La historia de los yo no fui, fueron otros.


Era curioso. Desde que una noche y otras le pasó lo mismo, rufianes le salían como si  supieran cómo había sido uno de los varios intentos de asesinato que vivió. Lo acosaban. Es más, creía que también participaron en el complot. Lo intuía por muchas razones, entre ellas todo lo que le pasó de joven cuando compartió con unos amigos las ideas de libertad que preconizaban, y siendo uno de los  que se deslumbró con lo que pensaban sobre el mundo y las formas de sociedades que existían mejores que en la que vivía. Hablaban de política y de religión y de las formas cómo estas influían en las sociedades, y adonde quedó confundido con el cuento de que a él también lo perseguían por pensar diferente a los que creían los dueños del poder de ese entonces. Lo habían intentado matar. En Bogotá, sus vecinos, unos acuciosos personajes, le salían aparentando ser de  ley, y lo perseguían como si fuera el delincuente más buscado de la ciudad, que incluso se prestaron a innumerables patrañas que desde la amenaza en su propia casa, hasta utilizar los recursos tecnológicos con los que podían escuchar lo que decía cuando lo provocaban facinerosos por las calles antes de llegar a la vivienda, mientras resultó hablando solo en la creencia que lo escuchaban, cosa que era cierta, pues luego se lo demostraban, y así lo confundían y amedrentaban. Si decía que iba a salir a X horas de la mañana, o hablaba mal del vecino que lo provocó antes de llegar a la casa,  al otro día ya estaba ahí esperándolo justo a la misma hora en que fuera a salir. Es más, llegó a conocer cómo estos perseguidores estaban asociados con los que lo querían sacar de la casa y llevarlo a la cárcel como cualquier delincuente. Además de vivir la locura donde él mismo se intentó matar a consecuencia de los robos de truhanes que terminaron por quedarse con un apartamento legado como herencia, y una casa que permutó en Bellavista al sur de Bogotá, y después de unos contratos que una amiga le ayudó a conseguir con el Distrito Especial lo intentaron matar varias veces. Es más, la policía muchas veces le pidió los papeles de identidad, como si algún conocido lo hubiera denunciado,  como si algún manda más fuera el que se los enviaba. 


En Bellavista, en la casa que permutó con un empleado de la brigada que trabajaba por los lados de Santa Librada, unos esbirros lo esperaron muy temprano y lo encañonaron con un revólver, y lo trataron de llevar a una zanja adonde antes habían robado a otros, para supuestamente matarlo y a que uno de aquellos ladrones le dijera a una mujer que estaba vestida como hombre un revólver para que le disparara. Luego un policía muy mayor que era su vecino, le manifestó que eran dos muchachos y una mujer que para atracar siempre se disfrazaba de hombre, y que frecuentemente salían por ese sector a atracar peatones.

- Está loca, le dijo.


Entendió que lo conocían muy bien, y que había alguien interesado en hacerlo.

- ¡Dispare! Le gritaron en aquella ocasión a esta, pero no quiso hacerlo, o no pudo por el miedo.


Años después terminó por comprender que en "La Casa Embrujada" adonde otros también trataron de hacer lo mismo, había un complot de todos los que vivían e iban llegando allí. Un mandato siniestro. Incluso cuando lo mordió un perro de un policía vecino que por defender a su mascota en la puerta de la entrada de su casa, casi lo castra. Intuyó que se lo habían ahuchado en los últimos años que estuvo en aquella casa, adonde vivió como si fuera el enemigo publico número uno de estos, y sin entenderlo. Durante años de años estuvo en las garras de los delincuentes, sin saber cómo lo hacían, o por qué. Si no lo robaban en la calle o en el sector que vivía, y por los mismos días que le sucedió lo del gozque, tras instalar una estación de gendarmes muy famosa en el barrio, le sucedieron cosas extrañas adonde incluso, algunos amigos ajedrecistas le propusieron negocios de vigilancia privada adonde se iba instalar aquel centro policial, o cuando siendo vendedor de ropa al por mayor, hasta gendarmes le enviaron a preguntar con el supuesto cuento de que como no fue a trabajar un día, el gerente de la empresa los había enviado en la creencia que pretendía quedarse con las muestras de las mercancías, y todo esto después que la tía con la que vivía adoptó un niño, que incluso unas monjas se aparecieron por esos días en la casa, aduciendo que llegaron a ver en qué podrían colaborar con el infante, ya que hasta  en el periódico"El Tiempo" muy famoso de Colombia, alguien pagó y puso la casa en venta, pues durante varios días llegaron presuntos interesados en el inmueble ofertado. 


En la escuela de Villa Gladys, a donde fue profesor en Engativa, se apareció un profesor directivo de origen conservador que había sido trasladado, y le usurpó el curso que manejaba, a sabiendas que ya estaba bastante ido de si mismo por que en su mundo otros trabajan para enloquecerlo, y en componenda con sus compañeras de labores trataron que se desquiciara. Un extraño manejo sicológico que nunca entendió porque en otro tiempo, y muy joven aquellos desventurados perseguidores trataron infructuosamente por hacerlo pasar como loco y desquiciado. Después de la mordedura del perro, otros lo esperaron en uno de esos carros antiguos y lo secuestraron aduciendo que no sabían en qué trabajaba, y sin que le robaran un solo peso de los bolsillos  del sueldo del magisterio que acababa de cobrar, y lo dejaron botado en toda la avenida 30. A pocos días de esto, otro carro fantasma a la media noche lo aporreó en la avenida 10 con primera y le fracturó una de sus piernas, hasta que cansado, hastiado y con pánico sin entender el por qué de dichas persecuciones, abandonó el cargo como profesor, haciendo lo mismo que sucedió en su ciudad natal. Nadie lo conocía, solo sus perseguidores. Ni era político ni era subversivo ni nadie que pudiera decir que participaba en complots contra el estado, ni había robado o matado. Solo lo conocían estos, y con los años terminó entendiendo que en este país el que tuviera poder o dinero podía hacer que cualquiera figurara en esos entornos como delincuente.


Una amiga se lo dijo hace algunos años: "Parece que conoce a alguien que es muy importante". Y cómo podría esta amiga saber lo que pasaba, que incluso recién que comenzaron a suceder cosas extrañas en su contra, muchas veces tuvo que ir a dormir en su apartamento, mientras estos vecinos se burlaban de lo lindo, que hasta que al final de sus días lograron en parte su propósito. Al fin y al cabo lo continuaron haciendo en otro país, y  quedó tan convencido de aquel cuento, qué terminó completamente ido de la cabeza en medio de atracos muy suigeneris, que muchos creyeron que estaba loco. Ahí afloraron otros perversos de calles a los que seguramente tras un pingue estipendio, como si fuesen los que conocemos como sapos de calles, cruakaban con tal que se desquiciara. Y le gritaban y lo ofendían. En los negocios a donde iba a comprar el mercado en Bogotá, le decían que no había pagado, o lo confundían con el cuento de que el artículo que le daban era lo que había pedido, cuando en realidad había sido otro. Recién llegado la casa infernal, en una droguería cercana donde muchas veces fue a vender sus cachivaches, compró unas pastas para purgarse de las amebas, y cuál no sería su sorpresa, que al tomárselas al otro día, la tensión se le bajó. Comenzó a titiritar del frío, y todo asustado corrió a buscar al farmaceuta con la muestra de la medicina que le había vendido. Eran unas pastas para la tensión las que le había dado, a cambio de las que servían para los parásitos.

- Vaya tómese un café con leche caliente o una agua de panela, y verá que se mejora, le dijo.


Lo había podido matar muy disimuladamente con la tensión bien baja, sino hubiera recurrido nuevamente a este. Lo mismo le pasó cuando "Ojos Azules" lo quiso sacar de este mundo para mandarlo a otra dimensión. Ni siquiera lo conocía. Ese día salió de la casa muy temprano, luego de decir la noche anterior a su mujer que iba a madrugar a salir a comprar un herraje a San Victorino, y después de pasar la noche en vela elaborando unos collares que tenía que entregar a una cliente. Sabían que siempre iba a pie cuando tenía que comprar herrajes por la mañana, y esta vez lo hizo muy temprano. "Ojos Azules" ya estaba pendiente. Luego de caminar varias cuadras por la Avenida 27 y pasando la Avenida Primero de Mayo y sin que hubiera algún peatón a la vista, le agarró con un brazo por detrás en el cuello como si lo fuera a ahorcar, mientras con la otra mano  le colocó un dedo para que creyera que tenía un revolver, mientras le gritaba:

- Camine cucho, a ver qué es lo que sabe.


Este se alcanzó a dar cuenta que su atacante miraba hacia atrás tratando de observar quién venía o cuándo se acercarían los carros que como bólidos avanzaban rápidos por aquella avenida, y le aflojó el cuello como para que su víctima se le zafara e hiciera lo que pensaba para evadir al agresor. Y lo hizo. Salió corriendo hacia el otro lado de la avenida en el instante que venían los carros, pero cuando ya iba a llegar a la mitad de esta, se apareció otro. Era un embolador de cara enjuta y alargada muy mayor que desde hacía tiempos le venía fastidiando cada que lo veía por la calle, o cuando estaba en alguna de las cafeterías del sector, y  le ofrecía sus servicios de embolar a sabiendas que siempre le diría que no.

- ¡Desgraciado! Le gritó.


Hizo el intento de enfrentarlo, ya que a saltos llegó corriendo desde la otra acera de la avenida como si juntos estuvieran de acuerdo, y tan pronto se le acercó hizo el amague de tirarle pasando muy cerca de su lado, y sin decir nada siguió por toda la mitad de la avenida como si nada.


Lo que quería era que se devolviera por el susto en el momento que venían los carros a toda velocidad. Y si se hubiera devuelto..?

- Asesinato perfecto, le diría el comisario Rincón en otro país.

- Siga tomando, se lo dijo una muchacha de faldas y de pelo largo, unos años después en Bello Horizonte.


Eran las dos y veintidós de la tarde del 29 de enero de 1.998 cuando iba por la avenida 4a. de su ciudad natal, un muchacha lo hizo retroceder muchos  años más, cuando en Bogotà fue víctima de estas persecuciones infames, y cayó en cuenta que eran las mismas que usaron muchos otros durante aquellos años donde no hubo día o noche que alguien le saliera a agredir o acosar, incluso en la casa a donde vivió más de la mitad de su vida. Era como si fuera perseguido por esos personajes que aparentando ser de ley en realidad no lo fueran, aparentando ser de los mejores ciudadanos del mundo. Era una realidad que durante años de años estuvieron haciendo lo mismo, como si en verdad tuviera a alguien de alto poder que tenía un plan siniestro contra este. Lo quería matar o perseguir ufanados de aprovecharse de los más débiles aparentando ser los yo no fui. Y era la respuesta que acababan de dar a un correo que envió a un centro comercial muy famoso para denunciar cómo unos imberbes mandados a propósito dentro del centro comercial muy famoso, y aunque sin ser pública ofensa  se la estaban manifestando groseramente.

- ¡Sapa! Le gritó ante aquella, provocación.


No sabia cuántos años pasaron, y lo recordaba por los días que inauguraron el Terminal de Transporte del sur en Bogotá en que otro le dijo lo mismo, y otros más lo hicieron; incluso en una ocasión que otro lo empujo con la llanta de una bicicleta por detrás y lo ofendió casi que hasta aporrearlo otra vez, pero que gracias o otro ciudadano que se le parecía a un tolimense que frecuentemente se lo encontró por el barrio de San Pedro Alejandrino en homenaje a la Quinta donde murió Simón Bolívar, se apareció y le dijo:

- Tranquilo cucho, no se preocupe. ¡Hey! Siguió diciendo, venga que yo si lo atiendo, le gritó al provocador.


Y gracias a este, pudo seguir tranquilo su camino, y todavía sin saber cómo esta mujer que andaba por la calle tan tranquila, se lo recordaría en respuesta a lo que publicó en un correo que envió a aquel centro comercial, denunciando de lo que había sido víctima la noche anterior.


Se veía que todo era obra de unos perseguidores acuciosos que además de estar bien informados, sabían cómo amedrentar disimuladamente a cualquier ciudadano, como si hubiera plata de por medio o un extraño estigma que cualquiera podría decir que estaba loco o ido mentalmente.


La realidad era que desde años de años estaban interesados en zaherirlo por algo que desconocía desde niño, y estos sabuesos lo sabían.


El comisario Rincón que ya estaba muy viejo, se lo dijo:

- Mire, los que lo hacen son de ley y saben cómo hacer este tipo de oficios. Afortunadamente para Ud., yo ya se lo advertí: "Son de malas pulgas".


Eran personajes que aparentaban ser los de yo no fui.


O sea que aparentan ser que no fueron, cuando en realidad sí lo eran.


Eran los yo no fui. Así era esta última mujer joven que lo provocó, y que llevaba para más señas un bolso detrás de su espalda. Ni siquiera le pudo mirar el rostro.             

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