Perfume de mujer.

 Su olor no dejaba ninguna duda: “Era el de un perfume de mujer”. El aroma se extendía en toda la habitación como si se hubiera apoderado de ella, que ni siquiera el cadáver en proceso de descomposición influía en el ambiente. Para el comisario Rincón el homicida debió perfumar de tal forma su cuerpo que el olor se volvió repelente e hizo que los investigadores abrieran cuidadosamente las ventanas, luego de revisar a ver si existían experticias de huellas dactilares o cualquier otra cosa, para que el aire pudiera circular libremente. El cadáver no presentaba señales de violencia ni la cama ni la biblioteca ni los objetos de uso personal estaban desordenados, y todo allí parecía tan normal que el muerto no parecía serlo, si no fuera por el orificio de la bala calibre 35 que los forenses extrajeron después en medicina legal. La pistola marca Smith que disparó la bala asesina la encontraron en una de las gavetas de la mesa de noche del occiso sin rastro de las presuntas huellas dactilares, dejada a propósito por el homicida que posiblemente no quería romper la estética del apartamento. Como tampoco había rastros de sangre ni de violencia se presumía que el asesinato pudo cometerse en otro lugar, además que el carro de su propiedad todavía permanecía estacionado en su lugar, desde la última vez que lo vio el vigilante cuando charlaba con doña Erizonda.

Abigael aparentemente no tenía enemigos, pues todos los que lo conocieron afirmaban que era un buen muchacho a quien le gustaba la compañía de mujeres jóvenes y despampanantes.

-Era muy simpático, le contestó doña Erizonda.

- ¿Y qué me dice de las muchachas que traía?

-Aquí, dijo esta, hay muchos que lo envidiaban. ¿Sabe, Se demoraban bastante?

-Si, dijo ella. ¿Y eso a quién le importa?

- ¿No hacían bulla?

- No, nunca. Más bien los del tercer piso sí que lo hacen.

Doña Erizonda se refería a unos muchachos que los vecinos habían amonestado más de una vez, que incluso en alguna ocasión les trajeron la policía para que respondieran por sus escándalos.

- ¿Y qué más, me puede decir? Le preguntó el comisario.

- No, no sé. Tal vez era muy enamorado. ¿No cree?

Su muerte no pasaba de ser un misterio ya que no se le conocía ningún vicio o algo que lo involucrara en cualquier clase de problemas. “Más bien, pensó el comisario, por qué no una amante trastornada”. ¿Luego el perfume de mujer y el propio orden que encontraron en el apartamento, no indicaban que así lo fuera?

- ¿Y cuántas tienen en la lista, le preguntó el comisario a Dairo?

- ¿Me puedo ir ya? Preguntó doña Erizonda, que no quería saber nada más del asunto.

-Si, dijo el comisario. Si la necesitamos la llamamos, no se preocupe.

-Treinta y dos, treinta y cuatro… Todavía no las hemos contabilizado. La mayoría pueden ser estudiantes. Para mí, creo que esto debe ser una cadena en la cual una trae a la otra, y ésta última a otra, y así sucesivamente. ¿Cómo cree comisario que traería tantas a la cama, así porque sí? ¡Ah!

- ¿Entonces, cómo las seducía?

- Bueno…Contestó Dairo, este tipo debía tener algún señuelo para engañarlas, y de eso no me cabe la menor duda.

Dairo tenía razón. Dentro de su billetera los investigadores encontraron varias tarjetas con letras arábigas doradas  donde sobresalía “Estudios Escalante”, y el de la dirección exacta de Abigael Escalante acompañada con la del laboratorio fotográfico, a donde encontraron en las paredes del cuarto oscuro las fotografías de las jovencitas desnudas en diferentes posiciones, y las de otras que parecían más recientes sobre el escritorio de lo que seguramente fue su oficina, y que contrastaban con la meticulosidad estética de su apartamento.

Abigael -dedujo el comisario- debió seducirlas luego de hacer su presentación como representante de la “Revista Hoy”, una publicación fantasma porque sus hombres no pudieron encontrar más que unos cuantos carnets y un diploma supuesto falso que lo acreditaban como tal, fuera de otras fotografías donde aparecía acompañado de diferentes personalidades del mundo del espectáculo y del gobierno, pegadas sobre una pizarra de madera en un pequeño salón de espera, que hacían creíbles sus falsos objetivos. Convencerlas de lo demás, es probable que no hubiera sido tan difícil, si se tiene en cuenta que el chantaje y la extorsión son armas poderosas en estos casos.

- ¿Sobre esto, qué piensan? Les preguntó el comisario señalando las fotografías del pizarrón.

- Esto es pura propaganda, respondió Dairo.

- ¿Foto montajes? Volvió a preguntar.

- No creo, dijo Manuel. Más bien, estoy convencido que estaba bien relacionado.

- ¿Por qué no nos concentramos en algunos de estos personajes, comisario? Dijo Dairo.

- ¿Y por qué no en esta fotografía? ¿La ven? Adujo el comisario.

-Claro que sí, respondió Dairo.

- ¿Esa no es la que dirige el club Campestre? Preguntó Manuel.

-Si. Contestó el comisario secamente. Se llama Zoraida, y dicen que encubre a una casa de lenocinio.

-Las malas lenguas, le contestó Manuel riéndose.

-Háganme el favor de averiguar todo sobre esta mujer.

- ¡Okey! Contestaron al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo.

- Yo mientras tanto, iré a dar un vistazo a ese club.

El comisario intuía que estaban descubriendo la otra vida de Abigael. Sí, la de un proxeneta que embaucaba a muchachas con el cuento de llevarlas a la cima de la fama, sin que se dieran cuenta que estaban entrando a un remolino de drogadictos y prostitución porque por lo poco que sabía de Zoraida sus historias eran iguales de oscuras a los de la muerte de Escalante, a pesar de que asistiera a reuniones donde se daban cita personalidades que en sus manos tenían no solo poder sobre el gobierno, sino también de las finanzas y los altos negocios del país.

El club era uno de sus múltiples negocios...

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