Sus narices encorvadas, sus ojos ensangrentados, sus caras llenas de rabias lo sobresaltaban en sus sueños.
- ¿Cansado? Preguntó uno.
-Un poco, dijo. ¿Cómo le fue?
-Bien, respondió. No tanto como a fulano.
-A mí en cambio, me fue de lo mejor. ¿No me cree?
Eran fríos al hablar. Y sin embargo…eran condescendientes.
-Dicen que a zutano le fue de lo mejor. ¿Es cierto?
-Eso dicen, respondió aquel “Mil Muertos”. Los míos en cambio son perfectos.
-Lo mismo digo yo, contestó el otro.
“El Embrujado” trató de entender aquella charla, que para cualquiera podría parecer monótona. Para él, no. La entendía. Eran voces que en cualquier momento podrían convertirse en amenazas.
-Sabe, dijo uno. Mis muertos no se parecen a los suyos.
- ¿Y por qué? Contestó.
-Los muertos no hablan.
“¿Acaso él estaba muerto? Pensó”. Sabía que eso no era cierto. Todo se podía saber.
-Mi trabajo fue de años, dijo uno.
- ¿Y por qué cree que el mío no?
Era una charla dantesca. No creía lo que soñaba.
-Al mío lo atropelló un carro. Si supiera todo el esfuerzo que hicimos para que cayera en nuestras redes.
-Lo mismo digo, del mío.
-Sabe, nos trasnocharnos y conservamos la tranquilidad. Casi todo fue planeado. Excepto, aquel que lo hizo. Mis comparsas amanecieron departiendo con este, y uno de ellos tuvo que invitarlo a desayunar en la plaza de mercado del barrio Santander. Casi que les toca llevarlo empujado.
“Ríos Revueltos” lo llamó al celular desde donde vigilaba impaciente, mientras los otros se hacían los desentendidos hasta que hubo la oportunidad. Lo llamó a tiempo, e hizo que se entretuviera observando hacia el lado contrario, pues sabían que lo tenían que entretener. El respondió a la llamada, mirando hacia otro lado y…
- ¡Zas! ¿Me entiende?
-Muy intelectual respondió el otro. Por eso digo, que los nuestros no se pueden comparar con los de zutano o perencejo.
- ¿Fue perfecto, sí o no?
-Espere le cuento el mío.
La historia de este “Mil Muertos” era una historia larga.
- ¿Sabe que “El Embrujado” ha sobrevivido a muchas?
-Eso dicen, contestó el otro.
-Al mío tuvo que hacerse el trabajo durante unos años. Le bajamos la moral.
En su propia casa, su primera novia lo engañó mucho tiempo. Después de varios hijos, tuvimos que esperar otros más. Y yo siempre ahí. Pendiente.
-Claro, dijo el otro. Al fin y al cabo, nuestra labor es así. Somos pocos los que llegamos a este grado. Y tenemos que sostenernos. Si no, salimos desprestigiados, o muertos. Los “Lengüitas” no son nada en comparación con nosotros.
-Pero ayudan, respondió.
-Como le digo, a mi cliente tuve que analizarlo siempre.
- ¿Y ganó mucho?
- ¿Ud. no ha ganado con los suyos?
-Sabe que a veces no. Ud. bien lo sabe qué así son nuestras solidaridades. “Los Ríos Revueltos”, “Las Lengüitas”, y “Los Orejitas” son tantos, que a todos tenemos que complacer. Y muchas veces salen otros con los que no contábamos, y ahí se forma el lío. A ellos también hay que darles su oportunidad para que se realicen. Así son nuestros tratos.
-Pero ganamos. ¿Sí, o no?
- ¿Y entonces nuestro prestigio en qué quedaría?
-Mire, dijo el “Mil Muertos”, acabo de hacer uno de los mejores. Le hicimos creer que íbamos a matar a sus hijos, mientras su mujer le lloraba, y los deudores que eran varios familiares le cobraban sus deudas. En realidad, lo estaban quebrando ellos mismos por la herencia. Muchos bienes, y muchos clientes en varios de los negocios que tuvo en San Victorino desde joven los fue perdiendo, y a su padre le provocamos un infarto; cuando perdió un pleito con uno de nuestros clientes luego que le hicimos caer en cuenta que lo asesinaríamos sí ganaba dicho pleito. Sufría del corazón, y tenía un marcapasos. Ya estaba muy mayor. No aguantó. Entonces lo engatusamos y le hicimos creer que por su culpa murió su papá; y que a sus hijos se los mataríamos uno a uno. Lo amenazamos tanto, que no aguantó. Muchas veces lo drogamos sin que se diera cuenta, y volvimos sus nervios tan volátiles, que resultó matándose delante de varios amigos, mientras que uno de sus familiares que entendió que tenía que amenazarlo si no se mataba, también se lo insinuó para que lo hiciera.
- ¿Y cómo?
-Sus propios familiares les dejaban las fotografías de sus hijos, y le hacían caer en la cuenta de que si algo les pasaba era por su culpa. Sabe que estos familiares mediante sus influencias lograron que los bancos no le dieran la facilidad de pago a los cheques con fondos insuficientes, a pesar de que sabían que tenía con qué responder ante sus acreedores. Tuve que agasajar a varios de estos, y utilizar mis amistades para constreñirlos a ejecutar la orden mía.
-Bello trabajo, contestó el otro. ¿Y le pagaron?
- ¿Lo duda? Intervino otro “Mil Muertos” que quería sumarse a la conversación.
“El Embrujado” sudaba frío. Era como si estuviera muerto.
-Se descerrajó un tiro en la cabeza. El pobre anduvo tan asustado. Hicimos que en su casa la vida fuera un infierno para desacreditarlo, tanto qué le dejó al administrador la orden para que manejara varios de sus negocios personales, mientras farreaba para suplir la querencia de su familia. Lo detestaban por el dinero que tenía. Ahora es un santo para ellos. Ahora lo aman. Si los viera cómo andan manejando los negocios que les dejó.
- ¿Y el pago?
-Como en las películas. Me he ganado varios premios, y tengo la seguridad que mi familia va a estar bien. Además, debo de cuidarme, pues esta hace parte de otras que son también duras. Los conozco bien. Pero en nuestro oficio…
-Nadie está seguro, dijo otro “Mil Muertos”.
-Estas familias son así, dijo uno con voz ronca y ya muy mayor, se parecen a las historias de “Los Borgias”. Entre ellas se confunde la moral y la religión. Y por encima de todo los atan lazos poderosos que se han construido en el imaginario desde su niñez, y aunque sepan que los están utilizando, o por el temor, obedecen las ordenes de los que los criaron, y las amistades que ellos mismos les han forjado en esos oficios, y así actúan como si fueran de ley.
-Y lo somos, dijo otro.
-Nuestra ley es parecida a la de “Ley de las XII Tablas”.
Era terrible. Fue una época en que “El Embrujado” no supo de sí. Estaba amenazado. Y los granujas de calle, le salían como si lo conocieran y recibieran las ordenes desde el más allá.
-Desde el infierno dijo otro, respondiendo a su pensamiento.
Era una pesadilla terrible.
- ¿Cansado?
-Un poco.
“El Embrujado” no entendía por qué tantos “Mil Muertos” en sus sueños. Con una familiar había estado en el barrio Chapinero de Bogotá, después ir a la calle 26 a pagar unas cuentas de los servicios del acueducto. Andaba todo ido y abstraído. Y así pudo escuchar la voz nítida de Primorov.
- ¡Ponga el disquete! Escuchó que le dijo a alguien.
Su voz era amenazante. Recordó las historias que su papá le contó de niño. En Villarrica perdieron todo por cuenta de la violencia al tener que huir a otras tierras, dejando la finca y las mejoras hechas a cuenta de un latifundista. No hubo más remedio. En esas noches amargas y trágicas, las vidas de los suyos estuvieron en peligro. En Girardot, lograron un descanso. En Bogotá, en el barrio Quindío que invadieron junto con otras familias, pudieron comenzar a construir sus sueños.
Ya para este momento “El Embrujado” se estaba resarciendo de todos aquellos pensamientos que lo envolvieron y lo dejaron casi exhausto y a punto de matarse, que aquellos hilarantes mensajes que sus perseguidores le decían en las calles, donde lo amonestaban como si fuera el hijo mal habido de ellos. Maricas, prostitutas, gamines y demás menesterosos lo cercaron, mientras escuchaba las voces de los intelectuales de la muerte, que le decían que lo iban a matar. Drogado. Anestesiado por el infortunio sufrido, sobrevivió maltrecho.
“Primo. Ud. tiene que largarse de esa casa. Así fue como escuchó la voz de Primorov que le decía: Ud. es un Marica, degenerado que no merece estar vivo, está existiendo a cuenta de lo poco que le dejó su papá. Además, no se lo merece. El es un trabajador, y Ud. es un mal nacido”.
Lo madreó tanto, y su discurso fue tan largo y coherente que no lo convenció al escuchar su voz. Recordó que algo había leído en unas revistas españolas sobre la forma como estos síquicos podían mediante transmisores puestos a determinadas frecuencias, hacer que los que estaban en situaciones parecidas a las suyas, oír los mensajes que le enviaban; además que usaban posturas de manos, y teatringos maldicientes para que de esa manera se sometieran a sus designios, y que no eran más que el uso de una sugestión bien elaborada, pero que por su situación de dependencia económica a que lo llevaron, en cualquier momento podría cometer una locura. ¿No entendía qué era estar loco? Por lo menos estaba cuerdo. Para los que le gritaban en las calles y lo ofendían, los familiares que le reprochaban y lo pretendían convencer de que era un aparecido, luego que se burlaban de lo lindo, organizando sus comparsas con gladiadores y rufianes de calles con los que querían saciar sus apetitos de riquezas.
Su bagaje en los rudimentos intelectuales de la electrónica moderna, por el hecho de haber leído unos cuantos planos de aparatos que producían sonidos sensibles a algunos insectos y animales, le sugirieron que estaba siendo víctima de ese tipo de trabajo, por unos farsantes que aparentaban ser de ley, cuando en realidad eran unos falsarios. En el Lago Timiza, a un hijo de una amiga le ayudó a solucionar un problema electrónico en un trabajo que tenía con el Distrito Especial de Bogotá en un cultivo de lombrices traídas de Francia, y que servían para preparar hamburguesas. Había que espantar a las moscas con los ultrasonidos producidos por este transmisor, muy al estilo a como se hacía en Europa y en Estados Unidos para ahuyentar a los ratones y otros bichos de parecidas alcurnias. Su discurso a pesar de todo lo alucinó y lo dejo aquel día ensimismado dentro de sus pensamientos, sin comprender por el momento lo que le acontecía. En la plaza del barrio 12 de octubre vio como pasaban carros que se parecían a los de los gendarmes secretos porque todos sus vidrios estaban ahumados, y que raudos iban como si fueran a una procesión donde él era el muerto. Y en aquella plaza de mercado se acordó de las Rodríguez. Aunque en su momento no lo entendió, con el tiempo fue hilando una historia sucedida muchos años antes, la vez que conoció a un hermano de estas. Y era que estaba seguramente drogado.
Primorov a la vuelta de los años se lo terminaría confirmando. Estaba siendo víctima de extraños trabajos de gendarmería que lo querían apabullar sin ser un delincuente. Estaba hipnotizado. “Estaba en las manos de los brujos, dirían otros”. “Está loco, afirmarían aquellos vecinos que hacían parte de aquel complot que parecía ser de ley”.
- ¡Tunantes! Les Gritó.
Se acordó de “El Quijote” de Cervantes, y les dijo en medio de su pesadilla:
- ¿A cuántos habéis matado así?
Pudo escuchar los miles de risotadas, y ver el pavoneo que hacían en medio de su delirio.
- ¡Somos los “Mil Muertos”! Gritaban risueños.
Presintió que estaban detrás de él, desde el comienzo de los siglos.
7.
No lo podía creer. Los “Mil Muertos” estaban presentes en su vida. En esas pesadillas que a veces tenía, los personajes se parecían a conocidos suyos que hablaban de política, personajes a los que admiró en su momento porque embelesaban con sus ideas a todos los que por casualidad tuvieran la fortuna de oír sus discursos. Con sus defectos y sus virtudes descubrió otras verdades que le parecieron más horripilantes a las que cualquier mortal podría imaginar.
Uno de ellos, en medio de esos laberintos oníricos de Borges, soñaba que él era otro sueño, y se desencajó cuando abrió sus fauces y comenzó a contar una a una las historias de cada uno de sus dientes, que como cruces en el infierno abrían el camino de sus verdaderas mortajas. Era terrible. Lo habían engañado. Su olor que era repugnante manoseó toda la estancia, y así pudo entender la impresión del miedo que a todos cobijaba. Era como la historia de aquellas tormentas en el laberinto del infierno a los que Dante llevó para que pagaran sus pecados cometidos en vida, con la diferencia que este se burlaba de sus difuntos, mientras sus cómplices al sentir que podría ser tal vez el único que como dios andaba en esos intrincados mundos adonde todos habían perdido sus vidas por cuenta de este, también le temían. Le vio perfectamente. Era uno de esos sueños imposibles de olvidar. Su vaho desencadenaba un olor nauseabundo que inundaba el ambiente cada que tocaba uno de sus dientes, y como el mejor dentista lo sacaba de su mordaz tierra de ultratumba para mirarlo fríamente, luego que sus secuaces preguntaban cómo había sido la historia de aquel muerto.
Entre las tinieblas sintió miedo, cuando su voz amedrentadora comenzó a contar todo lo que sabía sobre esa cruz que se sacaba de sus encías.
-Este murió, porque así lo quise.
- ¿Cómo? Preguntó otro de sus congéneres.
-El ni se dio cuenta. Solo lo supo en el instante que lo embestí.
Sí, podía ser la historia del Minotauro.
- ¡Ah! Dijo otro. ¿Es como si hubiera estado secuestrado sin darse cuenta?
-Así lo fue, dijo. Nunca lo supo.
Todos los “Mil Muertos” se le fueron acercando porque creyeron que era el más perfecto de todos.
-Hiede, dijo uno.
El “Mil Muertos” rezaba fervientemente, como si en verdad estuviera arrepentido. Alguien de entre la multitud que se había arremolinado ante el festín que provocaban las hilaridades de aquellos contertulios, preguntó:
-O sea que rezan por cada uno de sus muertos.
- ¡No! Contestaron.
- ¡Shi…! Dijo el “Mil Muertos”, que hasta ahora había comenzado a contar la historia de cada uno de sus dientes.
-Fue un resoplido de los mil infiernos, dijo otro.
-No quiero que se despierte, mientras voy contando mis historias.
-Pero que sepa, dijo otro.
- ¡Nosotros rezamos por los que se van a morir! Gritaron.
Sudó frío en medio de aquella pesadilla terrible. Recordó a “Lengüitas” que muy sibilina lo amenazaba en la “Casa Embrujada”. Memín estaba muerto, y muchos otros de los que pretendieron zaherirlo, también.
- ¡Qué no despierte! Gritó otro.
Durante mucho tiempo, y por toda la ciudad, adonde se sentaba para descansar, luego de sus largas caminatas de miedo, los informantes disfrazados de menesterosos, prostitutas y rufianes que le salían a su paso, siempre se sentaban delante de él con un escapulario. Podía distinguir muy bien los crucifijos. El ya no era de este mundo.
- ¡Qué no despierte! Gritaron.
En esas extrañas situaciones vividas, “El Embrujado” con estupor fue reconociendo a cada uno de sus posibles victimarios en una casa donde se suponía que cualquier ciudadano podría estar seguro, y que nadie se atrevería a quitar su vida y honra, porque como en esas obras de teatro de Shakespeare, los que confabularon resultaron ser de ley. Era para no creerlo. Su desconcierto mental que estaba más allá de la realidad, apenas le dejaba vislumbrar algunas cosas que posiblemente le sucedieron, pero que de manera siniestra estos personajes como dioses se convirtieron en sus peores amenazas, en un mundo adonde solamente ellos eran los que mandaban. No hubo día ni noche en la que no conspiraran, en una osadía que a diario terminaba con alguna provocación u ofensa, con las que pretendieron llevarlo al mismo infierno adonde posiblemente tenían sus guaridas. Eran los comparsas siniestros. Memín que, entre risotada y carcajada, resultó siendo tal vez el peor de aquellos áulicos que pudo conocer, porque en un restaurante de una tía suya, luego de compartir algunos festejos, al ir a almorzar vio un sugestivo ratón que le pasó a su lado. Pudo ver sus ojos brillantes y sentir que aquel animal era como la mascota que estaban engordando con los desperdicios que dejaban los comensales de aquella afamada taberna en la calle 15 que se encuentra con la avenida Jiménez, en pleno centro de Bogotá. Al ver aquel animal que pasó muy cerca de su hombro izquierdo mientras comía, le provocó tal congestión estomacal que le hizo dejar el almuerzo. Pagó la cuenta. Ese mismo día, viniendo desde el barrio “El Galán” hacia el centro de Bogotá por aquella alcantarilla que hay en la avenida sexta observó a otro roedor de idénticas proporciones que saltaba como un galgo, y lo veía muy nítido desde lejos por la ventanilla de la buseta en que iba. Aunque no lo comprendió en su momento, varios años luego de salir airoso del berenjenal de la locura a que fue sometido con el cuento de que era un enfermo del licor, en la biblioteca Luis Angel Arango se leyó varios libros sobre el alcoholismo, en donde quería constatar qué le había pasado, y por qué había quedado hipnotizado completamente en manos de sus perseguidores que se apoderaron de todo su entorno, y así supuso que la locura era consecuencia de alguna ingesta de posibles sustancias sicóticas a que había sido sometido durante años, hasta que “El Delírium Trémens” casi se lo lleva al cementerio.
Años después lo comprendería, recordando lo que le sucedió. Memín sería el que lo pudo drogar, al rememorar las primeras veces en las que unos amigos mediante argucias fueron jugando con su cerebro, y en la que supuestamente él era el más procaz de los indecentes. Lo aturdieron tanto, que nunca comprendió lo que pasaba, por más que en su cabeza mentalmente le daba vueltas a todo lo sucedido cómo si hubiera sido poseído por un demonio, y que necesitaba de un exorcismo por cuenta de algún misericordioso y humanitario padre del dios de los católicos.
Piedrahita, un detective de esos sabuesos que hubo de drogadictos y de lavados de cerebros, apenas le dejó una pista para entenderlo. En los días que lo conoció, gracias a Memo, en una ocasión en que festejaron luego de unas partidas de ajedrez en “El Club Capablanca”, con solo unas pocas copas de licor, perdió el conocimiento de lo sucedido, sin saber cómo pudo haber llegado a “La Casa Embrujada”; entendiendo eso sí, que algo había pasado. Cuando lo volvió a ver, le devolvió unos billetes aduciendo que se los había guardado al ver el estado inconsciente en que quedó. Unos pocos años luego del trance mental en que estuvo, y de ser recluido en el Hospital de la Hortúa para operarlo de la columna vertebral que se fracturó tras haberse lanzado de un segundo piso en el Bienestar Social del Distrito que está en la calle once de San Victorino, huyendo de las voces que escuchaba de unos policías que aparentemente lo perseguían en el frenesí de su locura debido a que retumbaban dentro de su cerebro, se le apareció disfrazado con una peluca de mujer, bailando y ejecutando muchas zalamerías de las que seguramente aprendió cuando fue detective del D.A.S. (Departamento Administrativo de Seguridad), como si con eso lo pudiera nuevamente enloquecer. Ya su cerebro que se hallaba adormecido y exhausto de las medicinas formuladas por los siquiatras no aguantaba semejante teatro. Expulsaba babaza como si de verdad estuviera arrojando los demonios que tenía dentro de su cabeza, y recordaba al falso sacerdote que apenas era un simple chófer de una buseta, y que en una noche desde la casa vecina pretendió torturarlo con su discurso mediante el transmisor que emitía las ondas hertzianas, y donde “El Embrujado” pudo oír aquel discurso bellaco que entre las paredes le enviaba, y que solo aligeró con las pastas medicinales que los siquiatras le habían recetado.
Lo querían enloquecer mediante el miedo, adonde los supuestos hombres de ley les enviaban a los ladronzuelos de las calles que como viles vendidos actuaban así para poder recibir su premio, y que no eran otros más que las tristes libertades que les daban, porque también estaban prisioneros, y actuaban como esclavos.
Tal vez Memín durante mucho tiempo lo drogó sin saberlo, aunque lo comprendió con el proceder de aquel ex detective. Un personaje muy preparado que con el tiempo también caería en las redes de otros brujos maledicentes que también usaban la sicología y obligaban a sus víctimas a morirse sin ninguna compasión. La última vez que lo volvió a ver, ya no era el mismo. Y Memín, el pobre Memo, tal vez terminaría algún día siendo víctima de su propio invento, cosa que según parece sucedió, porque unos pocos años después lo vería en condiciones lamentables. Así comprendió la vil estrategia de “Lengüitas” para con sus víctimas. “Orejitas” apenas podía disimular cuando escuchaba lo que “El Embrujado” decía a viva voz cada vez que alguno de sus vecinos lo provocaban dentro de la misma casa. Todos hacían parte de ese extraño contubernio, en la que los expertos en el arte de enloquecer eran sus victimarios.
- ¡Sois asesinos! Les gritó dormido.
Los “Mil Muertos” florecían en sus pesadillas. Así fue como le contaron otras historias macabras.
-Sus vahos eran terribles.
9.
En medio de esa confusión otro “Mil Muertos” quiso contar sus propias historias, que más bien se parecían a las de los mitómanos que para lucirse con sus bribonadas pretendían ser mejores de los que conmueven sus realidades. De su bocaza pudo escuchar el estremecedor llanto de la tortura. El “Mil Muertos” que había comenzado con estas, apenas pudo mostrar ante todos, sus dientes que en forma de cruz resaltaban como si con ellas hubiera sido la mejor de todas sus pestilencias.
Uno de los contertulios, interrumpiendo al que quería hablar, y dijo:
-Parece de oro.
-Así es, respondió.
Mal humorado, dijo que a él si le podían dar el mejor de los galardones.
- ¿Pero, cómo? Si los míos son de los mejores.
- ¡Mentiras! Gritó otro.
-Pamplinas, dijo otro más calmado. Todos somos bribones, y todos ganamos.
-Déjenme contar la historia. ¿Acaso la mía no puede ser buena?
Se trataba de una historia que “El Embrujado”, ya había vivido. “Seguramente, si yo les contara las mías, les ganaría, pensó”.
- ¡Mentiroso! Le respondió su alter ego. Ud. no sabe lo que dice.
En una ocasión llegando al terminal de transportes en el sur de la ciudad, los vigilantes de esas calles se convirtieron en sus perseguidores, y mediante provocaciones lo pretendían amedrentar. Con la amenaza y la mordaza, querían impedir que regresara a la realidad.
-Tú no eres de este mundo, le dijo uno.
Yendo por la vía que va a Soacha, un ciclista interrumpió su camino. Lo empujó y pegó por detrás con la llanta de su bicicleta.
Protestó.
- Venga lo arreglo, le gritó en actitud provocadora.
De pronto otro personaje que se dio cuenta del enojoso asunto apareció providencialmente, como si supiera que aquel atarbán lo quería aporrear.
- ¡Arréglese conmigo! ¡Venga, que yo si lo atiendo! Le arengó en posición retadora.
- No se preocupe, le dijo “Al Embrujado”. Yo si me le mido a este desgraciado.
El ciclista desistió a lo que venía, y en medio de aquel conglomerado de gente que se estaba formando, decidió desaparecer del entorno.
- ¡Chao, viejo! Le dijo.
Recordó la primera vez que “Ojos Azules” se bajó de un taxi en la carrera 24 con calle 27 en el Sur, en el Quiroga, cerca de “La Casa Embrujada”.
- ¡Súbase de una vez, y solucionado el problema!
Era una amenaza a solas con la complicidad de aquel chófer, porque justamente se bajó luego de frenar en seco, al frente suyo. Lo evitó sin decir nada, con unas cuantas zancadas que dio. Y sin embargo no protestaba. Estaba amedrentado, y todos estos vecinos como fieras le salían por todos los lados a hacer su labor de zapa, y a pesar de que “Ojos Azules” lo había intentado matar mediante la inducción a un atropellamiento de los carros que raudos iban en un domingo muy temprano de la mañana por la Autopista del Sur, y muy cerca de la Primero de Mayo por los lados del barrio Restrepo.
Era una de las tantas provocaciones que le habían sucedido en esas calles que le parecían a las del mismo infierno. Quiso decir algo en agradecimiento a aquel que momentáneamente había aparecido como su ángel guardián, pero ni siquiera dio la cara, y siguió como si no hubiera pasado nada, mientras los peatones retornaron a sus destinos. Era una tortura silenciosa, con la que pretendían sacarlo de la realidad. No aguantaba más.
La vez que decidió devolverse para Bello Horizonte, la vecina que como los “Lengüitas” era la esposa de un gendarme vecino, además de locuaz y muy amigable, entreabrió su puerta de la entrada de “La Casa Embrujada”, mientras risueña, le decía:
- ¿Y por qué se va?
Sin dejar que respondiera a su inquietud, le siguió diciendo:
- ¡Chao, don, don, don!
Se burló en su cara. Ya antes en otras dos ocasiones había hecho lo mismo cuando fue asaltado por las calles cercanas por delincuentes de barrio.
Seguro que, si le dejaran contar esta historia los “Mil Muertos”, sabrían que había otro que sabía más de estas leyendas de pánico, de las que ellos mismos estaban contando porque las había vivido.
Pretendió levantar la mano, para interrumpirles su alegría, pero no, no había manera. Un golpazo en la puerta de la calle, lo despertaría. Todos esos vecinos se habían dispuesto a timbrar o golpear la puerta de su casa a altas horas de la noche, o por las mañanas muy temprano.
Se parecían a las sanguijuelas del Amazonas, que chupan la sangre a sus víctimas hasta no dejarles ni una gota.
- Saben, dijo, nuestros muertos son de los mejores.
- ¡Farsantes! Les gritó “El Embrujado”.
- Ya casi lo logramos, dijo otra voz.
- Hoy se muere, dijo otro.
“¿Será por eso? Se preguntó”. En todos los establecimientos adonde entraba algo le sucedía. Era como si a los pordioseros los estuvieran premiando por perseguir y amedrentar. Se sentaban al frente suyo, y muy disimuladamente sacaban de entre sus trapos sucios un escapulario para mostrárselo muy sonrientes casi que diciéndole:
-Te vamos a matar.
Era realidad, o era ficción. Lo había soñado, y todavía podía recordar a aquel “Mil Muertos” cuando decía que ellos no lloraban por sus muertos, sino por los que se iban a morir. Todavía sus risotadas producían un eco terrible, que algunas veces corrió desesperado por esas calles, y que se las recordó un amigo de tiempos lejanos, cuando se lo encontró en Bello Horizonte, mientras con sus gestos iba moviendo su dedo índice que giraba y bamboleaba con su mano alrededor de una de sus mejillas, luego que le gritara por la carrera principal:
- Estás loco.
Y luego de volverlo a encontrar, le hizo creer que no era así. Lo mismo hizo "El Embrujado". Fue un saludo irónico después de muchos años de no haberlo vuelto a ver. Cuando se lo encontró otra vez por la carrera segunda, lo invitó a tomarse unos tragos, ya en esta ocasión no se burló y le confirmó la muerte de “Cuchumina”. Estaban cerca de su casa, adonde muchos años después los coteros, los dueños de negocios y todo el cual más que se creía con el derecho de burlarse o de provocar, haciendo su vil teatro que iba desde la picadita de ojo, la amenaza sutil, la de cogerse sus nalgas o el pipí, meterse la mano detrás del pantalón, o simplemente aquellos rebuscadores de calles en la creencia que también podrían participar del festín, también acudían a que les diera alguna limosna, y si podían lo atracaban.
Según Memín, lo habían matado arrojándole un carro. Su vicio lo había llevado a eso. Otro amigo también de vieja data en cambio, le dijo que no. Este tenía por costumbre en las fiestas que hacían sus amigos en sus casas, de adentrarse en las cocinas para escarbar en las ollas lo que encontrara. Recién operado de las fracturas que le produjo el carro, se fue hacia la cocina de aquel hospital e hizo que le dieran una buena sopa de la que tenían para los pacientes, que le produjo peritonitis, y… ¡Zas!
Su papá también moriría a los 8 días de un infarto. Pobre Cuchumina. ¿Y estos guerreros de qué se enamoraron? Era como si fueran una pandemia mental en la que se engolosinaban con los que no tenían parientes cercanos ni vecinos que pudieran salir a defenderlos, y mediante argucias se apoderaban de sus vidas. Cuchumina seguramente se lo había buscado por su forma de ser. ¿Pero de qué se habían enamorado de “El Embrujado”? En las penumbras de su pensamiento pudo ver a otros “Mil Muertos” que, con sus gestos en la mano, le decían:
-Billete, billetico, papá.
Eran mangualas que seguramente se estaban lucrando, o simplemente hacían parte de esos extraños estigmas que desde niño lo estaban acosando mediante los muchos comparsas que estuvieron cerca de él, mientras los consideraba buenongos cuando en realidad resultaron ser non santos. Eran de las peores alcurnias que podría haber imaginado.
-Hoy te vas a morir, le dijo uno de estos “Mil Muertos”.
No tenía la pinta de criminal. “El Embrujado” apenas atinó a decir:
- Sois un infernal.
Eran insaciables. Los había de todo tipo. Y sin embargo, se asemejaban entre sí. Se parecían a los animales que demarcan su zona de influencia, y no permiten que otros de su misma especie se inmiscuyan en ella. Sus pensamientos venían desde el confín de la historia, aunque el trabajo los hubiera redimido, ya que no permitían que la libertad surgiera desde sus oscuros pensamientos porque sus linajes como si la historia no hubiera bastado para que los descendientes de la realeza a los que comúnmente el pueblo llamó de “Sangre azul”, no les permitieran ver que sus entornos habían cambiado. Sus imaginarios estaban muy acendrados dentro de la realidad, pues las religiones no tenían el peso que en otrora ejercieron ni las leyes que forjaron de nada sirviera, porque en este mundo adonde la desigualdad económica hacía florecer los imperios de las leyes de los más fuertes, lo mismo que Darwin sentenció acerca de la sobre vivencia de las especies, y que estos aplicaban. Solo sobrevivían los más fuertes. Lo hacían en un estado donde se suponía que las leyes eran iguales y aplicables para todos sin color de raza o sexo, religión, o ideología, porque mediante la participación ciudadana el pueblo ejercía sus derechos democráticos, y sin embargo todavía los estados representaban los intereses de una minoría. Todos los que tenían algún poder, podían disfrutar placenteramente de los bienes materiales y espirituales que este les brindaba, y a los que no tenían, debían acercarse a aquellos que se los permitiesen, porque en esos mundos salvaje, el pez grande se comía al chico. O estaban al lado de la ley o en contra, mediante todo un sofisma en el que las ideologías solo servían a medida que estuvieran de acuerdo con los códigos imperantes, pero a los desvalidos sólo les quedaba la libertad de sobrevivir si sabían acomodarse a quienes ejercieran el poder, así como lo dice un adagio popular: “El que se arrima a la sombra de un buen árbol, bien le va”. Y todos eran muy al estilo de los antiguos guerreros de la Roma imperial, en que los gobernantes tenían sus súbditos. En esas diferencias sociales cada cual jugaba el rol que su destino le deparara, mientras los que no podían pagar sus deudas con el fisco o con los particulares, terminaban esclavizados. Pueblos que sobrevivieron a las causas más injustas, que ahora en estos mundos parecía repetirse de otra manera, así los “Enciclopedistas franceses” hubiesen logrado en parte el sueño de una justa libertad e igualdad ante las leyes, y así los seguidores del socialismo hubieran dicho que eran los representantes de la otra libertad de los que tenían que vender su fuerza de trabajo ante el mejor postor, y adonde en este mundo cruel se imponía la autoridad del más fuerte. Eran las historias de las guerras que estos lideraban con las argucias de que el mundo solo era posible bajo el manto imperial de sus influencias, porque para eso soñaban con ser los defensores de los desprotegidos, que en la realidad no cumplían porque lo que existía era el festín de los más fuertes. “Dura lex, sed lex”, aforismo romano que decía que dura es la ley, pero al fin y al cabo es ley. A pesar de que el estado fuera de los mejores no era lo mismo para los desvalidos. Los Pretores parecían ser los nuevos descendientes de esos guerreros, porque en sus imaginarios solo cabían los principios de jugar el rol que la sociedad les encomendaba. Eran guerreros de padres a hijos. Y su oficio como el de todos los que estaban en esos mundos, eran los de proteger a las sociedades y las naciones de enemigos que quisieran desestabilizar sus regímenes. Y como los que detentaban el poder económico y social necesitaban de ellos, estaban concebidos para protegerlos mediante la fuerza. Desde niños, soñaban en jugar haciendo este papel. Y los había de todas las clases sociales. Y la guerra como las de los guerreros era su oficio. Y quien la quisiera terminar, tenía que acabar con estos. Y en esa larga cadena que iba desde niños a viejos, en esos imaginarios que los convertían en indispensables para el buen funcionamiento social, ya que su ideología iba en consonancia con la educación en la escuela y la familia, servía para que los medios de producción se sostuvieran, en el que los que no tenían nada, debían conformarse con subsistir o morir. Estos Pretores que jugaban el papel de desempeñarse como censores y defensores de todo un régimen, desde tempranas edades eran educados para ello. Así fue como “El Embrujado” los conoció. El no hacía parte de ellos. Ni siquiera tenía derecho a discernir sobre lo que quería hacer. Ya tenía a sus secuaces que mediante argucias decidieron que por su origen, o por alguna otra cosa que desconocía, debía morir. Ni siquiera sus hijos podían atreverse a romper esas cadenas. Existían unas familias que se habían erigido como las inquisidoras, mientras estos valientes hombres de ley y de honor, afirmaban que era su enemigo, sin saber por qué. Eran los Pretores falsarios. Así comprendió que la ley únicamente se aplicaba para los más fuertes. En “La Casa Embrujada” desde antes de llegar, ya su destino estaba fijado por otros que con poder y dinero, así lo tenían decidido. Eran los estigmas y conceptos que primaban en unos personajes que trataban a sus semejantes como esclavos. Así lo estaban haciendo de manera soterrada. Y posiblemente eran de una supuesta ley. Y sin embargo, eran guerreros que ya no deberían de existir en estos tiempos.
12.
- ¿Billetico?
Las últimas generaciones de guerreros lo hacían cuando los estímulos vibraban ante el ofrecimiento de esa mercancía que es considerada por algunos como una maldición. En esos juegos de guerras el poder de la fuerza y el dinero se equilibraban. Los que no lo tuvieran, estaban destinados a ser esclavizados. Así había sucedido en las guerras mundiales, y en todas las invasiones de conquista que el hombre hizo desde su aparición sobre la tierra, en esa animalidad social donde su libertad la adquirían esclavizando a otros. Sostener un estado así, costaba. Y para lograrlo se tenía que acudir a los que podían pagar por sus ambiciones en las que se confundían con sus tentaciones personales, en una ideología originada en la propiedad privada de los medios de producción de bienes, y de unas religiones que venían intrincadas en el imaginario colectivo de sus sueños, más una educación que a diferencia de los animales tenían más tiempo para elaborarla y procesarla, gracias al desarrollo de su cerebro, el lenguaje, y el trabajo que le permitían transformar el universo.
Ese estímulo había cambiado, las antiguas costumbres en que el honor, la familia, y la palabra empeñada ya no tenían ningún sentido. Los vientos de las guerras estaban insuflados con otras características en la que los imperios al sucumbir ante un mundo globalizado, sus enemigos eran otros. La repartición del mundo, y los cambios sociales que provocaron las nuevas técnicas en la que el hombre era el mismo Dios, provocaban peligros que iban más allá de lo que antes había sido. Las confrontaciones entre capitalismo y socialismo, ya no eran tan ciertas porque el mundo era otro, y solo las nuevas tecnologías y la producción de esas mercancías hacían que los imaginarios del hombre estuviesen desarrollando nuevas formas de pensar a un ritmo acelerado, que algunos países en ese intento por apoderarse de los mercados bajo los conceptos de las libertades que el hombre consideraba de las mejores, y basados en los principios de una ley universal que comenzaba a regir en la que todos los estados estaban de acuerdo, para impedir que cualquier país pudiera usar la fuerza a su amaño; preferían a estos guerreros para disuadir al mundo entero con su fuerza. Tenían los secretos de la producción de la bomba atómica en unos cuantos países, y gozaban del consenso para la elaboración de los bienes materiales que estaban destinados de acuerdo con las características de los países en un universo que ya estaba repartido entre los grandes imperios.
El dinero, la vil mercancía que jalonaba todo ese poder mediante la fuerza y la intimidación de unos pocos, y qué con el Internet, la televisión y los demás medios de comunicación, influían con su modo de vida en los pueblos más atrasados que también querían ese desarrollo y bienestar logrado por ellos. Ahora hacían la misma labor que antes desempeñaban mediante las familias, las religiones y la educación de las diferentes naciones. El mundo de McLuhan, sobre la aldea global era una realidad.
“Conciencia” al retorcer los periódicos amarillistas que poblaron las mentalidades de los seres humanos, y que estaban siendo relegados por las nuevas cajas de pandoras, supo del papel que desempeñaban estos medios en su labor de informar y de educar.
Los conceptos de los guerreros, aunque hubiesen cambiado, para ellos el poder del dinero era lo que interesaba. La religión, la familia, la educación, la libertad, estaban enmarcados bajo la idiosincrasia de aquella palabra que últimamente retumbaba dentro de su cerebro, y que solo “Conciencia” pudo descifrar al leer las historias que este estuvo escribiendo durante años, y que para su mala suerte muchos de estos aguerridos personajes que estaban educados para defendernos de los espíritus maledicentes, como si se los hubieran leído, le salieron a repetir lo que contaba en sus escritos, en ese trabajo ruin con el que pretendieron hacer creer que era el peor de los peores.
“Conciencia” lo supo muchos años antes que el comisario Rincón lo hubiera inspirado para escribir sus relatos, y mucho antes de que entendiera que lo suyo no era más que un estigma de familia y de gendarmería. Sus últimos pensamientos, ahora lo acosaban porque entendió la villanía a que fue sometido, por estos dioses que muy sutiles sabían enloquecer y amedrentar.
Estimulaban a esos vientos que parecían provenir desde el averno. Eran fantasmas que querían imponer a su cerebro, mediante la amenaza sibilina. Solo “Conciencia” lo sabía. Así eran estos mundos.
- ¿Por qué me quisieron matar? Le preguntó “El Embrujado “a su alter ego.
-Porque sois un cobarde, le dijo otro.
-Mentiras, dijo un “Mil Muertos”.
Recordó que en esas pesadillas cotidianas, siempre lo amenazaban. Dormía del cansancio. Lo estaban enloqueciendo mediante el miedo y las provocaciones. “Los Lengüitas” eran voraces. Comprendía que “Pandilla Salvaje” no era más que la encarnación de aquella pezuña diabólica que inescrutable se adentraba en aquellas mentalidades que estaban bajo su poder.
“Eran del infierno, infierno”. Su alter ego, le decía que así eran.
- ¿De dónde salieron? Les preguntó.
Uno de los “Mil Muertos” se burlaba en su cara.
- ¿Es que nos cree bobos? Le preguntó otro.
Sudaba frío. Recordó a Damián. Pudo ver sus fauces, mientras aquel amaestrador lo dejaba en aquel callejón, y solo después de casi treinta años, luego que se encontró en el barrio de las Cruces con Clavijo -el ajedrecista- cuando estuvo demasiado ido de sí mismo, y luego que una hermana de Memín le comentó que tenía un admirador que vendía carros de segunda, y que Lozano -hijo de un sindicalista de TELECOM-, que sabía que le estaban haciendo su lavado de cerebro mediante un extraño complot de policía, en esos ardides donde lograban que sus víctimas cayeran en sus redes, y en el que mediant el miedo y la sicosis provocados por las sustancias sicóticas que las brujas usaban para que sus cerebros dependieran fácilmente de sus oprobiosas lenguas. Solo así entendió por qué Primorov le dijo que el hijo de la tía era de una dura, aduciendo que era hijo de una legendaria defensora de las libertades inexistentes. Lo habían humillado. Y lo habían defenestrado miserablemente en la que le hicieron creer que era producto de lo que pensaba. Qué su comportamiento era execrable, sin entender siquiera cómo lo estaban llevando a un callejón sin salida, mientras todos le gritaban:
- ¡Se quiere ganar una herencia gratis! ¡Ah!
Y eran las mismas palabras que aquel familiar en una ocasión que fue a la casa le dijo, como si no tuviera derecho a heredar, luego que sus trabajos se los fueron dañando de tal forma, que ya no ganaba nada. El miedo y la zozobra lo obligaron a depender.
Desgraciadamente todos estaban al servicio de la misma familia y estaban conjurados.
- Es un gozque, dijo Primorov, cuando supo que Damián lo mordió.
Años después, “Voz de Humo”, el hijo del dueño de aquel perro amaestrado corroboró lo que pensó durante mucho tiempo, a la vez que se convirtió en uno de sus verdugos sicológicos que lo esperaban a diario en aquel callejón, como si tuviera un vil negocio con él. Aquellos vecinos se dedicaron a amedrentar dentro de la misma casa una y otra vez, en esas extrañas expresiones de los “Mil Muertos”, ya que no podía dormir tranquilo pensando en qué momento se meterían a la casa. Y así lo hicieron de manera descarada. Al morir aquel singular ajedrecista que le dijo que era hijo de un judío, al comprobar que el vecino que vendió la casa a la tía, y al ver un rostro parecido al que fue compañero de ella durante muchos años, al gritarle uno de los hijos del dueño de aquella casa que tenía un cuñado dueño de un perro parecido al que vio en la casa de Clavijo, comprendió que todo había sido un complot muy bien urdido. Le habían advertido de lo que podía pasar en aquel callejón. Y su padre, y su familia, habían sido los inspiradores. Seguramente el poder del dinero y la ambición pudieron ser el motivo.
Había estado secuestrado sin darse cuenta. Ni sus negocios ni lo que quiso hacer prosperaron en esos ardides que a diario florecieron.
- Está loco, dijo “Lengüitas”.
- Está muerto en vida, dijo un “Mil Muertos”.
14.
- ¿Se leyó a “Alguien me quiere matar”?
- Sí, respondió.
- Si fuera cierto, estaría muerto.
- Son mentiras dijo otro, si no ya lo estuviera.
- Pura basura, se atrevió a decir otro deslenguado.
- Sois asesinos, les gritó “El Embrujado”.
- ¿Lo ve? Dijo uno de ellos.
- Está loco. Véalo cómo habla solo.
Las provocaciones iban y venían.
- ¡Son asesinos! Les gritó.
- Si no fuéramos perfectos, ya estaríamos denunciados.
“Lengüitas” bostezaba. Era uno de esos descansos en que se permitía el día libre. Quería desestresarse. “Orejitas” durante esos once años, tal y como se lo advirtió el supuesto hijo de la tía luego que lo quiso dar de alta de este mundo de los vivos al de los muertos, se entrometía en todos los quehaceres con sus fantasmas diabólicos, que no hubo día ni noche adonde no estuviera dispuesto a cometer sus felonías, tanto que hizo que aquel muchacho lo agrediera igual que hacen los delincuentes cuando sin previo aviso atentan contra otro para matarlo, rompiendo los vidrios de la puerta de la entrada, colocándoles en el piso en todo el pasadizo para proceder en medio de su rabia a tirarle un manotazo con el empeine de las palmas de sus manos sobre el hombro izquierdo, cosa parecida a lo que había escrito en estas mismas crónicas cuando dijo que se le dormía esa misma extremidad de su cuerpo. Estaba como poseído y probablemente dispuesto a que cayera sobre los vidrios que acababa de amontonar con el fin premeditado de…
Era una alevosía canallesca que no hubo un resquicio de aquella casa maldita, que todo lo que hablara o dijera “El Embrujado”, hacía que “Ríos Revueltos” se lo repitiera a su manera. Si nombraba a “Voz de Humo”, este lo esperaba en la puerta de su casa, aunque de todas maneras, todavía lo seguían amedrentando como si fuera toda una cofradía de impostores de mala fe que venían desde años de años atrás enamorados de aquella casa, que incluso recordaba a un agente al que muchos le decían “El Custodio” que fue a romper los vidrios de la misma puerta de la casa, acusando a un familiar de que era un ladrón, y que ete y la tía tenían que pagar los platos rotos cometidos por aquel, con el cuento de que de alguien tendría que pagar. El golpe fue duro y el moretón en la piel y el dolor en el hueso no fue tanto, como el de tener que recordar que este podría ser familiar de aquel que en ese tiempo los amedrentó.
- Fueron ustedes los que me robaron mis sueños y tranquilidad, respondió “El Embrujado”.
En la comisaría del Restrepo, y que ahora queda en el Quiroga, tuvo que ir a denunciar a otro gendarme y familiar que era el dueño de Damián, el perro pastor negro que casi lo castra al frente de la puerta de su casa cuando intentaba matar a un perrito que fue su mascota, y que su familia había llevado desde Bello Horizonte.
Si decía que los imaginarios se burlaban de él, entonces éstos mediante sus intrincadas maniobras, se lo hacían saber.
- ¿Eso es de ley? Le preguntaba a su alter ego.
- ¿Y por qué no le puso cuidado al comisario Rincón en Venezuela?
- ¿Lo ve? Dijo un “Mil Muertos”. Está loco.
- Nosotros somos expertos, dijo otro.
- Es que, Era una voz tan apagada que parecía provenir desde muy lejos, su muerte tiene que ser perfecta.
No se trataba de la duda filosófica, sino de la realidad pura. “Los Mil Muertos” parecían tan perfectos…
- Nunca son perfectos, dijo “Conciencia”. Si fueran así, no habría sospechas. Otra cosa es que…
- ¿Verdad que es hijo de…?
- Es un mal nacido, dijo otro.
- ¿Nació de pies o de cabeza?
- No crea, lo están engordando.
En esas extrañas insatisfacciones de los “Mil Muertos”, fue conociendo otras realidades que nadie se las hubiera podido contar, o imaginar. Había sentido miedo muchas veces, pero quería saber el por qué no lo habían logrado matar.
- Los dioses, nunca decimos cuándo, le contestó alguien.
En alguna ocasión, un antiguo amigo de esos que hablaban de política, le comentó que uno se moría porque seguramente daba la pata. No lo entendió.
- ¿Ha oído hablar del nudo gordiano?
- ¿El nudo de la mitología griega?
- Del mismo, respondió otro.
- Es que él no puede saber de qué se trata. Sus imaginarios son así.
- ¿Entonces? Los que lo han querido matar durante toda su vida son del alto “Curubito”. ¿Lo sabían?
“El Embrujado” escuchó sus risotadas en aquel festín que tenían organizado. Como truenos pudo oír a los mendaces que en aquella casa embrujada se habían convertido en sus verdugos.
- Hay que hacerle creer que es por cuenta de la casa. Que es personal. Qué nosotros somos los que lo queremos.
- Ya lo han intentado matar, dijo otro. Mi alter ego, así me lo ha contado.
- Mentiras dijo “Conciencia.”. “Los Mil Muertos” no son perfectos.
- Hay que hacerlo de manera silenciosa, dijo otro.
- Yo si lo voy a hacer, dijo “El Mil Muertos” que en medio de esa pesadilla atroz, miraba aquella cruz de oro, que acababa de sacar de su bocaza terrible. Yo si soy perfecto, siguió diciendo.
Esos vientos terribles y fríos podían ocasionar…No, no quiero ni pensarlo, se dijo para sí, “El Embrujado”.
- Estáis muerto desde que naciste, le gritaron furiosos en medio de aquel aquelarre de brujos.
- ¿Entonces, por eso rezan?
Eran diabólicos.
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