El regreso del comisario Rincón


En estos mundos inciertos, al fin “El Embrujado” le creía al comisario Rincón. En Venezuela no lo entendió. Cómo podía entender que estaba marcado de manera siniestra como si alguien se fuera a ganar algo con éste.

- ¡A Trabajar! Le gritó en alguna ocasión un agente de policía de una radio patrulla con el parlante, posiblemente en son de broma, igual que muchos otros lo hicieron sin consultarle, sí estaba loco, o no.

Y así se burlaban. Otros a veces por los lados del barrio Inglés adonde está el cementerio de los Judíos, le salían a veces con revólver en mano en sus motos como si estuvieran a la caza de algún delincuente, y le infundían miedo   en esas calles solitarias entendiendo que le sugerían algún tipo de mensaje, y como parecía tan bien urdido supo que podía existir una orden desde lo alto del poder para atormentarlo, y que coincidía con lo que le hacían en muchos otros sitios de la ciudad adónde iba a vender sus mercancías. Si no le pedían sus papeles de identidad, un vecino plantaba disimuladamente un carro de la gendarmería al frente de la puerta de la entrada en el angosto callejón de su casa, lo que lo obligaba a salir incómodamente por un lado; e incluso a veces dejaban otros carros a propósito como para estorbarle el paso, que hasta en los últimos días que estuvo, el hijo o el yerno de don Carlos, quiso que se agachara debajo de unos cables de la electricidad para que pudiera pasar a la vivienda, después de un  largo día de trabajo en el último diciembre que vivió allí.

-No me puedo agachar, porque tengo varillas en la columna vertebral, le respondió.

- ¡Buá! Repitiendo lo mismo, dijo “Lengüilarga”.

Y pasó como pudo.

- ¡Don Embruja! Le grito. ¡Ud. es un H.P.!

Lo mismo había hecho “Voz de Humo” en algunas ocasiones cuando arrendó una pieza a otro vecino, joven que se parecía mucho al enamorado de la tía muerta, que cada que lo veía lo provocaba, y dejaba su carro que entre otras cosas también era de la ley, con las puertas abiertas para que no pudiera pasar. Así como otro que vivía enseguida de aquel interior de esas casas malditas que no daban sosiego para respirar, un chófer de una radio patrulla, le pegaba unos sustos cuando iba llegando a la casa haciendo sus gestos altaneros para provocarlo, como si estuvieran recibiendo órdenes del más allá hasta que se muriera del susto.

-Así son los asesinatos perfectos, dijo el comisario Rincón.

Incluso en otra de las fondas que hay en el sector alcanzó a distinguir a otros dos que hablaban de muertos, como si en realidad tuvieran sus negocios particulares con estos, y se le hacían muy parecidos a los que a veces veía en el sector donde vivía. Es más, en otra ocasión a uno de los nuevos vecinos que llegó a vivir en aquel interior, le escuchó hablar acerca de unas contratas que supuestamente estaba haciendo, sobre empleados que estaba levantando y aducía que debían ser muy fuertes para que sirvieran. A nadie le importaba lo que dijeran, pero si alcanzó a percatarse, que de pronto también él estuviera con su vida también incluida en sus negocios, por que cómo podría todo un vecindario estar agrediéndolo. Y claro está, que aunque estas historias no puedan significar nada, solo quedarían registradas en la memoria de “El Embrujado” luego de haber vivido semejantes martirios, y cuando todavía “Ojos Azules” no lo había intentado matar.

Aunque no lo quería, el comisario Rincón había regresado. La intriga contra “El Embrujado” hizo que se apersonara del caso. Sus perseguidores se jactaban porque en esas calles los -informantes de turno- cruakaban tal y como lo querían, que hizo que un amigo profesor le dijera que por qué no recomenzaba su vida, como quien dice que volviera a nacer. Estos maestros se burlaban. Incluso hubo uno que todavía lo ve por la calle 22 de Bello Horizonte, y que cada que tenía una cita con su amante le picaba el ojo de forma provocadora cuando se emborrachaba, y que cuando comenzó a entender que andaba en sus cabales, y no como lo querían hacer aparecer los verduleros de esos imaginarios mal habidos, dejó de hacerlo.

- Sapo, le dijo “Ríos Revueltos”.

El comisario lo sabía. No hacía mucho le colocaron a un gatico muerto en plena calle, todo espachurrado posiblemente por un carro en sus piernas, y llegando al cementerio, como para sugestionarlo luego que en ese mismo día por la avenida quinta otro personaje en un automóvil negro se aparcó en frente suyo justo cuando quiso tomar una foto con su celular, debió esperar hasta que el auto motor continuara su marcha, tras haberle gritado el chófer lo mismo que le dijo “Ríos Revueltos”.

En el barrio Quiroga de Bogotá, siempre le salían unos personajes de calles viciosos, a burlarse y a amedrentar como si alguien los mandara.

- No me diga que lo persiguen, dijo el amigo; un profesor bonachón que entre ceja y ceja tenía en mente lograr su codiciada pensión.

- Si uno da la pata, dijo otro amigo: ¡Zuás!

Era cierto. “El Embrujado” estaba pagando los platos rotos ajenos de muchos complots, sin que lo supiera.

- Son las marcas imaginarias, dijo “Conciencia”.

- En este país lo que uno cree que no es.

-Es, terminó diciendo “Conciencia”.

-Billetico, papá, dijo “Ríos Revueltos”.

Se parecía al personaje de una película hecha por el judío más célebre del séptimo arte –Woody Allen–que incluso Mía Farrow Diane keaton cayeron en sus redes.

- ¿O sea que Woody Allen es un judío?

- ¡Si! Le gritó uno de esos comerciantes que en Bello Hrizonte han hecho todas sus ganancias vendiendo sus muñecos de trapos, y a quienes los chinos les disputan su comercio porque además les ponen sonidos y movimientos para hacer más reales sus muñecos.

- ¿O Sea que es un comerciante bien aventurado?

- ¡Cállate! Le gritó “Ríos Revueltos”.

- ¿Viene a conseguirse su billetico conmigo? Le dijo “El Embrujado”.

Le recordaba a otro muy parecido en Bogotá que vivía en la calle tercera con décima, y que acababa de salir pensionado de una empresa textil de judíos, quien le comentó acerca de un secuestro de un hijo de uno de sus propietarios, y tal como en los tiempos de los hermanos Wright  fue secuestrado de niño, y figuró como desaparecido porque nunca más se supo de su suerte. Y al ver su parecido con este en como si fuera su doble, y al escuchar las noticias fantasmagóricas y truculentas le recordaron  a un vendedor de carros de segunda de una compraventa cerca del aeropuerto “El Dorado” en  Alamos Norte, y a unos antiguos alumnos suyos en la escuela de Picaleña, o en la Boyacá de su ciudad, y pensó que hacían parte de esas extrañas confabulaciones de gendarmería que sabiendo tantas cosas, ahora eran los figurones que no le perdonaban que pudiera estar vivo y con sus cinco sentidos.

Comentando sus historias macabras y con alegorías de sus barrabasadas, lo querían loco. Así y todo el comisario Rincón reaparecía en su vida para tomar las riendas del caso, y así demostrar que mediante trabajos de sicología se   podía matar a las personas subrepticiamente, mientras se les hacía pasar como idas de sí mismas, aparentando que fueron obras de brujerías si resultaban muertas, cuando en realidad mediante sus recursos de componendas sicológicas en donde más de un rufián participaba en concordancia con otros para presionarlos con el cuento de que los iban a asesinar a ellos mismos, o a algún familiar, cosa que los obligaban a hacer cualquier cosa con tal de quitarse a esos verdugos de mala ley. Y lo hacían.

- ¿Acaso quieren que lo maten, y nadie se de cuenta? Le preguntó el comisario Rincón.

Aquel gatico que acababa de ver, y que estaba todo espachurrado, terminó por dar cierta libertad de pensamiento al comisario.

- Lo ve, le dijo. ¿Vio sangre, o algo raro?

Había visto a unos zamuros que como siempre buscaban hacer sus limpiezas cuando un pobre animal caía por accidente en las llantas de un carro.

- No dijo éste. Ni siquiera sangre.

- ¿Y chulos?

- No, dijo este. Estaban muy lejos del cadáver.

- Está disecado, le dijo el comisario Rincón. Hacen parte de la misma escuela de “Pandilla salvaje” y se especializan en estas mismas clases de ardides. Si se hubiera regresado, es muy seguro que no lo encontraría.

Recordó entonces todos los perros muertos y gatos parecidos a los de sus vecinos cuando vivió en “La Casa Embrujada”, y así creyó que estaban acabando con todas las mascotas del barrio para utilizarlos seguramente no solo contra él, sino también contra otros. Todavía se acordaba de aquel gatico que siempre vio maullar durante casi un mes en las dos casas que quedan en la entrada de aquel interior donde vivía, y al parecido que más tarde en el barrio Santafé, vio que un motorizado lo arrojaba contra el piso y maullando todavía sobre la acera, al frente de un negocio, y muy cerca de este, donde lo vio claramente; mientras se revolcaba como si le hubiera dado algún acido que en instantes lo mató, y que los pocos que vieron esto, quedaron asustados. Nunca más volvió a ver el gatico en aquel callejón de sicoseadores. Algo parecido a lo que parecía un juego entre un adulto y un niño. El mayor tenía en su mano derecha un palo tajado en forma de cuchillo, mientras su otro brazo distendido lo tenía en la espalda, y a voz de mando le decía al niño que tirara hacía abajo con un palo largo como si estuviera manejando un cuchillo, en un juego donde parecía que el uno entrenaba al otro.

- Lo están entrenando, dijo un peatón desprevenidamente.

“Podía ser eso “pensó “El Embrujado”. No era casual que hubiera escuelas de este tipo en las calles. 

Luego fue a otro negocio y los empleados adrede le colocaron una silla roja para que se sentará, y sin embargo en son de burla prefirió no hacerlo hasta que le pasaron una verde.

- Lo ve, dijo el comisario, es un complot de gendarmería.

- No lo diga, dijo “Ríos Revueltos”, son mis negocios.

-  Sus negocios no, dijo el comisario Rincón, son los negocios de otros.

-  ¡Es descendiente de beduinos! Le gritó “Ríos Revueltos”.

- Se acuerda de las escrituras de Sion? Terció “Conciencia”.

- Si, dijo el comisario.

Era cierto. Por lo vivido, “El Embrujado” sabía que existían este tipo de especialistas dedicados a cometer sus delitos.

El comisario Rincón los llamaba “Los intelectuales de la muerte”. No dejaban rastros, y aparentaban que sus muertos fueran el producto de esas circunstancias donde los accidentes o las paranoias se confundían con alguna clase de brujería.

- No, dijo “El comisario Rincón”. Sus víctimas están presionadas sicológicamente, y los hacen aparecer como idos de sí mismos.

- ¡Fantoches! Les gritó “El Embrujado”, son unos viles secuestradores de conciencias.

Así supo de la verdadera historia de “Ríos Revueltos” y su vocación por el billete puro.

- ¡Falsarios! ¡Falsarios! Siguió gritando “El Embrujado”.

En realidad, la historia de “Ríos Revueltos” era muy truculenta.

- ¡Escritorzuelo de pacotilla! ¿Acaso cree que los personajes de ficción morimos?

Así son las pesadillas. Estos imaginarios aparecen a donde uno menos piensa y en compinche con otros hacen sus felonías.

-La realidad a veces se confunde con la ficción, dijo "Conciencia".

-Mentiras, dijo “El Embrujado”.

Solo el comisario Rincón lo sabía. Los trabajos de sicología son los más difíciles de demostrar, porque imagínese que alguien va en un carro y le grita de la manera más horrenda y ofensiva como para que lo escuche, y a sabiendas que no hay moros a la vista, y después se le aparece y saluda tan decentemente que uno se queda convencido que no fue cierto.

- Las apariencias engañan, siguió diciendo el comisario Rincón.

Así le pasó a "El Embrujado". Eran unos trabajos ruines, y de sicología barata, que hicieron su efecto.

- Dejemos de tantas habladurías, dijo el comisario. Demostremos que estos personajes que instigan son de ley y los que los hacen son sus mandaderos.

- ¿Y con qué dinero? Dijo "El Embrujado".

- Nuestro país es de bárbaros por cuenta de esas políticas que ahora nos hablan de vigilancias privadas. Entre todos se reúnen y se ponen de acuerdo, y así más de uno termina perdiendo su casa o su vida.

- Son desplazados, dijo "Ríos Revueltos" en son de burla.

Y así lo decían otros cuando comenzó a meterse en ese mundo virtual que ahora se impone como realidad, ya que en los correos que abrió para hacer unos cursos con el Sena Virtual, siempre le enviaban este tipo de mensajes, como queriéndole decir:

-  ¿Por qué no te largas para la calle?  

-  Dese por bien servido, dijo otro. Ya estaría muerto si lo hubieran querido.

- ¡Mentiras! Gritó nuevamente “El Embrujado”. Me han intentado matar muy disimuladamente mediante accidentes.

Y en verdad, era cierto. Cuántas veces su corazón se agitó en esos trabajos que orquestaron en aquella casa maldita. Una vez perdió un dinero debido al susto que le pegó Voz de Humo, recién salido de la casa. La noche anterior lo había provocado obligando a que al otro día hablara mal de este, y cuando salió, ya este estaba al frente de la puerta de la entrada esperándolo con una escoba como si fuera un verdadero brujo. Después cuando su cerebro del lavado mental que le estaban haciendo entendió que con los chismosos (receptores electrónicos) que tenían al otro lado de las paredes de la casa podían saber de qué hablaba, y sabían en qué momento iba a salir, y cuál sería su recorrido, y entonces le repetían lo que hubiera dicho o hecho. Así se lo hicieron durante mucho tiempo, desde aquel día que resultó vendiendo libros en los buses; más de uno le hablaba sobre lo que había dicho en la casa para crearle zozobra. Incluso pudo haber muerto de un paro cardíaco como si los autores intelectuales quisieran cometer un asesinato perfecto.

El hijo del vecino que vendió aquella casa a su tía muerta, en los días que no tuvo agua, y sabiendo que tenía que pasar por el colegio de Oscus a recogerla en un parqueadero, lo estaba esperando calculando su llegada, y así correr a sacar inmediatamente un bus en retroceso del garaje, y al que estrelló a propósito contra el poste de las luz, mientras sus cables en la calle temblaron tanto que pudieron haberse caído sobre el inerme cuerpo de “El Embrujado”, que pudo haber muerto por un accidente aparentemente casual, pues eran de alta tensión eléctrica. Sabía de electricidad porque calculó que un posible corrientaso eléctrico afectaría solamente a este, mientras al conductor no le pasaría nada, ya que quedaba aislado dentro del carro. El barro y el pavimento húmedo y mojado ayudarían. Así lo pensó éste, en el mismo momento, y sin saber qué decir ante estas provocaciones absurdas y enfrente de él y a sabiendas que nunca lo había visto cómo ni lo volvería a ver como chófer de un carro de estos. 

- Lo ve dijo “Ríos Revueltos”. Está paranoico y esquizofrénico.

-  ¿Y cómo lo probamos? Dijo Conciencia.

- La única manera es demostrando que nadie se enloquece porque sí, y que además las varillas que tiene en la columna vertebral son una prueba fehaciente de que muchos participaron. Y que además sabían por su historial en el hospital de la Hortúa que escuchaba voces, y adonde también se la aplicaron con el pequeño transmisor que le colocaron dentro de las vendas que tenía en la muñeca para colocarle el suero. Así de sencillo, siguió diciendo el comisario Rincón.

No hacía mucho que estos lo habían esperado mientras jugaban rana en aquel callejón a sabiendas que iba en camino, y lo invitaron a su casa a tomarse unos tragos. Allí el dueño de la casa, su hijo y el busetero cegatón celebraron su posible muerte, y se pusieron a bailar entre ellos mismos como si estuvieran en el mejor festín de sus vidas; y en cambio este hasta ahora comenzaba a entender que la juerga contra él seguiría durante los once años que vivió de nuevo en aquella casa, y después de haber muerto su tía.

- ¿Y acaso es delito divertirse? Preguntó “Ríos Revueltos”.

- No, claro que no, dijo el comisario. Lo que pasa es que querían tenerlo metido en la paranoia de la persecución, mientras en las calles sus comparsas también hacían la misma labor.

- ¡Pícaros! Gritó, "El Embrujado".

Era cierto, Esto más bien parecía a una ficción, e igual que el Ave Fénix  estaba de nuevo de regreso, y con este el imaginario del comisario Rincón que reapareció para seguir investigando los vericuetos de su alma perdida en ese laberinto donde todos parecían ser unos falsarios.

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