Leyendo estos relatos, supe lo que el comisario Rincón le contó a este. A pesar de todo “El Embrujado” no lo entendió, luego de haber escrito a su manera, las aventuras que le quiso contar, para que así pudiera descifrar el por qué había llegado a otro país. Ni siquiera entendió que el complot iba más mucho más allá de donde había nacido, y que cuando llegaron los de la Guardia Nacional a burlarse en componenda con los propietarios de “los Corsarios” a las orillas del mar Caribe en Catia La Mar, no era más que el estigma urdido durante años en su propia patria. Estaba escrito que todo lo que le pasaba no era más que un extraño complot de policía gestado posiblemente desde su nacimiento. Sus relaciones de familia, así lo indicaban. Parecían que salieron de esos mundos en que el ser humano no es más que la volátil llama de un pasado, y en el que la leyenda toma forma mediante sus acuciosos perseguidores que van detrás de lo que se puedan conseguir, mientras sus propios familiares incitaban con sus historias a aquellos imaginarios malsanos, que con “Ríos Revueltos” y “Pandilla Salvaje” en esos oscuros mundos de barbarie, incitados por el posible dinero de por medio, lo quisieron perjudicar hasta llevarlo a la desgracia. Incitaron a todos aquellos del bajo mundo, sin este saberlo. Orquestaron todo un festín macabro de persecuciones y de amenazas en la que todos los que lo rodeaban y que también estaban secuestrados mentalmente por estos personajes que “Conciencia” muy bien conocía. No eran los perfectos representantes de ley. Se le parecían a los antiguos feligreses que con el ánimo de salvar sus deudas de religión y de fe, hacían lo que sus orientadores decían en un país demasiado alienado, en que el mercado de las banalidades se compraba con dinero, y a donde los encargados de hacer que la ley fuera ley, ensimismados en sus sueños creían que los bienes ajenos también podrían ser suyos. Eran los Dioses que inspiraban los sueños de un mundo mejor, pero en medio de esos marasmos de violencias, terminaban dueños de los legados de los que murieron sin saber por qué, en unas ciudades a donde se decía que la ley florecía todos los días. Mediante subterfugios se compraban conciencias, y hacían lo que no tenían qué hacer por derecho y por ley. Todos querían participar de aquel festín, y donde no hubo día ni sitio adonde “El Embrujado” fuera perseguido como a cualquiera de los maleantes que según la prensa eran los verdaderos responsables del caos reinante. Defenestrado y humillado, mientras la muerte se reía a carcajadas. Cuando estuvo casi muerto, en medio de aquellos aquelarres de los supuestos brujos que lo perseguían, recordó lo que el comisario Rincón le contó en el otro país. Sólo así “Conciencia” comprendió la inmoralidad de aquel país señalado por los Dioses como el más perfecto en sus leyes y en sus sueños. Era tarde. Tendrían que pasar muchos años, para que otros imaginarios reemplazaran a esos mundos donde los buenos se confundían con los malos.