A José Asunción Silva.
Todo estaba preparado. Los invitados fueron llegando a festejar la reunión del amigo, preparada para la ocasión. Lo que no sabían es que era su despedida de este mundo. Las mujeres llevaban vestidos de gala y lucían sus mejores joyas. Los hombres iban de levita. Unas cestas de mimbres con flores colgaban de los aleros de los salones de la mansión. El pianista tocó las mejores melodías del momento para que los tertuliantes disfrutaran sin sentir el frío de la Bogotá de esa época. Hubo derroche de poesía y de talento. También bailaron algunos valses.
Cuando la fiesta terminó, quiso la suerte que todos desfilaran por donde previamente el anfitrión les había ordenado a sus subalternos para que supieran qué habían celebrado. Su faz estaba lívida. Los cirios todavía daban lumbre. El ataúd estaba acorde a su cuerpo. El disparo en el círculo señalado sobre su pecho en el corazón, y hecho por un galeno amigo desde días antes del suceso, era una obra maestra. Es de anotar que todavía existe la casa del poeta, y toda la habitación está como la dejó aquella noche, gracias al interés puesto por muchos de sus admiradores, entre ellos varios ex presidentes, y como en aquellas historias que solemos oír frecuentemente sobre la maldición de Tutankamón para los que descubrieran su tumba, otra escritora insigne -María Mercedes Carranza- que ayudó a que su memoria perdurara en los miles de sus admiradores, y vigilara por el buen funcionamiento de su casa y de su obra, también hizo lo mismo.
Ahora es un museo y un centro de estudios de poesía y de tertulias en el barrio de La Candelaria en Santa Fe de Bogotá. Se llama “La Casa de la poesía”.
Muchos años después, el comisario Rincón sobre esta leyenda conjeturó sobre lo que pudo pasar al poeta, y supuso que su imaginario pudo ser trastocado por algo. Por qué no pensar sobre su amor filial y platónico del que según cuenta la leyenda estuvo enamorado. Por qué no sus descalabres económicos luego de morir su padre. O por qué no pensar en sus manuscritos extraviados en su viaje a Venezuela. Tantas cosas en donde el poder de la sicología por los imaginarios de su tiempo, y en que el dinero y su bienes materiales pudieron ser los que ocasionaron la tragedia de su vida. El comisario Rincón, cómo en esas extrañas paranoias que se forman los hombres en sus vidas reales, cuando se conoce todo a lo que puede llevar la ambición de la que nos hablara Nietzche en “Humano, demasiado Humano”, y cuando se encuentra con un escritor que elucubra sus sueños para que otros los lean, mientras sus bienes materiales no son más que accesorios ante el placer que se siente al elaborar una poesía que rime con su vida interior; son fáciles presas apetecidas por estas raras criaturas que como el rey Midas todo lo trastocan en oro, y les apetece el mundo material como si nunca se fueran a morir, o como si todo se lo fueran a llevar para el otro mundo, haciendo creer que la leyenda del escritor es la que prima. Pudo haber sido eso. Y sin embargo, todavía existe la duda.
*Escrito en 1.994 en Catia La Mar, municipio Vargas, Venezuela.
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