El pintor y su obra

Estaba triste. Román le estaba robando el alma con cada trazo que hacía de su cuerpo, y la hería de muerte cada que la humillaba en sus encuentros nocturnos, después que la recogía cuando los muchachos se iban para sus casas. La quería toda para si, y últimamente insistía a que se mudara para el taller que tenía en una casa antigua del barrio de La Candelaria,que había sido abandonada por sus primitivos dueños debido a la jauría de los inquilinos que se apropiaron de ella, y de la cual Román hacía parte gracias a que pagó el derecho de adquirir un pequeño ático de unos ancianos que nunca la ocuparon mediante dos pinturas putativas a Obregón.
-Eres una boba, le dijo Gabriela.
-¿El indio ese que te dio? Le preguntó María.

Ella no quería hablar. Aquella noche había sido fatal. Todo comenzó porque se fue con Ricardo desde muy temprano del Capablanca a ver una película que presentaban en el teatro Lido de Luis Buñuel donde éste se mofaba de la burguesía de ese entonces con sus acartonados criterios moralistas que resultaban siendo más inmorales de lo que ésta pensaba, y de la cual Ricardo criticaba con sorna.

Román que tenía como costumbre buscarla antes que los muchachos se fueran para la universidad, llegó después, y no le cayó en gracia la ida al cine de Maritza, y tras la tomadera del pelo de Gabriela, y las sátiras de Marcos, dejó el recinto sin siquiera jugar una partida de ajedrez.Se sintió muy mal con dicha farsa. "Los muy cretinos, pensó. Intelectuales de pacotilla". Estaba furioso porque la muchacha no se dignó dejarle alguna razón con los majaderos que tenía de compañeros. ¿Por qué no? ¿Acaso no podía echarse una canita al aire? Esa noche la tendría toda para si. Descansaría del trabajo que se traía con Maritza. ¿Pintar? ¿A quién? Ella no iría, y además no la esperaría. Quería estar ebrio y divertirse con Criselda, una mujer cuarentona que trabajaba en un cafetín del barrio Santafé. Tenía unos pesos, y los podía disfrutar a su antojo.
-¡Nada! ¡Nada! Les gritó.

Todos callaron. esperaron a que ella misma rompiera el silencio. Se tomó la cabeza con las manos y lloró todo lo que pudo delante de todos. El Capablanca para ella era un infierno, y maldijo haberlo conocido. Se paró después abruptamente, agarró la cartera y sus libros con ira, y se fue para siempre.
-¿Y por qué la abofeteaste? Le preguntó Gabriela.
-¿Cómo que porqué? ¿Acaso no se fue anoche con el miserable de Ricardo?
-¡Miente! Gritó éste furioso. La llevé al cine, y después la dejé aquí. ¿Me oyes?
-Claro, claro que si la abofeteaste. ¡Canalla! Le gritó María.
-¿Yo? ¡No! Mierdas.

Ahora éste era el sufrido, él que nunca la había ido con estos carajos que fueron los que la embarcaron en esa locura con Maritza. Esa locura que terminó en desgracia. El si la abofeteó esa madrugada cuando la encontró esperándolo en el ático con su vestido desecho y los ojos hundiso por el insomnio y las lágrimas, sin saber todavía que la muchacha después de haber salido del cine se vino a buscarlo al Capablanca a donde lo esperó largo rato; y al ver que no aparecía, ya bien tarde se dirigió al taller en su búsqueda. Como estaba oscuro no quiso pegarle un grito desde la calle ya que podía llamar la atención del vecindario, sino que empujó la pesada puerta de madera vieja de la entrada principal de la casona, y entró en el momento en que uno de los Pinzón se aprestaba a salir de su cuarto en busca del inodoro que se encontraba en la parte baja, en un pequeño jardín interior, que era entre otras cosas lo único llamativo que tenían los inquilinos.

Cuando iba a subir por las escaleras que llegaban a una terraza empedrada , o más bien a un espacioso balcón que albergaba varias habitaciones, éste presurosamente salió detrás de ella y entre sobresaltos y forcejeos la metió en la covacha que tenían con sus otros hermanos, y como si el infierno se hubiera apoderado de su corazón éstos la ultrajaron igual a lo que habían hecho con muchas otras, sin que el vecindario los denunciara a la policía.
-¿No me entiende, comisario?
-No, no lo entiendo. ¿Por qué la tenía que despedir cuando era Ud. el que había llegado tarde? ¿Por qué no la ayudó?

Maritza para Román no necesitaba ayuda. Más bien, lo que ella quería era que juntos abandonaran esa pocilga que le servía de taller y dormitorio. ¿Y su arte, la obra que estaba en ciernes, que sería de ella?
-Escúcheme, dijo el comisario, Maritza fue violada por sus vecinos, de éso ya tenemos pruebas. Pero no la mataron. ¿Entonces?
-¿Vio mi pintura? Le preguntó Román.

En realidad la pintura pudo haber sido una obra de arte sino fuera porque Maritza cuando supo que ya estaba por terminarla lo embolataba una y otra vez con su lloriqueo y sus caricias, entendiendo que lo que el pintor quería era terminar con la relación de pintor y obra que fue la que los convirtió en marido y mujer.

En aquella pintura estaba reflejado todo su cuerpo desnudo de pies a cabeza donde sus senos erguidos y su frondoso pubis contrastaban con las suaves lineas de su piel fresca, que se entregó por el placer de vivir con aquel hombre que quería el arte, adonde su cuerpo y su figura solo eran los instrumentos de lo que se valía el artista para realizarse. Ella era su "Ese oscuro objeto del deseo" como en aquella vieja película de Buñuel. Maritza que terminó por comprender todo ésto en ese amanecer turbulento, abofeteada y desengañada después que éste la hubo sacado se su cuchitril de pintor , se regresó con más bríos agitada, y trepó hasta el ático, seguida por un Román que la jalaba de aquí para allá y de allá para acá. como si quisiera darle rienda suelta a la locura, maldiciéndola por no haber dejado terminar su obra, y lo hirió en lo más profundo de su alma, cuando ésta le gritó:
-¡Mátame! ¡Mátame!

Y Román furioso la maldijo mil veces, muchas más que las que repitió cuando el comisario lo interrogó después que fue esposado por la policía.

Maritza estaba muerta, y ya nada ni nadie la podía revivir.
-¿Asesinato, o suicidio?

Todo en ésto cabía en este caso, pensó el comisario. Los malditos celos de Maritza, la perversidad de Román, y todo alrededor de este caso tenebroso. Sus amigos todavía los ve en el Capablanca.

Réquiem por su alma.