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Y parecía que le estuvieran haciendo un recibimiento, tras los mensajes que le enviaban por las calles y por internet. También había un wifi extraño que iba más allá de donde podrían llegar sus señales y su halo era sutil porque su mensaje era estridente, y tanto así que en alguna ocasión uno de ellos le hizo extraviar las frecuencias de su celular, y quedó incomunicado.
- "Pague ladrón", le decía aquel mensaje.
Recordaba las voces que escuchó muchas veces en los tiempos del delirium tremens cuando mediante atracos y desaforados ultrajes de desconocidos, y el robo hecho en una cuenta que tenía de Colpatria para la ejecución de unos contratos con al alcaldía de Bogotá, y que eran voces desconocidas algunas veces, más las de vivarachos que sabiendo de este tipo de trabajos, hacían lo mismo, como si fueran los mandaderos de estos imaginarios mendaces.
Aquella frecuencia del wifi parecía que le estaba informando de un atraco furtivo que iba a suceder, e igual a lo que pasó con el imaginario de "El Embrujado" en otros tiempos, que con cada llegaba suya a establecerse como residente por primera vez a alguna vivienda, le iban haciendo ese tipo de trabajos con mensajes sibilinos, mientras iban montando su teatro al estilo Shakespeariano como si fuera un enemigo. Algo que con los años entendería a punta de atracos y de mensajes justificando los hechos de aquellos imaginarios que se creían dioses, siendo los resplandores de lo que no debieron hacer porque dejaban tras de sí, sentimientos encontrados con sus herederos. Eran recuerdos de farsantes, donde confabulaban como Pilatos.
Se trataba de un viejo rumor para justificar sus felonías que aparentando ser una cosa, era otra; tal y como lo dijo uno de esos imaginarios apegado a los refranes populares cuando afirmaba que de lejos parecían chirimoyas y de cerca eran aguacates. Y algo parecido a un vendedor de aguacates que esperaba que la clientela le comprara al frente de un restaurante en el Murillo Toro, y quien tan pronto vio que este llegó a almorzar se acercó a la cocinera y le susurró algo en el oído. Después esta le llevó los platos con el almuerzo. Cuál no sería su sorpresa que al ir a comer el seco, entre sus dientes de encontró con unos filamentos de alambres de esponja bien escondidos entren la ensalada, mientras estos lo miraban risueños. Disimuladamente lo único que hizo fue dejarlos en el plato luego de pagar la cuenta, y cada que se lo encontraba por la calles cercanas se hacía el que no lo distinguía, y así recordó a la vecina esposa de un gendarme que hacía poco trató de hacerlo llegar hasta aquel restaurante. O por qué no el de un seudo familiar que a propósito le drogó con el fin de matarlo en su propia casa.
Y así veía cómo lo miraban como si fuese un enemigo, o como en los tiempos de las pandemias o del cólera que ha tenido la humanidad, cuando llegaba un desconocido, y aunque en este caso otros durante años habían forjado una historia que solo estos personajes la sabían y tenían en sus archivos, pues en su memoria solo recordaba afrentas que iban desde sicológicas hasta otras, donde las realidades se confundían con las ficciones. Y es posible que fuesen leyendas desde antes de nacer que lo rodeaban.
Uno de esos, que en otro tiempo lo amenazó, ahora lo saludaba, y hasta en alguna ocasión lo invitó a tomar una cerveza adonde van los transportadores con sus camiones a conseguir los clientes que necesitaban hacer mudanzas, o con la movilización de todo tipo de mercaderías.
- Me equivoqué, le dijo.
Y sin embargo era cauteloso, porque así otros lo intentaron matar, y estos recién que comenzaron a verlo con frecuencia, hicieron varios de sus teatros, que hasta gendarmes participaron, donde le pedían papeles a todos y a este no, o la de un vendedor de buses que en un día durante un buen rato se dedicó como a perseguirlo adonde iba, pues allí se aparecía con el cuento de que:
Aunque también, según parece se prestaban para otro tipo de trabajos, en los que estos libretistas de calles que como fieles sabuesos husmeaban en lo más recóndito de las imaginaciones de sus perseguidos, para planear cosas absurdas, que a nadie le cabía en la cabeza que otro se arrojase a un carro así porque sí, o que algún empleado de un negocio de soldadura en el momento de atravesar una calle, le obstaculizara el paso para obligarlo a salir del andén en el momento que por detrás venían los carros a altas velocidades por una de las avenidas.
- Es que queremos que pase como un ladrón, escuchó que dijo uno de estos.
- Y los ladrones son otros, dijo el aludido, recordando aquella frecuencia cuyo mensaje lo persiguió hasta donde estaba la oficina de aquel claro oscuro, en la calle doce.
Pague ladrón, le informaba en su celular el mensaje de esta frecuencia mediante las ondas hertzianas de aquellos expertos en comunicaciones, que de manera abusiva se entrometían en las vidas privadas de sus víctimas, alegando que eran lo que ellos creían en sus mundos malsanos. O por que no, ellos mismos lo eran. Así sirven también los inventos de la tecnología cuando personajes siniestros las usan en su provecho.
Lo observaban cada que podían, nada más que por saber qué estaba haciendo o para que otros lo robaran, lo mismo que hicieron desde que llegó a aquella metrópoli, y que en los últimos años que vivió allí fueron muchos los avatares que tuvo en esas calles, pues en su oficio había sobrevivido a muchas aventuras que en algo se parecían a "La muerte de un viajante" de Arthur Miller, con la diferencia que este no pensaba en suicidarse al estilo del vendedor de aquella obra de teatro, y que sólo lo hizo por unos días en donde seguramente fue drogado cuando estuvo en un estado de alicoramiento por el pánico que tuvo, y cuya cuenta del banco fue bloqueada, con el cuento de que era un talonario robado que fue lo que provocó el delirio que le ocasionó la fractura de tres de sus vertebras, y en donde todavía recordaba varios hechos sucedidos en aquel sector, que iban desde atracos de calles por cascareros, o de los que tras bambalinas planificaban dichos robos muy al estilo de las películas en donde sus actores nos narran acontecimientos del séptimo arte que a uno lo asombran por su versatilidad, como en el caso de "El Golpe" donde dos timadores representados por Pawl Newman y Robert Redford nos recuerdan que en en estos mundos sin frenesís, la vida no nos deleitaría muy a pesar que muchos crean que no son lo que piensan de otros, o que en realidad sean el fruto de esos imaginarios que tanto pelechan en nuestras sociedades, que incluso dentro de esas aventuras desbordadas por la imaginación de estos teatreros, o le dejasen un perro muerto que antes había visto a un peluquero gay que siempre lo acompañaba, y que pudo ser drogado, o que un asaltante le cortara la mano con un pico de botella de cerveza para robarle una maleta donde llevaba las mercancías que fabricaba, y que si las vendía no le iban a dar nada, calles que le recordaban muchos otros episodios que le iban sucediendo, que no lo dejaban ni respirar en la misma casa donde vivía, por unos vecinos acuciosos que aparentando ser de ley, le votaban todos los rufianes del barrio, o también haciéndole creer que era un villano, como cuando fue una mañana a tomarse una cerveza mientras esperaba a que una cliente abriera su local, adonde un paisa muy atento, que recibió enseguida una llamada telefónica de alguien que parecía ser de ley o de alguna vigilancia privada, y así pudo escuchar al comerciante cuyo local estaba al frente del cementerio del sur en Bogotá en el barrio Matatigres, en medio de esos trabajos sutiles y de inteligencia que los muchachos ahora llaman terapias, respondió:
- No, no agente. Es un cliente que viene de vez en cuando, pero lo distingo desde hace años. Siempre paga. Es buen cliente.
Y qué tal que después de un atraco otros decidan mover sus lenguitas entre las paredes, o que viera sus piernitas de verde, estirando su orejita a ver si podía escuchar lo que hablaba, y que nada de raro, puedan estar grabando lo que dice para hacer sus montajes, o que entre sueños oiga el grito de un vecino, como si tuviera una extraña pesadilla, y luego recién llegado a vivir allí, una noche se despierte por la visita de cuatro hermosos ratoncitos juveniles, bien cuidados y lustrosos que no los asustaba la bombilla que encendió para saber qué pasaba en un pequeño patio que había , y apenas como en las historias de Walt Disney con el ratoncito Mickey, muy bien entrenados estaban haciendo visitas sigilosas y caminando por entre unas varillas delgadas, y entre las cuerdas de ropa sin importarles el susto que despertaron en medio de la noche, y que como fieles mascotas tan pronto oyeron el grito del susto y la amenaza, apenas se fueron muy sigilosas, y sin asustarse por nada. No me crea, pues estas son historias del que ha vivido una pesadilla muy extraña. Y mucho más cuando los testigos son dementes. Unas aventuras que de seguro no ha vivido. O que dentro de una hamburguesa que Ud. manda a preparar en un quiosco de calle ambulante, le resulten con una que se ve muy sabrosa, y solo porque su instinto le dice, y por lo que ha estado viviendo esa suerte de pesadillas, al notar que hay algo raro, pues después de mascar un buen rato, y sin notar de qué se trata, se mete los dedos a la boca, y se encuentra con un pedacito de cable de luz, con los filamentos de cobre brillosos hasta la mitad, y la otra cubierta con el plástico que los recubre. Definitivamente este mundo a veces nos deja perplejos. No me crea, y es mejor que no le toque vivir con esos traumas. Ya que no se viven, ni en un manicomio. Eso, creo.
-Qué bello papá!
- O sea que aparentan crear enemigos para justificar lo que contestó Mentiras Frescas.
- Ud. no diga nada. Le respondió el comisario Rincón. Recuerde que desde que llegó a vivir a donde ahora está, hace treinta años nada de lo que le pasó en Bogotá le sucedió aquí, aunque en una ocasión uno que iba en bicicleta trató de atropellarlo por la avenida cercana a su casa, y además unos dulceros que tenían su caseta o negocio dentro del Éxito de aquellos tiempos que mantenían pendientes de lo que iba a hacer allí, cuando en realidad iba a vender sus artesanías a la dueña de aquel negocio de miscelánea que hubo allí.
-O sea que ahora...?
-Cállese que Ud es doble, le dijo el comisario Rincón. Trabaja a dos bandas.
En verdad, en esas historias que se cuecen por estos lados, hay muchos que las disfrutan, y con sus aspavientos, se creen los dueños hasta del aire que respiramos. Claro que nuestro personaje ha vivido una especie de vida de película donde solo lo han conocido imaginarios de todos los pelambre y amigos de lo ajeno.
- Qué bello mi rey, le dijo uno de estos, muy cerca de la plaza de mercado, en pena vía pública, mientras trató de robarle como 5.000 devaluados pesos de la época, que llevaba en la camisa; hasta que otros vendedores de calles, trataron de intervenir para evitarlo.
- Vaya, vaya, dijo el comisario Rincón.
Es una historia larga muy parecida a esas amistades que uno lleva durante casi toda una vida, y así se termina entendiendo que amigos no hay. Un abogado que se peinaba al estilo del Fhurer que hablaba de ateos y que resultó creyente de una secta religiosa. Solo dobles. Estaba muy joven, y fue drogado con tan solo un trago, y resultó sin saberlo en una celda con la sensación de la cara dormida y los dientes apretados y botando babaza, en la misma adonde antes había sido detenido con unos amigos de aquellos años, cuando unos agentes del orden los cogieron escribiendo consignas de protesta en las paredes de un colegio; consignas de la época, y con el sueldo extraviado hasta el día de hoy. Medio torciditos porque se robaron un sueldo.
- Nada, dijo el comisario Julio Rincón.
- Esos delitos fenecieron por el tiempo, y no se le olvide que desde que se le corrió la teja a veces confunde la realidad lo mismo que a muchos amigos suyos que eran mitómanos, y que le contaban historias fantásticas.
- Que se calle. Pueden haber transcurrido más de 50 años, pero los delitos siguen, y son de lesa humanidad.
- ¿Y Voz de humo? Le preguntó.
- Esa es otra historia.
-No lo puedo creer, dijo un desconocido, recordando aquella detención arbitraria, y tan vieja. O sea que uno de ellos eran de los mismos imaginarios, y ahora sus hijos juegan a hacer lo mismo, en son de broma. O son los que creen que la vida ha pasado sin ton ni son.
Así son las marcas en este país. Que a Ud. lo roben, y que antes se lo hubieran advertido. Así le sucedió en Tolima Grande cuando un joven muy bien vestido, y que llevaba entre sus manos unas redmas de papel carta como si fuera un oficinista, un funcionario oficial, o dueño de alguna cacharrería de barrio por los lados de la Nueva Castilla, o algún imaginario de otro lugar, y muy cerca de aquellas oficinas de la alcaldía que prestan sus servicios para adultos mayores, y a un lado del barrio La Cima, y le dijo:
- ¡Uy! La maleta.
Y después lo atracaron más tarde, al lado del colegio Alberto Castilla. Una manera de crear sicosis y amedrentamiento, porque en otro tiempo en Bogotá le hicieron lo mismo muchas veces, como si hubiera alguien interesado en que le hicieran este tipos de trabajos. O cuando le anunciaban por las calles de que una persona iba a ir a visitarlo, lo empujaban y lo provocaban durante todo ese día en los buses o en las calles, mediante argucias, donde esos imaginarios hacen sus labores al estilo de los dramas isabelinos que dan vergüenza, en vez de dedicarse a hacer sus oficios que les corresponde, para que se ganen mejor sus billeticos.
Algo parecido a lo sucedido con ojos azules, que una vez lo cogió por el cuello, luego que la noche anterior comentó que iba a madrugar a comprar unos herrajes, y por la ruta que cogía por aquella Bogotá de esos tiempos. Lo percolló por la espalda, y con el dedo índice en su mano le hizo creer que era un revólver por el susto. Y cuando este se dio cuenta, lo aflojó un poquito para que saliera corriendo, pues lo hizo en medio del susto, exactamente como querían los confabuladores, y que seguramente alguna dádiva se iba a ganar, y en medio de los carros que pasaban a toda velocidad hasta llegar a la mitad de aquella avenida, La autopista del Sur, mejor dicho, y cerca de la Avenida Primero de Mayo en el Barrio Restrepo, adonde un embolador que parecía también zapatero porque además de su negocio de lustrar, también sabía del oficio de los zapatos, se le apareció en aquel momento desde el otro lado de la avenida, e hizo el amague que le iba a tirar para que se devolviera y los carros lo arrollaran, sin lograr su propósito.
-¡H.P.! Le gritó, este, al darse cuenta de su intenciones macabras.
Luego lo seguiría viendo la cara constantemente, haciéndose el de yo no fui, y a quien después de más de treinta años que vivió allí, nunca lo había visto. Otros lo habían enviado, y con el tiempo supo que vivía al otro lado de su casa. Y sin embargo, según me dijo, antes de volver a ver, ni siquiera lo distinguía. Era como una sombra que se estaba extinguiendo en esas realidades que parecen absurdas. A quién le cabe en la cabeza que los lavados de cerebros existen, y que otros y con sus gestos por las calles, que saben de estos trabajos, le digan que está loco, y es un amigo de lo ajeno.
Y ahora veamos la historia de otro correo que me llegó ayer de una tal María del Carmen desde España y acerca de unas facturas de unos herrajes de llaves. Imagínense, desde el otro lado del mundo. Y no es que sea una persona, sino por los rastros que deja, y sus malas intenciones está informando sobre algún hecho de ella. Así son estas realidades virtuales muy al estilo de la sombra de aquel claro oscuro que cada que recargaba el celular le enviaba un mensaje de mayor o menor con la recarga o cuando no, como le sucedió en el Simón Bolívar, le robó la recarga a propósito. Es que a las leyendas por ficticias que sean, siempre le suceden estas cosas. Qué puede hacer nuestro personaje, si este tipo de trabajos lo hacen imaginarios que parecen no tener oficios, o si los tienen parece estar cumpliendo ciertas ordenes, del más allá, digo yo.
- ¿En qué país vivimos papá?
-Ya le cuento. Dijo mi intermediario, y yo lo reafirmo. Cómo que juegas con la sicología de los demás para justificar sus actos.
-Fícti, fícti, respondió; creo que fue Mentiras Frescas.
*Los nombres o los hechos no son más que apariencias de estas ficciones, así que los lectores no se pueden tomar estas historias como suyas. Son parte de nuestros imaginarios que a veces trascienden como si fueran reales. Todo esto, hace parte de nuestros propios imaginarios. O mejor dicho, de lo que el lector crea que son, pudiendo ser otras. Así es la literatura.

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