"Cuando las brujas acechan, son peligrosas, dijo el
fulanito que siempre andaba diciendo lo mismo". El comisario Rincón supuso que
cualquiera podría ser. Todos hablaban de lo mismo. No era casualidad que hubiese
asesinatos misteriosos que figuraban como suicidios o accidentes que nadie
podía prever, pero que la fuerza de los acontecimientos así lo daban a
entender.
Recordaba la historia de “El
Embrujado” cuando estaba joven, y a pesar de que gozaba con el talento para
lograr la libertad que quería, los imaginarios lo perseguían como si en realidad fuese un peligro social, o que alguien que tenía un vinculo familiar estaba instigando dentro de esos grupos policiales, a qué lo hicieran. Un legado oculto o un estigma de familia que iba desde su nacimiento y que había durado todo el tiempo de su vida en un círculo vicioso que los que iban naciendo después, lo tenían también en la mira para desacreditar o matar en esos lavados de cerebros mediante los cuales tratan de lavarse las manos los unos de los otros, y así ocultar sus felonías miserables.
Un amigo de juventud que tenía conocimientos de enfermería en
alguna ocasión que se lo encontró en Bogotá, le comentó acerca de un jardín que había en una casa de Ibagué donde según el rumor del vecindario hubo un aborto provocado que ocasionó la muerte de la madre y del bebé, y quienes fueron enterrados allí para
que nunca se supiera. Rumor que hizo que después las autoridades fuesen a averiguar qué había pasado, en una investigación judicial en la que este resultó implicado, y que "El Embrujado" no sabía si era cierto o no, por cuanto ya había comprobado que era un mitómano que se inventaba historias para que le creyeran, pero que en la vida real muchos sabían de su pericia para conseguir incautos, a los que seguramente algún dinero les sonsacaba, y que le recordó de otra muerte cuando
fue profesor de “La Virginia” en Prado (Tolima).
Era el de una muchacha que tuvo un
aborto y a quien los galenos la dieron de alta en el hospital de
Purificación, y con su rostro pálido por la sangre perdida, llegó solitaria
buscando la ayuda de los familiares con los que se crió, y al único que
consiguió fue a un desconocido como lo era “El Embrujado” para ella, quien la
llevó entre la soledad de aquella tierra donde los cultivos de sorgo y algodón
eran las únicas fuentes de empleo para los labriegos, y solo encontró la
nostalgia de regresar a sus ancestros, para morir entre aquellos que
hablaban de libertades; y al recordar ese instante sintió lastima, ya que
murió al día siguiente sin saber sí hubo algún sentimiento de dolor entre sus
más cercanos. Así lo pensó este, aunque pudiera no ser cierto. Y eso que hablaban tanto, de revoluciones sociales, pero que al ir al velorio le pareció más bien que estaban ahí, para hablar de sus chismes.
“El Embrujado” todavía los recordaba
como si fuera ayer. Algunos años más tarde luego de ser nombrado profesor en
Bello Horizonte, al asistir a un curso político en un centro de estudios de la
universidad Central de Bogotá, otro compañero que resultó ser de “La Virginia”
-un pueblo de nombre homónimo de Risaralda- se le aparecería en aquella
institución; y juntos compartirían esas extrañas formas de estudiar y hacer
propaganda en los barrios adonde tendrían que gritar y hacer hincapié de lo
podrido que estaba la sociedad, en el barrio de invasión “El Quindío” al sur
oriente de la misma metrópoli, y a quién luego aquel virginiano se le reaparecería, después
de más de treinta años en una universidad de los cerros orientales adonde se le negó por Internet
su participación a una entrevista luego de pasar dicho concurso como educador, como si un
hacker de ley lo estuviera saboteando para que no tuviera derecho a trabajar. Desde esa época y mucho antes, ya lo estaban hackeando esos imaginarios que aparentaban los de yo no fui, mientras se lavaban las manos con sus crímenes.
Un personaje de apellido Amado,
quen fue el que se le apareció como si lo estuviera siguiendo por aquellos días cuando
hacía las diligencias para inscribirse a aquel concurso de maestros, mientras vivía en la “Casa Embrujada”; Amado -cuyo nombre o apellido es así- que además en esa época manejaba muy bien los recursos del Internet
y la computación, y del que luego supo que era vecino suyo, y que de paso se ofreció a llevarlo al centro de la ciudad.
- Esperemos un momento, dijo.
Luego lo vio de lejos con
aquel otrora joven que conoció de la Virginia -Risaralda- mientras él ya estaba
sentado en su carro, y al ver que lo señalaba decidió que tenía que irse por su
propia cuenta por aquella carretera desolada del oriente bogotano, pues
comprendió que también podría ser uno de los perseguidores que lo querían
matar sin saber por qué. Duró años tratando de reconocerlo mentalmente, y
así captó que aquellos vecinos lo habían intentado matar de diversas maneras
mientras le fueron creando la paranoia, en la que “Voz de Humo”, el
hijo del dueño de Damián -Un policía que lo soltaba en el interior de la casa
donde vivía- y que casi lo castra en un extraño accidente al tratar de defender
a su mascota, que le gritaba desde dentro de su vivienda cada que pasaba por
aquel callejón que lo lleva a uno hasta “La Casa Embrujada”:
- ¡Está muerto!
Alguien de esos imaginarios que sabía
de las formas que existen para desestabilizar a una persona que esta ida de sí
misma, y que estaba asesorando a todos estos esbirros del barrio que acuciosos lo tenían como si fuera un delincuente, obedeciendo una
orden siniestra desde la estación de aquellos imaginarios que funcionaba cercana,
para que lo atormentaran día y noche dentro de la misma casa y fuera de ella. Y
vale decir, que cuando llegó el supuesto hijo adoptivo de la tía muerta,
llegaría en otro automotor idéntico al mismo en el que el tal Amado lo intentó llevar hasta de la ciudad. Y fueron precisamente “Voz de Humo” y toda
esa comparsa de imaginarios, los que le hicieron caer en cuenta que las brujas
acechaban y lo estaban enloqueciendo, y además le insinuaban que donde hizo
el curso político en aquellos años juveniles, otro familiar -Primorov- también
estudió su profesión como si se conocieran de años. Extrañas coincidencias
que durante mucho tiempo entretuvieron a “El Embrujado” en medio de esa
paranoia impuesta por aquellos malos imaginarios.
Así le aparecieron otros
deslenguados con sus historias farsantes. En el barrio Restrepo de Bello Horizonte,
unas de estas que vendía dulces por la calle le recordaron a una amiga que en
los años en que hacía el curso para maestro como bachiller en La Escuela Normal
de la misma ciudad, y en el mismo en que Gustavo que además de ser policía tenía su
mismo apellido y el mismo nombre de un primo por parte de su padre, quien le
decía que estaba siendo perseguido por la ley, como si también existiese una
orden policial de amedrentar sicológicamente, y que detrás suyo había toda
una cacería de brujas por parte de estos imaginarios que veían peligros donde
no existían, justo en el tiempo que estuvo en una organización
juvenil. Mediante aquel agente
le estaban enviando el mensaje de que era por ese familiar que le insinuaban la amenaza mediante esos burdos trabajos que gracias al comisario Rincón,
muchos años después en Venezuela, lo entendería.
Recordaba a una profesora que en una ocasión regresó en un diciembre a esta ciudad, le
mostró en una pared todo un tinglado de fotografías de personajes que
desconocía y escapularios con cruces invertidas, y allí podía ver la
intención de los que creían en brujerías, quienes oraban a su manera para
desear el mal a aquellos prójimos que esta tenía lapidados con sus
alfileres en aquel muro, y era todo lo contrario de lo que hacen los
católicos con sus santos, que acuden a sus iglesias a pedir favores para los
suyos, o hacer penitencias por sus errores cometidos.
“El Embrujado” que no creía en
el más allá porque estaba convencido que la existencia es producto de la
naturaleza que nos da el inapreciable valor de imaginar y pensar mediante
el lenguaje, y de compartir la vida con todos los seres vivos y personas que nos acompañan en este corto viaje en el universo, y supuso que estaba medio trastornada
de la cabeza, y no entendía cómo haría para dar clases a sus alumnos en los fundamentos de nuestra sociedad y la naturaleza en medio de sus creencias.
Y aunque estaba por la senda del desespero en su entorno que no había sido
más que una lucha constante contra sus perseguidores
de quienes ni sabía por qué le difamaban ni
por qué todas esas pestes se acercaban para provocar dentro de su cerebro
una serie de contradicciones personales, y cuya voluntad fue cediendo a
las bajas pasiones de aquellos que lo querían idiotizar, que no salían de sus elucubraciones en esos santuarios
misteriosos de la fe, ante los supuestos maleficios que podrían hacer a sus torturados.
Muchos años después
cuando elucubró lo sucedido con ella como amiga, y a lo que le hizo creer el
tal Gustavo cuando estudiaron juntos, parecían ser cómplices en sus vanos intentos
por descontrolarlo, y así fue como supo del poder de la
imaginación y del lenguaje en el control mental, donde una persona puede ser sometida por otros, y lo pueden llevar hasta el mismo infierno que no es mas que el de la muerte, o el dolor de sentirse rebajado por unos rufianes que aparentando ser de los mejores, no son más que unos imaginarios escapados
del averno que presurosos matan y roban para hacerse a los bienes de
sus víctimas alienadas.
Y lo captó fehaciente cuando por
un noticiero escuchó que un niño había caído en las redes de supuestos
infernales, y a quien tuvieron que exorcizar precisamente en el mismo colegio
donde esta daba clases. Ahí estaban las brujas acechando con aquellos
indefensos estudiantes, que incluso se supo que en otras instituciones las
prácticas en que invocaban a los espíritus mediante las mencionadas tablas de Weija, muchos jóvenes quedaron sometidos al producto de aquellas
imaginaciones malsanas que incluso hubo familiares y profesores que hasta
llamaron a los padres de la iglesia para que los exorcizaran de los supuestos
diablos que se les habían metido en sus cerebros; y muy en especial a las
mujeres porque seguramente su temperamento era más proclive a la sugestión de
estas ideas, y aunque se sabía que hombres educados y de buenas apariencias
muchas veces se mataban por un amor no correspondido, o simplemente porque
estos imaginarios podían jugar con sus presuntas víctimas hasta hacerlos
caer en la tentación de suicidarse.
“Conciencia” lo sabía. Lo había
leído en las historias de personajes famosos, como en el caso de Carlos II o en las que nos cuenta
don Ramón del Valle-Inclán en “El Jardín Umbrío“. Eran esas pestes que se infiltraban mediante el
poder de la sugestión y sus informantes en las calles, que podían llevar a más
de uno a la muerte. Los presionaban en sus mismas casas toda esa jauría que
ahora pululaba para quedar bien con sus amos. Obedecían a fe ciega.
- Parecen brujos, dijo el
comisario.
“El Embrujado” que ya había
pasado por todo esto, y que tenía varillas en la columna vertebral, ya sabía
cómo lo hacían. En la Pajarera, en un centro comercial de fantasías en Bogotá,
había visto ese tipo de trabajos.
Recordó a Pajarito, el primo que
según sus familiares se afeitaba y se enloquecía solamente cuando había cambios
de luna; y sopesando sus relaciones de familia y a los ladrones que conoció en
esas calles malolientes de vicios, y a esos hombres de supuestas leyes, que a
sabiendas que no estaban cumpliendo con el deber de cuidar a los ciudadanos,
dedujo que algún estigma debería de existir en el entorno suyo.
- Algo parecido, dijo el
comisario Rincón, al papel de los salafistas en aquellas tierras
donde Mahoma es su Dios. Instigan de tal
manera que crean verdaderos infiernos, adonde sus víctimas son las primeras que
caen.
- No son brujos, dijo “Conciencia”.
El comisario Rincón estaba de
acuerdo, pero sabía que en las rencillas de familias se usaban las discordias
en provecho de otros. Los imaginarios del averno estaban detrás de ellos
para lograr sus cometidos.
“Ríos Revueltos” lo sabía, y lo
tenía muy claro.
-¡Farsantes! Gritó “El
Embrujado”.
Todavía recordaba cómo en
aquella casa maldita todos estos vecinos usaban esos poderes, mientras por las
noches tapaban los espejos para que en medio de sus sueños, no les robaran las
energías. Creían en ellas, y estaban al acecho.
Eran terribles. Todavía
recordaba a aquella vecina que se le apareció un día en “La Casa Embrujada”,
después que la noche anterior rompió los vidrios de la cocina en medio de una
discusión que tuvo con su mujer, y sin entender por qué le había dado tal rabia.
Se sentía exasperado. Había llegado a esta vivienda después de un largo
peregrinaje todo enloquecido mediante sustos y ardides, robos de calles y
varios intentos de asesinatos, que incluso llegó a pensar que había sido drogado
con alguna sustancia sicótica.
Recordó cómo de joven le había
pasado algo parecido con un amigo de vieja data. Dos copas de licor y…
-¡Zuás!
Loco. Demasiado loco. Se había
despertado en una celda de la estación de policía con los dientes apretados y su mandíbula tensa, y como sí en ese sopor que nos da el sueño, hubiera tenido
una extraña pesadilla que no entendió en su momento, pero que casi al final
de su vida comprendió que el ser humano, y en especial estos expertos en la
manipulación de la sicología y las pasiones, con sus argucias podían llevar a
otro a la locura y la muerte, y además le habían robado el primer sueldo. El amigo le diría que se había enloquecido y no lo podía entender. Solo el sueldo y una manipulación que no entendía, y que a la vuelta de los años entendería que había sido drogado por el amigo, y probablemente en asoció de autoridades policiales.
Durante mucho tiempo vanamente
practicaron en su entorno unos lenguaraces que mediante triquiñuelas creían que
este caería fácilmente en sus supercherías, y se sintió como el más infeliz de
los humanos. Así fue que supo del manejo que estos esbirros de estado
practicaban con sus víctimas porque no era ningún delincuente, y lo que
hicieron no tenía ninguna razón de ser.
-¡Canallas! Gritó “El Embrujado”
entre sueños.
Se trataba de llevarlo por
los senderos de la persecución en una de esas extrañas marcas de gendarmes que
no tienen nombre, porque en estas participó más de uno de estos imaginarios, quienes creyendo ser dioses, lo fueron vituperando hasta hacer que cayera en el
ridículo, mientras lo intentaron matar muy subrepticiamente en más de una
ocasión; y así sucesivamente le fueron apareciendo supuestos enemigos, que
incluso usaron hasta a los bobos e informantes que igual que a los ladrones,
esperan a sus víctimas para atosigarlos con un puñal, o con un golpe del cual es
casi que imposible salir bien librado.
Más de uno se mofó, y más de un
canalla quiso participar en el entuerto bien elaborado durante casi toda su
vida. Sólo lo comprendió cuando regresó de nuevo a aquella casa, e hilvanó toda
la historia de su vida.
-¿De dónde sois? ¿Gallegos?
Repetía aquella frase
insistentemente, pues se había sentido como si fuera el enemigo público de
aquel barrio bogotano.
-¡Ladrones de casas! Gritó “El Embrujado”.
-¡Ladrones de casas! Gritó “El Embrujado”.
Ramos y su hijo lo habían
esperado una noche después que regresó a vivir allí, y junto con un
amigo que era chófer de una buseta, lo invitaron a participar del convite que
tenían en su casa. El supuesto amigo hacía muchos años que había desaparecido de su
entorno, y solo recordaba en que juntos celebraron el reencuentro, y se
quedó en su casa a donde desvaró a uno de los Suárez con un carro que estaba
dañado. Su cabeza le daba vueltas, y todavía no podía comprender de dónde le
habían salido tantos imaginarios que creían era un enemigo peligroso.
- ¡Está muerto! Se lo repetía
insistentemente “Voz de Humo” cada que pasaba por aquel callejón.
Incluso puso su taller de
ebanista en la puerta de su vivienda para seguir mirando en son de burla a “El
Embrujado” cada que salía de su casa, y así convertirse casi que en su sombra,
porque muchas veces cuando tenía cita con un amigo abogado para hacer algunas
diligencias, se aparecía muy cerca de su oficina en el edificio de “Seguros Bolívar” que queda cerca de una librería
que a la vez es editorial, lo mismo que en otros lugares que visitaba. No sabía
si era porque su padre le había permitido que Damián deambulara por ese
corredor dentro de aquel interior, como si aquel policía lo hubiera hecho a
propósito en los años en que casi lo castra.
- Así son estos trabajos, dijo el
comisario Rincón.
“El Embrujado” entendía lo que
decía. Habían sido años truculentos como si en verdad lo hubiesen querido
matar adrede. Antes, por los años en que murió la tía, le hizo unos
arreglos a la casa para que pudiera arrendarla a una tal Marta, y con el valor que pagó
por seis meses de arrendamiento, quiso que se la arreglasen como nueva. Y
sobrepasó con creces dicho monto. En San Victorino se consiguió a un soldador y
constructor de puertas y de rejas para que le hiciera los arreglos necesarios,
y donde se robó los enseres que eran de familia, y que estaban guardados en una
pieza, y todo porque estaba loco, ya que no quiso ir a recibir su trabajo. Es
más, con el tiempo supo que uno de sus hijos se había vuelto policía y como tal
parecía que con dicha marca quería saldar su deuda con un Simca destartalado
que Aldana dio para poder cumplir con la promesa de la compraventa del
apartamento dado en herencia por su padre.
- Sabe una cosa, dijo el comisario
Rincón, cuando drogan a una persona, los sapos de estos imaginarios están
dispuestos a hacer su labor amedrentadora.
- Matoneos, dijo “Conciencia”.
Así se llaman ahora.
- En esos tiempos no, dijo el
comisario.
Aldana se había aparecido en su
vida, y le había permutado el apartamento que su papá le dio como herencia, en
Bellavista, muy cerca de Alfonso López por la carretera que a uno lo lleva hasta Usme.
- Fue una conspiración terrible,
dijo el comisario.
“Conciencia” le entendía: No se
necesitaba que se lo dijeran. “El Embrujado” había escrito un
proyecto de una novela que rondó entre las gavetas de sus escritos,
sobre un país imaginario llamado “Bello Horizonte”, y para hacer realidad esos
sueños apareció el tal Aldana -un militar del servicio civil- que estaba
próximo a pensionarse, y le ofreció permuta por una casa destartalada,
que incluso no estaba legalizada por la entidad prestamista que se la había
dado en hipoteca, justo en un barrio con un nombre parecido a lo que escribió en aquella novela, como si algún familiar la hubiera leído, y así otro relacionado le ofreciera dicha casa, y con encime a cambio del apartamento legado. Proyecto de novela que muchos años después con el cuento que no valía nada, serían arrojados a la basura para tapar así el trabajo sicológico que estuvieron haciendo estos personajes, ayudados por todos los que salían a amedrentar por cuenta de acuciosas y supuestas autoridades.
Y así, jugando con su cerebro
para terminar de robarlo, la debió abandonar a los pocos días luego que tres
atracadores disfrazados de gamines lo intentaron matar con un revólver en una
noche muy temprano, y al no poder lo dejaron con la cara rota y sin un peso en
los bolsillos.
Tuvo que irse a vivir con miedo
al Quiroga en un segundo piso de un apartamento tomado en arriendo, donde ladronzuelos todas las noches se citaban en la esquina de aquel edificio que
todavía queda a una cuadra de la avenida Caracas, y al frente de la misma calle que era la entrada de las busetas al barrio de las Colinas del Sur. No lo dejaban
dormir con sus voces altisonantes y amedrentadoras. Tendría que seguir
peregrinando hasta el barrio San Antonio, adonde estos imaginarios lo
perseguirían, que incluso por las noches se paraban al frente de la ventana, a
hablar barbaridades de cómo lo iban a matar, hasta que perdió la razón y se
intentó matar arrojándose de un pasillo de un segundo piso en una entidad
estatal, ya que no las soportaba.
Fue un trabajo bien urdido donde no lo dejaron descansar, mientras se inventaban argucias con tal que no regresaste a la realidad y luego de haberle dañado todos los trabajos que hacía. Y por qué estos imaginarios se parecían más a ladrones que a imaginarios de ley? Todo lo que hacía le salía mal.
Un contrato donde un tal Rodríguez instaló rejas a cuenta de un contrato
que hizo con “El Bienestar Social del Distrito” en el “Lago Timiza”, que casi lo
lleva al cementerio porque se prolongó por más de un año, y a sabiendas que lo pudo hacer en dos meses. Una cuenta de ahorro suya en Colpatria le recordó que tenía
un familiar comerciante que desde lo alto de aquella torre bien podría ser el
que le habría azuzado a dichos imaginarios, y años más tarde cayó en cuenta que
los ladrones siempre aparentaban lo que no eran. “Ríos Revueltos” apareció para
quedarse con todo, incluso hasta con su vida y las de los suyos. El talonario
con el que manejaba el dinero que tenía en dicho banco resultó no ser suyo,
como si este se lo hubiera robado, y el poco dinero que tenía se esfumó,
mientras el desespero lo llevó a correr y gritar por las calles hasta que
intentó matarse. Estaba en medio de una cadena de rufianes de mal agüero
que todo lo que tocaban olía a los mismísimos infiernos. Los “Intelectuales de
la muerte” siempre estaban tras bambalinas.Y ahora aquella vecina de la que
venía hablando se había convertido en aquel callejón en uno de sus
perseguidores, junto con todos los que vivían allí.
-Verdaderos delincuentes, dijo
el comisario.
-Les gusta quedarse con las
casas ajenas de sus víctimas. Son expertos en enloquecer, dijo “Conciencia”.
-Y saben a quién hay que
provocar o amedrentar, dijo el comisario Rincón.
-¡Son ladrones! Gritó “El
Embrujado”.
Era cierto. Su vida había sido
toda una seguidilla de pesadillas durante años, y así comprendió que desde
que aparecieron Miguel A. y El Cuchumina cuando era todavía un
imberbe, lo mismo que otros que le salieron en su vida porque alguien con mucho poder dentro de
ese círculo de imaginarios se los enviaba, y no eran puras especulaciones o meras
casualidades, lo habían querido matar y nadie había hecho nada para impedirlo. Solo, cuando su papá que nunca
le quiso dar nada, después de muchos años decidió dejarle como herencia aquel
apartamento, aparecieron los que habían estado detrás de su vida como jaurías a
ver qué se conseguían.Y como pestes lo rodearon, que
incluso en una ocasión que quiso arrendar una pieza, una vieja se le apareció
con el cuento de que solo necesitaba la vivienda para ir de vez en cuando, cosa
que “El Embrujado” no aceptó porque ni sabía a qué horas llegaría, y porque
tenía que darle las llaves a una persona desconocida, y que según decía tenía
otros familiares que bien podrían entrar y salir a altas horas de la noche y
matarlo ya que estaba bajo el delirio de la persecución. Querían evitar que pudiera amortizar su descalabro económico, y además lo pensaban mantener amenazado.
-Así lo tuvieron alucinado
muchos años, dijo el comisario Rincón.
-Todavia lo tenemos, dijo ,"Lenguilarga".
-Lo querían matar, dijo
“Conciencia”. ¿Se acuerda cuando la vecina barrió al frente de la puerta de la
entrada?
-¿Y la golpeó con fuerza para
recordarle a “El Embrujado” que la noche anterior lo habían intentado matar
una pareja con un cuchillo cerca de un taller de mecánicos? Le respondió
el comisario Rincón.
Era cierto. Era terrible. En
aquel callejón todos querían aquella casa, pero más que ella, querían su vida.
-¡Brujos! Gritó “El Embrujado”.
Era como si en aquellas
escrituras de Sion que antes escribió, estuvieran las respuestas. “Orejitas” todavía se limitaba a
escuchar, y las meneaba entre esos resquicios donde pudiera vislumbrar
cómo lo podían matar, así fuera a punta de sustos, ya que otros no lo habían
podido hacer con sus ataques y agresiones.
-¡Está muerto!
Todavía retumbaba en su cerebro
aquella voz siniestra de “Voz de Humo”, cada que pasaba por el frente de su
casa. Lo querían ajusticiar a punta de confusiones. Incluso cuando comenzó a
escribir estas historias basadas en realidades escritas en otro país, y
colocaban una red telefónica de lo que era antes Telecom, que curiosamente
estaba en la casa de aquella vecina, “Voz de Humo” le dejó una tortolita
muerta, para que “El Embrujado” la viera a la salida de su casa. Había acudido
presto, a ver cómo había quedado instalada la línea telefónica en un poste que
hicieron en la casa de la vecina esposa de un gendarme. Como para informarle muy sutilmente que él
había sido, mientras con los aspavientos que hacía con aquellos trabajadores
que instalaron la red reforzaba su mensaje sibilino. Un poco tiempo
después, lo sabría: Aquella línea era para la casa donde vivía “El Embrujado”,
y para que al llegar el supuesto hijo de la tía tuviera informados a sus perseguidores,
que no cesaban con sus amenazas. Entonces, en una de esas discusiones que armó
por su propia cuenta y para sacarlo a empellones de la casa muy rápido, le tiró
con el empeine de su mano extendida sobre el hombro izquierdo, que si se hubiera
caído sobre los vidrios rotos que colocó sobre el piso tras romper el de la
puerta de la entrada, ya que pudo haberse cortado o herido fatalmente en alguna
vena, repitiendo lo que antes escribió en una de sus historias, informando que
su pierna izquierda fallaba y le hacía perder el equilibrio constantemente, y
sí hubiera muerto o quedado herido, podrían justificar que lo sucedido era por
la posesión de aquella casa.
-Son terribles todas estas
historias, dijo el comisario Rincón.
-De toda una vida, dijo “Conciencia”.
Es una lástima que estos imaginarios…
Así fue como “El Embrujado”
abandonó aquella casa, no sin antes haber sido sometido a toda una serie de
persecuciones en las cuales casi pierde su vida, incluso cuando todavía la tía
estaba viva, que cuando recuerda todo lo sucedido en medio de sus nervios
crispados a veces grita dormido:
-¡Asesinos!
Son las brujas, dirán los
vulgares delincuentes salidos del mismísimo averno.
-Noé no existe, dijo alguien con
voz lánguida.
-¡Mentiras! Dijo “El Embrujado”.
Era cierto, era un vendedor de
empanadas que aquellos vecinos le habían enviado, y que como caso curioso vivía
cerca de donde “Ojos Azules” y sus compinches, unos seguidores de una nueva
izquierda de esos tiempos. Uno de ellos era aquel emblemático personaje que casi
comete con él en una mañana y delante de muchos testigos un asesinato perfecto
ayudado por un embolador enjuto y que mediante el miedo, casi logran que
los carros lo arrollaran.
-¡Está muerto! !Está muerto!
Tronaba dentro de su
cerebro aquella voz con su frase maldiciente. Y decía lo mismo que le gritaba
“Voz de Humo” cada que pasaba por aquel callejón cuando salía o regresaba a la casa.
-¡Desgraciados
secuestradores! Gritó El Embrujado”. ¡Tenéis secuestrada a mi hija!
-Sí, ve, dijo
el comisario. Lo sabe.
-Lo sabemos,
dijo “Conciencia”.
Eran esas
maneras sutiles en que unos familiares se daban el lujo de separar a unos de
otros, en esos trabajos donde el poder económico podía más que la imaginación,
y donde fulanos como “Ríos Revueltos” querían participar del festín que
podría ser la repartición de una herencia o cualquier otra cosa, con la muerte
de “El Embrujado” se podrían beneficiar. Y todos como en la historia de Los Tres Mosqueteros: “Todos para
uno, y uno para todos”.
-Todo negocio
que haga tenemos que dañarlo, en alguna ocasión lo había dicho un gendarme que
tenía un compromiso con otros.
-Es una
cadena, dijo el comisario. Por eso me retiré hace años. Lo hacen cuando se les
da la gana, y además están en el curubito del poder.
-Sabe, dijo
el comisario, existen familias que seguramente entre ellos han cometido
felonías, e incluso son capaces de matar a sus mismos hermanos o familiares.
-De pronto no
lo son, dijo “El Embrujado”, que había recuperado su compostura, y que hablaba
solo.
-¿Acaso a Ud.
no le pasaría lo mismo cuando otro se burla en su cara, mientras le está
arrojando los bribones en las calles?
-Los “Mil
Muertos”, dijo “Conciencia”.
En el
Quiroga, en el Centenario, en el inglés, en El Santander, en Fontibón, en Patio
Bonito, en Suba y en muchos otros barrios de Bogotá “El Embrujado” era víctima
de estos esbirros. Así son las cosas de este país. Hablan de vigilancias
privadas, y en realidad lo hacen quienes tienen que amedrentar por cuenta de
otros.
-Billullo,
dijo “Ríos Revueltos”. Yo les hago el trabajo, sí me pagan.
–
¡Miserables! Se lo quieren ganar gratis, dijo “El Embrujado”.
Según el
comisario Rincón este tipo de personajes eran los que más abundaban por estas
tierras, que incluso muchos se creían dioses, y preferían que los trabajos
sucios los hicieran otros.
-¿Y cuánto me
voy a ganar, dijo “Ríos Revueltos”?
-Sabe una
cosa, dijo el comisario Rincón, no todos somos como lo que Ud. se
imagina.
-Ud. no es ley,
le gritó “Ríos Revueltos”. Pregúntele a…
“Conciencia”
lo sabía. La historia de “Mil Muertos” era cierta. Su tufo despertaba
miedo. Cuando deambulaba por esas calles donde decían las malas lenguas que
actuaba, olían peor que las calles de el Cairo, Budapest, o donde se dan esas
guerras cruentas en que los muertos no se cuentan ni nadie sabe de los que han
caído por esas violencias sin sentido que a diario nos atosigan. Son esas
crueldades en las que los inocentes tienen que pagar por las ambiciones de los
caudillos o de los gobiernos corruptos.
-Está loco,
lo ve, dijo "Lenguilarga".
“Conciencia”
sabía que el comisario Rincón le quiso hacer entender que estaba siendo
perseguido por cuenta de un extraño estigma que ni él mismo entendía.
-Es muy
tarde, para que caiga en cuenta que su familia es…
-Le tienen
secuestrada a su hija. Es cierto, dijo el comisario.
-Todos están
secuestrados, dijo “Conciencia”, son de mala ley.
Recordaba
cómo “El Embrujado” no entendía lo que decían acerca del hijo adoptado por la tía.
-Nadie tiene
la culpa, dijo “Conciencia”.
-Es cierto,
dijo el comisario Rincón, pero eso es hacer daño a un niño. Cómo puede
existir alguien en el mundo que para congraciarse con un chiquillo mediante
dádivas, haga que la misma madre que lo adoptó con cariño sufra porque los
mismos que lo entregaron en adopción, sean los que…
"Ud. no es
mi madre. Decían que decía en esos tiempos aquel niño". “Conciencia”se acordaba de los niños educados para servir al Fuhrer en los
tiempos cruentos de la segunda guerra mundial. ¿Acaso no recuerda que muchas
veces los mismos que matan a una persona, después que les hacen creer a sus mismos
hijos y a los demás que fueron otros?
El comisario
Rincón sabía todo esto. Nuestros imaginarios eran más que pecadores. Por eso las
tablas de Moisés desde la antigüedad habían perdurado y no han cambiado mucho. Nuestros hombres todavía
siguen siendo de los mejores, pero...
-Subrepticiamente,
hay otros
de mala ley,
dijo “Conciencia”. Son pocos.
-¡Malditos!
Volvió a gritar “El Embrujado”.
Todavía tronaba entre esos laberintos de fantasmas de muertos hechos por aquellos
personajes que drogados creían que eran los mismos dioses, y cómo ellos también
terminaban muertos.
-Así son
estos imaginarios, dijo el comisario Rincón. Azuzan a unos para matar a otros,
y así los van enredando para que después otros los maten.
-Trabajos
perfectos, dijo “Conciencia”. Así ha sido siempre. Son los asesinatos
perfectos que se homologan a los que han detentando el poder mediante sus
aúlicos.
El comisario
Rincón entendía lo que quería decir “Conciencia”. Eran los de “Los
Intelectuales de la Muerte” que prevalidos de la sicología de quienes
caían en sus redes los usaban en su provecho, y mediante el poder que ejercían
satisfacían sus apetitos personales y así zanjaban sus disputas muy al estilo de lo que hacen los gobiernos con sus adversarios.
-No más, dijo
“Conciencia”.
Era cierto.
Era preferible callar.
-Si, dijo por
último. Son los trabajos que confundimos con los de las brujas.
4.
En estos tiempos todo puede
suceder. Apuesto que si Ud. se fija, y mentalmente va elucubrando lo que dicen
en las calles, y parecieran que tuvieran oídos. Es más, los rumores en las
ciudades pueden llevar algunos a la muerte.
-El filtro del amor, dijo “Mil
Muertos”.
-No me lo diga, dijo “Ríos
Revueltos”. Para enloquecer a otro, no hay más que darle una poción.
-Cuál poción, dijo “Mil
Muertos”. Si lo quiere envenenar, lo envenena.
-¿Y de qué diablos hablan estos
granujas? Dijo “El Embrujado” que en sus largos sueños escuchaba sus
conversaciones torcidas, y no podía entender qué clase de personajes eran
estos.
-¡Ya se lo dije! Le gritó el
comisario Rincón.
Recordó que en algunas partes
del mundo, aquellos casos no resueltos los llamaban cangrejos. Y sin embargo…
-A Ud. es al que han querido
matar, le reiteró el comisario Rincón.
Si era cierto. Se acordaba de
aquella vieja historia de Papillón en Sabana Grande, en
Venezuela. Recordó “El Gran Café” donde el imaginario del comisario le
contó donde fue escrita aquella novela que contaba la gran aventura de su
fuga. El síndrome de la persecución venía desde “La Casa Embrujada”,
aunque en realidad estaba marcado desde niño como si fuera un enemigo público.
-Ve lo fácil que es matarlo,
dijo “Ríos Revueltos”. Yo les hago el mandado.
-Cállate, dijo “Conciencia”.
Sois de los peores.
-Yo no tengo ningún problema,
dijo “Mil Muertos”. Si quieren que todo mundo sepa cómo y quién lo hizo, me lo
endilgan.
-Yo lo invito a un bazar, y lo
emborracho y hago que... Dijo “Ríos Revueltos”.
-Vomite el veneno que le
distéis, le respondió “Mil Muertos”.
-¿Sabe que hacer alucinar a otro
no es tan difícil? Dijo el comisario Rincón. Estos son los trabajos
perfectos. Nadie se da cuenta.
-Solo la víctima y sus
victimarios, dijo “Conciencia”.
-¡Estáis locos! Gritó “El
Embrujado”. ¿Acaso creen que soy un imaginario que debe morir?
-¡Bastardo! Gritó “Mil Muertos”.
Si fuera por mí, Ud. ya no existiría.
– ¿Y Memín?
-Murió vomitando sangre dijo
“Ríos Revueltos”.
-Y como lo sabe, dijo “El
Embrujado”.
-Así es como enloquecen a las
personas, dijo el comisario Rincón.
Era una historia larga y
escalofriante cometida por unos vándalos. Ya ni siquiera se acordaba de “Voz de
Humo” ni de esos vecinos que quisieron quedarse con la casa de la tía en el
Centenario del sur en Bogotá.
-¡Mienten! Gritó “El Embrujado”.
Sois ladrones.
-Si lo ve, dijo otro. Está
drogado.
-¡Miente! Le gritó nuevamente
este. Vean mis varillas en la columna vertebral, y miren como me han tenido
vagando por diferentes mundos. ¡Sois Canallas!
“Conciencia” sabía que habían
usado las nuevas tecnologías para que escuchara las voces de sus vecinos y
antiguos amigos de juventud, que incluso un influyente personaje de política y
de poder gubernamental en alguna ocasión mediante una grabación hecha a
propósito, en “La Casa Embrujada” le hicieron escuchar un discurso bien
elaborado, hecho por unos supuestos imaginarios de buena lid, que actuaban a nombre del antiguo
dueño de aquella casa con un transmisor que hacía que solamente escuchara
las voces que transmitían aquellas ondas hertzianas a determinadas frecuencias.
-Y aun así, dijo el comisario,
todo esto se puede probar.
“Conciencia” sabía, que los que
habían hecho esto, eran de ley. Que todo había sido fraguado desde que estaba
joven, pero que además le querían contar una historia que desconocía.
Todavía a “El Embrujado” se agolpaban a su memoria todos los amigos con los que
compartió gran parte de su vida, y supo cómo estos imaginarios quisieron contar
sus historias a través de personajes siniestros sin comprender que tras de
ellos estaban las manos aciagas de unos inescrupulosos familiares. Incluso, al
constatar que todo lo que había pasado en su vida
tenía algún sentido sobre su existencia, y así comenzó a dudar de los
que lo rodeaban. Se había vuelto paranoico. A veces algunos personajes de calles cuando lo veían, hacían que lo iban a agredir, o le gritaban cualquier cosa, y este salía asustado. Muchas veces lloró y quiso matarse, y otras horrorizado corrió por las calles aturdido que incluso llegó a comprarse un cuchillo en San Victorino con el fin de defenderse de los que lo querían matar.
Y no era casual. Un tal Laurencio y vecino de "La Casa Embrujada" se le había dado por esperarlo frecuentemente en los días que estuvo ido de la
cabeza y amenazado por esos personajes de ley, aparentando ser un Dios que todo
lo sabía, pues a donde iba también se lo encontraba, y así lo hostigaba en las
calles, mientras todos los viciosos y ladrones del sector le salían a provocar
y amenazar. Es más, sabían por dónde iba, tanto que al llegar a su casa
reaparecía aparentando que deambulaba por ese sector.
-Vigilancias privadas que tenían
algún interés en particular con este, dijo el comisario Rincón.
-¿Y qué? Dijo “Ríos Revueltos”.
Estamos entremezclados.
-Pero no son de ley, dijo el
comisario Rincón.
Una costumbre que se volvió
común a donde iba, cómo si desde lo alto del poder donde habitaban dichos
personajes, hubieran dado la orden de amedrentarlo, mientras “Ojos Azules” lo
intentó matar. Era como si en aquel barrio todos se fueran a ganar algún
premio en esos años en que un ajedrecista le ofreció la venta de una vigilancia
en un parqueadero de carros, a donde justamente se construiría la estación de
policía que funciona en el barrio Centenario. Y le salieron tantos en aquel
sector qué él mismo se creyó un fugitivo de la ley, ya que a diario todo
negocio que tratara de hacer se lo dañaban. Incluso en una ocasión que fue
empleado de una distribuidora mayorista de ropa, al no asistir un día a la
reunión de vendedores, la policía del barrio acudió a su casa a ver qué era lo
pasaba, mientras en el mismo trabajo a otros vendedores de aquel paisa dueño
del negocio, cedía el producto de sus ganancias por las ventas suyas a otros
compañeros para obligarlo a renunciar. Algo parecido cuando con un primo y
su amiga Rodríguez montaron en un diciembre una caseta de venta de juguetes en
Bogotá, y que según Primorov, al hacer sus cuentas no hubo ganancias al
finalizar aquella jornada decembrina.
Eran muchos los que quisieron
con él ganarse algo, que era como si en realidad las brujas existieran. Todavía
recordaba a Cuchumina con sus tragicomedias en las que se especializó contando sus hazañas para que todo mundo le creyera, cuando tan solo eran puras
invenciones suyas, que incluso en ese diciembre se apareció con Ortiz, un amigo
que según decía vendía venenos para los cultivadores de arroz, ajonjolí, café,
etc.; con el cuento que como su papá tuvo un almacén de cacharrería, unas
tarjetas decembrinas que le sobraban, sí el papá de “El Embrujado” se las
compraba, le daría algo. Y eso no era cierto. No valían nada comercialmente,
pero sin embargo su padre como buen componedor le solucionó el afán que tenía
para venderlas, que en ese mismo mes, unos días después reapareció con
Cuchumina con el cuento que venían a un negocio grande, y así juntos se fueron
a festejar y pedir licor, y a fumarse su vicio, mientras a las empleadas de
aquel burdel les decía que su amigo tenía una caseta en la diecinueve con
Caracas en pleno centro de Bogotá, y que si querían las patrocinaba para que
comprarán regalos para sus hijos. Y se las llevó a todas para que “El
Embrujado” se los vendiera. Y ni más faltaba, le dijo Primorov. El día que
fueron a liquidar las ganancias, Primorov y la amiga Rodríguez le dijeron que
este les había pedido juguetes para ellas y que se los dieron en espera que
apareciera el tal dinero que decía que venía en camino, pero nunca llegó.
Incluso, años de años más tarde, luego que a “El Embrujado” le sucedieron
muchas conspiraciones donde casi pierde su vida, cayó en la cuenta que este
tenía un familiar profesor en el mismo barrio que también tenía una miscelánea
que muy seguramente le compraba a su papá, y podía más bien ser una
trampa para que no recibiera ganancias, mientras se burlaban de lo lindo por
hacerlo trabajar gratis, hasta que lo que quedó de aquel negocio se lo
vendió a una cliente que tenía cerca de donde ahora está el Cafam de la
Floresta, y cuyo esposo era un pensionado de la brigada.
Aquel Ortiz, en pago de lo hecho
con su papá, le envió un plato de lechona por la empresa Velotax justo el mismo
día en que hubo el asalto al Palacio de la Justicia, lo que le produjo un gran
susto, pues los transeúntes ante aquel asalto trataban de huir del sector lo
más lejos posible entre la estridencia de todo lo que produjo aquella insensata
toma a punta de fuego y de muerte. Todo el mundo buscó escondederos por
esas calles que lo fueron alejando del contra fuego demencial que se desató en
la plaza de Bolívar, hasta que llegó exangüe a la casa, a la misma
que desde esos años venía sintiendo el hostigamiento de aquellos vecinos,
mucho más cuando comprendió que aquel mensaje no era otro qué de decirle, que
se estaban tomando la casa en sus mismísimas narices sin que lo comprendiera.
Cuando hilvanó todas sus peripecias, comprendió que durante toda su vida fue
víctima de embates sicológicos, que el apartamento que por herencia recibió de
su papá, un tal Aldana también empleado se lo permutó por una casa y carro destartalado más unos
pesos de demás, y que le recordaba a un ajedrecista con el mismo nombre, que
fantocheaba ante sus amigos en todos los clubes de ajedrez, seguramente
diciendo que él o un familiar lo habían sacado de la casa adonde vivió más de
treinta años.
Se acordó de aquellos años en
que jugaba ajedrez, cuando todo ese baluarte de ajedrecistas en “El
Capablanca”a donde la gran mayoría de los pensionados de los servicios secretos
pululaban, quienes seguramente creyeron que con él se conseguirían lo mismo que
buscaron los españoles y demás conquistadores tras el famoso “Dorado”, y
que idéntico a los sueños de esos fantasmas terminaron en nada.
-No vale un peso en oro puro,
terminó diciendo “Mil Muertos”.
Y sin embargo, para “El
Embrujado” todo el seguimiento que giró alrededor de su vida en Bogotá y en
otras latitudes, comenzaron con estos estrategas del rebusque. Eran unos
sueños que se parecían a los de las brujas tras los tesoros ocultos de sus
víctimas.
-¿Se acuerda de “Mi bella genio”? Le preguntó el comisario
a “Conciencia”.
-Claro que sí, respondió.
-Pero esta no le hacía mal a nadie.
-Es que su historia es muy parecida a lo que a veces le
sucede al viejo “Embruja”.
“Conciencia” entendió lo que le quería decir el comisario
Rincón. “La Bella genio” no le hacía mal a nadie. Entretenía. Todos nos
divertíamos cuando abríamos nuestras cajas de Pandora, y al
sintonizarla en la frecuencia exacta, podíamos ver todo su encanto.
-Pero mi “Bella Genio” no existe, arguyó “Mil muertos”.
-Ya lo ve, dijo “Ríos revueltos”. Nosotros tratando de
cazar billete puro, y ahora estos se aparecen.
-¡Malditos! Gritó “El Embrujado”.
Era cierto. Lo querían matar. “Conciencia” que lo
sabía, recordaba cómo había ido al restaurante de los Ariza en “El Murillo
Toro”, y había pedido dos comidas: Una para llevarle a su mujer a “La Casa
Embrujada”, y otra para degustarla en el mismo negocio. Notó cómo fue de bien atendido por la mesera, mientras un
vendedor de aguacates lo observaba de reojo, que prestaba sus servicios en sus
ratos libre en las horas de alta frecuencia de comensales, y que con cuya carretilla
deambulaba todos los días por el Restrepo, el Quiroga, el Bravo Páez, el
Santander, por los lados del Cementerio del sur, y por tantos otros sitios a
donde frecuentemente “El Embrujado” se lo encontraba.
La sopa que estuvo tan apetitosa ni siquiera le permitió
cerciorarse de lo que seguiría.
-“Mi Bella Genio” no era bruja. Más bien se parecía a las
historias de “Las mil y una noches“,
como en “La lámpara de Aladino”, dijo el comisario Rincón. Esta hacía parte de una de esas viejas leyendas que en la
vida real sucedían, y donde estos maniáticos de la muerte sabían todo lo
que decía, y procuraban tal y como le pasó yendo a “El Amparo” a visitar a un
comerciante paisa que ese mismo día lo llamó por teléfono a su casa para que
fuera a entregarle unos collares para dama de fantasía que fabricaba, y donde
otro de estos brujos casi lo mata mediante un pedazo de cable de electricidad
de múltiples filamentos que previamente abrió en dos partes, adonde
la mitad estaba cubierta por el plástico, y la otra dejaba ver sus filamentos
que brillaban; y convencido que lo podía hacer fácilmente y sin que nadie se
diera cuenta, ya que de esta manera lo podían hacer aparecer como un mero
accidente debido a que se atragantaría y moriría al enredarse dentro de sus
intestinos.
-Dio la pata, papá. Así se lo había dicho en otra ocasión
un viejo amigo.
En el barrio Palenque, aquella clienta le contó que también
le sucedió algo parecido: “Le mostró los estragos de un alambre que se atravesó
dentro de su garganta en otro extraño accidente casero”.
Este le comentó lo que acababa de suceder cuando quiso
comerse una hamburguesa tan bien preparada por un regordete de cabellos crespos
y amonados, y de ojos cafés claros, y que se parecía más bien a esos matarifes
de ganado.
-Mire lo que me pasó a mí, le respondió esta.
Se quitó la bufanda que siempre llevaba, y le mostró cómo
un garfio de alambre se le atragantó en su garguero en una comida de un festejo
que hizo con unos amigos. Ni siquiera le puso cuidado. Estaba asustado, y desde hacía
algunos días frecuentemente vomitaba sangre como si en verdad le hubieran
dado algo.
-Es una úlcera, le dijo otro.
-Sabe una cosa, le dijo “El Embrujado” muchos años de años
después, el viejo Ruriquininiv el día que supo que en la casa donde toda su
vida habitó “Cuchumina” con su padre en Ibagué, un abogado hizo un desalojo a
un amigo impostor que terminó por quedarse con la casa, a los pocos días de
morir su papá, quien también feneció a los ocho días de la muerte de su hijo.
En realidad no sabía de qué se trataba, pero sin embargo lo
había llegado a conocer tan bien, que presumió que en aquella casa otros habían
aparecido, tal y como le sucedió en “La Casa Embrujada”, a donde Noé en alguna
ocasión le dijo que por qué no vendía la posesión que tenía, y a sabiendas que
“Ojos Azules” y todo su combo de ladroncillos y viciosos de barrio, la querían
para uno de estos misteriosos personajes que se parecían a las brujas.
-Estás hablando paja, le dijo “Mil Muertos”
-¡Tú eres el ladino! Le grito “Ríos Revueltos”. Con que te
querías quedar con la casa.
-Los ves, dijo el comisario Rincón a “Conciencia”.
“Ahora se las tiran de santurrones”, pensó “Conciencia”.
Arman un enredo para matar a otro, y hasta en la misma casa lo intentan hacer, ya que
fracasaron antes con sus miles de trampas en las calles”.
-¿Y de dónde son Uds.? Preguntó por fin “El Embrujado”.
Los había visto de ferias en ferias, y como comparsas
hacían tanto teatro, que todos creían sus historias y sus cuentos, tanto que
“El Embrujado” parecía ser de la peor ralea.
-Ud. se degeneró, se lo dijo una cliente que acababa de
conocer.
-¿No me digas que ahora eres escritor? Dijo otro de los
muchos tenderos que se habían aliado con “Orejitas”, y que después resultaron
con “Lengüilarga” agregando historias tras historias, tal vez convencidos que
estaban haciendo su mejor papel.
-¡No! Gritó con rabia “Mil Muertos”.
-¿No me diga que nuestras “Bellas Genios” se parecen a la
de ficción, y que también tienen a sus gladiadores dispuestos a morir por
ellas?
-¿De qué habla granuja? Le gritó “Mil Muertos. Mírame bien.
“El Embrujado”
todavía recordaba a aquella enfermera que le quitó un pequeño transmisor
adherido con un esparadrapo a su piel, y al lado de donde tenía la aguja del
suero cuando estaba recién operado de la columna vertebral, y de donde oía las
voces de las cocineras del Hospital de La Hortúa en Bogotá, y a la que
curiosamente recordaba frecuentemente y soñaba con esta, pues se le parecía
mucho a una de esas vecinas de “La casa Embrujada” que durante un buen tiempo,
cuando iba por las mañanas a salir de la “Casa Embrujada”, ella también lo
hacía. Y así también lo hizo muchas veces Carlos hasta que aparecieron “Voz de Humo”,
Noé, Ojos Azules, el tal Willi y otros tantos que no valía la pena recordarlos
porque creyeron que se iban a ganar una fortuna.
-Pobrecito, dijo ella. Se está como muriendo.
-¡Bruja maldita! Gritó. ¿De cuándo acá las enfermeras
secuestran a sus pacientes?
En realidad lo estaba amenazando, cuando se dio cuenta que
“El Embrujado” sabía de dónde salían las voces, y que al querer esconderlo
debajo del colchón como prueba, esta se lo rapó. Luego se lo contaría así, en alguna de esas ocasiones que
se encontró con Ruriquininiv muchos años después en su ciudad natal sin que
nadie creyera lo que decía.
-¿Y por qué este nombre? Le preguntó el comisario a
“Conciencia”.
-La verdad, dijo esta, en esos tiempos hubo muchos
soñadores, y este era uno de ellos. Pero cómo hablaba tanto…
-¿Y qué le contó en esta ocasión “El Embrujado”?
-¡Shi…! Son expertos en amedrentar en su misma casa,
y se hacen los de yo no fui.
-Son brujos dijo el comisario Rincón.
-¡Matoneamos! Gritó “Ríos Revueltos”.
-Billete puro papá; dijo el comisario.
-¿No me creen? Dijo “el Embrujado”.
-Claro que sí, le contestó el comisario. Ya sabemos cuántos
pelagatos le han arrojado.
-Y por qué cree, que lo sucedido a Cuchumina tiene relación
con lo que pasó con el viejo “Embruja”.
-Esas son paranoias suyas dijo “Mil muertos”.
-¿Y por qué “Mis Bellas Genios” usan a esos gladiadores
fantoches?
-Sabe que Cuchumina con un tal Ortiz fueron a que su papá
le comprara unas tarjetas hechas a mano a su almacén de San Victorino, y como
premio le enviaron una caja con lechona desde Ibagué en el mismo día que
sucedió la toma del Palacio de Justicia.
-Paja, pura paja, dijo “Mil Muertos”.
-A “Mis Bellas Genios” les gusta el billete puro, y a sus
gladiadores también.
-¿No se acuerda de la historia de Patricia Hearst en los
Estados Unidos?
-Ah, sí, claro, dijo el comisario Rincón. La secuestrada se
enamora de su secuestrador y…
-Mis Bellas genios son así. Encandilan y a la vez producen
miedo mediante sus palurdos secuaces.
-¿Acaso no se acuerda de Valencillo?
-No titubee tatareto, gritó “Ríos Revueltos”.
-El vigilante de carros, dijo el comisario Rincón.
-¡Ajá! Dijo “Conciencia”, tal vez tenga razón.
Era cierto, y era una de esas viejas historias que se
merecían contar, porque así se podría demostrar que hubo un vasto complot
contra “El Embrujado” desde niño.
-Y así comenzó a creer que “Mis Bellas Genios” existían de
verdad, dijo el comisario Rincón.
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