Atraco en Tolima Grande*

(…"Recarga Comcel: INCOMPLETO"...)

No es parte del libro. 
Era la 1.30 P.M. aproximadamente del día 10 de marzo del 2.018 cuando fue atracado por los lados del colegio Alberto Castilla por tres muchachos adonde uno de ellos era mujer. Aunque no lo esperaba, en otro barrio de Ibagué, otro mensajero se lo acababa de advertir en son de broma, cuando iba por la calle principal que lo lleva a uno hacia la Nueva Castilla.
-Le van a quitar la maleta, y todo lo que tiene.

Ni siquiera tenía la pinta de ladrón, más bien parecía ser una buena persona que llevaba unos legajos envueltos de papel en una de sus manos, como si fuera un oficinista o alguien relacionado con negocios de este tipo. 

Se lo dijo pasito, como si se lo estuviera diciendo en el oído, cuando pasó por su lado en aquella parte solitaria de esta avenida polvorienta que lo hacía transpirar el calor del medio día, en el momento que somnoliento iba en la búsqueda de una cliente, y que a más de un peatón lo obligaba a refugiarse en sus casas. No era la primera vez que un desconocido le decía esto, y mucho menos que fuera atracado. Incluso una cliente que tenía por esos lados, el año pasado le dijo cuando llegó a ofrecer su mercancía:
- ¿A Ud. no fue el que atracaron la semana pasada?
- No, respondió este.

Sucedió en el barrio Tolima Grande justo a un lado de dicho instituto que está separado por una quebrada del Nuevo Combeima donde se ve de manifiesto un tubo que cuelga de lado a lado de las pendientes que los separan, y adonde la policía tiene una pantalla que vigila hasta el final de aquella calle. Los delincuentes lo sabían, ya que según recuerda no dieron ningún paso más allá de aquellas ramas esquineras y contiguas al final del colegio y de la calle, por donde aquel sendero lo lleva a uno más abajo del tubo, y adonde debe existir un puente que lo pueda pasar al otro lado de la acequia del cual todavía desconozco su nombre.

Era como si estuviera todo preparado de antemano, ya que los rufianes que lo atracaron le quitaron solamente el bolso adonde llevaba la mercancía tras derrumbarlo contra la tierra de espaldas, mientras lo trataron de arrastrar más hacia el fondo de aquel tramo montaraz para que nadie se diera cuenta de lo que estaban haciendo, mientras la muchacha que también participó, le gritaba al que llevaba el cuchillo casero: 
.- No lo dañe, le decía al que tenía el cuchillo todo destartalado.
- Cállese, le gritó el compinche que tenía el cuchillo casero que podría ser el de un vendedor ambulante.

No era la primera vez que iba allí a orinar, y se confundió porque creyó que el par de muchachos eran estudiantes que llegaron justo cuando iba hasta allí, y por eso continuó su camino hacia la pared que da al colegio, mientras vio que a lo lejos venía otro muchacho corriendo por la misma senda de donde acababan de llegar estos como si estuvieran advertidos que su víctima ya estaba allí, y los ladrones iban a su cita para  atracarlo, o por qué no para matarlo.

Mientras fue a orinar oyó el silbido que hizo uno de los dos primeros muchachos y cuando los vio acercarse,  lo encerraron tratándolo de llevar más hacia abajo, y a pesar que otros tres peatones estaban pasando sobre el tubo colgante, a los cuales trató de forzar para que lo dejaran pasar de regreso a la calle en el momento de ver el cuchillo con que lo amenazó el ladronzuelo.

El que venía detrás lo derribó por la espalda sin presentir que llegaba a lograr su cometido, mientras le jalaban el carriel viejo y descolorido por el uso, y sin hacer un amague para escarbar dentro de sus bolsillo, porque solo querían la maleta. Estaban informados y alguien que lo vigilaba por esas calles sabía por dónde  iba y qué hacía, y que tenía adentro del carriel, y donde tenía lo que acababa de vender en uno de los barrios cercanos de la Nueva Castilla, a pesar que recién llegado a la ciudad agentes del orden le salieron a incomodar, y todo un grupo de muchachos de barrio se dieron a la tarea de defenestrar con gritos e improperios constantemente, muy parecido a lo que sucedió en Bogotá durante once años en la casa que vivió con una tía, y en otros sitios que lo quisieron matar  gracias a esas marcas siniestras que pareciendo de ley no lo eran, porque incluso en la casa donde vivió gran parte de su vida -más de 30 años- otro familiar le tiró y obligó a abandonarla luego que todo el vecindario parecía que estuviera a la caza de un delincuente, y a pesar que vivía en medio de autoridades que sabían quién era, lo quisieron  hacer pasar como el enemigo número uno del sector. En Ibagué otro que conoció de joven cuando sacaba la cédula que le habían robado, le dijo:
- Es que ahora en este país, se inventaron las vigilancias privadas, y cuando varios tienen interés en una casa, esa es la manera como lo obligan a desalojarla, para quedarse con ellas. Es la ley de las calles y del silencio cómplice.
-Así son los ladrones de casas, dijo en otra ocasión, uno de esos vecinos que fabricaba y repartía empanadas en los negocios de los barrios en Bogotá, quien se ofreció conseguirle un comprador a sabiendas que tenía posesión sobre la casa mal llamada por este "La casa embrujada".

Algo parecido a lo que sucedió recién llegado a Ibagué como si hubiera una orden secreta a donde los esbirros le salían a gritar y a ofender. El atraco pudiera haber sido en otro sitio, y lo más probable lo tenían urdido desde hacía tiempos, pues sabían que lo que vendía no era de este. Así le sucedió muchas veces en Bogotá para hacerlo aparecer como un ladrón o un estafador, e incluso cuando lo veían andar por las calles le gritaban vulgaridades. Todavía recordaba que en una ocasión por la Avenida Quinta con treinta y siete de Ibagué un desconocido paró su carro en seco, y le gritó:
-!Comunista! Y siguió su marcha, mientras se burlaba.

Eran de ley, y lo tenían en la mira como si fuera un vulgar delincuente; más también taxistas le salieron cuando publicaba sus historias vividas en cualquier café Internet que encontrara, pero que también sus dueños se prestaban para bloquear sus cuentas e impedir así, que publicara lo vivido. Sus blogs eran bloqueados o sus correos eran hackeados, o incluso le enviaban mensajes amenazantes, o en la etapa X Jordana de la casa a donde vivió, muchas veces habitantes de calles le salían para amedrentar. Es más, en Bogotá, en el Quiroga, hubo un tiempo que dieron en salir muchachos drogados a provocar y a ofender cada que lo veían, y que frecuentaban un negocio de billar, como si allí se amañaran por los días en que otro que había sido del D.A.S. y amigo de paso en su ciudad natal, le dijo que acudían porque cerca había un duro que los surtía de vicio.

¿Y eso qué es? Le preguntó "El Embrujado".

Una amiga suya, de esos tiempos fue la que le dio la respuesta muchos años después que se la volvió a encontrar en Bogotá, y que sabía por qué lo decía.
- Ud. conoce a un duro, se lo dijo.

Era una dirigente famosa que conocía de muchos políticos que le dio a entender que era de familia o muy cercano a este, y con el tiempo seguramente sería otro que llegaría a echarle todos los perros del barrio, que seguramente eran de ley o se encargaban de inventar y regar los rumores en las calles que incluso ni sabía quién podría ser, pero lo intuía. O había dinero de por medio, o simplemente estaba como encubierto tratando de que fuera vilipendiado, mientras lograba su propósito.
-Es un imaginario de esos que a diario abundan, dijo el comisario Rincón cuando lo supo.

Hacía más de 20 años que aquella amiga se lo había advertido, y que ahora con este último atraco lo corroboraba. Estaba marcado en esas calles desde que regresó de nuevo a la ciudad donde se crio, y sabía que lo observaban de diferentes maneras para agredir, robar o para tratar que cayera en algún montaje mal habido, pues. durante toda su vida había sufrido de esos entuertos como tales y como si se lo repitieran cada vez que le sucedía algo nefasto, como si tuviera un enemigo muy, pero muy malhadado que recibía la orden de otro de mayor poder, que lo hacía por algún legado de familia. No lo creía, pero pudiera ser cierto, porque siempre había sido así desde que tenía conciencia.
- Eso se llama guerra sicológica, así amedrentan, dijo Julián
- Un atraco extraño, dijo el comisario Rincón. Era como si supieran que iba hacia allí, y cualquiera pudo advertirles que iba para aquel sitio porque lo tenían analizado, pues solo lo hacía de vez en cuando, en el momento que tenía que buscar un lugar escondido para orinar, y porque como todos los vendedores siempre hacía la misma ruta.
- Es porque ya lo tenían en la mira, volvió a decir Julián. Cómo es que la pantalla de la policía no los pueden ver, tal y como lo dijo uno de los agentes que llegaron al tener la noticia del atraco, y que fueron llamados por este mediante un teléfono de uno de los vecinos que salieron a ayudarlo al ver en las condiciones que estaba con la camisa rota y sangrante en las espaldas.

Uno de ellos no le creyó, y lo único que dijo es que lo habían llamado sobre una posible estafa en el sector.

Uno de los vecinos que lo ayudaron tan pronto buscó auxilio, les respondió:
-Pero mire cómo lo volvieron, luego que llevaba varios minutos en espera de alguna ayuda.

"Deme sus datos, dijo entonces el agente, número de celular, número de teléfono, dirección donde vive y todo lo que pueda, a ver qué hacemos".
-Ya le informamos a los otros compañeros que están al otro lado por si los ven, dijo el otro agente.

Algo que sí tenía muy claro "El Embrujado" que los vio corriendo por las laderas del otro lado esquivando el barrio contiguo del nuevo Combeima, mientras uno de ellos parecía haber cogido otro rumbo, y además sabían que las pantallas de la vigilancia policial no los captarían.

La camisa en la espalda la rompieron con las piedras y la grama luego de ser tumbado y arrastrado un trecho por el piso de espalda, jalado de manera rápida por los dos ladrones que lo trataron de llevar más hacia al fondo para que nadie se diera cuenta de lo que estaban haciendo.

La pantalla solo podía ver hasta el final de la calle adonde también está el colegio a un lado del patio adonde los estudiantes y los profesores salen a sus recreos, y que en aquel sendero la explanada de la calle se torna hacia abajo en medio de la espesura que ni siquiera se puede ver la quebrada que solo deja oír su lamento entre el ruido de las hojas de los árboles, y el silbido de los pájaros que revoloteaban en medio del descuido de las autoridades  en aquel sitio donde no existe ningún control policial.

"El Embrujado" no lo podía creer que esto le pudiera pasar al medio día y sin que nadie se diera cuenta. Estaba confundido. Los atracadores se habían llevado solo la maleta sin tomarse el tiempo tal y como lo haría cualquier cascarero de calles para escarbar en sus bolsillos o en la camisa los papeles o la plata que pudiera  llevar. Sabían que todo lo llevaba dentro de aquella maleta vieja y grisosa por el uso de más de tres años de tenerla. Ni siquiera los papeles de identidad que tenía en el bolsillo de la camisa se los robaron.. No lo pudieron arrastrar más por que este opuso resistencia en medio de la arenga del atracador que le dijo, cállese, además que no tuvo tiempo de decir ninguna palabra, y adonde por la calle apareció un peatón que llegó solamente a mirar hacia donde lo tenían, mientras corrían hacia abajo de la cañada para pasar seguramente un puente, y sin acercarse al tubo colgante porque allí estaban pasando otros tres peatones, mientras que el Embrujado les gritaba apesadumbrado, al ver correr solamente a dos por la ladera del otro lado de la montaña, como si uno de ellos se hubiera desaparecido misteriosamente. Los vio que en vez de irse hacia el barrio tomaron el sendero montañoso, seguramente buscando otro sector aledaño, porque presumían seguramente que los agentes del orden ya podían tener la noticia de que hubo un atraco en los alrededores.
- ¿Le hicieron algo? Le preguntó desde lejos y a gritos, el que salió a mirar al final de la calle. Vaya hacia allá le señaló con el dedo, mostrándole una casa donde lo podían ayudar para que avisaran a los agentes del orden.

Sí, le habían robado la maleta solamente con la mercancía que llevaba, y que era fiada porque se la debía a un comerciante que le hacía este favor desde hacía tiempo.
- La mercancía y todo lo que llevaba estaban marcados, por si acaso. Si los venden se sabrá, dijo el comisario Rincón. Siempre lo han querido ver sin cinco en los bolsillos, fuera de las pestes que hablan los granujas que lo saben.
-Ojerizas, respondió su compañero, a sabiendas que por las calles sus posibles perseguidores enviarían a otros para que se lo dijeran o lo vituperasen.

Era un día soleado antes de las elecciones. Un día antes que estuvo haciendo unas vueltas de un crédito para un electrodoméstico, y luego de recibir una llamada extraña como si alguien quisiera saber qué era lo que estaba haciendo, y además sabían que los papeles y documentos también los guardaba dentro de la maleta, pero que afortunadamente al otro día antes de salir, y antes del atraco y robo, se acordó cuando ya estaba de salida, y se devolvió para dejarlos guardados. Algo parecido que ya le había pasado en el Tulio Varón por los días que hizo publicidad en la página web que tenía, y que uno de esos drogadictos que abundan por las calles, cuando iba a un Internet a sacar unas fotocopias, le salió y le robó un sobre de manila como si quisieran saber qué estaba haciendo. Solo se trataba de unas copias de unas fotocopia de la vista de un negocio  de la plaza de la 21a. que le pagó la dueña de un local para que la publicitara en su página, y también de la vista de otro negocio que vende llantas por los lados de la primera, y de otro amigo que también le pagó por la publicidad que le hizo.

-Mire comisario, dijo Julián. Sabían que iba para allá, y ese era el momento oportuno.

"El Embrujado" que por su problema con la próstata con frecuencia tiene que buscar un sitio escondido para orinar iba buscando esta vez aquel lugar porque allí no hay ningún negocio de los que frecuenta para vender, sino que solo lo hacía para poder hacer su necesidad humana.

Afortunadamente no quedó paralítico, pues las varillas que tiene en la columna vertebral desde que quedó así, y también loco, gracias a varios intentos de asesinato que proliferaron recién llegado de Venezuela y de otros complots que sus perseguidores desde que nació lo han tenido en la mira como si fuera un delincuente, o hijo de uno de estos. Estas persecuciones las arreciaron luego de haber recibido una casa como herencia que incluso creía que existía todo un complot desde lo alto.
- Mire hacia arriba, se lo dijo una vez "Mil muertos" en son de burla.

Se mofaba cada que podía, y luego que estaba de regreso, es más, ""Mentiras Frescas " cada que podía quería saber si en verdad seguiría trabajando con lo mismo y que le enviaba a otros a preguntar qué estaba haciendo.

Unos jóvenes de tez morena con semejanzas a esos que uno ve por televisión con pintas de malas gentes, le salieron para recordar su último atraco, quienes vendiendo en dos carretillas frutas lo saludaron mientras lo veían pasar por la avenida Ambalá a donde está un nuevo centro comercial,  le gritó uno de estos como si hubiera sido uno de los atracadores:
- ¡Tiene horas, padre!
- ¡No! Le gritó.

Estaban descansando sus carretillas llenas de frutas, que le hicieron caer en la cuenta que bien podría ser uno de ellos de los que lo habían atracado, al recordar el cuchillo que usó uno de los ladrones, y sin prestarles la atención, siguió su camino. Así era "Mentiras Frescas" porque entre estos personajes de calles, bien pudieran estar trabajando, mientras trataban de hacer algún otro trabajo subrepticio que les diera más dividendos de lo que supuestamente se ganaban. El 4 de abril nuevamente otro le salió luego que una mujer lo siguió desde la etapa jordana que vivió, siguiéndolo hasta los Cedros tratando de ver qué estaba ofreciendo. Cuando habló con una señora, esta pidió permiso para poder oír lo que hablaban.
- Disculpen que me siente por aquí, un momento que estoy muy cansada.

Y luego que escuchó todo lo que decían se desapareció, justo cuando otro joven se pareció haciéndoles gestos con sus manos por detrás, como siempre lo había hecho desde que llegó, metiendo sus manos en uno de los bolsillos de atrás, y justo cuando recibió una llamada de una cliente antigua.

Entonces como para que se diera cuenta el susodicho sapo de calles, le contó a viva voz lo que le había pasado, mientras le dijo:
-¡Y aquí tengo a otro muy cerca que también quiere hacer lo mismo que los ladrones que le digo! 

Le dio risa, y siguió su camino, seguramente esperando de nuevo el momento, o bien podría ser uno de los tantos sapos que le salían cuando le sucedía algo, para ofuscar más con su provocación, o esperando el momento para defenestrar o cualquier otra cosa.

Muchos todavía lo miraban como si fuera un enemigo público desde siempre, en estas calles que más bien la ley no tuviera poder, sino los perseguidores que recibían las órdenes de amedrentar. Lo habían enredado y querían seguirlo enredando sobre todo, para que no tuviera manera de salir del embrollo sicológico a que lo habían sometido a través de los años qué hasta los mismos ladrones se habían aprovechado. Estaba marcado sin que nadie dijera nada, es más, hasta los clientes a veces no le volvían a comprar como si tuvieran una amenaza si lo hacían. Así lo creía, y no era casual.

Muy cerca de este mismo barrio, en El Jardín, hace como 15 años que vino de Bogotá y estuvo vendiendo sus cachivaches, una comerciante que le compraba no quiso seguirlo haciendo, porque su esposo que era agente del orden se lo prohibió. Ni más volvió a comprarle, y así le sucedía con frecuencia. En Bogotá fue lo mismo hasta que lo enloquecieron y casi lo matan desconocidos aparentes, que incluso durante toda su vida pensó que era por política, pero no. No era cierto, además era apolítico. Sabía que podría haber algún legado oculto a donde alguien lo tenía en la mira, y en un país como el nuestro cualquiera que tenga poder y dinero, fácilmente lo puede hacer.  Votaba porque creía que era un deber ciudadano y nada más.
- Y lo del celular como fue, le preguntó a Julián el comisario Rincón.

Era como si los que participaron hubieran estado tratando de ganar tiempo, que incluso "El Embrujado" debido a las muchas vivencias tenidas en su vida, no hacía ningún esfuerzo para denunciarlo ante la ley, pues sabía que lo querían enredar. El era el que terminaría pagando los platos rotos ajenos. 

Y no era la primera vez que le sucedía. En Bogotá cuando vivió en Bella Vista unos atracadores le salieron como a las 7 de la noche en el momento que se dirigía a su casa, y pasando un puente que todavía existe en aquel barrio, le salieron a atracar y matar tres personajes de estos siniestros que abundan por ahí.

Eran dos jóvenes y una mujer disfrazados a esas horas. Un policía vecino, se lo dijo:
- Son dos muchachos y una muchacha que se disfraza de hombre.

Para aquella época andaba al borde de la locura en medio de atracos y hasta secuestros que siempre fueron orquestados cerca de la casa a pesar que muchos afirmaran que los ladrones siempre salían a robar en otros lados de donde vivían, pero que como en el caso suyo, lo hicieron cerca de su casa para amedrentar como si existiera la orden que siempre ha expresado y que se cumplió cuando un familiar lo aporreo en su misma casa y con la anuencia de autoridades y vecinos suyos y de años, cosa que el comisario Rincón sabía que era cierto, porque incluso en una ocasión le toco ir a denunciar en una comisaría cuando un perro de un policía vecino casi lo castra en la puerta de su misma casa donde vivían en la década de los setenta del siglo pasado en el  barrio Centenario de Bogotá, y cuando sicológicamente fue constreñido para que abandonara el empleo de profesor y de universidad en unos años adonde tuvo que abandonar el país en la búsqueda de nuevos sueños convencido que sus perseguidores lo hacían por política. Eso se lo querían hacer creer. Luego de enloquecerse y con varillas en la columna vertebral, y el desequilibrio mental a que había sido sometido durante años, entendió que detrás de esto, alguien lo estaba haciendo desde siempre, y cada rato le salían perseguidores de tanto en tanto, como si le reemplazaran con frecuencia a estos personajes silenciosos.

Los atracadores se le parecían a los que hacían parte de una escuela porque sabían a lo que iban.
- Lo tenían preparado, por fin terminó diciendo el comisario Rincón.  Lo del celular y lo de los bloqueos en sus paginas web, le dejaban claro que sus perseguidores lo hacían a propósito, y hacían parte de esos que viven del trabajo de otros.
- Son atracadores de escuela, dijo Julián.
- Mire le cuento cómo fue ejecutado aquel robo, y qué sentido tenía, dijo el comisario Rincón.

El comisario supuso que si los ladrones solo querían lo que llevaba en esa maleta destartalada y vieja que tenía, era por que alguien más de esos ladrones lo sabían. Supuso que si en otra ocasión el esposo de otra cliente que tenía en la Nueva Castilla le advirtió hacía más de once años que tuviera cuidado a donde fuera a vender porque también sucedía que existían comerciantes inescrupulosos que por algún familiar o vecino tenía alguna relación cercana o lejana, les pudiera informar a estos supuestos cascareros de barrio a dónde posiblemente podría ir más tarde porque dentro de las autoridades todo mundo conocía su ruta. Hasta sabían que en la maleta tenía el producto de sus ventas mas la mercancía que le robaron. Para el común de los mortales pasaba desapercibido y solo los que le compraban, algunos gendarmes y algún parroquiano que ni siquiera le pasaba por la mente hacerle lo que les hicieron estos esbirros que parecían más bien entrenados o practicantes de alguna escuela de ladronismo y de las que supo de joven.
-¡O sea que estaban entrenados para esto? Arguyó Julián. 

No era casual. el comisario Rincón se acordó de las historias que sabía de Cuchumina cuyo padre tuvo una casa por allá cerca de la estación de policía de la 21, adonde ahora existe un nuevo supermercado , y quien tuvo unos cultivos de arroz en El Espinal, y de quien "El Embrujado" nunca pensó que fuera un villano, pero que su hijo resultó sin ninguna necesidad ni apremio económico, relacionado con ladrones; y así fue como este se enteró que en Bogotá en pleno San Victorino estos pagaban a algunos imaginarios para que no los capturaran y los dejaran trabajar.
-¿Y eso qué? Dijo Julián. La corrupción siempre ha existido.

Entonces el comisario arguyó que como ya sabían que de vez en cuando iba hacia allí cuando la próstata lo obligaba a orinar, en otra ocasión anterior otro le dijo lo mismo,  pero que no le sucedió nada porque no fue hacia allí, y más bien se dirigió a surtir a una de sus clientes del Topacio, lo que pasó desapercibido para este. Es más, si no aparecía en las pantallas el que salió a mirar qué le podría haber pasado -así lo supuso- era porque era del sector y muchos de esos vigilantes de calles sabían quienes eran.

La realidad muchas veces traspasaba los linderos de la ficción y nadie podría creer que era un robo anunciado con todas las de la ley en un silencio cómplice de calles, y que muchos sabían dónde vivían estos delincuentes que estaban haciendo sus escuela de ladrones, y que por ello tan solo hubieran obtenido poco o nada por hacer, mientras a este lo habían dejado aturdido y amedrentado. Así le pasó cuando huyó a Venezuela y abandonó el trabajo del magisterio y la universidad que incluso otro profesor en un colegio de donde estudió de esos que son sindicalistas y vociferan con sus políticas atorrantes y experto en manipular a las personas que están fuera de razón.

En realidad la historia del Embrujado la sabían muchos, y muchos de estos salieron a arrojarle a viciosos de barrio, que incluso uno de los vecinos cuando se lo encontró por el Gaitán en alguna ocasión lo empujó como si fuera de ley, y después tendría que seguirlo viendo, todo risueño como si no hubiera pasado nada. Así lo enloquecieron y hasta uno de la brigada en Bogotá trató de robarle parte del dinero de la casa que permutó por otra en Bella Vista  adonde casi lo matan otros dos muchachos y una mujer todos drogados.
-Son de escuela, le dijo el comisario a Julián.
-Son practicantes del arte de robar, y cualquiera podría decir que eran unos simples cascareros.

Sí, aquel esposo de aquella cliente en el mismo barrio le advirtió, que tuviera cuidado con ir a vender a un negocio adonde todos presumían que solo eran apariencias, porque su negocio era otro. Los ladrones estaban bien informados, pero ya en el centro de Ibagué, otros también. Y lo hacían como para congraciarse con los que vigilaban en las calles. Era lo más probable. Así era la vida en el país que en un tiempo llamaron el del Sagrado Corazón de Jesús. Unos sapos de esos que a diario le salían a "El Embrujado" por conocerlos desde muy joven en la ciudad, donde todo lo que decía se lo informaban a su perseguidor que parecía estar tras de él desde muy joven, y como si fuera de familia, que incluso sabía cosas que ni siquiera este sabía. Sabía más de este, que lo que él mismo sabía de su propia vida.

El comisario cayó entonces en cuenta de lo que dijo la muchacha ladrona cuando su compinche lo amenazaba con el cuchillo, mientras el otro pillo lo tumbó por la espalda y lo arrastró hasta hacer que soltara la mochila:
-No lo dañe, decía aquella muchacha.

Y lo comparó con el que apareció por la calle adonde la pantalla de la policía sí lo podría ver seguramente:
-¿Le hicieron algo?

Concordaban ambas preguntas, y de pronto podría ser que hubiera salido a ver si algo le hubieran hecho en el atraco bien planeado. Vivía por esos lados, y los ladrones también, aunque su cuchillo de cacha de madera se parecía al de una cocina de una casa pobre que parecía más bien improvisado para lo que hicieron, que seguramente no lo tenían planeado para ese día, y sabían que allí tenía la poca plata, la mercancía y el celular.

Solo lo querían robar, pero en esos casos, si hubiera opuesto una mayor resistencia no le hubiera contado esa historia al comisario Rincón.
-Así suceden los asesinatos perfectos. dijo el comisario. Y con un cuchillo casero de por medio. ¿Cómo le parece?
-Lo que me quiere decir el comisario es que ya lo tenían previsto.
-La celada la organizaron después que hizo su última venta, al saber donde llevaba todo y al enterarse que presumiblemente tomaría su ruta hacia aquel lado del colegio donde en más de una había pasado varias veces a orinar, terminó diciendo el comisario.

Este entonces comenzó a hilar otras respuestas que deducía de lo sucedido.

Veamos, los ladrones sabían que hacia allí iba y que la pantalla de la gendarmería no los abarcaba y mucho menos aquel sector por donde se fueron, pero el otro que salió tal vez no lo sabía, y salió a ver si lo habían robado o le habían hecho algo más de demás y que correspondía con lo que aquella muchacha de tez morena y cabellos cortos dijo mientras su compinches lograban sus propósitos.
-La orden era que no le hicieran nada, y lo dejaran sano; como lo dicen en su argot estos personajes, dijo Julián.
-Reafirmar en su subconsciente lo que le ha sucedido durante la mayor parte de su vida, contestó el comisario Rincón, y si se equivocaran, ellos responderían por le que le pudiera pasar. Lo del robo pasa por consiguiente a un segundo grado.

El comisario Rincón se acordó entonces de otro suceso que le toco vivir a este muy joven. Trabajaba con el magisterio en el Tolima en la década de los 70 del siglo pasado, y casi algo más de uno a dos años que llevaba trabajando  cuando un gendarme se puso a practicar tiro al blanco en un recreo cuando los alumnos y profesores hacían su clase de deportes al frente de la escuela de Picaleña en un potrero que queda pasando la troncal de la Panamericana.

Y este suceso se le parecía a uno de los muchos percances de los muchos montajes que había vivido durante toda su vida como si fuera un perseguido de carácter policial y además alguien lo quería matar desde que estaba muy joven, además que cuando trabajó en otra escuela a los pocos meses  en la Boyacá otro suceso de los muchos que le sucedieron durante esos años le pasaría en una estación policial de la 21 y en la que un amigo lo drogó tanto, que  abandonó el puesto y se fue en la búsqueda de nuevos rumbos en Bogotá.

Lo venían siguiendo como si algo se fueran a ganar con tal de dejarlo con los bolsillos vacíos y con deudas, cansados de que a pesar que lo habían bloqueado económicamente todavía laboraba, y mucho más de lo que hizo de joven.

Concordaba. Le estaban enviando un mensaje, por si fracasaban con el asesinato sí se hubiera opuesto al atraco en el colegio Alberto Castilla, y mucho más cuando lo hicieron en este barrio que le recordaba que le venían repitiendo de diversas maneras con todo lo que escribía o publicaba. Y precisamente en este barrio y en este colegio que con aquel nombre disimuladamente le recordaban a otro personaje del que ya había hablado en Crónicas Gendarmes.
- Espere le cuento cómo fue que lo hicieron, dijo el comisario.

La historia venía desde lejos y desde mucho antes de regresar nuevamente en Ibagué, pero los que reiniciaron toda esta serie de sucesos desde que llegó a aquel barrio jordano lo tenían en la mira, incluso desde el primer diciembre que estuvo en esta última temporada lo hizo una noche en un 24 de diciembre al amanecer del 25 cuando salió otro que venía en dirección contraria, y de lo cual lo contó ya, y que en este caso se lo demostró muchos años después, y hace poco, en el diciembre anterior para ser más exactos,  cuando tuvo que arrojarse a la mitad de la avenida de la avenida 5a. y que en esta ocasión  se le descubrió todo mal ido de sí mismo, y lo amenazó con un palo otra noche que llegaba temprano a la casa como si estuviera jugando con un bate de béisbol. 

Una historia en la que su perseguidor nunca se cansaba por que parecía que los descendientes suyos de los que comenzaron con sus historias deslenguadas donde hasta los mismo malandros de calles se divertían como si por eso los fueran a premiar, y resulta que después de premiarlos los abandonaban a sus rumbos trágicos a donde muchas veces terminaban muy mal.
- Los premiaban , para luego dejarlos a la deriva o para cualquier otro trabajo sucio.
- ¡Hum! !Hum! Respondió el comisario Rincón.

Una gestión siniestra.
- ¿Y cómo fue que murió su tía? Preguntó el comisario Rincón.

Julián que conocía algo sobre lo acontecido, le dijo:
- Trataron de matar a "El Embrujado" y como fracasaron decidieron hacérselo a ella.
- Un testigo que sabía quién lo había hecho, dijo el comisario Rincón.

Todavía recordaba cómo este se había salvado en medio de una noche en que se salvó en pocos minutos de tres intentos de asesinato.  Una historia que con el tiempo una amiga trataría de saber qué había pasado con este. Lo querían matar a toda costa, y querían justificar su muerte.
- Así son los asesinatos perfectos, dijo el comisario Rincón. ahora los llaman "Falsos positivos", a lo que antes llamaban montajes.

El comisario Rincón recordaba que había visto a otra tía que enloquecieron en las calles mediante amenazas en ese barrio Jordano, cómo se mofaban de lo lindo mediante amedrentamientos. Incluso sabía que no habían sido tres los que lo atracaron en Tolima Grande.
-Fueron los de Pandilla Salvaje.
-Sí, contestó el comisario Rincón.

A los dos días de ser atracado "El Embrujado" pudo ver uno parecido al que le dijo aquel día nefando -uno antes de las elecciones- cómo lo miraba risueño y contento que le preguntó luego de salir por aquella calle adonde se supone la gendarmería tiene su pantalla televisiva para mirar lo que pasa o sucede en ella.
- ¿Le hicieron algo?

Casi lo mismo a lo que le decía la muchacha que tenía el cuchillo en la mano, mientras le hacían la encerrona, esperando a que llegara el granuja que lo agarró por la espalda y lo arrojó contra la tierra, y que lo distrajo mientras el otro a pura fuerza y rápido se hizo con la maleta, para luego salir corriendo por aquel pasadizo de monte hacia el otro lado de la acequia y que este solo vio dos que corrían entre el monte lleno de pasto. "No le haga daño", recordó que decía aquella joven ladrona.
-Eran de los mismos, dijo Julián. Por eso se burló de lo lindo.

Sabían sus trabajos, y sabían quiénes eran. No era un atraco casual.

- ¿O sea, dijo Julián, que el otro se quedó ahí, antes de pasar el puente, esperándolo?
- El refuerzo era el último, respondió el comisario Rincón. Allí entre la maleza lo hubieran podido matar.
- Asesinato perfecto, dijo el comisario Rincón. Y en pleno día.

El comisario Rincón comenzó a divagar sobre como se había hecho aquel supuesto trabajo de inteligencia cuando ya habían pasado más de tres años cuando un familiar de uno de sus clientes en el Simón Bolívar y casi  al final  la Nueva Castilla al saber que llevaba mercancía dentro de la maleta le dijo:
- Si va a mi tierra muy pronto le hacen un trabajo de inteligencia y se quedan con todo.
- Me atracan, le dijo "El Embrujado" con rabia. ¿Y por qué no atracan a los ricos? Siguió diciendo.
- Porque eso solo se lo hacen a los pobres, respondió "Conciencia". digamos que le están cobrando un peaje aparente, pero también los intelectuales que los enviaron, si lo hubiesen matado, se habían lavado las manos. Si hubiera tenido dinero o poder, tal vez la gendarmería se hubiera interesado.
- Así actúan los ladrones de casas, dijo Julián en tono irónico.

El comisario Rincón a veces dudaba de este. 
Lo entretuvieron a donde hizo la última venta, mientras iban preparando su trabajo de inteligencia en aquel barrio en donde se decía que hacía poco la gendarmería descubrió a todo un sector de vecinos que sabían mediante las pantallas de los computadores quiénes pasaban por allí e incluso decían que los mismos gendarmes habían descubierto a toda una banda que así se informaban a quién tenían que robar.

Conciencia no se atrevía a responder, pero si sabía que cada que este estaba progresando económicamente, le caían ladrones. No era la primera vez. En el barrio Centenario de Bogotá ya lo habían hecho muchas veces, e incluso allí donde algunos años más tarde quedó funcionando una estación famosa de policía, que muchas veces pensó que lo tenían como a un conejillo de indias.
 *Blog hackeado anoche 24 de mayo del 2.023, y hecho de forma consuetudinaria durante años, tal y como aparece la última imagen del celular en donde figura como de Antioquia, puesto que debería figurar  Tolima. ¿Una amenaza?

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