CRONICAS BREVES ALREDEDOR DE UN EXTRAÑO SECUESTRO DE FAMILIA

1.

No se trata de lo que Ud. piense a primera vista. Nada parecido. Ni mucho menos de las obras de teatro de Shakespeare en el mandato Isabelino en la Inglaterra de entonces, y con el sisma religioso de los protestantes que lucharon contra el poder del Papa. Estas no son las crónicas que se refieran a Cleopatra y Marco Antonio donde el amor los secuestra y los convierte en tragedia ante un Octavio que terminaría por ser el primer emperador de Roma. Se trata de otra cosa. Haga de cuenta que este es un libro en otro libro, donde unas historias fluyen, mientras otras van surgiendo. No son reales, sino que esos imaginarios que a diario vemos, terminan por vulnerar su identidad, y por ser sus verdaderos amos en medio de una conspiración permanente, que nos recuerda que seguramente desde antes de su nacimiento ha existido como resultado de un conflicto social, que se concatena con otra que ya existía, y que sus enredos lo único que hacen es sostener una tradición de un extraño estigma de familia, en la que gendarmes antiguos quieren seguir sosteniendo una falsa verdad en su propio beneficio.

- ¿Qué pasaría si un día Ud. despierta y se encuentra con una familia que, a pesar de conocerla, no parece ser suya?

 

Es más, comienza a elucubrar las tragedias de su vida, y a medida que va desenredando los misterios que desconoce, se encuentra con una extraña marca desde niño, como en las antiguas tragedias griegas de Sófocles y Esquilo. Y sin embargo termina por entender que podría venir desde mucho antes de nacer como sí en su entorno familiar hubiese más de un secreto, que sólo estos imaginarios saben, y a través de su descendencia quieren saciar sus ambiciones personales, como si con ello se fueran a conseguir una medalla, algún espaldarazo por cuenta de algún prestante comerciante, o que la sociedad los fuera a premiar, aun siendo un probable delincuente, o sin serlo.

 

Esta es una historia diferente. No se trata de lo que pensó a primera vista. Es un extraño lavado de cerebro en la que participa más de un comparsa en el festín, a sabiendas que nadie les dirá nada, pues en un estado benevolente pasarán desapercibidos, y serán de los mejores en un futuro, al estilo de los que nos cuentan los historiadores proclives a una idea social, o a un concepto universal de igualdad. Y cuando existen varias ópticas, vienen otros y nos dicen crónicas espeluznantes sobre lo acontecido, en la que Ud. no creía, a pesar de que ser de los mejores que ha dado un país.

 

Ya Ud. no es el mismo. Los sicólogos nos hablan de paranoia, y los más ilustrados en estos temas sólo nos dicen escuetamente que ha sido un “Conejillo de Indias”, debido a sus relaciones de familia, en la que los más, en esas relaciones tormentosas, quieren pescar en ríos revueltos los sueños que todavía no han conquistado, y terminan en ser los más obtusos, porque como crueles alimañas ya no son ni los más humanos ni los mejores, sino simplemente unos vulgares pescadores de ríos revueltos, en la que “Conciencia” al leer estas historias, concluye que son sobre la vida y la historia de un secuestrado, y que lo contado a este por el comisario Rincón en Venezuela, era un abrebocas para que “El Embrujado” entendiera lo que podría pasar el día que regresase a su tierra.

 

De eso tratan estas crónicas. Son los desvaríos mentales adonde muchos podemos ser llevados por estos personajes. Un libro en otro libro. Como parodiando a Borges.

 

2.

En alguna ocasión, en Alquería la Fragua de Bogotá, uno de los pocos clientes que le siguió comprando los productos que elaboraba, le dijo:

-Lo que pasa, es que Ud. tiene una familia de gendarmes.

 

No lo entendió en aquel momento. ¿Cómo se puede entender algo que no tiene sentido? Recordaba que de niño adonde doña Mercedes en Ibagué, su hermano llegaba de vez en cuando a descansar de esas largas correrías que los agentes estatales hacían por los campos del país para defendernos de los maleantes. Y era muy frecuente escuchar sobre el abigeato en esas conversaciones, y aunque uno no sabía qué era, a todas luces se comprendía que nos protegían. También recordaba de León Darío -un hijo de la misma señora y agente de dicho organismo policial- que murió en un enfrentamiento que tuvo contra delincuentes en una vereda cercana a Ibagué, y nada más. Además, cómo podría ser este, un enemigo del estado.

 

Por más que le dio vueltas y vueltas al asunto, no lo entendió. Una persona de bien no entiende. No estábamos en Argentina, adonde según decían los cronistas, en el último golpe de Estado que hubo, muchos niños quedaron en las manos de aquellos imaginarios que se tomaron el poder, y en la que se quedaron con los bienes materiales de los que murieron o huyeron, y más de uno mediante argucias legales quedaron figurando como padres putativos, que solo hasta el día de hoy lo sabemos gracias a las noticias que nos cuentan los medios de comunicación sobre “Las madres de la Plaza de Mayo “.

 

En fin, quedó exangüe ante semejantes suposiciones, porque lo entendió de otra manera. Era un perseguido, y para los demás no era más que un esquizofrénico que no quiso aceptar las recomendaciones de los siquiatras, para seguir consumiendo las medicinas que le provocarían un descanso del tormento sicológico en el que aparentemente estaba, cuando en realidad subrepticiamente le estaban amedrentando. No entendía cómo podía raciocinar bien, mientras otros a juro querían que no pensara mediante amenazas sibilinas que fueron desde palizas en las calles por supuestos ladronzuelos de calles, hasta encumbrados comerciantes y hombres de bien que mediante burlas sugerían que era una persona despreciable en un mundo donde el dinero y las buenas relaciones de familia lo son todo. Mucho más en un país en el que la sicosis del conflicto interno puede convertir a un hombre de bien en un enemigo de estado, o en un sinvergüenza, o depravado, que a los ojos de aquellos que se consideran los nuevos dioses de ese imaginario colectivo al que llamamos justicia y ley, merecía el castigo de los justos. Una ley que podría confundirse con “Las Leyes Mosaicas” tan criticadas en su momento, o “Las leyes de un estado moderno”, en una confusión tan terrible en la que los malos terminan siendo buenos, y los buenos en malos, como si la locura de esos dioses a todos nos quisiera inducir. Esos trabajos de carácter sicológicos no los había presentido, porque en medio de sus aflicciones a que llegó, supuso que solamente eran producto de las circunstancias personales por cuenta de esos lenguilargos que querían reventar sus nervios.

 

Que a uno lo madreen en la calle, y después los mismos que lo hicieron lo saluden como si nada hubiera pasado, no lo entendía. Que “Voz de Humo” en “La Casa Embrujada” se hubiera convertido en su perseguidor, y que cada que pasaba por aquel callejón, le gritaba:

- ¡Está muerto!

 

O tan pronto iba a salir, al abrir la puerta, este abría la suya como si supiera en qué momento lo iba a hacer. Qué todos esos vecinos se hubiesen propuesto lo mismo, y que a diario como si esos imaginarios personales tuvieran su plan de trabajo para instigar a unos perseguidores que salían por doquier, no lo entendía. Y claro que en Venezuela luego de salir de Colombia en un 9 de abril, al llegar a trabajar en el edificio de “Los Corsarios” en Playa Grande -Catia La Mar- en el mismo día que recibió el empleo, llegaron unos agentes de la Guardia Nacional haciendo un show que se parecía a un posible allanamiento en donde un teniente coronel encargado de la custodia antidrogas del aeropuerto de Maiquetía daba órdenes, y mientras los dueños del condominio acudieron nerviosos donde este para saber qué pasaba.

 

Nada absolutamente, sucedía. Más bien, se burlaron. Se estaban mudando a un apartamento del mismo edificio, habitado antes por un colombiano a quien a pesar que durante todo estos años trató de recordar porque lo había visto en algún lado, solo le rememoraba a un antiguo conocido con el que charló de joven en el  barrio Rodríguez Andrade de Ibagué, un muchacho tapicero que se fue  a conseguir sus sueños de juventud en el país hermano, y del cual nunca supo cuál sería su destino, y porque precisamente aquel personaje parecido al que digo, desocupara su apartamento en la misma semana y día que llegó a trabajar, para que estos nuevos inquilinos hicieran de las suyas en aquel condominio. Y le demostraban que a pesar de atravesar las fronteras de su país, esta persecución no cesaba, pues a toda costa lo seguían amenazando que ni siquiera el personaje llamado “Demian” (a quien llamaba Damián) de una novela de “Hermann Hesse” que un amigo en alguna ocasión le  prestó, aduciendo que ese mismo nombre le colocó a un perro pastor alemán que tenía como mascota en su casa, y donde le insinuó que se parecía mucho a otro descrito por el mismo autor en “El Lobo Estepario”, además de contar otras historias sobre una hermanastra que trabajaba en la fuerza aérea colombiana,  y que le insinuaban  de que era un  perseguido. Vale decir que aquel amigo era hijo de una familia bogotana que lo adoptó de unos inmigrantes judíos que lo dejaron a su cuidado, y que mediante el préstamo de aquel libro también le estaba advirtiendo que otro perro parecido, o el mismo, lo mordería en la puerta de la entrada de una casa recién adquirida por una de sus tías; presagio muy al estilo de lo que sucedió con Julio César antes que los conspiradores y senadores romanos de Casio y Bruto hicieran realidad su asesinato con un cuchillo. La sola llegada de los miembros de la institución castrense venezolana con su acuerdo tácito con los dueños de los apartamentos de aquel condominio, y los siguientes hechos que le siguieron sucediendo en vida, le demostraron que tenía un estigma de un enemigo que desconocía, y que posiblemente lo tenía señalado como un vulgar delincuente.

 

La estadía allí se convertiría en otra pesadilla, siendo tratado como si fuera un fugitivo de su país, y como si todo un estado le persiguiera. Así comenzaría el acoso por los pasillos de aquella comunidad en las orillas del mar Caribe, con la colocación de ratas muertas en los botadores de la basura, en el bloqueo de los ascensores, y en la invitación nocturna a sus compañeras para hacer el amor en la piscina espaciosa que allí todavía existe; hasta que finalizaría después de algunos meses tras muchos sufrimientos y pesares, recuerdos que fueron conjurados cuando salió a trabajar a otro edificio, mucho más amable, y más próspero: “El Week End”.

 

 3.

Parodiando a Borges: “Un sueño en otro sueño”. Era un secuestro extraño. Se parecía mucho a las historias que nos contaron sobre la Segunda Guerra Mundial, o también las que nos susurraron al oído en los años de lo que se llamó la revolución de la revolución de los legados de Martí, contados por los profesores a sus estudiantes en los colegios franciscanos, donde decían que utilizaron a sus hijos desde niños para ponerlos en contra de sus padres. Eran secuestros mentales. Hitler los utilizó para hacerles creer que la raza Aria era la mejor de las mejores, donde aquellos que tuvieran algún defecto físico o mental no deberían de vivir. Niezcthe y todos aquellos teóricos vociferaban contra los descendientes de los judíos, porque según estos eran los peores ejemplares de la raza humana. Ellos eran perfectos desde niños. Se los arrebataron a sus padres, y aunque fueran fieles al estado, no se pertenecían a sí mismos. Tenían la obligación moral de denunciar a sus progenitores que no estaban con sus ideales. Los herederos de Martí en aquel nuevo sueño, según decían sus detractores, hacían lo mismo. Así lo decía la religión de los católicos mediante sus libros. Alienación mental, lo decían los estudiosos de estos temas.

 

Estaba secuestrado. Así lo parecía desde que llegó a “La Casa Embrujada”. Era un secuestro extraño muy diferente a los que todos conocemos. Esos vecinos llegaron pisando duro, como si fuese uno de los peores delincuentes, y como si estos fueran la única ley del sector. Sus amigos hablaban de persecuciones contra los que hablaban en contra del estado, y este como si fuera el peor de los ciudadanos por el solo hecho de compartir con aquellos amigos algún tinto en una cafetería, también era zaherido. Luego sugirieron que era un pervertido. Un inmoral. Más bien, un amoral. No respetaba las leyes ni la ética de nuestros mayores. Y en ese vaivén fue presa de delincuentes que parecían ser de los mejores porque supuestamente estaban con la ley. En fin, era un sueño.

- ¡Ud. está muerto! Gritaba desde dentro de su casa, y a todo pulmón, “Voz de Humo”

 

Cabe decir que ya estaba loco. Según dicen los siquiatras que se inventaron estos temas, estaba con sicosis paranoide, y según los estudiosos, afirman que es “Delírium Trémens”. Lo vivió. Era uno de esos trabajos que hacen esos imaginarios que se creen de la mejor ley por cuenta de una herencia, en el rebusque muy sofisticado de una casa. Parafernales que con el tiempo siempre terminan más temprano que tarde pagando por sus bribonadas ante las leyes de los estados modernos.

 

Eran predicciones que siempre se cumplieron al pie de la letra en esas maldiciones de gendarmes antiguos, como si en realidad no hubieran sido los representantes de la ley. Cuando llegaron a “La Casa Embrujada” aparecieron como dioses, con su perro parecido al que le sugirió aquel amigo ajedrecista, y luego que en su casa de Santa Bárbara en aquel antiguo barrio bogotano, plácidamente cada que llegaba, lo escondía; tan idéntico a aquel que casi lo mata al frente de la entrada de la casa de la tía, que cualquiera podría decir que fuera el mismo. Y sin embargo, cuando Clavijo -el ajedrecista- le contó muchos años después, que no era hijo de sus padres porque de niño había sido adoptado por su familia, gracias a su benevolencia, pues era descendiente de unos judíos que murieron en un gueto en la segunda guerra mundial, y que otros inmigrantes lo salvaron, para que luego fuera como lo dijo antes, adoptado por sus padres. Estaba ido de sí mismo, y este ahora se aparecía con estas historias truculentas, como diciéndole:

-Ud. y yo, somos lo mismo.

 

Era como un baldado de agua fría sobre otro que estaba enloquecido. Y mucho más, cuando luego supo que murió en aquella casa en medio de una tempestad familiar porque sus hermanos que no eran de sangre la querían para sí, y no para este. Un sueño en otro sueño en medio de las vicisitudes que vivía por cuenta de esos imaginarios de mala fe que a diario le arrojaban perros muertos por las calles, o gatos que presumiblemente eran del mismo vecindario, y a los que nunca más volvió a ver. Seguramente, era cierto. Así lo supo cuando leyó en alguna ocasión en un periódico que daba cuenta sobre situaciones parecidas, trabajos que se hacían con el propósito de extorsionar a comerciantes, pero que en el caso suyo: “Estaba secuestrado” Siempre lo había estado sin darse cuenta y sin entenderlo.

-Ud. no es de ley, se lo decían mediante los mensajes de las ondas hertzianas.

 

Era un tormento sicológico en el que todo aquel que cayera en ese laberinto siniestro, así quedaba para siempre.

-Ud. está muerto. Retumbaba en su oído.

-Nació muerto, dijo otra voz.

 

Estaba loco. Sí, podría ser un secreto de gendarmería que querían saldar sus cuentas con la historia. Una historia de más de 50 años.

-Ud. no puede desatar el nudo gordiano. Nació muerto. Decía otra voz.

- ¡Mentiras! Gritó.

-Ud. es un fantasma vivo. No tiene derecho a vivir. Respondían desde el más allá.

 

Definitivamente no estaba en sus cabales. Y sabía cómo le habían enloquecido. No querían que el mundo se diera cuenta. Era la peor de las aberraciones humanas. No eran de ley. No lo podrían ser, por más que dijeran que sí. Había sido una tortura demasiado extenuante, y de toda una vida. Ahora querían saldar su cuenta con la historia. Aquel barrio que se parecía a aquellas mazmorras en las que vivieron los cristianos cuando fueron obligados a esconderse en ellas por los romanos, y no era más que la historia de cómo estos imaginarios se iban posesionando en los destinos de las vidas de todos los que no tenían poder para adueñarse de algún bien material. Y “Voz de Humo” no era más que un mandadero de estos extraños personajes.

- ¿Y entonces, yo qué soy?

-Ud. no es nadie. No existe. Le dijo otra voz.

 

Creyó que eran unos farsantes qué apenas eran unos aprendices del teatro antiguo.

-Nada de eso, dijo otra voz.

 

“Voz de Humo” se convirtió en un torturador sicológico personal. Recordó aquella historia de la biblia sobre el monte Ararat. Noé se empecinaba en decirle como buen samaritano, que era un pobre diantre, mientras sobrevivía con su negocio de empanadas. No estaba en sus cabales. Estos eran de mejor sangre que “El Embrujado”. Estos súbditos obedecían las órdenes que se le antojara a “Lenguilarga”.

 

Su voz armónica, melodiosa, y su manera para convencer a aquellos incrédulos que no tenían poder, los hipnotizaba. Amedrentaba. Sus encantos hacían que todos estuvieran con ella. Se burlaba. Presumía de ser de las mejores. Sus frecuencias eran tantas, que a veces había escuchado cuando decía:

-Coloquen la red.

 

Las frecuencias hertzianas viajaban en medio de aquel maremágnum de otras más nítidas; y así podía escuchar nuevamente:

-Ud. es un fantasma. Ud. está muerto.

 

4.

Era cierto. Estaba secuestrado. Lo habían amenazado en la misma casa, y no lo entendía. Cómo entender a estos personajes que te dicen:

-Hola, don…

 

Y por detrás te están metiendo un cuchillo. Si no cree, se lo digo de otra manera: “Hola don… (Bobo)” ¿No le da miedo salir a estas horas? Es un vecino de ley, y a pesar de que en su comportamiento no hay nada malo que desear, en verdad Ud. sale de la casa y no le pasa nada. Lo único es que siempre hay alguno de los mismos vecinos que está presto, para hacer su trabajo. Y es que en la casa de donde salió el perro que casi lo mata hace muchos años, lo tenían contra este. Si no, era Román era su señora, que muy disimuladamente salían detrás de él por aquel callejón hasta la calle, y de ahí en adelante otros hacían todo un teatro de seguimiento, hasta perderles de vista. Y cuando menos pensaba, lo hacían otra vez. Dejaban un carro rojo aparcado frente a la entrada de la puerta de la casa, y luego de salir a la calle, se encontraba con otro parecido, qué acercándose por donde iba, contra el andén arrastraba duro las llantas contra el filo de la acera, como para amenazarle. Y después seguía su rumbo dejando el mensaje.

 

Una vez dejaron un gatico en la casa del último gendarme que le compró al que loteó y vendió todas las casas de aquel interior de "La Casa Embrujada", que antes había sido una finca, y luego de verlo varios días con frecuencia en unas escaleras que se veían desde el callejón de aquella casa, una tarde que salió para los lados del barrio Santa Fe, otro le esperaba en una moto en el andén de la calle. Era parecido a uno que vio muchos años antes en una oficina del barrio “El Restrepo”, donde la tía que murió accidentada en Ibagué hizo la promesa de compra venta. Al rato, cuando iba por los lados de la plaza de mercado de la calle 19 con carrera 30 observó nuevamente otra moto parecida, mientras al frente de uno de esos locales de comercio, el motorizado arrojó a un gatico parecido al que estuvo viendo por esos días en el aquel interior de la casa donde vivía un gendarme a la salida de “La Casa Embrujada”. El animalito maullaba de dolor, mientras se retorció por unos instantes como si el motorizado le hubiera administrado un ácido, y lo vio como se acalló al morir luego de unos instantes de revolcarse sobre el andén de la calle, entre el estupor de los comerciantes y el de este, porque se parecía a uno de los muchos mensajes sibilinos que le estuvieron enviando durante años los vecinos, y porque seguramente a estos también los tenían amenazados. Lo tenían en la mira. A veces otro gendarme de la misma familia colocaba la radio patrulla justo al frente de la misma entrada a su casa, tan cerca de la pared que casi no podía salir, en aquel callejón adonde solamente los que vivían en aquel interior lo sabían.

-Qué pena, vecino, decía.

 

Y cuando no, el alboroto se formaba dentro de la misma vivienda cuando de regreso encuentra que una hoja del periódico “El Tiempo”, que dejó encima de la mesa del comedor le hacía falta. Según dijo su señora, ella le prestó por un momento dicho periódico a la esposa del mismo policía, y cuando lo devolvió faltaba dicha hoja, hoja que curiosamente acababa de leer en una cafetería de la plaza de mercado del barrio Santander, sobre un tema que le interesaba sobre Internet, y que comenzó a subrayar por ser interesante. Un sapo, de esos que uno se encuentra en la calle, que vive de su rebusque haciendo diligencias, y que llegó al negocio donde estaba y se dio cuenta de lo que hacía. Aquella hoja se había extraviado, y esta le dejaba su mensaje. Le perseguían. Eran de ley e intimidaban en su propia vivienda, de tal manera que nadie se diera cuenta del hostigamiento a que estaba siendo sometido, y de esta forma abusiva se creía una diosa muy parecida a las que nos cuentan los historiadores sobre esos imaginarios que poblaron el mundo de los griegos y romanos.

 

Estas son las formas que curiosamente vivió y conoció durante años, con esos “modus operandis” de enloquecer a las personas y ayudarlas a ir al cementerio. Seguramente se reirían, porque al otro día “Voz de Humo” estaba esperándolo en la puerta de su hogar como si fuera su sombra cuando habló de él con su mujer la noche anterior, y le dijo que iba a salir al otro día muy temprano. Cada que abría la puerta de su casa, este salía con su bicicleta como amenazándole, y casi siempre aparentaba que estaba esperándolo, muy idéntico a uno de esos rufianes de hechicería que uno lee en los libros con su escoba maloliente, y además le recordaba un cuento que escribió hacía muchos años.

-Pobrecito, está loco, decían los que iba conociendo.

 

Así lo dicen también estos personajes, que se parecen a los rufianes que salen por las calles, cogiéndose sus nalguitas, rascándose la cabecita, haciendo su estentóreo teatro que le recordaban a los que oía gritando y despotricando del gobierno, y zahiriéndose entre ellos mismos, en el teatro de lo que fue el departamento administrativo de seguridad de Colombia (D.A.S.) donde practicaban con las arengas que hacían en las manifestaciones, cuando fue detenido con un amigo a quien acudió a pedir  prestado un dinero para pagar la cuota del interés de un reloj que tenía en una prendería. Reloj que terminó perdiendo en medio de unos farsantes que se parecían a aquellas obras de teatro de Shakespeare.

 

Si no lo cree, esto hace parte de estas historias que está contando acerca de “La Casa Embrujada”, historias que no terminó de contar debido a que esas persecuciones han sido permanentes, que incluso cuando quiso hacer un curso virtual en El servicio Nacional de Aprendizaje (S.E.N.A) a cambio, le enviaban unos correos que a veces decían:

-Desplazado.

 

De verdad que no entendía. Parecía que viviera en la casa de estos fulanos que digo, y que se parecen más a uno de los cuentos de Cortázar: “La casa tomada “.

 

Una ficción hecha realidad, de mala manera.

 

5.

En una ocasión que Wilson, vecino e hijo de Ramos, el antiguo vendedor de la casa a su tía, le estaba esperando en la puerta de la entrada, recostado sobre un carro que duró varios años arrumado en aquel callejón por donde diariamente tenía que pasar, y mediante el cual le recordaban que años antes fue atropellado por un automotor fantasma idéntico, en los años que era profesor en la escuela de Villa Gladys en Engativá del Distrito Especial de Bogotá, curiosamente en el Calvo Sur por la misma calle de la casa de los educadores de esa época, luego que junto con Memín y su hermana Marta acabasen de celebrar su éxito por la presentación de unos exámenes en la Universidad Libre. Había salido de la casa de estos, a esperar una buseta en la carrera décima, para que le llevara a donde vivía en el barrio Centenario.

- ¡Y, Zúas!

 

Lo atropelló un automóvil de color blanco. El Zapato de la pierna aporreada volaría varios metros, mientras se revolcaba del dolor. Así vería cómo el chófer regresaría al poco rato para saber cómo había quedado. Lo había cogido del lado izquierdo en la pantorrilla de la pierna derecha porque en cierta medida la tenía estirada hacia adelante. Lo que parecía un accidente, con los años lo comprendería, pues estaba marcado por algunos que tenían poder en las calles, y entendió a su vez que lo que este muchacho hacía, era amenazar en son de burla. El mismo carro, lo seguiría viendo parqueado durante más de un año en aquel callejón del interior de la vivienda en que vivía, como presión sicológica. Aunque podría haber sido otro coche, por lo menos presumía que ellos mismos habían sido.

 

Así también entendería la intriga que tenía Memín que moriría según dijeron hace poco, vomitando sangre. Y a pesar de que lo vería antes medio loco, con un saco nuevo y del mismo color que se encontró por una de las calles bogotanas que tanto anduvo, y que le arrojaron unos desconocidos, días antes de abandonar obligado “La Casa Embrujada”.

 

Ya le había pasado en Ibagué muchísimos años atrás, en la escuela Boyacá cuando una alumna hija de un gendarme le besó tan rápido como pudo con el fin de hacer creer que le quería, y así pretender pasar sus prácticas de enseñanzas de la Normal de Ibagué, en el mismo salón donde un alumno que ahora ve por las calles  y que todavía lo sigue amenazando después de más de treinta años, y donde el director -Pino- de aquella institución pedagógica y hoy denominada Boyacá, se vio obligado a expulsarlo porque casi le daña la mano a uno de sus compañeros de primaria, enterrándole la punta de un lápiz.

 

A la hora de la salida lo estaba esperando, mientras le gritaba amenazante con un cuchillo desde lejos, y delante de todos los alumnos:

- ¡Le voy a medir el aceite!

 

Lo miraba feo. Y sin embargo…

-Bueno, dígame si esto no es un secuestro mental. Todos lo estamos.

 

A su tío Carlos creo que le pasó lo mismo. Incluso vio cuando le salieron lágrimas, luego que un gendarme llegó curiosamente a la oficina de su hijo del mismo nombre en San Victorino, y primo de este (no sé), a hacer una visita. Un gendarme alto y de bigote, que con su sola presencia denotaba su autoridad. No utilizó sus ondas hertzianas mediante algún transmisor, sino su habilidad para hacer de ventrílocuo, en esa forma soterrada que tienen estos personajes cuando son de mala ley, y comenzó a hablar disimuladamente mediante el estómago, tal y como lo hacen los ventrílocuos con sus muñecos para engañar.

-Ud. Es un marica, le decía.

 

Mientras su primo Carlos y su secretaria se hacían los de yo no fui. Y como baldado con agua fría, a los pocos días sería secuestrado un hermano de este, y uno de esos agentes según decía el rumor en las calles, y como se lo constató una hermana de su papá, sería el que estaría negociando su liberación.

 

Estaba ido de sí mismo. Había salido de “La Casa Embrujada” y ante la mirada de aquel en el callejón que con la reja que colocaron se parecía a esas cárceles que crean aquellos que, por sus trabajos, se cuidan entre todos haciéndole a uno creer que todos son de buena ley. Y no. Estos son unos farsantes que algún día, en algún gobierno no tendrán derecho ni a cobrar sus pensiones porque creyeron que siendo de los mejores, pueden arrebatar con sus intrigas y sus malos hábitos de amedrentamientos los bienes ajenos, u hostigar a un vecino para que abandone el lugar donde vive. Estaba secuestrado. Claro que esto hace parte de la misma historia que unos amigos de leyes falsas fueron tejiendo en esas extrañas aberraciones de dementes que casi logran convertir sus sueños en reales mediante el miedo, la administración de algún barbitúrico, la utilización de la sugestión de unos expertos que son capaces de decir:

-De tanto tomar licor, le dio el “Delirium Tremens”. Es un degenerado.

 

Y sin embargo, yo les estoy contando la otra historia. No es la historia de los vencedores. Es la historia de los vencidos.

 

La noche anterior había escuchado en una de las celebraciones que frecuentemente hacían en la casa de aquel vecino, como si estuvieran tratando de contar lo que harían:

-Ese no revienta.

 

Su voz era nítida. Se parecía a la del hijo de Ramos que estaba todo ebrio. Y creo, que tal vez quería que lo escuchara. Lo amenazaba, y esperaba.

 

Al tío Carlos lo había visto llorar en su almacén, y el padre de aquel muchacho le había invitado a tomar unas cervezas en su vivienda de aquel interior malsano, y todavía no sabía que esa historia había comenzado en Ibagué con unos amigos secretos que hablaban mucha paja, y qué solo hasta ahora lo comprendía.  Una tortura de lesa humanidad desde niño, que para estos especialistas en hablar, hablar y hablar, solo le hacen recordar a “Lengüilarga”, también a “Orejitas”, que estuvieron pendientes durante los once años que vivió en la última estancia en aquella vivienda en medio de la locura y el miedo.

 

Y en verdad le estaba esperando. Todavía “Ojos Azules” no lo había intentado matar. Uno de aquellos personajes que conoció en San Victorino, y que tuvo un negocio al lado de lo que fue una plaza de mercado en la carrera décima con décima, ya se lo había dicho de manera burlona:

-Ud. tiene un hermano gemelo.

-No. No creo, le respondió "El Embrujado".

 

Después con los años lo vería deambulando por las calles tratando de sobrevivir porque en los cambios que hizo el gobierno a raíz de lo que se quería de Bogotá, para hacer de ella una ciudad moderna, aquel negocio de casi un siglo, tenía que desaparecer. Y este, al morir su padre ya muy mayor, sus hermanos lo pondrían a andar por las calles, mientras su abogado parece que todavía sigue con el litigio para recuperar el derecho a la herencia.

 

En su locura, en una ocasión rompió un espejo en la vivienda. Al ver el rostro parecido al suyo, e hizo lo que cualquiera podría hacer: Lo rompió sin miramiento alguno, mientras “Lengüitas” que estaba pendiente, llegó muy temprano de la mañana a la casa.

 

Cada que quería contar alguna cosa acerca de alguna provocación, o amenaza por cuenta de esos mendaces que como sapos movían sus lenguas, o le robaban lo producido con las ventas de sus libros en las calles, y si lo querían se lo contaban por Internet, para amenazar. Y en este caso ya “Voz de Humo” estaba esperándolo al frente la entrada de “La Casa Embrujada”. Barría el callejón, y mediante su toquecito en la puerta metálica, le daba a entender que sabía todo lo que había dicho en la noche anterior como si hubiera algún micrófono o transmisor escondido en su casa. Lo mismo le pasó cuando una noche, otro junto con una muchacha gorda, que se parecía a una empleada de unos de la familia Camargo que vendían herrajes de fantasías en un centro comercial que tenían unos árabes. Lo esperaron en otra noche y a pesar del cuidado que tenía, le salieron de un garaje de carros, a atracarlo. Al ver el cuchillo, y como ya le estaban informando en las calles de lo que le iba a pasar para crear el miedo, se aparecieron. Al ver el resplandor del cuchillo “El Embrujado” entonces le metió una zancadilla y lo obligó a caer sobre el andén. Entonces, al ir a caer el atracador, y muy parecido a otro que seguiría viendo en Ibagué y que burlonamente no hacía más que hacerle gestos provocadores, también lo empujó hacia atrás y logró constreñirlo para robarle dentro de uno de los bolsillos del pantalón un billete que llevaba de $5.000 que no era nada para ellos.

-Ya lo tengo, le dijo a la muchacha, como si con ello quería impedir que esta siguiera azuzando para ver que más llevaba.

 

Sin que a estos les importara la mercancía porque no valía mucho, enseguida se desaparecieron entre las sombras de aquella avenida a donde unos pocos días después “Ojos Azules” casi lo hace atropellar con un embolador de cara enjuta y con pinta de yo no fui, de los carros que se movilizaban durante todo el día a altas velocidades.

 

Al otro día se aparecería también la esposa del gendarme que vivía al lado    golpeando la puerta con la escoba para que la escuchara, e informarle sibilinamente que ellos habían sido.

 

Le habían roto la espalda con la caída, y solo el miedo le hizo abrir la puerta a ver qué pasaba:

-Entonces fueron Uds., le dijo asustado.

-Grosero, le contestó nerviosa.

-Fueron ellos, dijo el comisario Rincón un buen tiempo después.

 

Un perro en estado vegetativo, con sus ojos como si lo hubieran drogado, y aporreado en su cabeza le miraba en Fontibón, luego de pasar aquel día que digo, por el lado del carro a donde el hijo de Ramos estuvo esperándolo en el callejón de su vivienda. Era parecido a otro de un vecino que lo frecuentaba con el cuento de saber sobre otro familiar que tuvo un hijo con una muchacha sobrina de unos profesores que tenían relación con “Voz de Humo” y que le recuerda a “Lawrence de Arabia “. Era simplemente la amenaza que le informaba aquel Willy, y además porque todos se conocían, que entre risitas y risitas no parecían que mataran a una mosca. Más tarde llegarían los Tolimitas.

 

Uno de esos personajes que tiene una tienda en el sector, y que frecuentemente le recordaba que la vida no valía nada, en son de broma, fulleros que se tomaron el callejón y llegaron a reforzar el trabajo empezado por sus antiguos dueños desde que el constructor de casas se decidió por convertir aquella quinta en varias casas para la vivienda, y que fueron desenglobadas de la primitiva en la que vivía con su tía. Se parecía a uno de esos terratenientes que, al vender un bien, quiere nuevamente apropiarse de lo vendido.

 

Hay que decir que todos sus clientes del sector no volvieron a comprar como si alguno de esos dioses les hubiera dicho:

-El que le compre, está muerto.

 

Por más que hubieran vendido lo que le vendió a buen precio del mercado, no había nada qué hacer. En fin, se parecía a la historia del perro que le recordaba a Damián, y que por cuenta de aquel vecino toda esa persecución obedecía a este. Los llamó entonces, tal y como lo hizo en su tiempo “El Embrujado”: “La pandilla Salvaje”. Una historia que escribiría por cuenta de lo que le comentó el comisario Rincón en Venezuela.

 

Había visto, cómo uno de aquellos jóvenes que mantenían drogados al voltear la cuadra de la casa “Embrujada” por los lados de” Oscus”, un centro de enseñanza muy conocido en Bogotá, y cerca de la casa de uno de esos agentes pensionados y Purificenses, le seguía dentro del bus que abordó para ir a vender en el barrio en Fontibón las mercancías que la noche anterior había fabricado. Habló mediante su celular constantemente dentro del automotor, como para llamar la atención, hasta que se bajó del bus. No había pasado más de media hora de dejarlo de ver, cuando al mirar sobre la acera de la calle por donde iba estaba aquel perro aporreado parecido al del tal “Laurenz”, y le hizo sentir miedo. Lo estaban siguiendo y constriñendo. A veces creía que lo estarían esperando en la entrada de aquella maldita casa, un ardid sugestivo que se repetiría por mucho tiempo, que incluso una vez fue aporreado por uno de esos gendarmes, que le magulló un dedo luego de abandonarlo en los cerros orientales de Bogotá, todo ido de sí mismo, y sin saber dónde estaba, en castigo muy sutil y sicológico cuando le hizo pistola con los dedos de la mano en un negocio que todavía queda cerca del Capitolio Nacional, a un negro alto y cojo que vendía lotería por la calle, y que lo tenía hastiado porque cada que lo veía se le acercaba a amenazarlo. Este que estaba tomándose una cerveza, lo vio entrar al llegar al negocio y sin darse cuenta allí resultaron unos agentes a su lado, luego que seguramente les vendió un billete de la lotería, pero que al darse vuelta para hacerle el signo de la pistola, ya estos estaban ahí sentados con una muchacha policía, y muy cerca de donde había visto a un gendarme que era familiar o muy amigo del tío Carlos, y a quien había visto en una ocasión donde él, y también cerca de donde una amiga joyera iba frecuentemente a hacer sus transacciones comerciales y bancarias. Así le sucedería con frecuencia a donde le anunciaban amenazas. También tuvo que ver horrorizado a unos pobres animalitos que le arrojaban parecidos a los de algunos de los vecinos, y a los que vería muertos cuando llegaba en ascuas en varias de esas noches a la casa. Uno de estos, se parecía a la mascota del que le recordaba a la película de Peter O’Toole de “Laurense de Arabia” que hizo de personaje principal en esas historias árabes. A otro, a un perro de un estilista homosexual, que todavía tiene su negocio cerca, lo vería exangüe y muerto sobre la autopista que nos trae de Ibagué por la autopista del sur. A un gato, que frecuentemente lo veía maullando cuando salía de la casa de uno de estos gendarmes que le compraron la casa al papá de aquel joven que dijo todo borracho:

-Ese no revienta, tal y como lo hizo “Ojos Azules” cuando casi lo hace matar con los carros.

“Asesinato Perfecto”.

 

Lo mismo que lo asustó cuando vio cómo llegaba a su casa la que se parecía a una hermana de este, que cada rato le salía a provocar  y amenazar con policías, y la misma que vio entrando con sus llaves en otra casa que estos tenían muy cerca, y que era de madrugada cuando salió a tomar un tinto, sin saber todavía que era vecina suya y familiar de estos, porque uno de esos muchachos drogados que conocían muy bien, le pidió un cigarrillo justo cuando el nuevo vecino policía que había comprado la casa de la entrada adonde vio maullando por varios días al gatico que resultó muerto en otro lado, pitó desde su carro y que le dio a entender con su mirada que posiblemente era de los mismos drogadictos y ladrones del barrio. Claro que son trabajos de sicología de estos personajes que fanfarronean porque muy perspicaces pueden hacer que un inocente caiga en esas redes de la delincuencia, por cuenta de sus ambiciones desmedidas, enviándole mensajes siniestros. Esa vez que pasó cerca de Wilson, el hijo de Ramos, le dijo:

-Huele a muerto.

 

Tenía pánico.

 

6.

No sé, si esta sea la historia de un secuestro de otro secuestro. Verá. No hace ni un mes lo encontré con un excompañero de estudios de su niñez en el Colegio Jiménez de Cisneros. Vive por estos lados, y ya se lo ha encontrado más de una vez, aunque debo de decir que no lo distinguía ya que lo dejó de ver por más de veinte años, y porque a esta edad nuestra memoria ya no registra lo recuerdos de aquellos compañeros con quienes compartió clases iniciando nuestras vidas. Cuchumina, un amigo que murió hace mucho tiempo, se encargó de recordárselo. Pero la verdad, es que su nombre ni siquiera lo sabía, por el olvido. Aquel día entendió que le quería dejar un mensaje, tal y como lo hacen con frecuencia estos personajes que a diario le salen por las calles, como si se hubieran escapado del mismísimo infierno que nos recrea Dante en su novela, pero que de este no puedo decir lo mismo.

 

Durante todos estos años nunca habían dialogado. Solo hasta ahora se presentaba la ocasión.

- ¿De verdad no se acuerda de mí?

-Claro que no, le dijo.

-De mi nombre, reafirmó.

-No, recuerdo.

 

Pretendía con esto llevar su conversación, mientras iban por la carrera quinta. Ni siquiera estaba interesado en preguntar por su nombre, porque es normal en una ciudad donde frecuentemente se encuentra a tantos conocidos que su nombre importa, con el solo saludo bastaba.

-Mi nombre es importante, dijo.

- ¿Cuál es? Le preguntó.

- ¿Cómo no se va a acordar? Lo dijo en tono burlón.

-La verdad es, que no. Le respondió.

 

No le interesaba. Ni siquiera trataba de adivinar.

-Vamos, le dijo mientras se reía. Es un personaje importante de la Biblia. ¿No se acuerda?

 

Tantos personajes que tiene la Biblia, y a estas horas de la vida pretendía ponerlo a averiguar mentalmente, cuál podría ser su nombre.

-La verdad es que no sé. Le dijo, malhumorado.

 

Iba a donde una cliente que esas horas le esperaba.

-Dígame, mejor.

 

Detuvo su camino momentáneamente, casi que emocionado, como satisfecho de dar a entender que le estaba insinuado otra historia.

-Moisés.

-Ah, sí. Le dijo.

 

Ni siquiera había captado lo que trataba de insinuar.

- ¿Cómo no va a caer en cuenta? Moisés, salvado de las aguas, terminó por decir.

 

Se lo repitió, como si fuera importante. Entonces entendió que algún sentido tendría su reafirmación. Recordó a Mario Clavijo en Bogotá, y supuso que por contar su historia había muerto, aunque en apariencia ya estaba muy mayor y sostenía una discordia con sus hermanos sobre la posesión de la casa adonde su padre tuvo el taller de fotografía en la Bogotá antigua. Sintió lástima. Algo parecido le pasó en “La Casa Embrujada”. Y todo porque estos personajes vuelven paranoicos a cualquiera. Parece que ese es su oficio, con tal de conseguir casas regaladas.

 

La realidad podría ser otra, muy a pesar de que Moisés se alejó en medio de la multitud a hacer una diligencia que tenía que ver con el pago de los servicios de la casa en donde habita. Solo se había acercado a dar ese mensaje, y claro que enseguida con su historia terminó mentalmente viajando por otra que Clavijo le contó acerca de su origen, cuando andaba medio ido por las calles del barrio de las Cruces, y además que en su vida nunca lo convidó a tomar algo, ya que este siempre fue el que lo hizo. Le ofreció un tinto en una de esas cafeterías de la séptima que llevan más de medio siglo de existencia y que queda cerca de la iglesia del barrio Las Cruces.

 

Era uno de los judíos que llegaron a estas tierras, y que por alguna razón terminó en las manos de otros; y aunque lo buscó un año después en su casona de Santa Bárbara, los vecinos le dijeron que había muerto. Y la casa, sus hermanos que no eran sus hermanos de sangre, terminaron vendiéndosela a un comerciante de antigüedades en “La Plaza de Las Pulgas” en Bogotá.

 

Y claro que sobre esta historia, debe de existir otra. Eso pienso. Un secuestro sobre otro secuestro para impedir que el nudo gordiano se desate sobre algún legado oculto, y que estos impostores quieren evitar mediante otros.

 

7.

Lo que digo. Ha vivido situaciones extrañas por cuenta de otros. Es más, recién salido del hospital de la Hortúa adonde lo llevaron los inquisidores que como dioses infestan estos mundos, toda una serie de bribones de calles se aparecieron en el camino para impedir que regresase a la realidad. Siempre ha sido así: “Una tortura sicológica”. Y maquiavélica de bribones que con sus rostros de yo no fui, le han acosado ininterrumpidamente. Con el tiempo sus caretas se han ido desvaneciendo, como si las idiosincrasias de sus bellaquerías fueran del linaje de los buenos. Y no. Sus disfraces perfectos ya no lo son. Y este, entre semejantes torbellinos he ido regresando a la realidad en medio de estos lenguaraces que se asemejan a los vulgares ladronzuelos de lo que nos cuentan las películas, y novelas de misterio, que se parecen a la vida que le han hecho vivir, sin siquiera lograr que las varillas metálicas que los cirujanos colocaron en su columna vertebral se las quiten, y le devuelvan la vida que se robaron.

 

Estos personajes sinvergüenzas, que viven de sus enredos y de sus perrateadas, como si fueran los perfectos imaginarios a los que uno tiene que creerles, desatan rabia, porque todavía se les ve tan campantes qué cuando se pasa por su lado, uno es un desagradecido por estar todavía vivo con los pies sobre la tierra. Es como si les doliera que uno ande por esas calles libremente sin que nos miren con su hedor nauseabundo, son los chupasangres de los tiempos modernos, pues creen que hay que rehuirles como si en verdad fueran los dueños de nuestras vidas.

 

Apestan. Así son estos trogloditas. Todos estamos sicológicamente secuestrados por el miedo. Pero el de este, ha sido largo y extenuante. A veces creo que le deben una pensión, porque según mis cuentas esa historia ha sido de toda una vida. Y claro que estos imaginarios arguyen que está desquiciado, y que lo suyo no es más que la histeria de los locos. Y que, para esto, no hay un remedio eficaz por parte de la ciencia.

 

Fanfarronean y se burlan. No sé cómo han desatado en estas calles a tantos lenguilargos, que le han contado, cómo lo enloquecieron durante más de medio siglo.

 

Así era como yo pensaba de sus desvaríos sicológicos, cuando “Lenguilarga” tuvo a bien descansar un poco de sus extrañas sartas de mentiras. El bostezo de “Orejitas”, le hizo caer en la cuenta de que ya estaba lejos de “La Casa Embrujada”, aunque sus fantasmas todavía lo perseguían. Si. Ha sido un largo y extraño secuestro de más de treinta años en la que sus verdugos se han venido turnando, raros personajes extraídos de esos creadores de mundos irreales que como en “La Divina Comedia” apestan. Ahora son una alienación mental. No sé, si lo crean.

 

8.

Es cierto. Se parece a lo que digo. Y no es de ahora. Lo han hecho durante toda la vida como si en realidad no tuviera el derecho a vivir lo que supuestamente todos tenemos. Aun así, lo pretendieron convencer de que somos así, debido al destino que estos gendarmes antiguos le dieron. Somos sus esclavos. Así, se lo han creído. Da grima el saber que todavía persisten en lo suyo, sin entender que el mundo ha cambiado, y que por más que traten de saldar sus cuentas con la historia, no son más que los recuerdos de sus viejas aflicciones al saber que es casi un imposible evitar que en estos tiempos la sociedad se entere que sus dioses son de pies de barro porque como en las dictaduras que hemos conocido en nuestro continente, lo que han hecho es usurpar la realidad a quienes de alguna manera resultaron no ser sus hijos verdaderos, sino un producto de sus secuestros.

 

Estos no tuvieron la libertad de todos. Son historias secretas que han pretendido acallar, aparentando que no entendemos nada de sus pantomimas, donde además de hacernos creer que hemos cometido ilícitos por el hecho de haber nacido, nuestras conductas son antisociales. Así, han sido nuestras vidas. Sus órdenes macabras en la que han usado todos sus sainetes del horror no han hecho más que recordarnos que nuestra libertad no existe, por más que las leyes lo digan. Son los falsarios de nuestro tiempo. Nos parecemos a los hijos de los raptados en las antiguas dictaduras y en la que según creemos, pudieron haber sido los hijos que quedaron de los muertos que perdieron todos sus bienes, y que bajo la apariencia de otros nombres, han querido liberarse de estos fantasmas que les estorban. No son de ley en estos tiempos, a pesar de que todos digan lo contrario.

 

Si duda de esto, también dudará de lo que cuenta Kafka en sus novelas. Creo sin temor a equivocarme no quiso que sus libros fueran publicados, porque dentro de sí sabía que del estigma que por ser nieto de judíos, no tenía derecho a la libertad plena a pesar de ser abogado, y haber ejercido su profesión porque en lo personal estaba secuestrado por esa sociedad que en su tiempo, creía que las minorías no tenían ningún derecho, por más que así lo dijeran las leyes que consagraban la libertad dentro de sus constituciones. En “El Proceso” su personaje está enredado en esa maraña de leyes que se parecen a las nuestras, porque para hacer que surtan sus efectos, hay que recurrir y recurrir, como si no valieran nada. En “La Metamorfosis” cuando Samsa se despierta convertido en un vulgar escarabajo, y además que nos cuenta todo acerca de su linaje, deja entrever que él no es nada. No es nadie. Tal vez por eso, sus obras son fundamentales en las universidades a donde enseñan Derecho.

 

Lo mismo que hizo Hitler, cuando ordenó lavar el cerebro a los niños que serían el ejemplo del “Tercer Reich” en la que sus progenitores no importaban para nada, o como en esas violencias de sus padres putativos que resultaron ser los que les negaron la vida a los suyos, pero que como estos no lo saben, aparentan ser de los mejores.

 

Si, por eso creo que puede ser cierto. De Kafka a nuestros días hay todo un salto de tiempo en estas historias. ¿Por qué no pensarlo así? ¿Será que no somos de esta época? Así nos dicen todos estos imaginarios que con la fuerza de sus poderes nos quieren hacer creer como ciertas las historias que nos cuentan. ¿Estamos idos de sí mismos? ¿Es nuestra locura?

-Okey.

 

No me crean. Estas son las irrealidades de una ficción que no pudo ser real.

 

9.

- ¿Por qué me queréis matar, vuesa merced?

 

Tal vez esta pregunta pudo hacérsela el “Quijote” al pobre Sancho muchas veces, y a las que seguramente este pudo haber respondido así:

-Esas son ideas suyas, mi amo.

 

Mientras su caballo y el jumento de Sancho Panza bostezaban de la sed, cansados de ir y venir en aquellas tierras descritas por el Manco de Lepanto, suspiraba por que aquellos personajes pudieran ser más reales, o que simplemente en algunos momentos de lucidez del que nos ha dado tanta honra el lenguaje de Castilla, se decidiera a descansar para responder mejor a lo que Sancho acababa de decir. Lo que a la hora de la verdad pudo servir para la dicha de todos, ya que su historia iría mucho más allá de la vida que nos contó en su momento Miguel de Cervantes Saavedra.

 

En aquella naturaleza adonde la verde y ondulante sábana dejaba entrever unos molinos de vientos, de los que nos describen aquellas novelas de caballería que han hecho fama. Y tal vez en los momentos en que sus fantasmas le permitieron discernir que aquellas aspas de los molinos de viento eran las que eran, sentado con su fiel acompañante, mientras sus bestias por fin retozaban, y entendiendo que la vida era tan efímera, hubiera tratado con su amigo de descifrar el por qué le acontecía todo lo que pasaba en su vida.

 

Rocinante no le entendería, pero es muy probable que Dorotea, sí.

- ¿Pero mi amor, qué habéis, dicho? ¿Acaso estáis loco?

- ¿Qué decís mi amada? ¿De qué me estáis hablando? Le digo a Sancho que vuesas mercedes han tratado de matarme. ¿No me entendéis?

-Estáis ido, vuesa merced, tal vez le respondería Sancho.

- ¿Además me habéis robado?

-Pero que decís, amado mío, le diría Dulcinea. El diablo te trastocó la cabeza.

-Sí, respondería el pobre Quijote. ¿No te acordáis de Any?

-No sé quién sea, dijo Sancho.

-Si vais al cementerio, y cerca muy cerca en donde hubo un negocio, al que por esas cosas de la vida le fie. ¿No sabéis?

- ¡Ah! Sí, ya sé, respondió el buen hombre de Sancho.

- ¿Y qué te robaron?

-30 Maravedís de los duros.

- ¿O sea que Any, te robó la mejor mercancía?

-Sí. Me engañó. Y se fue a vivir a “El Bosque”. Dicen que allá no se puede entrar fácilmente. Son ladrones. Robarle a un pobre…

-Son cuentos vuesa merced, diría Dulcinea.

 

“El Embrujado” recordaba como aquella comerciante que tuvo un negocio por los lados del cementerio de Ibagué lo había robado. Le dijo que le fiara una mercancía por unos dos días, mientras llegaba el domingo. Ya lo tenía cautivo. Le compró unos cuantos aretes, y unas buenas sartas de gargantillas, como para que creyera que era buena paga. Y así este le fio algo parecido a los maravedís que le habían robado al Quijote. Pasarían unos cuantos días más, para que supiera que la comerciante se esfumó con el negocio que tenía a aquel lugar donde según dicen las malas lenguas, no podía ir a cobrar porque allí no se podía entrar tan fácilmente.

 

Y cuando fue a averiguar a donde la dueña de la casa donde tuvo el negocio, esta le respondería:

-Dese por bien servido que Ud. no fue el único. A muchos les quitó más de lo que le quedó debiendo. Olvídese que ella le irá a pagar algún día.

 

Y como en aquella historia de vieja data, “El Embrujado” seguiría con aquella charla que en su cerebro retumbaba:

-Mi amo. ¿Qué estáis diciendo?

-Tenéis secuestrada a mi hija.

- ¡Cuál hija! Gritarían.

-Por favor, Cervantes, diría el Quijote. Cuente la realidad.

 

10.

Seguramente nadie entendería al pobre Quijote ni a Sancho. Dorotea tal vez le arengaría y trataría por todos los medios de evitar que nuestro personaje siguiera con su historia:

- ¡Sois un ido de la cabeza! ¿No te dais cuenta de que soy producto de tu imaginación?

- ¿Cuáles hijos?

 

“El Embrujado” que todavía estaba extraviado en medio de semejante pesadilla, apenas entre sueños alcanzaba a escuchar lo que su mujer le decía.

- ¡Otra vez roncando!

 

Y en medio de semejante sueño atroz caía en cuenta que “Lengüitas” le susurraba en sus oídos con sus frecuencias fantasmales toda una serie de amenazas, mientras trataba de llevarlo al abismo de la locura, ya que “Orejitas” en aquella casa permitía que sus secuaces fueran los encargados de ejecutar sus planes infernales para que se muriera fácilmente de un infarto.

- ¡Sois, unos bellacos! Gritaría el Embrujado.

 

No podía soportar semejante tortura en la que sus inquisidores que conocían la manera cómo sus palabrerías amenazantes se adentraban dentro de su cerebro, a sabiendas que le podrían hacer perder su cordura, o mediante sus susurros trataban de llevarlo hasta la iniquidad, en la que podría quitarse la vida en medio de semejante delirios.

 

“Lenguilarga”, bostezaba. Lo quería muerto. “Orejitas”,

aquella fiel comparsa y amante de uno de estos imaginarios, se reunía con los vecinos que parecían salidos de la obra del Dante y procuraba que cada que dijera algo sobre ellos, cada uno de los que hablara, le fueran saliendo por las calles, o en la entrada de aquella casa.

 

Paul Newman en la “Conquista del Oeste” nos había deleitado con sus historias histrionisas, mientras los indígenas qué fieles lo seguían en la presentación de su circo en las lejanas tierras del continente americano, habían resultado tan lenguaraces en los círculos de aquella mansión fantasmal, y en la que salían y lo amenazaban, y habían terminado por decirle:

- ¡O se muere, o se muere!

 

Aquel “Ojos Azules” no era el mismo que había visto en aquella película que solo se ve en las cinematecas, sino más bien podría ser un gemelo de esos que las circunstancias de la vida crea en una sociedad obnubilada, porque sus sueños son el producto de la venganza y el odio hacia sus semejantes, mientras la voracidad de sus ambiciones personales termina por ser su propio dueño. Era una sociedad envilecida. Una pesadilla que podría ser real. En aquella casa, todo podía suceder.

 

11.

Sí, las apariencias engañan. Le había pasado lo mismo. Todavía recordaba cómo había llegado de joven a aquella casa. Es una de esas historias en la que el vendedor de un bien inmueble siempre quiere quedarse con lo que vende. Luis, un abogado de esos en que creyó, porque su padre le había contado unas leyendas en aquellas tierras adonde se luchaba por la libertad en medio de esas confrontaciones innecesarias de la humanidad, le explicaba que el mundo era la manifestación material de la naturaleza en la que el hombre nacía libre, y que para realizarse tendría que luchar contra aquellos que enajenaban sus vidas, y los bienes materiales por cuenta de ese poder omnímodo que se había gestado alrededor de la propiedad privada. Todos tenían derecho a ser libres. Qué por eso había vivido, y que al llegar a la vejez, solo se complacía con la satisfacción de que sus hijos fueran de los mejores. Años más tarde, un hermano del amigo en el Espinal andaría aturdido y loco porque según decía, el elixir malsano de la vid alteraría sus sueños en medio de aquella sed de libertad, y al querer ejercer su oficio en este pueblo mediante el poder que le había dado el estado para hacer justicia mediante una fiscalía, resultó loco y aturdido.

 

No lo entendía. De qué libertad hablaban, si en realidad lo estaban enloqueciendo mediante todos los recursos de aquellos delirantes dioses que se habían desatado desde esos mundos infernales, para consagrarse como los verdaderos poseedores y dueños de las vidas de sus semejantes. Sí, estaba ido de la cabeza por cuenta de estos, y seguramente a su hermano lo tenían así por cuenta de los bienes que había conseguido en el ejercicio de su profesión, o de presuntos delincuentes que no querían salir a la luz pública. Los bienes, se los estaban quitando lentamente. Así lo suponía. Se entristeció. Era un falsario. Era uno de esos expertos en fabricar sus historias. Aturdido como estaba, escuchaba las voces que “Lenguilarga” se inventaba, lo enloquecían con estas frecuencias mediante amenazas. Le estaban provocando el Delirium Tremens. ¿Para qué la ciencia? Si estaba en manos de estos personajes sin ninguna compasión, como en aquellas tierras adonde no había ley, y donde los más fuertes se estaban quedando con los bienes de los que no tenían poder. ¿De qué Ley hablaban? Si criticaban a las leyes mosaicas que en el medio oriente se ejercía, adonde la religión y el estado no se diferenciaban en nada, ahora de manera subrepticia se estaban quedando con los bienes ajenos en medio de esos aquelarres que  estaban llevando a muchos a la tumba en la que los creyentes de aquellas calles, como en una de las películas de Luis Buñuel, que sin ninguna compasión ante una joven hermosa y bella, cuando invita a unos menesterosos a comer, estos al verla sola deciden que la tienen que violar y quedarse con lo que tiene. Como en toda película, el hijo del tío muerto de ella, llega y la salva de aquellos seres infernales, y “El Embrujado” en medio de semejantes diatribas de ondas hertzianas y de aquellos callejeros convertidos en los secuaces de unas leyes subrepticias, y aunadas con los esfuerzos de aquellos vecinos organizados para zaherirlo, solo lograba seguir sobreviviendo, mientras su cerebro descendía casi hasta el infernal mundo enajenado donde no se sabía si era de día o de noche, y recibiendo palizas y provocaciones de aquellos mendaces que no eran más que unos viciosos también amenazados por sus amos. Andaba con miedo y con pánico. Solo en una de esas oportunidades en que logró desasirse de “Lenguilarga”, y de su voz histriónica y nauseabunda, solo cuando decidió que tenía que salir a las calles a vender sus libros, e inventarse otras historias en los buses y en los pueblos cercanos de aquella metrópoli, lentamente fue adquiriendo conciencia de que estaba encarcelado y secuestrado en medio de semejantes torturadores; y solo así, luego de regresar a “La Casa Embrujada” todo ido de sí mismo, comprendió que así lo había estado toda su vida. Y que estos no eran más que unos inquisidores que lo habían querido matar.

-Aquí llegó, aquí se muere. Le decía frecuentemente una de esas voces inventadas por “Lenguilarga” mediante “Voz de Humo”.

 

A veces, era una voz desconocida y de otro mundo. Pero estaba entendiendo que esas voces habían sido no solo de su propio cerebro por la inducción a la locura, sino que eran voces impostadas y ventrílocuas como las de aquel gendarme en la oficina de su primo Carlos H en San Victorino que en medio de su alharaca decidió amenazarlo, mientras se burlaba con su secretaria. Era como si los descendientes de Carlos V lo hubieran convertido en un obnubilado, por cuenta de unos mendaces que aparentaban ser ley. La realidad parecía ser irreal.

 

Ahora sabía que estaba secuestrado en su razón por estos falsos imaginarios. Sí. Así había sido siempre.

 

12.

Podría ser así. Todo apuntaba a un extraño enredo de familia en la que estos personajes pareciendo ser de ley, se habían convertido en antípodas. Le parecían siniestros. Recién llegado de joven a aquella casa, su dueño a pesar de venderla, no la quería entregar. Alejo Gamboa en “Tres Esquinas”, al sur de Bogotá, le recordó a un gemelo falsario parecido a Pawl Newman en “La Conquista del Oeste “. Otro, que llegó por esos días luego que regresó de nuevo a aquella casa, le sugirió que también podría ser otro gemelo del que lo agredió por sus espaldas en un intento de sacarlo disimuladamente de esta vida en plena avenida veinte y siete (27). Hubo otro, en la casa de “Voz de Humo”, que se parecía mucho a un novio que había tenido la tía que fue la dueña de “La Casa Embrujada” y que murió en un extraño accidente. Estos de manera obcecada se convirtieron en aquel interior en sus perseguidores, que lo esperaban a la hora que salir; y otros que como fieles chóferes de aquellos carros estatales obedecían órdenes superiores, en la que sino abrían la puerta de los carros para fastidiarlo cuando iba a pasar para salir por las mañanas, de alguna manera buscaban la ocasión para amenazarlo disimuladamente. Cuando el gemelo de ojos azules, lo esperó por aquella avenida muy temprano, “El Embrujado” le había dicho a su mujer en las horas de la madrugada, qué tenía que ir muy temprano a San Victorino a comprar unos herrajes para elaborar sus mercancías. Conocían su ruta. Un embolador que todavía debe de andar por esas calles de malas muertes, y que cada rato le salía por aquella avenida, o lo buscaba disimuladamente cuando se sentaba en las cafeterías del barrio Santander que quedan alrededor de la plaza de mercado, como insinuándole sicológicamente que estaba tras de él. Así en esos barrios todos se fueron convirtiendo en sus perseguidores.

 

Aunque todavía no estaba recuperado de la operación en la columna vertebral, una vez que tuvo que ir al hospital de la Hortúa a que los médicos revisaran cómo seguía su recuperación de la operación, el antiguo dueño de aquella casa, que trabajaba de mecánico en la fuerza aérea, lo estaba esperando en el Hospital:

-Es que mi hermano está hospitalizado.

 

Así podía ser. Pero como del que hablaba era del ejército, cómo podía estar en aquel hospital cuando estos tenían la propia institución de salud que los atendía. “El Embrujado” estaba ido, más bien parecía un bobo, y frecuentemente arrojaba su saliva entre los labios sin poder impedir que sucediera. Casi no entendía nada. Sus nervios que mantenían crispados, con aquella medicina que le formularon los médicos que lo conocían mejor de lo que suponía, y que a pesar que no hubo ninguna orden para su salida cuando estuvo hospitalizado, se escapó casi igual a Jack Nicholson en “Atrapado sin Salida “.

 

A pesar de andar todo distraído mentalmente, tenía miedo a ir a la consulta con aquellos médicos que lo creyeron loco, ya que recordaba cómo tuvo que fugarse luego que lo operaron los cirujanos. Esta vez, “El Embrujado” al ver a su vecino, sintió pánico. De todas maneras, podía hilar sus pensamientos. No se presentó a la cita que tenía que conseguir con los galenos. En la última ocasión que estuvo allí a que estos lo examinaran, se había encontrado con que no lo dejaban salir, y tuvo que hacer muchas travesías dentro de aquel hospital para lograr llegar hasta la portería de la avenida décima, en la que el vigilante privado lo dejó sentirse libre nuevamente al regresar a las calles. También recordó cómo el médico que lo operó, mucho antes que una enfermera le quitará un pequeño transmisor que le colocaron en una de las muñecas de sus brazos, lo había sacado de la habitación adonde se encontraban todos los recién operados, y lo había metido en un cuarto frío y oscuro, y entre sus sueños de irrealidades, sintió a pesar de todo, miedo. No supo cuánto tiempo pasó allí, pero como se estaba despertando del largo sopor que le provocaron los sedantes, comenzó a gritar y gritar. Así logró que otras personas desconocidas lo oyeran, y logró que el médico que lo operó,  lo sacara de la habitación regresara a atenderlo.

 

Lo tenía en el cuarto de las radiografías adonde hizo lo que tenía que hacer. Solo así supo, que estaba en peligro.

-Esquizofrenia paranoide, diría el dictamen de aquellos siquiatras.

 

Comprendió aturdido que cuando la enfermera le quitó el transmisor que le colocaron en medio de las suturas del suero en una de las muñecas, y de donde escuchaba las voces de los encargados de la cocina de aquel hospital, lo que querían era llevarlo a la locura. Estaba íngrimo. Sí, podía ser lo que pensaba, no estaba loco, sino desvalido ante sus perseguidores que eran muchos, y desde que tenía uso de razón, siempre había sido lo mismo. No entendía por qué. En aquella camilla, sólo ante sus torturadores sicológicos, desnudo y arropado con una sábana en medio de aquel frío hospital, pensó igual a lo que un tolimense de una tienda en el barrio donde estaba “La Casa Embrujada” unos años después, le dijo:

-La vida no vale nada.

 

13.

Si. Eso era. Muy parecido a lo que hicieron con los hijos educados bajo la tutela de los regímenes nazis, o las de los totalitarios. Estaban secuestrados sicológicamente desde niños sin saberlo. Y sus familias actuaban en la oscuridad de sus prisiones privadas para amenazarlos, si no hacían lo que sus putativos orientadores ordenaban. Se escondían bajo las sombras mediante las apariencias. Regímenes que se basaban en el constreñimiento y la manipulación para con sus víctimas, que los obligaban a hacer lo que querían. Dicen los que vivieron bajo el manto de estos, que muchas veces fueron los mismos que asesinaron a sus padres, y mediante sus triquiñuelas con testigos falsos lograron apoderarse de sus bienes. Otras veces, en esos huracanes terroríficos, con los lavados de cerebros, los esclavizaron y utilizaron a su amaño contra otros, desconociendo sus verdaderas realidades. Y cuando llegaba el momento se deshacerse de estos, morían sin saber de sus orígenes. Igual que hoy, a veces los meten en esos negocios turbios de vicios y de drogas, y mediante su habilidad logran que sean los que ejecuten las órdenes dadas por los que tienen el poder. Potestades que muchas veces están amparadas por el dinero. En esos mundos adonde solo caben las supercherías de los lavados cerebrales, se crean otros más fatales y violentos adonde sus verdaderas identidades están prisioneras por los que sueñan en considerarse de mejores linajes, y donde los antiguos fantasmas de la esclavitud son utilizados en su provecho. Allí están los mercaderes que en general lo han tenido todo, y bajo las apariencias de las buenas costumbres logran sus propósitos. Aunque claro que convencidos de que juegan un papel fundamental en este universo plagado de violencias, bajo la apariencia de las guerras sin cuarteles, los jóvenes son utilizados. Así son los extraños secretos de familias que se lucran de los verdaderos orígenes de los que sicológicamente están esclavizados. Tal y como se da en la política y en la religión. Así son estas crónicas. Así parece que han sido estas realidades fantasmagóricas.

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