Se dice que con
el hombre nacieron los imaginarios, y que con estos aparecieron los secretos.
Los versados saben que gracias a estos últimos el hombre ha construido o
también ha hecho caer imperios. Las grandes fortunas personales, los sabios,
todos han salido de esos mundos donde son de los mejores. Nos han ayudado para
que el hombre sea mejor de lo que es. Pero en la vida real la imperfección del
ser humano ha permitido que florezcan todas las villanías que conocemos desde
tiempos inmemoriales, que en la civilización occidental llamamos delitos. Son
los lapsus mentales a que conllevan entes colectivos cuando la realidad de las
intemperancias motivadas por los problemas económicos, o porque la información
que reciben y forma a los ciudadanos desde niños no es la apropiada, y se
producen esas endemias que permean a las sociedades y provocan catástrofes,
hasta hacer trizas esos imperios que el hombre ha erigido. También los
imaginarios y los secretos han prevalecido en toda la historia, pues como
personajes mundanos a veces han creado desesperanzas por sus ambiciones
personales, y cuando han caído en esas tentaciones se han dedicado a lo que
decíamos en lo que de tanto andar con los villanos y conocerlos tan bien,
terminan por hacer lo mismo. Ejemplos los vemos todos los días. Somos la imperfección
perfecta. Los Borgias en sus guerras que terminaron con la conquista del
imaginario colectivo de los cristianos construyendo su imperio, cayeron en
tantas laxitudes, y llegaron hasta los extremos de las ambiciones personales
que solo congojas produjeron en su momento. Lo mismo que hizo Moisés con sus
tablas de la ley en la búsqueda de controlar mejor a sus gobernados; y que
todavía se aplica en algunos países del medio oriente. La ley del Talión. “Ojo
por ojo”. “O diente por diente”. Que es la misma que aplican aquellas
organizaciones que infringen la ley contra los que se oponen a ellos. Es aquí
cuando el imaginario colectivo sanciona dichas faltas, y a través de los suyos
trata de impedir que sus ciudadanos traspasen los límites de los derechos de los
demás, y del Estado mismo. Somos imperfectos. Tal vez por eso existen los
Dioses y con ellos todo lo que hoy somos, pues cada nación tiene sus
imaginarios y sus leyes que hacen que en lo personal podamos convivir con los
demás. Cada religión tiene sus secretos. Y sobre estos existen los que llamamos
misterios. Son cosas inexplicables. En el cristianismo no podemos distinguir el
concepto de tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Para no ir más
lejos miremos el caso de Mozart que según parece murió en medio de las
vicisitudes de la época perseguido por su imaginario, producto de la envidia o
de la incomprensión de su tiempo. Saglieri parece que fue el que lo perseguiría
y lo llevaría a la tumba mediante los maleficios de la época. Edgar Allan Poe
murió -según dicen- y puedo equivocarme, a la entrada de una taberna todo
alcoholizado; y seguramente sus imaginarios lo obsesionarían para que hubiera
podido escribir su obra. Ese amor de Woody Allen hacia Diane Keaton en casi
todas sus obras y la forma misteriosa como este mediante su personaje en “La
Rosa Púrpura del Cairo” se sale de la pantalla cinematográfica en su intento
por dialogar con los admiradores que están viendo la película. La ficción
traspasando el umbral de la realidad. Los secretos del Vaticano en los cuales
el común de los mortales sugiere que algunos de los Papas como seres humanos
también han tenido sus rencillas, y que una de esas maneras en las que se
libran sus luchas secretas por acceder al poder, y basados que en todos los
rituales sagrados se utiliza el vino, se han utilizado sustancias venenosas que
se activan con este (el arsénico), para así impedir que continúen en el
ejercicio del poder. Son blasfemias que decimos los humanos claro está, ya que
al fin y al cabo en cada uno de nosotros existen tantos mundos diferentes que
sería muy difícil cuantificarlos. Lo mismo podríamos decir de los secretos. En
“El espía que surgió del frío” de John Le Carré, hay una extraña persecución en
la que un misterio se convierte en una pesadilla de inteligencia que da por
sentado a lo que todos estamos expuestos en estos tiempos. Día a día crece la
zozobra. Día a día como en la vida de “El Embrujado”, en la que durante años de
años fue sometido a una extraña pesadilla por algún imaginario que lo perseguía
para atormentarlo. En “La Casa Embrujada” de donde había salido, sus idus
malditos no lo abandonarían y lo perseguirían en las tierras adonde el petróleo
era la fuente de la riqueza de todo un pueblo. No entendía cómo un desconocido
podía hacer que le salieran imaginarios que seguramente sabían secretos que
este desconocía, pero que de tanto insistir en esa odiosa manía, terminó por
conocer al comisario Rincón. Tal vez, pudiera haber sido otro. Poirot lo fue
para Agatha Christie. Este le contó muchas historias para hacerlo caer en la
cuenta de que estaba marcado y sentenciado desde que había nacido. No lo
entendía. Pero ante la insistencia de contarle sus historias, terminó por
escribirlas, tantas, que fueron el preludio para que cuando regresase a su país
natal entendiera que detrás de todas esas persecuciones lo que había era toda
una amalgama de enredos de familias por supuestos legados de más de medio
siglo; donde también aparecieron aquellos personajes que pescando en ríos
revueltos, y creyendo que estaban cerca de fortunas que no les pertenecían,
terminaron por ocasionar grandes catástrofes en su obcecada labor de
inteligencia para satisfacer sus delirantes apetitos personales. Claro que
también podría ser otra cosa. Un sainete en la que parecía que secretos e
imaginarios desbordaron su realidad hasta llevarlo casi hasta la tumba,
mientras sus perseguidores como esas fieras de rapiñas trataban por conseguir
en su provecho todo lo que querían. Sólo así, comprendió que durante toda su
vida había vivido en medio de imaginarios que presumiblemente sabían secretos
que desconocía. Hilvanando su historia en el país adonde se idolatra al médico
José Gregorio Hernández debido a los milagros que hace, y andando por esas
calles y pasando por Sábana Grande en el Gran Café adonde Henri Charriére
escribió a Papillón, y sintiendo el pánico que le produjo cuando después de
muchos años al recibir un empleo modesto en el edificio de los “Corsarios” en
la costa del mar Caribe, llegó todo un pelotón de la Guardia Nacional y le hizo
creer que era un fugitivo de su patria, y que todo un país lo perseguía.
Llegaron muy parecidos a otros que hicieron lo mismo en “La Casa Embrujada”.
Pisaron duro en medio de una marcha rígida como si le estuvieran informando que
iban a hacer un allanamiento, mientras los dueños de aquel condominio se
burlaron y organizaron un melodrama adonde él, era el espectáculo. No entendía.
De qué se le acusaba. Y así comenzó todo un teatro de tortura sicológica como
si en realidad fuese una persona importante. Creyó que era algún personaje
parecido a “El Ultimo Emperador” en la que los defensores de un nuevo Estado
que preconizaba la libertad, lo perseguían y lo impetraban a que reconociera su
culpa por el sólo hecho de ser descendiente de la antigua casta que dominaba en
China. Se les parecía también a aquellos que, en nombre de la libertad,
quemaron en una plaza pública todos los libros que representaban lo mejor de lo
que la inteligencia del ser humano hasta ese momento había creado en un país de
Suramérica, y en nada se distinguían los unos de los otros. Estaba loco,
mientras seguramente sus familiares se burlaban ya que más bien se parecían a
los que en la Segunda Guerra mundial, después del fracaso del imperio racista.
se instalaron aduciendo que era su santuario, y que allí construirían lo que no
habían podido hacer. Sabían de su
descendencia y habían logrado mediante su poder acceder a lo que este por ley
le pertenecía. Su vida y su obcecada persistencia por realizar lo que buscaba,
no era de ley. Y detrás de ellos toda una ordalía de imaginarios que lindaban
entre secretos y fariseos, y mediante supuestas cofradías de familias y amigos
entre sí, parecían a que más allá del Arca perdida que en apariencia buscaban,
estaban tras las escrituras de Sion.
Sí, definitivamente lo habían vuelto paranoico y lo estaban desacreditando mediante canalladas siniestras. Lo querían muerto. En aquel país sintió como el peso de otra ley lo perseguía sin comprender lo que pasaba. Eran fantasmas que lo aturdían. Aquellos convirtieron a los “Corsarios” en una interminable provocación de tortura sicológica que ni siquiera las tempestades marinas acallaron sus amenazas. Definitivamente estaba perdido. Debajo del puente del Ejército, en la intersección con otra avenida importante de Caracas, adonde se vendían libros de segunda y se jugaba al ajedrez, supuso que la leyenda de “Alberto el Grande” en su tierra, presumiblemente había reiniciado. Aquel ajedrecista que junto con “El Diablo”, un personaje que además de fungir como amigo, y que lo drogó en esas calles Bogotanas, un hijo de un imaginario de noble corazón a quien seguramente no le hubiese gustado lo que hizo su hijo, con otros iguales de siniestros, estaban tras un tesoro que desconocía. Y actuando en consonancia con “Ríos Revueltos” creyeron que podían conseguir con su pesca, escamas de oro. Eran esos falsarios que desde épocas inmemoriales habían escapado de los infiernos y que con sus malos hábitos no solo sabían de las maneras de enloquecer, sino que estaban tras sus anhelados premios. Años más tarde cuando regresara a su país, y después de todo un trabajo en la que la muerte rondó y rondó estando loco; entre voces incoherentes y desconocidas en conjunción con otras coherentes y conocidas donde estaban estos ladinos, escuchó cuando decían:
– ¿Y cuál fue la
que le aplicamos?
–La de Ruy
López, decía otro.
–No, la de la
India del Rey, dijo un infante.
–No, que va,
dijo aquel libanés, que había sido pensionado por el gobierno por perder una
parte de su dedo índice en una de esas confrontaciones contra infractores de la
ley.
–Y no será que
nos equivocamos, dijo otro.
–Fue la
siciliana, siguió diciendo aquel que había armado toda una historia sobre “El
Embrujado”.
-Nos le metimos
al rancho.
Y habían organizado todo un festejo en aquella casa donde celebraban misas con chóferes que se disfrazaban de padres de las leyes de Dios, como recordándole que había estudiado de niño en un colegio franciscano.
En la calle segunda, llegando a la décima en Bogotá, una tendera que con el tiempo se decidió por cambiar su negocio por otro de venta de muebles, y casada con un imaginario se había disfrazado de practicante de jiu-jitsu, como si con eso le estuviera diciendo que también de niño había practicado este deporte.
Sí, aquella casa no se parecía a ninguna de las que todos conocen. Si decía algo de un vecino, al otro día lo esperaba disimuladamente al frente de la puerta. Todos parecían ser sus carceleros, y mediante amenazas le decían de manera sutil:
– Te vamos a
matar.
Se burlaban. Era terrible. Muchos años antes de llegar a aquella casa -un judío- uno de esos parias que conoció en el club de ajedrez Capablanca, le prestó un libro de Hermann Hesse.
-Este perro que
ve, le pusimos el nombre de Damián, en homenaje al personaje de Hermann Hesse,
le dijo.
-Primorov, por
el contrario, dijo en aquella ocasión que no era de la misma raza de “El Lobo
Estepario”. Es un gozque.
Era como si de esta forma le estuvieran recordando una historia que no sabía, y estos sí. Eran de mejores familias. Tenían los derechos que él no tenía. Por fin había entrado en ese estado letárgico muy parecido al Jack Nicholson en “Escapado sin salida”, donde por más de dirigir toda una fuga en un bus de un manicomio; había regresado obligado al mismo sitio. Recordaba aquella película de “Laurens de Arabia” con Peter O´Toole en la que muere en ese extraño accidente de motocicleta luego de intentar liberar a aquellos árabes de la colonización inglesa. Muy sutilmente aquellos personajes que lo rodearon durante años mediante libros y estratagemas le estuvieron insinuando una historia que después de haber enloquecido y otra vez regresado a “La Casa Embrujada”, la trataba de entender muy a pesar de que el comisario Rincón le contase otras en Venezuela. Estaba condenado. “El Diablo” como le decían a aquel amigo que conocía de escrituras y de leyes, junto a todo un grupo de supuestos comparsas, lo llevaron a esa casa orquestando la peor de las pesadillas que le pudiera suceder a una persona en el país del Sagrado Corazón de Jesús, y en la ciudad que durante años se consideró la Atenas Suramericana. Todo se parecía a estas películas. Gritaba y hablaba sólo. Lo ofendían. Lo amenazaban. En ese estado mental se acordó de Pawl Newman en su actuación de “Búfalo Bill y la conquista del oeste”. Estaba casi llegando al estado catatónico de donde presumiblemente nunca podría salir, mientras sus perseguidores le hacían creer que veía visiones. Por el trasluz de la puerta de la casa, miraba como un carro se desaparecía ante su mirada. En las tiendas del sector, se jugaba a que perdiera su memoria.
– Pero si ya le
pagué.
– No, le
respondía el tendero.
En el apartamento de una tía por parte de su papá, adonde había llegado pidiendo ayuda con los nervios crispados, un vecino de “La Casa Embrujada” se hizo al frente de la ventana para que lo viera como advirtiéndole que estaba tras su cacería, cosa que no le creyó esta, cuando le mostró a su perseguidor.
– Ahí no hay
nadie, le dijo la tía.
Y sin embargó, lo continuó viendo tras la ventana un buen rato, hasta que se fue. Lo mismo cuando oyó que alguien decía que ya había instalado la red. No lo entendía. Podría estar hablando de algo electrónico, pues durante varios años estuvo estudiando sobre este tema, pero no estaba seguro. De qué se trataba. Siempre había sido así.
Escuchó la voz de un primo –Primorov- regañándolo. En el Hospital del barrio Olaya Herrera, también oyó la voz de otro vecino que lo insultaba. Un gato que maullaba a la salida de la casa, lo vio que moriría después entre retortijones estomacales en el barrio Santafé como si lo hubieran obligado a tragarse un ácido. Escuchaba voces amenazantes, y su única consolación en medio de semejante aventura, fue cuando a su memoria llegó esa hermosa película en la que contaba lo que Búfalo Bill representó para los norteamericanos. Este iba de feria en feria mostrando lo mejor de lo que representó la conquista del oeste montado en su caballo, mientras los indígenas que le servían de áulicos lo seguían fieles ante aquel personaje que desmitificaba toda la barbarie que había representado la llegada del tren a esas tierras de los Sioux y pieles Rojas, y a donde se violaron los pactos de la pipa de la paz. Era una especie de bufonada avasalladora. Un filme desconocido que solo estaba en su memoria.
Si. Al mirar hacia el cielo, observó petrificado y asustado a un agente policial que lo escrutaba. Las voces iban y venían en medio de sueños que no le permitían contemplar la realidad. No dormía casi. Andaba y andaba entre las habitaciones tratando de esconderse en las más intrincadas y difíciles de encontrar, para no oír ni seguir viendo semejante tortura, qué desde la calle, lo amenazaba.
– Está muerto,
oía que decía “Voz de Humo”.
Quiso estudiar en una afamada institución virtual, pero se lo impidieron. Según decían aquellas leyes, los delincuentes si lo hacían, tenían derecho a la rebaja de sus penas. El, no. “El Arca del Diluvio”, le mostraba desde lejos una botella de cerveza en son burlesco, y quien quería que vendiera la posesión que tenía sobre aquella casa. “Una excepción a le ley”, pensó en medio de semejante aquelarre fantasmagórico. Aquel agente lo miraba sin compasión alguna. Era el delirium tremens que le impedía recordar las historias contadas por el comisario Rincón, ya que su cerebro no le respondía, y que con solo cerrar los ojos para dormir, veía personajes amenazantes.
Escuchó otra voz:
– Se acuerda de
aquella novela cuando todo un pueblo resultó amnésico.
– Si, respondió,
otro.
– Y recuerda
cuando nació un niño con la cola de cerdo.
– O sea, que lo
estaban engordando para matarlo.
– No, es que a
los judíos les dicen marranos cuando se convierten al cristianismo.
Definitivamente estaba loco. No entendía lo que decía aquel rostro de aquel agente desde el cielo, pues era lo único que recordaba. Lo miraba imperturbable. Estaba viendo visiones, aunque años después comprendió que en medio de ellas hubo otras que no lo eran, y que fueron hechas con el fin de enloquecerlo. Todos lo agredían. Durante años de años, alguien le había estado enviando mensajes cifrados, para que supiera de la amenaza. Y este, luego de quedar en ese estado invernal, y después de regresar a “La Casa Embrujada” y de salir airoso del hospital, y traspasado la demencia hasta llegar casi a la realidad, le dio las claves de su situación. Algo parecido a lo de Champollion cuando descubrió “La piedra de la roseta”, que le sirvió para descifrar los jeroglíficos de las pirámides, y con ellos la historia de los faraones del antiguo Egipto. Por fin entendía la clase de persecución a que estaba sometido.