La Historia de la Casa Tomada y un secuestro de familia


1.

“Esta es una historia cierta, aunque no me crean. Es la de una tortura sicológica y dos varillas que cuelgan de mi columna vertebral.” Así lo dijo en una ocasión este, en el otro Jordán. Y la casa solo existe en nuestro imaginario igual a lo que nos dice “El Embrujado” sobre ella, que refleja las persecuciones a que fue sometido. Cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad. Una casa que a primera vista refleja todo el encanto de los que allí vivieron, y que sus vestigios quedaron en los sueños de otros, mucho antes de lo que hoy es Bogotá, adonde moría la calle 22 en la autopista del sur, que pasando por el cementerio nos lleva a Bosa y Soacha, por la Panamericana que nos comunica con el centro del país. Son esas casas fincas que nos recuerdan, que al morir sus dueños, se reparten mediante lo que los juristas llaman mediante los títulos de deglobalización, hacen que los herederos puedan construir nuevos sueños. Y aunque no me crean, el imaginario del “Embrujado” acabó por confundirse con el de sus perseguidores que fieles y estoicos a las de los antiguos colonizadores romanos que como Rómulo y Remo, hijos y hermanos gemelos de Marte, el Dios de la guerra, y todo un grupo de conspiradores que con el tiempo se convirtieron en sus perseguidores, aunque nunca intuyó que todo esto era posible porque existía otro estigma tan antiguo como su misma vida. Y así bajo esos imaginarios “El Embrujado” fue víctima de innumerables estratagemas en donde casi pierde la vida.

 

Recién llegado a aquella casa después de que una tía la negoció, parecía ser de las mejores del sector. Cuando el antiguo dueño se la entregó, luego de vencerse el plazo convenido porque sus pretensiones más que desbordadas, parecían que no tenían límites, le dio otra que era un espejo muy diferente a la que había ofrecido. Sus límites no correspondían a la cantidad de metros cuadrados constituidos en la escritura pública, y parecía más bien a un plan bien urdido entre familiares y conspicuos imaginarios que ofreciendo algo en venta, se querían quedar con todo.  Se semejaba a un festín, porque en ella tuvieron que convivir con otros que fueron llegando a aquel interior donde se construyeron nuevas viviendas, y esta por ser la primigenia era la envidia de todos, porque les recordaba los años en la que todavía era una casa finca.

 

La tía que vivió muchos años con una antigua empleada administrativa del ejército, y que después de avatares en “Ciudad Jardín del Sur” logró convertir uno de sus sueños, en realidad. Su escasez económica casi que le impide lograr lo que se proponía, y gracias a una hermana suya con los ahorros de toda una vida en el empleo, le permitieron cumplir lo pedido por el propietario, para así poder cumplir con las arras del contrato, que le ayudó para que obtuviera el préstamo mediante una hipoteca con una entidad financiera.

 

Una casa que su dueño se negaba a entregar, después de recibir el emolumento con el cual tenía que liberarse de su dominio. Un extraño incordio en la que participó un antiguo novio de la tía, y unos familiares que tenían otras cosas en mente. Unos amigos de “El Embrujado”, que después de los años lograron forjar una extraña venganza de familia, y una habilidosa estratagema para hacer creer que todo lo que sucediera era por cuenta de aquella casa maldita, pero que en realidad se trataba de otros intereses ocultos, donde amigos cercanos confabularon con los canallas  que desbordaron su imaginación hasta hacer que llegara al delirio por la persecución, amigos que desde ello Horizonte más otros que conoció en la universidad, que eran hijos de antiguos pensionados de ley, hijos de sindicalistas de TELECOM que resultaron ser abogados, y como buenos componedores actuaron a favor de una familia que gracias a su capacidad económica, constituyeron varios centros comerciales.  “El Latino” como le llamaron a uno de estos, le hicieron caer en cuenta que todo lo que pasó pudo ser orquestado por esos imaginarios que como fieles servidores gracias a las bondades de estos comerciantes, o tal vez por aquellos pescadores de ríos revueltos que conociendo o sabiendo un extraño enredo de familia respecto de “El Embrujado” salieron también a conseguirse lo suyo; aquella casa no fue más que el pretexto para que algunos hicieran sus colonizaciones,  mientras este resultó ser víctima de todos.

 

Le salieron de diferentes lados  del mismo barrio. Después descubrió que algunos de sus amigos cercanos resultaron comprometidos donde su cerebro manipulado en medio de inimaginables infamias, en las que iban desde la sagacidad para hacer creer que lo querían unas mujeres medio idas de sí mismas, en el que hubo más de una participación en medio de algunas tragicomedias, que lo fueron enloqueciendo porque la rapacidad de sus perseguidores iba más allá del bien y del mal. Sin comprender cómo podía haber sucedido semejantes festines, donde también existía un extraño contubernio de policías, junto a unos falaces políticos que no eran más que otros esbirros que sabían de su historia sin que la conociera, y que terminaron por llevarlo casi hasta la tumba, mientras estos fantasmagóricos personajes avivatos trataron por quitarle todo lo que tenía. Su pensamiento se lo fueron distorsionando en medio de robos y amenazas, que cuando apareció Damián, aquel perro lobo que previamente le mostró en su casa aquel maestro de ajedrez, y quien seguramente murió luego que le confesara el secreto de que era hijo de judíos. Años después, cuando regresó de Venezuela, y obligado por la locura a que fue sometido por todos estos conspiradores, comprobó que estaba marcado desde niño, y así logró ir redondeando aquella historia mal vivida, e intuyó que todo lo que pasó, era la repetición de otra que desconocía, y en la que familiares como Primorov, los amigos que como Aldana, los vecinos que llegaron a aquella casa, y que se fueron posesionando como dueños, los oscuros agentes del orden que disimuladamente participaron en este festín se parecían más a los aquelarres que celebran los brujos, las gotas de la ropa mojada que hábilmente el antiguo dueño de aquella casa dejaba caer en los primeros años de su llegada sobre las tejas zinc, y que se convirtieron en pesadillas, el tener que esconderse con la tía cuando un aventajado hermano de una secretaria de una empresa transportadora de Cúcuta,  se aparecía en el momento menos pensado a pedir dormida, y los muchas trasnochadas a que fueron sometidos porque quería ser más que un viajero que venía de otras tierras, ya que pretendía quedarse a vivir allí. Dos gaticos que en esos años cuando todavía estudiaba derecho en la universidad Libre, que resultaron ser ciegos, y solo porque “El Embrujado” le dijo a la tía que se los entregara a la dueña de una caseta que vendía comida a los empleados del ministerio de educación, muy cerca del antiguo ministerio de la defensa, le ayudaron a forjar su paranoia. La casa era el pretexto, las amenazas sutiles de familia no eran más que un ardid creado para que no pensara ni pudiera realizar sus sueños porque lo querían como un menesteroso, igual o peor de los que deambulan por las calles, para así esconder otra historia.

 

La muerte de la tía en un extraño accidente en la calle no fue más que una continuación de otras pesadillas impuestas por otros, en una angustiosa sucesión de hechos que desde niño le fueron sucediendo, sin entender por qué lo atormentaban, como si en realidad lo quisieran ver loco o muerto. Vivir durante muchos años otras situaciones, le permitieron intuir que le estaban provocando “El Delirium Tremens”, y de que los orquestaron pertenecían a esos imaginarios que en nada se parecen a los de la ley que supuestamente representaban. Y aunque no fueran más que coincidencias, tenía a los suyos secuestrados y amenazados, porque en esta odisea en Bogotá otros se lo insinuaron, lo mismo que “Voz de Humo”, y todos aquellos libérrimos y astutos conspiradores que obedecían a las siniestras ordenes de “Lengüitas”, mientras “Orejitas” escuchando las blasfemias que decía se las repetía en las calles por sus verdugos.

 

Era una historia que no tenía principio ni fin porque a diario le salía algún canalla a amenazar. Y así, entre los juegos de su niñez y los primeros amigos que tuvo, entendió que algo anormal andaba en su rededor. Seguramente podía estar desquiciado, pero el complot todavía se lo estaban haciendo desde esa época. Y no era de desconocidos. Fue entonces cuando se acordó de las Escrituras de Sion, las que escribió mucho antes de esta noticia, en las que los judíos y muchos comerciantes en la década de los 50, luego de la muerte de Gaitán, dejaron sus bienes y negocios a manos de otros para salvar sus vidas, y así recordó la imagen de un cementerio judío cercano adonde lo quiso llevar Primorov en el barrio inglés, al sur de la ciudad, a donde había una casa en venta, que podía constituirse en la herencia que le daría su papá. Recordaba lo que dijo aquel ajedrecista sobre su origen judío, y que le hizo recordar que muchos años antes, cuando estaba adolescente y vivía con otra tía hermana de su papá en Bogotá, una prima hija de su tío Martín, le llevó un libro para que lo leyera. Treblinka se llamaba, y era contada por uno de los sobrevivientes de aquel campo de concentración en Polonia, donde murieron a manos de los nazis millones de judíos.

 

2.

Según parece, “El Embrujado” pasaría toda su vida por cuenta de las persecuciones de estos vecinos. Nadie lo entendería fácilmente. Muchas componendas se hicieron desde que llegaron pisando duro como si fueran los dueños del barrio. Dejaban a su antojo a Damián libre en aquel callejón mientras a este lo miraban tan horrible que nunca pusieron cuidado con aquel perro, y que su dueño  –un policía acucioso- lo usó para amedrentar porque en realidad lo que estaban preparando era su muerte, luego que  otros amigos en el club de ajedrez “Capablanca” lo trataban de embaucar con negocios que no tenían ningún asidero, que incluso un ajedrecista que tenía un garaje cercano de su vivienda, adonde cuidaba carros en un lote del estado, pretendió arrendárselo a un bajo precio a sabiendas que en ese mismo mes le iban a hacer un desalojo judicial. Lucía, otra vecina suya que también le compró otra casa a aquel vecino que como heredero las ofertaba, y que años más tarde salió pensionado de la Fuerza Aérea de Colombia (F.A.C.), le advirtió que en ese terreno quedaría la estación de policía Rafael Uribe Uribe. Algunos años después, cuando “El Embrujado” tuvo que huir de forma abrupta a Venezuela, luego que Damián casi lo castra en uno de esos accidentes, le permitieron concluir que en su contra existía una extraña conspiración de policía.

 

Pedrín, un primo suyo, en una de esas parrandas que organizaba en San Victorino, lo acompañó a aquel interior a donde vivía, y casi mata a su mascota. Un perrito que habían llevado desde Bello Horizonte por el amor que la familia tenía a los animales. Incluso poseía fotos en la que el perro, con un gato y un loro comían juntos, más también una paloma que por ser de una especie fina, se acostumbró a comer en el mismo plato con ellos, lo que hacía que todo el que llegara de visita, se admirara al ver estas especies compartiendo la comida. Y sin embargo, con el perro se había preparado toda una conspiración. A Damián, que se parecía al que le había mostrado Clavijo -el ajedrecista- en su casa de Santa Bárbara, cuando iniciaron un pequeño negocio de fabricación de estuches para fantasías. Aquel policía vecino lo dejaba suelto cada que la mascota del “Embrujado” salía, y estos entonces soltaban a su perro Pastor Alemán. Entonces tuvo que salir a defenderla, porque casi la mata a punta de tarascazos, y que al entreabrir la puerta de su casa para auxiliarla, se le abalanzó ofendido y de un mordisco:

- ¡Tras!

 

Casi lo castra, y ni siquiera se dio cuenta. Solo porque el dolor comenzó a molestarlo se decidió por no ir a visitar una cliente en la Calera, tal y como lo tenía planeado, durante ese largo día que le fue aumentando la molestia en la pierna donde lo había mordido, hasta que por la noche al ir al baño y darse cuenta que sangraba un poco comprendió la realidad de su situación.

 

En medicina legal, el forense de turno le dijo que estuvo a punto de morir en ese extraño accidente provocado por el perro que según Primorov no era de esa raza, sino un gozque. Luego seguiría todo un largo suplicio cuando desde Cúcuta llegó un amigo de unos familiares, que resultó quedándose durante largos meses en sus estadías de visita, y que con los años, muchos después que el comisario Rincón comenzó a contarle sus historias en Venezuela, para advertirle que estaba marcado, y que sobre aquella casa lo que había era toda una conspiración. Solo así, lo comprendería. Había regresado a ella después de morir la tía en otro extraño accidente, y que después el hijo adoptado por ella también casi lo mata dentro de la misma casa, mientras “Voz de Humo” que era el hijo del policía dueño de Damián se congratuló amenazándolo cada que podía, luego que organizaron todo un festín que duró 11 años. Años de angustia, que solo hasta ahora cuando reaparecieron estos fantasmas de sus desventuras, concibió que el comisario lo que quería contar, eran otras historias que tenían relación con él. Y a pesar de sus intentos por liberarse de aquellos espíritus, había estado secuestrado todo ese tiempo mediante amenazas. 

 

No solo era la historia de la toma de una casa, sino también la de un secuestro patético. Y en este habían participado muchos, como si él fuera su enemigo. No todo estaba claro. Por eso recurrió a esa vieja técnica de ir elucubrando sus ideas, y ordenarlas, desde que en ese otro país comprendió que estaba marcado como los judíos con los nazis.  El comisario Rincón tenía razón. Fue así como le contó gran parte de estas historias.


3.

Los tenían secuestrados. Durante años “El Embrujado” pudo ver cómo desde que el antiguo dueño vendió aquella casa, lo hizo mediante la argucia y el engaño. Los metros cuadrados que en la escritura pública figuraban, no correspondían con la realidad. Lo que habían visto cuando fueron con la tía a ver la residencia, y para que fueran a hacer la promesa de compra venta, tampoco era así. Pero como el Fondo del Ahorro la avalaba mediante un préstamo, el inmueble fue entregado en otras condiciones, y mucho tiempo después de vencerse el plazo acordado. Una casa que sirvió para que edificara otra que también vendió a una compañera de trabajo de la tía, y que fue la que advirtió al “Embrujado” que no aceptara el negocio que le proponía el ajedrecista pensionado del ejército, y amigo de Clavijo sobre el arrendamiento de un estacionamiento nocturno de carros. A los pocos años, esta terminaría en la cárcel, pues en una fiesta que hubo en su casa en el agasajo que le hizo a un hermano recién llegado y graduado en la universidad Patricio Lumumba de Moscú, se dormiría y se aporrearía la cabeza, para nunca más despertar. Una maldición que seguramente la obligó a vendérsela a otro, y éste a un gendarme cuya esposa sería el artífice de innumerables estratagemas en la que casi sucumbe porque mediante todas sus argucias dentro y fuera de aquel interior donde estaba “La Casa Embrujada”, casi termina muerto o loco por los sustos. Una tortura sicológica que no concluyó hasta salir de ella, cuando comprendió que el hijo putativo de la tía lo quería matar.  Así lo entendió, y así lo supuso.

 

Antes ya había sido víctima de un intento de apuñalamiento por otro que le salió en una noche oscura, unos días luego que uno de esos que andan por las calles chupando bóxer lo había cortado en una de sus manos en la oscuridad muy cerca del cementerio del sur, luego que ya aquellos hechiceros se lo hubieran insinuado, agresiones que no tenían fin porque se parecían a esas pezuñas diabólicas que cuando colocan sus patas sobre la mesa, expelen ese olor nauseabundo parecido al de los infiernos, y que es similar al de los volcanes que eructan el azufre y enceguece a los buenos corazones.

 

Estaba viviendo como en los tiempos de Goya, o los de la inquisición española. Aquella vecina, que era muy melosa y amigable, dejaba entrever su verdadero carácter. Eran los días en que “El Embrujado” comprendió que tenía que irse, porque escribiendo estas historias por Internet fue captando que los que lo querían muerto, y muy posiblemente los que lo habían intentado hacer, podrían ser parte de la cofradía de “Pandilla Salvaje” que en las calles se enseñoreaba, y actuaba por cuenta de otros que tenían poder y trataban por todos los medios de desquiciar. Al recordar todo lo suyo desde los días que estudió en Bello Horizonte, y al repasar su vida mediatizada por aquellos expertos en jugar con las mentes de las personas, y al saber que nada de lo que había sucedido podría ser gratuito, comprendió lo que el comisario Rincón le había dicho:

-Estaba enredado.

 

Y era cierto. Harold, un amigo de Memín, expulsado por su mala conducta del Departamento Administrativo de Seguridad de Colombia -D.A.S.- le acababa de prestar un libro para que lo leyera. Una novela de Albert Camus -El Extranjero- que narra lo que acontece a su personaje cuando asiste al entierro de su madre. Una serie de sucesos que terminan con llevarlo a la cárcel; y para colmo de males en medio de otros sucesos y locura, por la radio oye a un expresidente que le insinúa desde una de sus entrevistas que se refiere a él, al recordar con las mismas palabras lo que escribió en uno de sus libros. En realidad, comenzaba nuevamente a oír voces en aquella vivienda maldita.

 

Cuando deja entrar al supuesto hijo de la tía, llega con un carro que se parece al de un tal Amado que en una ocasión lo conoció cuando hacía las diligencias para presentarse a un concurso de docentes, y quien lo estuvo siguiendo durante esos días, hasta que se volvió a aparecer  tras superar las pruebas del examen, justo en el día que debía presentarse a la entrevista; pero como no logró saber cuándo era porque cada vez que entraba a algún café internet a revisar al listado online que tenía colgado la secretaría de educación por la web, su nombre en la base de datos se bloqueaba. Un complot urdido por lo alto. Al otro día supo que estaba citado a la entrevista el día que quiso revisar la información. Y cuando ya iba para la universidad que se encargó de hacer las entrevistas, en una institución que queda en los cerros orientales, nuevamente apareció el tal Amado con sus cuentos e historias. El encargado no quiso hacer nada, e hizo que le dejara el correo electrónico para dar respuesta a la solicitud que consistía en advertir que había sido bloqueado por la web, posiblemente desde las mismas oficinas de los encargados de hacer los exámenes, o por un hacker en particular que podía provenir de los mismos que siempre lo habían estado persiguiendo y ofendiendo. Aquel personaje, una persona muy joven, lo invitó a llevar en su carro hasta el centro de la ciudad. Al apearse en el automotor, luego que dijo que iba a buscar a un amigo con el que dijo que tenía que hablar algo, vio cómo le hacía señas y gestos a otro con el que charlaba, como indicándole que él estaba dentro del carro. “El Embrujado” sin esperar a que regresara, decidió por su propia cuenta y de manera subrepticia escabullirse de aquel sitio, pues presintió que estaba en peligro.

 

El rostro de aquel, al que Amado fue a buscar lo hizo huir, y aunque posiblemente pudiera ser pura coincidencia, se le hizo conocido. Tuvieron que pasar muchos años, tal vez más de veinte, para caer en cuenta quién era. Se le parecía a uno de esos muchachos que en un grupo político de izquierda agitaban consignas cuando había revueltas para que los estudiantes salieran a protestar. Y por más que lo intentó varias veces, no pudo. Solo en los días que regresó obligado a Bello Horizonte, aquel rostro ya no le era desconocido. Era un joven con el que habían participado en uno de esos encuentros de estudios políticos que se daban en la universidad Central de Bogotá, y que para ese entonces “El Embrujado” estaba demasiado alcoholizado, pero que sin embargo, aquel grupo político al que pertenecía, le pareció que era importante que asistiera. Comprendió que allí había estado como conejillo de indias, y que lo querían utilizar para otros fines.

 

Lo había acompañado al barrio de invasión “El Quindío” en Bogotá, justo donde vivió un tío para que hicieran un acto de masas y de protesta. Y este solo hacía su labor como partícipe. Aunque en realidad no sucedió nada. Estaba marcado. Era un muchacho de un departamento de la cordillera que resultó dividido en tres, debido a los cambios constitucionales que hubo en esos tiempos. Habían ido al barrio de invasión del mismo nombre del departamento de donde precisamente este también era oriundo. Y además, del municipio de la Virginia, que coincidía también con el nombre de una vereda de Prado, Tolima, a donde laboró como maestro de primaria. Eran extrañas coincidencias que todavía le suceden, como si sus perseguidores fueran de estado, y sin saber el por qué, o porque realmente el que lo acosó durante años era de familia. En el barrio Murillo Toro de Bogotá, encontraría parte de la respuesta. Amado era un vecino, y de ley. Lo perseguían como si él fuera su enemigo, desde la misma “Casa Embrujada” como si siempre lo hubieran tenido en la mira.

-Pobrecito, decía uno de estos en uno de sus sueños. Está loco. No hay que dejar que regrese a la realidad.

 

Eran más bien uno de esos sueños borgianos. Unos sueños que obedecían a esos extraños estigmas de familia y de gendarmería.


4.

Era un secuestro de familia, y nunca lo había entendido. Cuando llamaba a sus hijos por teléfono, a veces le cortaban sus llamadas. Era un trabajo muy coordinado entre todo aquel vecindario que se daba las ínfulas, lo que provocaba que se sintiera con rabia por su impotencia. En una ocasión que quiso exigir que la entidad estatal a donde pretendió trabajar después de pasar el examen del concurso para docentes, la respuesta de la dirección educativa fue entregada al frente del interior en otra casa. Sabían quién llegaba o qué recibía. Sus desventuras comenzaron desde mucho antes de llegar a vivir en “La Casa Embrujada”, ya que sus perseguidores actuaban a sus anchas, a sabiendas que lo hacían en coordinación con autoridades.

-Desplazado, le gritaban en las calles.

 

Se lo daban a entender de diferentes formas, mientras lo amenazaban a diario, que incluso sus correos electrónicos se congestionaron con mensajes amenazantes. Lo tenían secuestrados. El hijo de la tía reclamaba aquella casa, a pesar de que vivió con ella más de veinte años, y actuaba como una especie de verdugo sicológico que lo quería sacar a toda costa en contubernio con vecinos que posiblemente fueron los que lo entregaron en adopción. Cuando en esos días llamaba a su hija por teléfono, podía escuchar la voz de este. Eran unos expertos en esos trabajos de sicología que se confunden con las que hacen los brujos que invocando al más allá desatan con sus lenguas sus aquelarres más espantosos para llevar a alguien a la locura o la muerte.

 

Alejo Gamboa, un conocido de los clubes de ajedrez, acababa de encontrárselo por la avenida décima, y lo primero que hizo fue preguntarle por la suerte de Memín. Este era un muchacho que vivía en Tres Esquinas en los cerros orientales de Bogotá, muy amigo de Alberto Aldana, aquel comerciante de carros de segunda en los Alamos del Norte, y que con otros como el panadero, Clavijo el descendiente de judíos, y el pensionado de la brigada que le quiso arrendar el estacionamiento de carros, aparecieron en su vida como si en realidad siempre hubiesen estado tras de él. Nunca lo entendió. 


En aquella ocasión en Venezuela, el comisario Rincón le dijo:

-Sabe que esos son una camada de rebuscadores que quieren conseguirse todo el dinero del mundo. No andan solos.

 

En el Marco Fidel Suárez comprendió el asunto. Un ajedrecista que había visto en esos tiempos, y qué según parece hacía trabajos en una comisaría que quedaba al frente del Liceo Julio Cesar García mucho antes de estudiar derecho, y que quedaba dentro de lo que fue aquel centro investigador que el gobierno acabó por quitar algunas de sus funciones policíacas, le salió muy cerca de donde tenía una cliente cuya madre era pensionada de Telecom. Y después que fracasaron en el intento de asesinato con la hamburguesa donde  le pusieron un pedazo de cable de electricidad mezclado entre la carne, el pan y los aderezos de cebolla y de tomate, y de muchos filamentos con la intención que cuando la máscara, la suavidad del plástico se confundiera entre esta, mientras sus fulgentes alambrillos que dividían  por mitad el cable eléctrico, y orientados en la parte trasera cuando la fuera a masticar, pasaran desapercibidos y “El Embrujado”, se atragantara sin darse cuenta de la intención malévola. Al darse cuenta que mascaba y mascaba a lo que parecía ser un pedazo de cebolla cabezona, y al meterse los dedos en la boca sintió los filamentos, y se dio cuenta horrorizado que el preparador de semejante infundio lo quería matar. Ya no recordaba muy bien su rostro, pero yendo por esas calles de aquel barrio, parecía que se lo hubiera topado frente a frente con otro arreglando un camión destartalado.

 

Se hizo el desentendido cuando lo vio. Unos días antes, al tomar un aguardiente sintió el regurgitar de una de sus venas dentro del cuello, y al sentirse como tapado por una flema, decidió sonarse la nariz, y solo sangre brotó de ella. Después, al querer arrojar una flema notó cómo la sangre manaba desde dentro del organismo hacia afuera de su cuerpo.

 

Por esos días, otro cliente le dio un tinto en el Kennedy, mientras le compraba algunas de sus fantasías que elaboraba, y oyó cuando le decía a su mujer:

-Lo tenemos. De hoy no pasa.

 

Y así han pasado muchos años haciendo trabajos sicológicos con las mismas cosas que le han sucedido en la vida real. Sin embargo, al otro día de recibir aquel tinto tan bien preparado, se sintió mal del estómago, y al ir a hacer del cuerpo se encontró con que arrojó mucha sangre. Lo estaban matando en vida, a pesar de que creyó que tenía una úlcera. Pero no. Bien podría ser que le hubieran echado algo a propósito en alguna comida o en una bebida. Incluso llegó a pensar que si se moría vomitando sangre, o acudía en auxilio a un hospital, bien lo pudieran dejar así como estaba, y si se moría el dictamen médico pudiera haber sido como consecuencia de una úlcera. Por eso no fue a consulta con algún galeno, porque recordaba aquella amarga experiencia vivida en el Hospital de la Hortúa cuando estuvo loco, y de donde tuvo que fugarse.

 

Lo había comprobado porque en el barrio Casablanca ninguno de los clientes le compraban nada, aduciendo que no había dinero o cualquier otra cosa, y así fue viendo la conspiración en la que era como un enemigo. No entendía cómo los dueños de aquellos negocios que en otros tiempos vendían todo lo que fabricase, ahora se negaban a comprar. Y cómo muchos de ellos, miembros de esas autoridades que tenían sus negocios particulares manejados por sus familiares, lo veían como un enemigo. Martín, el tío paisa le había dado la idea. Una idea que nunca se imaginó en los días en que de una cafetería cercana al capitolio de Bogotá, un dentista egresado de la universidad de Tunja, parecía que lo hubiera drogado, mientras unos gendarmes lo sacaron en una camioneta y lo arrojaron en uno de los cerros orientales, después de casi le parten uno de sus dedos, y por donde anduvo corriendo sin saber para dónde iba. A pesar de todo se salvó que algún carro lo hubiera atropellado. Y así en esta situación duró años sin comprender nada, pero simplemente con aquello que le dijo el tío sobre un sobrino que no era sobrino por haber sido adoptado, sobre su abandono del apartamento de una tía que acababa de morir. Ya una de las que trabajaba en aquella urbanización de “Los Bosques de San Carlos”, le había contado que salió llorando luego que seudo familiares llegaron a recoger todo lo de la finada, con los pocos trastos que le quedaron en un camión sin rumbo conocido. Después de un buen tiempo lo vería loco cuando este ya estaba recobrando la razón, y luego que aquel cuasi primo no sabía en qué mundo vivía. Lo habían enloquecido igual que a él. Y sin embargo el familiar, le dio la idea:

-Si nos hubiera dicho que iba abandonar el apartamento, nosotros le hubiéramos ayudado. Para eso tenemos al general - un general muy famoso en su tiempo- como amigo.

 

Así recordó una vieja historia sucedida en Girardot de joven, y supuso que aquel afamado agente siendo amigo de estos, bien pudiera haber hecho lo contrario. Su ayuda podría haber sido peor. Dudaba de todo el mundo, así fuera cierto lo que le dijeran.

 

Y recordaba que desde El Amparo del barrio Kennedy, un cliente que vendía fantasías y cachivaches por las calles, lo llamó para que le llevara unos collares. Yendo por esa ruta, le dio hambre, y como había cogido la costumbre de comer hamburguesas por la calle, esta casi lo mata. Y justo el mismo día en que lo llamó por teléfono a su casa, y cuando iba a entregar la mercancía pedida.

 

En Bello Horizonte, un amigo ya se lo había advertido:

-Dio la pata.

 

Y sí. Era cierto. El comisario Rincón ya se lo había dicho también. Y ahora este había reaparecido, para seguir contando otras de sus historias, y así entendiera mejor la confabulación que pesaba sobre este. Oyó cuando otro que le pasó muy cerca, le dijo al oído:

-Está embrujado, viejo. Se va a morir loco, porque si no…

 

Pudo ver como se le burlaban en su misma cara, aquellos brujos siniestros.

- ¡Miserables! Les gritó.


5.

Recordaba en los días de aquellos secuestros mentales, lo acontecido cuando la hija de un amigo casi se ahoga. Estaba muy niña. No sabía cómo llegó a aquella piscina, pero entendía que dentro de sí quería hacer lo que hacían los hijos de los dueños de aquel condominio cuando llegaban a disfrutar de su encanto, luego de bañarse en Playa Verde donde el suave ondular de las olas y su estrellado lento y parsimonioso contra aquel litoral era y es el orgullo de los naturales que se criaron en medio de aquel remanso que se transformaba día y noche con los turistas que llegaban a retozar del agua azul y cristalina, tan nítida que los bañistas se hundían entre la arena sin darse cuenta en qué momento se adentraban en aguas más oscuras, y sus pies no encontraban de dónde sostenerse, para así nadar, flotar y jugar en medio de la algarabía. Acababa de abandonar la urbanización “Los Corsarios” de Catia La Mar a otra más segura. Y sin embargo, casi se ahoga si no se hubiera dado cuenta. Por ser una piscina muy pequeña la pudo salvar, pues tampoco sabía nadar debido a que de niño en Bello Horizonte en uno de los bañaderos que hay casi le pasa lo mismo. Estaba estrenando una pantaloneta y nadie le dijo, o dio a entender que nadar no era lo mismo que caminar. Solo cuando su mamá vio que sacaba la mano del agua en aquel riachuelo de bañistas, en el momento que el agua lo halaba de nuevo hacia el fondo, y al tratar de salir oyó el grito de ella. Pacho -un muchacho en esa época- que terminó casado con una funcionaria del D.A.S. (Departamento administrativo de Seguridad) lo salvó. Le tenía temor al agua, que incluso cuando un amigo lo invitaba frecuentemente a pescar a la represa de Prado, nunca lo hizo, ya que solo decirle eso se transformaba. Y con los años entendió que le estaban tratando de repetir estas historias, mucho más cuando otra niña un poco más mayor que la anterior, la jaló de los pies y la arrojó hacia atrás sobre el cemento sin más ni más, como si alguien se lo hubiera ordenado. 

 

En “El Almacén Exito” de Bello Horizonte, hace muchos años, unos vendedores de dulces que tenían un negocio dentro de aquel almacén se burlaban. Así recordó otras historias viejas que le sucedieron en Venezuela. Lo habían intentado matar, mientras unos hombres de la Guardia Nacional le dañaban de seguido lo hecho en el trabajo que tenía en uno de los condominios de Catia la Mar y solo hasta hoy cuando logró  deshacerse de esa labor sintió cierto alivio de esas persecuciones. Una especie de tortura sicológica, que solo aumentó, después que el comisario Rincón apareció en su vida.

 

Parecía que estaba nuevamente loco, y podía oír claramente el susurro de los conspiradores. Los conocía desde hacía años.

-Tranquilo, dijo el comisario Rincón.  Esta vez no se saldrán con las suyas.

 

Ya no lo conocía, pues su rostro se desdibujaba entre los sueños, desde que le estuvo contando sus historias en Chacao, hasta ahora que lo volvía a divisar entre las vaguedades de su pensamiento, y creyó que era uno de los muchos desconocidos que en su vida le fueron saliendo a matar.

- No, dijo. Ud. es uno de ellos. No le creo.

 

Y era como si la noche se hubiese alargado igual a esas noches que duran mucho tiempo, y como si la realidad fuera más irreal de lo que era.

- ¡Pamplinas! Gritó.

 

6.

- ¿De ferias?

-Nada, le dijo.

-Estaba ahí, y punto. ¿Qué quería?

- ¿De ferias y ferias? ¡Ah!

 

Los conocía de toda una vida. Y ahora se hacían pasar por los que no eran. Recordó con el que anduvo la mayor parte de la juventud. “De dónde, había salido” se preguntaba de vez en cuando. Pasaron más de 50 años, y todavía se seguía preguntando. Solo tenía una respuesta que era la misma que la vida le daba: “Estaba marcado”

 

Y era muy probable, porque aquellos amigos que hablaban de política y otras cosas, con el tiempo varios de ellos resultaron falsos, y con los años corroboró lo que decían.

- ¡Hey! Te tenemoss secuestrado, le parecía que se lo daban a entender cada vez que se burlaban

 

Y por qué toda esta felonía durante toda una vida.

- Sois de familias, secuestradoras. ¿Por qué me intentasteis matar?

- Está loco, le decían aquellos familiares.

 

Migueluchi - uno de los amigos de esa época- le comentó desde niño tantas historias, que con los años ya no se las creía.

-Oye, ve. ¿De dónde saliste?

 

Es curioso, pero recordaba el día que apareció en su casa en San Vicente de Paúl en Ibagué a invitarlo a jugar un chico de billar. No lo conocía, y sin embargo así lo hizo, y lo invitó a jugar en el Grano de Oro.  Era como un secuestro de amistad promovido por otros, mientras un tipo de voz gruesa llamaba frecuentemente a su mamá, y podía escuchar claramente la conversación que sostenían:

- Es decente el señor, decía.

 

Era como si estuvieran jugando con su cerebro, haciéndole creer que veía visiones. Una tortura siniestra por cuenta de unos imaginarios de mala ley. Y tan decentes que parecían.

 

Migueluchi, le recordaba a Cuchumina, otro amigo que conoció en el colegio donde aprendió las primeras letras en su niñez, y con los que anduvo parte de su juventud, y fueron los que perduraron entre aquellos sueños, mientras la vida se nos iba sin realizarlos.

-A Cuchumina lo mataron. Pobrecito. Con tanta plata que tuvo su papá, pero vea que murió atropellado por un carro en la avenida 19 en Bello Horizonte. Le dijo en alguna ocasión Memín.

 

No sabía cómo se habían conocido, ya que el uno vivía en Bello Horizonte, y el otro en Bogotá, y además cómo pudieron conoserce el uno  y el otro. No lo entendía. Y mucho menos que supiera todo acerca de su muerte.

-Oye, ve. Mi hermanastro se casó en esas tierras de Cali, y se lució todito. Es millonario, y yo no, dijo “El Embrujado”.

-Ud. se va a morir, se lo dijo entre dientes.

 

Hace poco, una tía se lo sugirió.

-Ya tiene el revólver.

“¿De qué se trataba? Se preguntaba una y otra vez”.

 

Migueluchi le había comentado en una de esas historias estrafalarias que a veces le parecían mentirosas, iguales a los que lo rodearon en su vida:

-De la marina militar me echaron, por sinvergüenza. Me dieron la libreta militar por compasión.

 

Y así entre charla y charla, este apareció en su vida como uno de sus mejores amigos, que solo cuando regresó nuevamente a Bello Horizonte, luego de vivir unos cuantos años en Venezuela, cuando lo vio se hizo el desentendido, mientras le hacía gestos en la calle, y le insinuaba que estaba loco.

 

Se burlaba. Mejor dicho, se burló.

 

Después se lo encontró un poco más serio y decente, y compartieron algunos tragos, como si hubiesen sido los mejores amigos.

- Lo tienen secuestrado, dijo el comisario Rincón .

 

Habían transcurrido más de 20 años desde que se conocieron en Chacao, en Caracas, y después que le hubiese contado todas esas historias, este se dedicó a escribirlas.

- Cuando me echaron, resulté pasando al otro lado del charco entre el golfo de Urabá a Panamá, le comentó en alguna ocasión Migueluchi. En esos años la yerba de la marihuana se fumaba y no era medicinal, y además todo se hacía por la prosperidad de muchos. ¿No me cree?

 

Mentirosito el señor.  Los políticos decían otras cosas. Ud. se arma en medio de las confrontaciones, y así se gana el derecho a ser el representante de los desposeídos.

Imagínese esa historia tan truculenta. Con su fuerza y sagacidad pretende convertirse en redentor al enfrentarse con otro que tiene un cañón o un helicóptero, o cualquier otra cosa que signifique poder.

 

A otro bobo, con ese cuento.

-De donde saliste. Oye, ve, cuéntales a otros esas historias que yo no te las creo.

 

Y sí. Según aquel amigo en el canal de Panamá, los trabajadores nunca se pensionaban porque según la leyenda, la disfrutaban unos pocos años. No se morían de viejos.

-Qué historia es ésa. O sea, que te acuestas con una amiga, y con los años resultas con pensión y con casa.

 

Esto si da risa y rabia. Hacés que otro adopte un niño, y con los años a que disfrute de su pensión, y así terminas dueño de casas y de todo.

-Se ve que tienes un cerebro podrido. Y con esto, te vanaglorias. ¿O sea que me has querido matar?

 

En la casa “Embrujada” había entendido el por qué. Habían tenido un negocio tan sucio, que le habían dañado sus trabajos, y lo habían intentado matar en esos negocios tan…tan... 

 

Ahora eran dueños de casas, y eran los que mandaban.

- ¿De Ley?

 

“De la ley de los ladrones”, le oyó decir a “Conciencia”.

- Yo se lo advertí, le dijo el comisario Rincón. Se acuerda de lo que le dije del “Torito Sentado”.

- ¿Por qué no ha escrito completo, lo que yo, le conté?

- No me han dejado, comisario.

- Quedó truncado todo ese relato.

- Si. Era una historia que estaba medio escrita en este libro.

-No me la han dejado escribir, siguió diciendo trémulo y tartamudo.

 

Después constató que muchos de sus amigos, o los que creía, eran tan imaginarios, que desde su nacimiento lo habían estado persiguiendo. Eran ambiciosos.

- Billete, ve.

- Y ni siquierase le nota, dijo otro. 


Era como la voz de uno de esos embusteros que son capaces de vender a su misma mamá por dinero. Así lo creía.


7.

¿Quién no recuerda a Freud? Sus investigaciones todavía hacen que muchos -Erich Fromm entre ellos- nos hayan conmovido. Si. “El arte de amar” de este último lo colocaron entre los libros más leídos dentro de los estudiantes de derecho, a Freud lo conocimos por la amplitud de sus teorías, donde sentaba a sus pacientes para analizarlos; lo mismo que hacía Sherlock Holmes con su imperturbable pipa que lo hizo famoso por sus investigaciones policíacas. Esos complejos que a todos nos atañe, pero que como en el caso mío, he sido víctima de esos imaginarios que se complacen en seducir a sus hijos, para después…

-Son cofradías de familias. Así me lo dijo el comisario Rincón en una ocasión.

 

“Lo que no quieres para los tuyos, no los quieres para los demás”. El complejo de Edipo, y tantas otras teorías como que la del sexo mueve al mundo y nunca han dejado de tener vigencia, ya que así descubrimos las manías y las posibles terapias a las cuales acuden ahora los que vivimos en este universo paranoico. Por qué no se lo preguntan a Woody Allen, y sus amantes, muy conocido en el séptimo arte. Mía Farrow, Diane Keaton, etc., y verán que estarán de acuerdo conmigo. Tal vez por esa razón Freud investigó a sus pacientes sentados en sus sillas y en posición de descanso, lo que también hizo Sherlock Holmes para analizar los casos policíacos, mientras fumaba su imperturbable pipa de tabaco, que a muchos entusiasmó. Sigmund Freud para saber los efectos de lo que ahora llamamos la droga y otros barbitúricos, la probó él mismo. Su hija tuvo que soportarlo a pesar de sus desvaríos, mientras Holmes logró dilucidar muchos casos criminales en sus novelas. Así se lo ha contado el comisario Rincón. Lo de las brujas, son el pretexto de los humanos que mediante sus imaginarios son capaces de llevar a uno hasta el mismo infierno, si nos descuidamos. Esos trabajos los hacen esos maniáticos, mejor dicho, enfermos mentales que se empecinan en ir creando el miedo a una persona, mientras los drogan con alguna sustancia sicótica en las comidas; así como lo dicen las malas lenguas acerca de los Papas Católicos, que los envenenaba con estricnina, de tal manera que como en sus ritos siempre usan el vino para consagrar, el alcohol hace que esta sustancia los vaya matando lentamente.

-Cómanse una Sandía, y verá. Ojalá después de media hora de haber sido cortada, dijo.

 

Haga el ensayo. Si no me cree lo que digo: Tómese un licor que le guste, y ojalá, hágalo muchas veces y todos los días, y lo verá. Bueno, esas no son cosas mías, sino de la ciencia. La estricnina que esa fruta produce, después de media hora de estar expuesta al aire se oxida, se convierte en un cortocircuito mortal, y si de pronto alguno de sus familiares, o sus amistades más cercanas, o uno de sus amores, lo pueden estar haciendo, entonces verá cómo se va adelgazando, e incluso si se descuida, más tarde lo verán muerto.

-Tan buena persona que era, dirán muchos, e incluso los que lo detestan.

 

Y Ud. podría estar secuestrado sin darse cuenta. Y así, se verá rodeado de granujas por doquier, luego que le hacen creer que es un enemigo de ley, e incluso hasta lo harán llegar a los extremos de la locura. Ojo con sus hijos porque también se los pueden tener secuestrados, mientras Ud. se va muriendo.

- ¿Se leyó las historias de “Los Mil Muertos” que ya escribí? ¿Entonces que hace aquí leyendo esto?

 

Somos enfermos mentales, por no decir que sobre la tierra somos la única especie animal que es capaz de destruirse ella misma. Por donde quiera que mire, así lo verá.

 

8.

Lo querían matar. Aldana -un ajedrecista- le acababa de contar lo sucedido con Serafín. En una fiesta en su propia casa mató a su yerno con un revólver, mientras un hijo suyo que salió en su defensa, lo mató. Eran unas de esas reyertas que se dan en estos países donde todos quieren hacer justicia por sus propias manos. Y cuando tienen a su víctima indefensa, tratan de hacer lo imposible para conseguirlo. Es cierto. Sabe que una vez, el comisario Rincón le insinuó a “El Embrujado” que escribiera sobre las escrituras de Sion y se encontró con que un amigo se lo repetiría, dándole a entender que podría ser cierto lo de su origen, o mero trabajo de sicología de brujos. ¿No se acuerdan? Esos ajustes de cuentas son más bien los entre telones de situaciones que se dan sin que los espectadores sepan sobre lo que sucede dentro de los camerinos de los actores, y que en medio de esas encrucijadas psicológicas, se salen de sus libretos. Cuando tienen la oportunidad:

- ¡Zas!

 

Así le pasó a “El Embrujado” en aquella casa del barrio Centenario. Fueron años de torturas psicológicas, y de un secuestro extraño, orquestado por unos personajes que rondaban entre familiares, amigos y vecinos, como si con ello fueran a satisfacer sus apetitos más recónditos de sus perversiones, hasta que hacen un negocio de sus proyectos desalmados, donde incluyen a sus mujeres, a los hijos de sus hijos, y luego uno se da cuenta que hay todo un montón de personajes siniestros conspirando para matarlo. El día que comenzó con estas historias ya escritas en Venezuela, “Voz de Humo” parecía ser el encargado de ejercer dentro de aquella comunidad el papel del provocador hilarante, que incluso la primera vez que regresó loco por la sugestión en que lo tenían desde que salió del hospital, cada que pasaba por el frente de su casa, desde adentro le gritaba:

- ¡Está muerto!

 

Una vez, una camioneta se aparcó al frente de la puerta en el callejón, mientras en las calles le insinuaban que lo iban a matar, y además se parecía a otra de una funeraria que llevaba en su último viaje a uno de los vecinos del barrio. Lo querían sugestionar.

- ¡Está loco! Le gritaban por las calles.

 

Entendió que así era como a una persona la enloquecían, luego que le arrojaban en las calles a todas esas gentuzas de mala fe. El hijo de la tía una noche había llegado a quedarse luego de que muchas veces iba de visita, y se le dio por golpear tres veces en los maderos de la cama en son de provocación, haciéndole recordar que en los días que tuvo una casa en Bellavista al sur de Bogotá, un albañil vecino desde que se levantaba hasta que anochecía, de seguido le golpeaba la pared tres veces, y así sucesivamente durante todo el día y durante mucho tiempo; y cuando no lo hacía, a un trabajador que tenía le decía a todo pulmón como para que escuchara “El Embrujado”, que cualquier día de estos se le meterían a la casa, lo mismo que hizo este cuando se mudó con sus corotos, con un perro y una caseta para su mascota, a la que encerró en su propia pieza, hasta cuando a punta de sustos, más el golpe que le dio sobre el hombro izquierdo, acabaron de reventar sus nervios. Aun así, no volvió a escuchar las voces que fueron las que lo llevaron completamente a la locura, y terminó en el asfalto con una vértebra fracturada.

 

Este la había comprado un poco tiempo antes cuando laboraba con su papá en San Victorino, quien le dio por herencia un apartamento en La Fragua, al que permutó por esta, luego que de haber sido obligado a regresarse a Colombia debido a la mala situación económica de la nación hermana. Un país al que temía regresar, y a donde lo perseguían. Y era cierto. Un extraño negocio de familia y de marcas policiales y secretas, en un Estado que se consideraba el abanderado de la democracia.

 

La verdad, que no lo entendía. Pero ya para esta ocasión sabía que en cierta medida el país se parecía a Argentina, y recordaba lo acontecido con “Las Madres de la Plaza de Mayo” que comenzaron a buscar sus hijos y nietos desaparecidos de la dictadura que con otros nombres figuraban con padres putativos. Así mismo, recordó la historia que había leído, sobre lo sucedido con Roa Sierra, el asesino de Jorge Eliecer Gaitán. Es probable que lo que hizo, o lo hubiera hecho loco o drogado. Tal vez no estaba en sus cabales, y mediante el uso de la instigación por una mano aviesa y oculta, cometió aquel crimen. Y cuando se escondió en un negocio, un gendarme que debía de protegerlo, no lo hizo, si no que facilitó para que la multitud abriera la reja de la droguería a donde se escondía, luego de haber cometido su aleve felonía, y…

 

Bueno, fue zarandeado y asesinado por la ira de otros matones que creyendo hacer justicia por sus manos, eliminaron al autor material del horrendo crimen, y con ello borraron uno de los indicios que podrían ayudar para dar con los instigadores intelectuales de semejante asesinato. Un crimen perfecto que todavía ronda en el imaginario de los colombianos.

 

Así lo entendió, cuando este muchacho llegó haciendo todo un escándalo, luego que “El Embrujado” le extendiera su mano amigablemente. No se la quiso dar. Creyó que era un espécimen, y comenzó su vil teatro pendenciero dentro de la misma vivienda, gritando y amenazando, en ese tipo de trabajos donde los delincuentes para justificar sus ilícitos cometidos, aducen cualquier cosa con tal de lograr sus fines propuestos.

- ¡Yo sé, como los voy a sacar de aquí! Gritaba.

 

Y era como si hubiera llegado el demonio a “La Casa Embrujada”. Y tan buena gente que se veía. Quería desconocer de un sopapo a la posesión que también tenía derecho los más de veinte años que este había vivido en aquella casa, y que además ni siquiera lo había pensado; pero que bien adoctrinado por algún abogadillo cercano, y presionado por aquellos policías que le arrojaban las peores pestes por las calles, más, hacían la mejor de sus labores: “Crear el pánico”.  Y sin embargo, a pesar de enrostrar y humillarlo” dentro de su mismo hogar, el agresor estaba cumpliendo la obligación que alguno le encomendó. Su arrebato era matarlo aparentando un accidente, después de haber roto los vidrios de la entrada de la puerta, y luego de reunirlos en la pequeña ante sala de la vivienda.

 

Ya lo habían intentado hacer en las calles en plena vía pública, y sobre él se había gestado todo un complot con el fin de asesinarlo fingiendo otras cosas. Una conspiración que parecía ser de ley, y como si este fuera un hijo prodigo de algún alto personaje de la gendarmería, le echaban los viciosos, los malandros de calles, y los locos que obedecían las órdenes de sus secuestradores sicológicos.

 

Tenían poder sobre ellos, y presumiblemente les administraban sustancias sicóticas para mantenerlos alucinados cumpliendo las ordenes que les daban. Así lo entendió con este muchacho. Y comprendió que los captores tenían poder mental sobre este, muy a pesar de que en apariencia era un simple enredo de familia sobre una casa en la que este no tenía ningún interés, pero que estos con ese pretexto, creyeron que lo lograrían matar.

 

Seguramente que a sus perseguidores los encerraban en alguna casona, y mediante la coacción le lavaban sus cerebros, para que actuaran como autómatas. Había visto a muchos gritar y enloquecer, y él mismo lo estuvo, y sabía cómo era ese proceso en el que los mismos familiares despotricaban, y lo hacían aparecer ante sus hijos como un vulgar degenerado, mientras se alejaban durante años para que quedara en las garras de estos miserables que a toda costa lo querían matar mediante amenazas.

- Nadie sabe con la sed que otro vive. Así que no me vaya a decir que…

 

Incluso llegó a darle el famoso abrazo del oso. Como tenía varillas en la columna vertebral, cuando quiso ir a evitar que lo encerrara tras tratar de echar cerrojo por dentro dd la puerta de la vivienda, y luego de sacar a su mujer a empujones, y que gracias a que el cable del cargador del celular quedó atascado entre el marco y la puerta, impidió que lograra su propósito. Al acudir presuroso “El Embrujado” ante los gritos de su mujer, este se volteó y le dio el abrazo. Era un abrazo mortal. Sus ojos estaban desorbitados y como si estuviera drogado, gritaba:

- ¡Ud. no puede conmigo!

 

Y lo apretó justo en el lado de la cintura, y de frente para presionar la columna vertebral. Así captó que quería apretar el tornillo con que se sostenían las varillas en la vértebra que tenía atrofiada, y lo presionó con fuerza y con sus manos para hacerle un daño mortal aparentando un accidente. Y entre empellones y envites logró desasirse. Era el abrazo del oso.

 

Y a pesar de todo, sobrevivió. Así entendió que todos aquellos vecinos estaban coaligados con este como si fuera el hijo de un gendarme. Y sus perseguidores eran unos desalmados ladrones de casas.

- ¡Granujas! Les gritó “El Embrujado” en medio de uno de sus sueños.


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