El comisario Rincón que creía que todo lo sabía, se
vio apabullado cuando “Conciencia” le increpó:
-En nuestro país todo se sabe, y sin embargo…
-Sí, respondió el comisario, todo se sabe.
En los asesinatos perfectos siempre existía un motivo, o algo que movía a los criminales para cometerlos. Eran esos personajes que a diario uno ve en una plaza de mercado, en una oficina, o en cualquier sitio, sin que nadie tenga la más mínima sospecha de lo que en realidad son. Y si se adentraba -en estos tiempos- es muy probable que encontrase a más de uno conspirando contra otro, sin que la vida les importe, porque como aquella canción de José Alfredo Jiménez: “La vida no vale nada”.
Sujetos siniestros que cualquiera puede ver a la vuelta de la esquina, y donde confabulan contra fulano o zutano en torno a una posible herencia que este pudiera recibir, o porque el run run los incita a satisfacer sus apetitos personales, o porque la casa en que vive puede posiblemente en algún momento ser parte de sus gananciales. Más de uno sale a ver cómo se puede lograr, y es entonces cuando estos comediantes oscuros aparecen e insinúan a los que están detrás de estas mentalidades para decirles de qué manera lo pueden lograr.
“Conciencia” lo sabía.
– No todo, conjeturó el comisario Rincón.
¿Cómo puede ser creíble que toda una familia conspire
contra una persona, le haga creer que necesita un hijo pródigo ya que no lo
tiene, y con los años…?
- Qué bello, dijo “Conciencia, adelantándose.
- Lo ve, respondió el comisario.
- Está loco, dijo otra voz.
Esta, parecía conocerlo muy bien.
- Pobrecito, dijo.
Eran esa especie de brujas maldicientes que con sus lenguas ridiculizan a más de uno, y crean zozobra entre la comunidad que viven, y así a veces pueden ofrecer esos espectáculos tan goyescos, que ni el propio pintor si viviera los podría reflejar.
-Aves de mal agüero, replicó el comisario.
Si. “Conciencia” lo sabía todo. Los crímenes perfectos eran orquestados desde los tiempos sin tiempo, mientras que el reloj biológico iba agonizando, y entonces estos personajes trataban de aligerar sus muertes.
-Los envidio, dijo “Lengüitas”.
-Su lengua es viperina, arguyó “Conciencia”.
El comisario sabía muy bien de estas historias. ¿A cuántos no mataban luego que regaban el cuento de que murió porque era un pícaro que se quería quedar con una casa, mientras por debajo de cuerda había otra herencia?
- ¿Entonces, se acuerda de “Lengüitas”?
- ¡Ah! Recordó el comisario.
Hubo un tiempo en que estos mostraron sus ganas mediante otras formas, como para ir creando la cizaña sicológica. El comisario recordó cuando la tía de “El Embrujado” apareció en la casa con dos gaticos ciegos que le habían regalado en una caseta cercana al Ministerio de la Defensa, y que quedaba en el Centro Administrativo Nacional (C.A.N.) en Bogotá.
“El Embrujado” los atisbó a tiempo, y le dijo:
-Son ciegos.
Aunque claro que este se confundía frecuentemente porque no podía entender cómo al final de su vida Borges se pudo casar con la que fue su admiradora y secretaria de toda una vida. Ni siquiera sabía que sus amigos más cercanos eran tan dobles, que Mata Hari, la célebre espía, les quedaba en pañales. No lo entendió. Oscar, el cuñado de Memín que quedó desorientado cuando en una ocasión en que venía de Villavicencio a Bogotá, en uno de esos malditos corrimientos de la tierra, al bajarse de su propio carro a orinar en un recodo de la carretera, sus hijos y su mujer se los tragó la naturaleza, que ni siquiera escuchó sus lamentos. Y estos, si no eran asesinatos perfectos. Eran una desgracia. Aunque es de suponer que debió oírlos gritar cuando la tierra en su hundimiento se los engulló para siempre, y aun cuando este siempre afirmó que ni siquiera los escuchó cuando hizo tal afirmación. No sería, lo contrario. ¿La naturaleza le ayudó a deshacerse de ellos? Su mal comportamiento que tuvo después, bien podría ser una consecuencia de sus decisiones. Y sin embargo, uno no puede afirmar nada de una persona porque no es un juez ni Dios para juzgarla.
Mucho menos lo entendió “El Embrujado”, que al ir a buscar a su papá en alguna ocasión en San Victorino, los encontró ebrios en una cafetería y otras muchas veces más a cuenta de este, y que solo lo comprendió al final de su vida, cuando intuyó que en realidad el que pagaba todo era su propio padre, y que eran conocidos suyos mucho antes de que “El Embrujado” los conociera, y a pesar que él mismo se los había presentado como amigos, nunca supuso que se conocieran desde antes. Dedujo entonces que las muchas cosas desastrosas que le fueron pasando en “La Casa Embrujada” era como si los maleantes supieran para dónde iba o qué iba a hacer, tanto que cuando lo intentaron matar ya sabían dónde estaba. Y lo hacía como para que…
-Maleficios, dirían los que creían brujerías.
-Mentiras, dijo el comisario Rincón.
-Le lavaron el cerebro, dijo “Conciencia”.
- ¿Quién lo podría creer? Repostó el comisario.
-Estos personajes son delincuentes, comentó el comisario
Rincón.
Así eran los misterios de los asesinatos perfectos. Los conocían los más cercanos que estuvieron con sus víctimas, y siempre aparentaban otra cosa, incluso después de haber logrado su cometido.
En “La Casa “Embrujada” todos estos farsantes demostraron lo que eran. Presuntamente ejercieron su poder mediante el miedo y la zozobra, y usaron los recursos del estado para ejercer su dominio y demostrar que la vida no valía nada, aparentando que en realidad eran los propios defensores de esta. Al regresar comenzó otra historia, y a su vez hizo parte de toda esa escalada de persecuciones donde los delincuentes resultaron ser de los mejores y los pobres diablos que no tenían nada entre los bolsillos, mucho menos tendrían derecho a vivir tranquilamente.
Una vecina, que resultó viviendo en aquel interior donde estaba la casa de la tía, se encargó de otras componendas más falaces que en los tiempos en que Damián casi lo castra, y luego que algunos familiares parece que también quisieron participar del festín.
- ¿Primorov -el paracaidista- también?
- Lo ve, dijo “Conciencia”. Está escuchando voces.
El comisario Rincón se atenía a su propia experiencia.
-Bobo, le gritaban.
Les pudo ver sus rostros, y sabía que eran
familiares. Andaba aturdido, y ni siquiera esto le importaba. Resultó regalando
sus libros más preciados de electrónica y sus herramientas conseguidas con
esfuerzo en Venezuela por nada, porque en verdad había perdido la noción del
tiempo y del valor de las cosas.
Por las calles varios granujas salieron a hacer sus viles trabajos desde donde según parecía de lo alto del poder alguien organizaba todas sus componendas, qué cuando se quería peluquear en cualquier barrio lo trasquilaban, o si compraba algo o vendía cualquier cosa, algo salía mal, y así lo fueron metiendo en esos trabajos sicológicos donde le ofendeían, e incluso hasta en algunas tiendas le cobraban nuevamente después de haber pagado, con el cuento de que no lo había hecho, y muchos incluso a sus espaldas en los buses le hablaban de lo lindo mediante susurros en los oídos, pues ya sabían que escuchaba voces y mediante esta manera lo quisieron llevar al cementerio. Como sabían que estaba así, adrede usaron sus tácticas siniestras con el fin de hacerle creer que estaba maldito, mientras el común de la gente lo creía loco que incluso mediante el rumor muchos otros canallas le salieron a robar y atracar por cuenta de estos. Luego supo que todos esos canallas hacían parte de una escuela donde aprendían a robar y a delinquir. Todos esos vendedores de calles y rebuscadores, y comediantes de malas pulgas salieron a tratar de ganarse su premio, y fue entonces cuando comprendió que en este país también había villanos que estaban en lo más alto del poder.
- Una tía hermana de su papá, le decía, que lo
confundían.
Un peluquero del Espinal, también se lo decía. Y así, sometido a toda esta serie de persecuciones, llegó el hijo putativo de la tía…
- No me cuente eso, dijo
“Conciencia”. Ya lo sabemos.
- Los demás no, dijo el
comisario. Si no se cuenta…
Era cierto. Eran unas historias tenebrosas donde el aquelarre de aquellas maldicientes lenguas cometió sus peores infamias, mientras lo trataron de llevar a los mismísimos infiernos.
- ¿Sabe, qué querían hacer
cuando aquel matarife le preparó la hamburguesa?
- Sí, respondió el comisario.
Ya tenían el plan perfecto. Si se hubiera tragado aquel alambrillo, el
atoramiento hubiera sido mortal.
No quería ni pensarlo. En esos tiempos hasta era probable que los médicos legistas pudieran haber sido comprados para favorecer dichos embustes maquiavélicos. Era el más miserable de los menesterosos, y no tenía ningún derecho a vivir.
Fue entonces cuando recordó otra historia sobre aquel vigilante que se encargaba de investigar, sí los hombres del más alto poder elegidos popularmente, hacían bien sus cosas.
- Está loco, dijo “Conciencia”...![]() |
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