Los misterios de los asesinatos perfectos

1.
El comisario Rincón que creía que todo lo sabía, se vio apabullado cuando “Conciencia” le increpó:
- En nuestro país todo se sabe, y sin embargo…
- Sí, respondió el comisario, todo se sabe.

En los asesinatos perfectos siempre existía un motivo, o algo que movía a los criminales para cometerlos. Eran esos personajes que a diario uno ve en una plaza de mercado, en una oficina, o en cualquier sitio, sin que nadie tenga la más mínima sospecha de lo que en realidad son. Y si se adentraba -en estos tiempos- es muy probable que encontrase a más de uno conspirando contra otro, sin que la vida les importe, porque como aquella canción de José Alfredo Jiménez: “La vida no vale nada”.

Sujetos siniestros que cualquiera puede ver a la vuelta de la esquina, y donde confabulan contra fulano o zutano en torno a una posible herencia que este pudiera recibir, o porque el run run los incita a satisfacer sus apetitos personales, o porque la casa en que vive puede posiblemente en algún momento ser parte de sus gananciales. Más de uno sale a ver cómo se puede lograr, y es entonces cuando estos comediantes oscuros aparecen e insinúan a los que están detrás de estas mentalidades para decirles de qué manera lo pueden lograr.

“Conciencia” lo sabía.
– No todo, conjeturó el comisario Rincón. ¿Cómo puede ser creíble que toda una familia conspire contra una persona, le haga creer que necesita un hijo pródigo ya que no lo tiene, y con los años…?
- Qué bello, dijo “Conciencia, adelantándose.
- Lo ve, respondió el comisario.
- Está loco, dijo otra voz.

Esta, parecía conocerlo muy bien.
- Pobrecito, dijo.

Eran esa especie de brujas maldicientes que con sus lenguas ridiculizan a más de uno, y crean zozobra entre la comunidad que viven, y así a veces pueden ofrecer esos espectáculos tan goyescos, que ni el propio pintor si viviera los podría reflejar.
- Aves de mal agüero, replicó el comisario.

Si. “Conciencia” lo sabía todo. Los crímenes perfectos eran orquestados desde los tiempos sin tiempo, mientras que el reloj biológico iba agonizando, y entonces estos personajes trataban de aligerar sus muertes.
- Los envidio, dijo “Lengüitas”.
- Su lengua es viperina, arguyó “Conciencia”.

El comisario sabía muy bien de estas historias. ¿A cuántos no mataban luego que regaban el cuento de que murió porque era un pícaro que se quería quedar con una casa, mientras por debajo de cuerda había otra herencia?
- ¿Entonces, se acuerda de “Lengüitas”?
- ¡Ah! Recordó el comisario.

Hubo un tiempo en que estos mostraron sus ganas mediante otras formas, como para ir creando la cizaña sicológica. El comisario recordó cuando la tía de “El Embrujado” apareció en la casa con dos gaticos ciegos que le habían regalado en una caseta cercana al Ministerio de la Defensa, y que quedaba en el Centro Administrativo Nacional (C.A.N.) en Bogotá.

Este los atisbó a tiempo, y le dijo:
- Son ciegos.

Aunque claro que este se confundía frecuentemente porque no podía entender cómo al final de su vida Borges se pudo casar con la que fue su admiradora y secretaria de toda una vida. Ni siquiera sabía que sus amigos más cercanos eran tan dobles, que Mata Hari, la célebre espía, les quedaba en pañales. No lo entendió. Oscar, el cuñado de Memín que quedó desorientado cuando en una ocasión en que venía de Villavicencio a Bogotá, en uno de esos malditos corrimientos de la tierra, al bajarse de su propio carro a orinar en un recodo de la carretera, sus hijos y su mujer se los tragó la naturaleza, que ni siquiera escuchó sus lamentos. Y estos, si no eran asesinatos perfectos. Eran una desgracia. Aunque es de suponer que debió oírlos gritar cuando la tierra en su hundimiento se los engulló para siempre, y aun cuando este siempre afirmó que ni siquiera los escuchó cuando hizo tal afirmación. No sería, lo contrario. ¿La naturaleza le ayudó a deshacerse de ellos? Su mal comportamiento que tuvo después, bien podría ser una consecuencia de sus decisiones. Y sin embargo, uno no puede afirmar nada de una persona porque no es un juez ni Dios para juzgarla.

Mucho menos lo entendió este, que al ir a buscar a su papá en alguna ocasión en San Victorino, los encontró ebrios en una cafetería y otras muchas veces más a cuenta de del papá, y que solo lo comprendió al final de su vida, cuando intuyó que en realidad el que pagaba todo era su propio padre, y que eran conocidos suyos mucho antes de que este los conociera, y a pesar que él mismo se los había presentado como amigos, nunca supuso que se conocieran desde antes. Dedujo entonces que las muchas cosas desastrosas que le fueron pasando en “La Casa Embrujada” era como si los maleantes supieran para dónde iba o qué iba a hacer, tanto que cuando lo intentaron matar ya sabían dónde estaba. Y lo hacía como para que…
- Maleficios, dirían los que creían brujerías.
- Mentiras, dijo el comisario Rincón.
- Le lavaron el cerebro, dijo “Conciencia”.
- ¿Quién lo podría creer? Repostó el comisario.
- Estos personajes son delincuentes, comentó el comisario Rincón.

Así eran los misterios de los asesinatos perfectos. Los conocían los más cercanos que estuvieron con sus víctimas, y siempre aparentaban otra cosa, incluso después de haber logrado su cometido.

En “La Casa “Embrujada” todos estos farsantes demostraron lo que eran. Presuntamente ejercieron su poder mediante el miedo y la zozobra, y usaron los recursos del estado para ejercer su dominio y demostrar que la vida no valía nada, aparentando que en realidad eran los propios defensores de esta. Al regresar comenzó otra historia, y a su vez hizo parte de toda esa escalada de persecuciones donde los delincuentes resultaron ser de los mejores y los pobres diablos que no tenían nada entre los bolsillos, mucho menos tendrían derecho a vivir tranquilamente.

Una vecina, que resultó viviendo en aquel interior donde estaba la casa de la tía, se encargó de otras componendas más falaces que en los tiempos en que Damián casi lo castra, y luego que otros también quisieron participar del festín.
- ¿Primorov -el paracaidista- también?
- Lo ve, dijo “Conciencia”. Está escuchando voces.

El comisario Rincón se atenía a su propia experiencia.
- Bobo, le gritaban.

Les pudo ver sus rostros, aunque no lo entendió porque andaba aturdido, y ni siquiera esto le importaba. Resultó regalando sus libros más preciados de electrónica y sus herramientas conseguidas con esfuerzo en Venezuela por nada, porque en verdad había perdido la noción del tiempo y del valor de las cosas.

Por las calles varios granujas salieron a hacer sus viles trabajos desde donde según parecía de lo alto del poder alguien organizaba todas sus componendas, qué cuando se quería peluquear en cualquier barrio lo trasquilaban, o si compraba algo o vendía cualquier cosa, algo salía mal, y así lo fueron metiendo en esos trabajos sicológicos que incluso hasta en algunas tiendas le cobraban nuevamente después de haber pagado, con el cuento de que no lo había hecho, y muchos incluso a sus espaldas en los buses le hablaban de lo lindo mediante susurros en los oídos, pues ya sabían que escuchaba voces y mediante esta manera lo quisieron llevar al cementerio. Como sabían que estaba así, adrede usaron sus tácticas siniestras con el fin de hacerle creer que estaba maldito, mientras el común de la gente lo creía loco que incluso mediante el rumor muchos otros canallas salieron a robarlo y atracarlo por cuenta de estos. Luego supo que todos esos canallas hacían parte de una escuela donde aprendían a robar y a delinquir. Todos esos vendedores de calles y rebuscadores, y comediantes de malas pulgas salieron a tratar de ganarse su premio, y fue entonces cuando comprendió que en este país también había villanos que estaban en lo más alto del poder.
-Una tía hermana de su papá, le decía, que lo confundían.

Un peluquero del Espinal, también se lo decía. Y así, sometido a toda esta serie de persecuciones, llegó el hijo putativo de …
- No me cuente eso, dijo “Conciencia”. Ya lo sabemos.
- Los demás no, dijo el comisario. Si no se cuenta…

Era cierto. Eran unas historias tenebrosas donde el aquelarre de aquellas maldicientes lenguas cometió sus peores infamias, mientras trataron de llevarlo a los mismísimos infiernos.
- ¿Sabe, qué querían hacer cuando aquel matarife le preparó la hamburguesa?
- Sí, respondió el comisario. Ya tenían el plan perfecto. Si se hubiera tragado aquel alambrillo, el atoramiento hubiera sido mortal.

No quería ni pensarlo. En esos tiempos hasta era probable que los médicos legistas pudieran haber sido comprados para favorecer dichos embustes maquiavélicos. Era el más miserable de los menesterosos, y no tenía ningún derecho a vivir.

Fue entonces cuando recordó otra historia sobre aquel vigilante que se encargaba de investigar, sí los hombres del más alto poder elegidos popularmente, hacían bien sus cosas.
- Está loco, dijo “Conciencia”.

2.

- Son los más miserables, dijo el comisario.

Era cierto. Lo recordaba muy bien cuando leía novelas de intrigas policiales en donde se jugaba con el cerebro de las personas.
- ¡Brujos! Dijo “Ríos Revueltos”.
- ¡Pamplinas! Gritó “Lengüitas”.

Era una vecina que parecía conocerlo muy bien dentro de esos archivos secretos que se llevan por cuenta del estado y donde se conoce todo sobre la vida de las personas en sus comportamientos más recónditos, pero que para el desafortunado por su autismo urticante, y llevado por el frenesí de los criterios de libertad e igualdad que pregonaban la mayoría de sus amigos, lo estaban marcando como el más vil de los trúhanes. El comisario Rincón, lo entendía.

Un amigo de juventud le pidió el favor que en su casa escribiera unos libelos contra un profesor porque a sabiendas sabía que este lo haría en una máquina de escribir vieja y destartalada que un comerciante paisa le había vendido a la tía con la que anduvo en su compañía la mayor parte de su vida. Panfletos que sigilosamente fueron introducidos en el colegio porque denotaban que estaban en concordancia contra la forma autoritaria que el profesor hacía con ellos, pero que en esos tiempos juveniles en realidad no valía la pena haber ejercido dicha actitud librepensadora, porque al fin y al cabo merecía cierto respeto a pesar que este lo hacía con sorna política como si fueran enemigos por esas ideas que al fin y al cabo vibraban tal y como lo hizo en su momento Luis Vidales con “Suenan Timbres“, y que no debería haber sido óbice para semejante escándalo.

Y así lo fueron enredando.En esos grupos políticos, hubo otro que los impulsó a colocar tachuelas en las calles a manera de protesta, y que con los años aprendió la lección:

Se parecían mucho a esos personajes de leyenda que embaucan a más de uno a cometer ciertos actos non santos, basados en las inexperiencias juveniles, y les hacían creer que eran de los mejores, razones por las cuales parecían los redentores del futuro de la humanidad. Y así, se caía en esas trampas. Estos personajes que le habían inspirado toda su confianza resultaban traicioneros. A la vuelta de los años se les veía pensionados por el mismo gobierno del que habían despotricado, y eran de los mejores imaginarios que el país había dado. Luego vería que sus hijos eran de ley, y que a él le habían hecho creer que era un antisocial.

Una lección que aprendió después que lo enloquecieron y lo intentaron matar. Además, no había sido ningún delincuente.

En otra ocasión lo invitaron con unas compañeras a pintar paredes en las calles con consignas alusivas a la libertad, mientras el pregonero que tenían los vendía con la policía, que los encerró en una celda, la misma que a los pocos años fue conducido por otros gendarmes todo loco y drogado, luego de haberse tomado un solo trago con un amigo de esos tiempos, al tratar de cumplir una cita romántica con una fulana muy amiga de Cuchumina, el amigo que conoció desde niño, y que con los años le demostró que estos personajes por más que aparentaran una cosa, eran unos torcidos; y que él estaba marcado para que practicaran con su cerebro estos imaginarios de mala fe que parecían ser de los mejores.

Y sin embargo…
- Así es nuestra sociedad, dijo el comisario Rincón. Su padre era un contrabandista y además…
- ¡Billete puro! Dijo “Ríos Revueltos”. Es muy fácil, papi, lo enredamos y… cualquier día se muere, y nadie va a saber que fue adrede. Lo enloquecemos y punto.

En Ibagué ya había visto ese tipo de trabajos incomprendidos. Incluso, a “Pajarito”, un primo de Cali, lo vio cómo sicológicamente se fue descomponiendo hasta que terminó por aparecerse todo desnudo a altas horas de la noche en la casa de uno de sus familiares, hasta que la policía lo encerró, y tuvo que abandonar sus ganancias conseguidas con el sudor de su trabajo. Así fue obligado a andar dopado de por vida por los galenos, con el cuento de que tenía esquizofrenia.
- Así son estos trabajos, dijo “Conciencia”. Lo amenazan en sus mismas casas y así lo degradan.

- ¿Y qué…? Dijo “Lengüitas”. “Ríos Revueltos” lo hace. Billete es billete.

En el bachillerato nocturno de la Gran Colombia tuvo otro Rodríguez de amigo que le contó una extraña historia sobre un cuñado que habiendo andado no se sabe en qué cosas, se descerrajó un tiro en la cabeza, y se mató.
- Pamplinas, dijo el comisario.

Historia que conocía bien, y además coincidía con otra que Primorov le contó sobre un hijo de papi y mami, a quien acompañó a visitar a uno de sus hermanos que tenían una casa de deportes, y que hablaba de cómo se había alcoholizado, luego de haber abrazado ideas libertarias.
- Lo constriñeron, y así lo mataron. Dijo “Mil Muertos”.
- Por eso es que todo tiene su razón de ser, siguió diciendo el comisario.
- Los drogan, sin que se den cuenta, dijo “Conciencia”. Los envician, siguió diciendo.

El comisario Rincón recordaba otra que le contó a “El Embrujado” para que cayera en cuenta que estas mentes perversas son las más dañinas, y que muchas veces caen después de haber cometido muchos delitos.

“Conciencia” lo sabía. En plena avenida Décima con Tercera, muy cerca de las Cruces, un aguerrido personaje agarró a golpes a su mujer que estaba joven, en toda la mitad de la calle, entre el separador de los carros. Otro salió a intervenir en su ayuda corriendo, pero por alguna circunstancia se devolvió y…
- Asesinato perfecto, dijo el comisario.
-Sabe que este subrepticiamente lo amenazó con un revólver, y le pegó tal susto qué…
- Lo estaban trabajando, dijo el comisario, que ya sabía sobre este caso. En alguna ocasión le llevaron la policía a su casa porque según la familia hacía escándalos, y decían que los amenazaba.
- Puro cuento, dijo “Lengüitas”.
- Ese trabajo es fácil, dijo “Río Revueltos”, yo lo arreglo, y ya.

El comisario Rincón sabía que mediante la provocación y el miedo, cuando salen esos personajes del averno con sus caras retorcidas como sus mismos pensamientos, sus miradas diabólicas; actúan mancomunadamente y a mansalva para amenazar a otro y agredirlo, todo resulta mal para la víctima. Todos en esas calles -tal y como le sucedió a “El Embrujado”- estaban en esa labor tan siniestra, terminó diciendo “Conciencia”.

En esos años en que “Pajarito” andaba loco por las calles y solitario, se le apareció por la carrera Séptima cuando “El Embrujado” iba con Anita. Precisamente la hermana del amigo del bachillerato de la Gran Colombia, y así fue cuando esta le dijo:
- Está drogado.

Más tarde lo comprendería. Sin darse cuenta le estuvieron dando alguna pócima, como la que les daban a los Papas de la Iglesia Católica cuando existían rencillas en esos conciliábulos, a los que Dante acusó y llevó al infierno a más de uno en “La Divina Comedia“, donde hacían que comiera sandía ya abierta después de media hora, antes de cada celebración eclesiástica, y a donde el vino….
-Si, dijo “Ríos Revueltos”. Terminan con el tiempo envenenados por el arsénico, ya que se activa con el licor, y así se van muriendo lentamente, sin que nadie se de cuenta que lo están envenenado
- Antirreligioso, dijo “Conciencia”, señalándolo con el dedo.

El comisario Rincón prefería no opinar sobre este tema, pues conocía muy bien al personaje.
- Yo traté de advertírselo, dijo.

Y sin embargo en aquella casa infernal, aquellos vecinos…
- ¿Son de ley?
- De mala ley, le respondió otra voz.

Escuchaba voces y les respondía, aunque muchos mediante ese recurso le salían en las calles y le hablaban disimuladamente, en ese trabajo tan sutil, como aquel que murió atropellado por el carro cuando quiso defender a aquella muchacha.
- Era su padre, dijo el comisario Rincón.

“Conciencia” lo sabía, pero éste no. Era la misma historia que Rodríguez le había contado sobre su cuñado, y que su hermana se lo contaría después cuando la conoció en la universidad Libre. Una historia que Primorov le había dicho, como si todos se conocieran, y fueran los imaginarios perfectos.
-Billete puro, dijo “Ríos Revueltos”. Yo les arreglo fácilmente esa dificultad.

Mientras tanto “El Embrujado” se había ensartado en una discusión interminable contra aquellos imaginarios que le hablaban desde el fondo de la pared, en aquella casa del tal Ramos, hasta cuando cayó en la cuenta de que estaba loco; y en medio de ella descubrió cómo lo estaban enloqueciendo. Fue cuando supo que sus enredos eran de una marca de familia, muy pero muy…
- Del más allá, dijo Memín.

Era cierto. Mediante transmisores en la misma casa lo estuvieron torturando durante muchos años, y solo cayó en la cuenta cuando le ayudó a un hijo de una amiga, a arreglar unos que no funcionaban porque la resistencia se quemaba cuando les instalaban la electricidad.
- Hay que colocarle otra de mayor vatiaje, dijo.

Y así lo hizo. Hacía parte de un proyecto popular donde se recolectaban todas las basuras del Abastos de Patio Bonito en Bogotá, y mediante estos transmisores que emitían altas frecuencias inaudibles para el ser humano, espantaban a las moscas.
- Ahora estaban practicando con él a sabiendas que tenía varillas metálicas en la columna vertebral que le servían de antenas para que pudiera captar las frecuencias hertzianas emitidas desde unos cuantos metros de distancia.

Así podía escuchar los discursos amenazantes de alguna voz de algún conocido. Ya era un “Conejillo de Indias” desde niño por estos personajes fantasmales que seguramente conocían de algún estigma suyo desde antes nacer.

Así escuchó la voz de una familiar como si un trueno hubiera pasado vertiginosamente en esa maldita casa, luego que un agente que había comprado otra que queda a la salida de aquel interior, precisamente a donde tuvieron un gatico, que un tiempo después, u otro casi idéntico, lo vería muriéndose y revolcándose contra el pavimento en una acera, luego que un motorizado del averno lo arrojara al andén, y como si le hubiera echado cianuro en el estómago, en una de las calles del barrio Santafé, muy cerca de la plaza de mercado de Palo Quemado en Bogotá, y que curiosamente le recordaba a otro que había visto en la calle 11 sur en el barrio Restrepo donde había ido a acompañar a una tía a hacer un contrato de compraventa de finca raíz sobre “La Casa Embrujada”, y adonde le sucederían muchas otras situaciones extrañas como si en realidad fueran unos brujos.
- ¡Malditos! Les gritó.
-Pobrecito, dijo otro. Está loco.

Si. Eran esos trabajos de sicología mediante los cuales lo amedrentaban y lo querían enloquecer. La voz era desconocida porque nunca antes la había escuchado.

3.

- Pluscuamperfectos, dijo otro.
- Así los hacemos, dijo “Ríos Revueltos”.

El comisario Rincón los entendía, y por eso había regresado. En Venezuela el tal Wilmer había aparecido con su mamá en una de esas noches fatigosas por el trabajo que tenía “El Embrujado”, y lo quiso hacer aparecer como un ladrón en medio de una invitación a un bonche de palos (festejo con cerveza) junto con un colombiano de esos que negaban su nacionalidad, quienes decidieron sacarse unos bultos de cemento de una construcción de un edificio que el apátrida administraba. “El Embrujado” que se percató decidió alejarse e irse para el “Week End”, el condominio donde trabajaba, y así comenzó la historia retorcida que vivió en breve tiempo, cuando en una de esas discusiones con su mujer, y ya estando en Maiquetía en otra ocupación, se fue para la costa a desestresarse, precisamente a Playa Verde, la que queda cerca de Playa Grande adonde antes laboró.

En esas estaba cuando apareció Wilmer con otro amigo en un automóvil. Era hijo de un italiano que abandonó a su mamá, y que curiosamente a juntos les gustaba festejar entre los vericuetos de esas vidas atormentadas, por la falta de dinero y de unos contratos de jardinería que hacía de vez en cuando con el gobierno local del municipio Vargas para subsistir, y le dijo:
- ¡Hey Colombia! Espéreme, que ya vengo.

Al atardecer los bañistas de Playa Verde la fueron abandonando, mientras este se extasiaba con aquella visión en que el sol rojizo se fue escondiendo en la lejanía por aquel mar que lo iba ocultando entre esa línea donde el circulo de la tierra se podía ver entre las olas majestuosas, y que el viento acariciaba entre el calor de aquel bello paisaje.
- ¡Hey! Colombia espérame.

Así se lo volvió a repetir más tarde y nuevamente el tal Wilmer, y que según las últimas noticias ahora vive en las islas Margaritas.
- Espérame, se lo dijo varias veces; como si el tiempo y la hora no importaran, con el cuento de que estaban tras un negocio que no le quiso decir.

Así se apareció repitiendo lo mismo varias veces en ese bañadero a donde “El Embrujado” parecía estar esperando la muerte sin saberlo, mientras la noche llegó y los carros dejaron de circular, y aquel negocio que está sobre la playa lo estaban cerrando sus administradores. Cayó en cuenta que estaba solo y a merced de la lontananza de la vida.

Sin un carro en qué pudiera apearse para subir aquella carretera que lo llevaría a Playa Grande, y de ahí a Catia la Mar y a Maiquetía donde ahora vivía con unos árabes que administraban el condominio de Río Orinoco, y muy a pesar de que el comisario Rincón se lo había insinuado al reiterarle tal y como un amigo se lo dijo en Ibagué:
-No de la pata.

En una de esas noches en que tuvo que trabajar a altas horas de la madrugada en aquel condominio, alguien llegó y lo llamó desde la calle y lo pudo ver y escuchar cuando le decía que se asomara.Eran esas noches en que durante su estadía no pudo dormir tranquilo, porque en el jardín de aquella construcción que era como una especie de finca pequeña, en esos árboles frondosos de mamoncillos, millares de murciélagos aparecían en las noches de luna llena como si fuera su único manjar en aquel paraje, y adonde el sonido de sus frecuencias se escuchaba cuando surcaban los aires, qué todo aquel que no supiera de estas historias se asustaría. Su sonido podía alterar a más de una persona que nunca hubiera visto esto, como si estuviera en un espectáculo, y por estar acostumbrada a ver así en el cine, o leer lo mismo en las novelas de terror.

Fueron muchas noches en que no pudo dormir porque aquel paraje exuberante que vivía en aquel lugar de trabajo, hasta que casi al final de su estadía lo disfrutaría de una manera amarga, tan amarga como en esa noche en que Wilmer lo engañó, y tuvo que comenzar a subir a pie aquella loma por una carretera solitaria, adonde a un lado una camioneta de capó blanco lo esperaba.

Su chófer y otro hombre con una mujer disfrutaban de aquella cálida noche.

- ¡Hey! Gritó uno. ¡Venite pa´acá!

“El Embrujado” lo entendió. Su instinto le dijo que era muy probable que lo estuvieran esperando para matarlo. Entonces comenzó a correr para llegar a la cima donde estaban los edificios de la urbanización Playa Grande. Aquel negro alto de varias zancadas lo alcanzó y logró pegarle un golpazo en la parte derecha de su rostro que lo hizo tambalear en medio de aquella noche translucida. Sin embargo, hizo lo imposible por seguir para no dar tiempo a que lo golpeara nuevamente sin siquiera fijarse en los otros que quedaron esperándolo en la orilla de aquella carretera montañosa que del mar lo lleva a uno hacia los apartamentos, y que como luciérnagas alumbraban la estancia.

Un jeep de un ecuatoriano que hacía su último recorrido transportando a los turistas apareció como cual ráfaga en medio de esa noche que casi se convierte en tormentosa, y le gritó:
- ¡Colombia! ¡Subíte!

Su vida había estado en peligro, y aquella camioneta le recordaba a otro que lo había provocado en “Los Corsarios” muy amigo de un teniente coronel de la guardia nacional.

- ¡No denuncies Colombia! Vive tranquilo.

Y así fue como “El Embrujado” regresó a su patria, luego de haberla abandonado pensando que medio país lo perseguía.

Estaba marcado, y era una marca infame.

Era un país de marcas siniestras y de corrupciones.
-Ya lo estamos investigando, dijo el comisario Rincón.

Este lo sabía desde el comienzo de los años cincuenta del siglo pasado.
-Está loco, dijo otra voz desconocida. ¿Quién le va a creer?

De clic a cada una de las  imágenes y compre nuestros libros




Comentarios